Ir al contenido principal

La fuerza oculta de una iglesia dormida (2.ª parte) - Por Isaac Martín


Todo comenzó hace un tiempo, cuando hablaba con una amiga sobre la alarmante situación de los jóvenes en nuestras iglesias. Le pregunté qué opinaba al respecto y me contestó: “Es una época complicada, los tiempos del fin. Ya lo sabemos”. Y aquellas palabras se me clavaron como una espada ardiendo. Sabía que ella ni lo había pensado, pero me rebelé ante la simple idea de usar un cliché como excusa. Y me di cuenta que es algo que hacemos todos, darnos respuestas simples para no asumir el trabajo de una reflexión profunda sobre nuestra situación. Necesitábamos buscar el origen del problema y no torearlo con palabras vacías.

Inevitablemente me zambullí en mis pensamientos en busca de las respuestas a aquella pregunta. ¿Qué estábamos haciendo mal?

El tema se desplazó a los choques culturales que vivimos los jóvenes dentro de una misma sociedad. Cómo desde nuestra burbuja adventista al salir al mundo nos  vemos entre dos realidades y sentimos que tenemos que elegir una, que es imposible compatibilizarlas. Ahí es cuando empecé a percibir uno de los cabos del hilo que forma este nudo: la distancia entre la sociedad religiosa y la secular.

Muchos hemos crecido con la idea de un mundo dicotómico, el pueblo de Dios y “el mundo”, origen de todo desastre, pecado y atracción fatal. Como consecuencia de esto se polariza, dejando el bien y el mal absoluto a cada lado de la barrera. Hemos creado un discurso que no se corresponde con la realidad. ¿Es nuestra iglesia Disneylandia? ¿Es “el mundo” Mordor? Para empezar a entender esta brecha por la que se escapa tantísima gente, quizá habría que pensar en el desengaño al que se enfrentan tantas y tantas personas cuando descubren, por ejemplo, que “el mundo” nos saca años luz en materia de tolerancia, compromiso social e igualdad de género.

Esa dicotomía del bien y el mal absolutos, generan una burbuja irreal que, cuando explota, genera un efecto de decepción mayúscula que aleja a la gente completamente de nuestra familia espiritual. ¿Acaso no sería mejor ser realistas, hacer autocrítica y no generar expectativas de perfección que creen una lucha interior insana? Porque muchas veces, ya no solo los jóvenes sino muchas personas, viven un intenso conflicto psicológico al ver que no cumplen el ideal.


Para empezar a entender esta brecha por la que se escapa tantísima gente, quizá habría que pensar en el desengaño al que se enfrentan tantas y tantas personas cuando descubren, por ejemplo, que “el mundo” nos saca años luz en materia de tolerancia, compromiso social e igualdad de género.


Otro de los abismos donde mucha gente se pierde es en la distancia entre una iglesia y un bar. Parece una comparación casi herética, ¿verdad? Sin embargo, pensemos aunque solo sea por un instante, ¿por qué la gente entra en un bar pero no en una iglesia? Sinceramente, creo que nosotros ofrecemos algo mucha mejor, mucho más constructiva y liberador que una caña y fútbol. Pero aún así, no logramos hacer atractivo nuestro mensaje. A veces, la realidad es que no hay más aliciente para pertenecer a la iglesia que no sea la mera costumbre o el sentido del deber.

¿Cómo, pues, daremos respuesta a la multitud de problemas y realidades que vivimos hoy en día? Desde luego, no desde una óptica del siglo XIX. Nadie duda de que los pioneros (aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por exponer la verdad al mundo) merecen un lugar de honor en la historia de nuestra iglesia, pero ellos mismos, si estuviesen ahora con nosotros, aplicarían el mismo principio de renovación y reforma que ya aplicaron en su tiempo.

Volvamos al tema principal, ¿por qué los jóvenes (y no tan jóvenes) se van de la iglesia?

Cada persona tiene sus razones, diversas y diferentes. Sin embargo, sí que hay ciertas características en común. Creo que una de ellas es ese desencanto, cuando el hechizo pasa y te sientes engañado porque ves que ni “el mundo” es tan malo ni la iglesia tan “buena”. Creo que otra de ellas es aquel escalón estético, que hace que cada vez que entres en una iglesia te sientas en el decorado de “Orgullo y prejuicio” o “Cumbres borrascosas”. Otro factor que no he mencionado hasta ahora es la estructura de la iglesia, puestos a hacer un análisis profundo.


