El mundo moderno estaba tan confiado en su economía de crecimiento ilimitado , en avance y progreso en todos los campos de la tecnología, las comunicaciones, la ciencia y la medicina, que la actual pandemia del coronarivus ha sido como una bofetada en su primera línea de flotación. De golpe, calles vacías y hospitales abarrotados; actividad laboral paralizada y personal sanitario desbordado; aeropuertos cerrados y nuevos centros hospitalarios. Hace tanto tiempo desde la última epidemia en el mundo avanzado —la gripe de 1918, cuyas devastadoras consecuencias superaron la cifra de cien millones de muertos[1]—, que todos habíamos asumido que esto pertenecía al pasado remoto, al tenebroso mundo medieval con sus pestes y plagas; o que se reducía a los países pobres, y dentro de estos, a los parias de la sociedad. Ahora, cada día nos enteramos de nuevos casos de contagiados de individuos pertenecientes a la élite económica, política, social y religiosa. Un virus sin distinción de clases