Cuando caminamos por el valle de la sombras, todo es silencio. Un silencio que apena y acongoja. “¿Hay alguien ahí?”, nos preguntamos. C. S. Lewis escribió cuando estaba sumido en la pena, “nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. No es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estómago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva”*. Cuando caminamos por el valle de las sombras, aguantamos y tragamos saliva. Pero es un aguante que eleva su mirada al cielo, y cuestiona, “¿por qué estás tan lejos de las palabras de mi clamor?”. El silencio es abrumador, añadiendo dolor al dolor. Seguimos sin respuesta del cielo. Cuando caminamos por el valle de la sombras, nos sentimos crucificados en la pena, experimentando un superávit de dolor. No podemos más. Alguien, bien intencionado, nos susurra al oído que “Dios junto a la prueba (y ¡de qué manera somos probados!) nos dará la salida para poder soport
Un lugar abierto a la reflexión