Creo que una de ellas es ese desencanto, cuando el hechizo pasa y te sientes engañado porque ves que ni “el mundo” es tan malo ni la iglesia tan “buena”. 


¿Alguna vez has invitado a alguien a la iglesia? Más bien... ¿Has intentado que alguien de fuera se involucre, bautice o cualquier acción que signifique introducirse en nuestra dinámica? Yo sí, y lo que he sentido es que o tenía raíces cristianas/religiosas, o en la vida pasaría por el aro de toda esa liturgia.

¿Está nuestra iglesia organizada en su base para retroalimentarse (palco, oyentes, “ministros” y demás estructura cerrada) o tiene elementos de captación (estructura abierta, diálogo, actividades para otros, exposición al “mundo”, programas y colaboración con iglesias de otras denominaciones)?

Estas tres características que he dado: el desencanto, el escalón estético y la estructura cerrada, creo que son la causa de que ya desde la base de la institución algo no funcione. Porque, ¿qué pasa si las estructuras de una iglesia se enrocan y mueren?, ¿qué pasa si no damos respuesta a los retos de hoy? Pues que como dije en el primer artículo, ya seamos un movimiento, una empresa o un equipo de fútbol… nos estancamos.

Nos estancamos y generamos dinámicas de decrecimiento. La pérdida de identidad, el calentamiento de butaca y los personalismos no son más que síntomas de un proyecto que por no hacer una reflexión y un cambio esta languideciendo lentamente.

Si los jóvenes no encuentran identidad en nuestra iglesia, ¿dónde creéis que la buscarán? Si se frustran por ver un proyecto muerto con gente que va por mera costumbre y otros que se machacan entre ellos por repartirse lo que queda, ¿creéis que se quedarán?

Definitivamente, si no nos movemos ahora, no habrá que lamentar otra “generación perdida”, sino que las bases de la iglesia del mañana se romperán y las llenaremos de octogenarios. El público adulto se queda porque siempre ha vivido así, pero aquellos que han de decidir desde cero no apostarán por un proyecto como este.


Si los jóvenes no encuentran identidad en nuestra iglesia, ¿dónde creéis que la buscarán? Si se frustran por ver un proyecto muerto con gente que va por mera costumbre y otros que se machacan entre ellos por repartirse lo que queda, ¿creéis que se quedarán?


Aunque, desde luego, en la vida de un cristiano la esperanza es nuestra piedra angular. Tenemos hoy, ahora, la oportunidad de modificar las bases de un proyecto viciado, de convertir el estanque en un río. Si reflexionar ya es complicado, llevarlo a cabo es más difícil. En una situación así es muy fácil dejarse llevar por el pesimismo, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Pero Dios ha levantado siempre una respuesta para las necesidades de cada momento. Y estoy cien por cien seguro de que esta vez también lo hará. Con, o sin nuestra ayuda.



------------------------------------

Isaac Martín es un estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Valencia. Escribe poesía, teatro y artículos de opinión en su blog www.tatup.es. Actualmente está centrado en la promoción de su libro de poesía cristiana "Desencuentros" en Amazon.



Comentarios

Entradas populares de este blog

El calvinismo a examen.1.2 La doble predestinación - Por Alfonso Ropero

  " La doctrina cristiana de la voluntad de Dios es la doctrina del “decreto” divino. Esto significa que todo lo que existe tiene su origen en el pensamiento y la voluntad de Dios, que ese pensamiento y esa voluntad no son arbitrarios, sino en armonía con su naturaleza. La Biblia no sabe nada de un “doble decreto”, solo conoce el decreto de la elección; y así no hay una doble voluntad, sino la única voluntad revelada a nosotros como amor”. Emil Brunner [1]      

Guía práctica para escribir una exégesis

  Muchas veces nos acercamos al texto bíblico con prejuicios o con ideas ya formuladas acerca de lo que el texto supuestamente quiere decir. Para un estudio serio del texto, debemos, en lo posible, abrirnos al texto, despojarnos de esos prejuicios y tratar de extraer de las Escrituras el mensaje revelado por Dios.  La Biblia no se interpreta sola. Debemos interpretarla. Además de una lectura orante o devocional, debemos hacer una lectura seria y profunda, una lectura bien estudiada, en otras palabras, una exégesis.  Acá les compartimos, traducida del inglés, una guía para la exégesis bíblica.