Estamos asistiendo, desde hace poco más de una década, a una revolución solapada en el seno de la teoría de la evolución. Los planteamientos decimonónicos de Darwin ya no convencen a todos los investigadores evolucionistas porque cada uno de ellos ha descubierto, en su propio campo de estudio, detalles que no parecen encajar con lo que tradicionalmente ha venido defendiendo el neodarwinismo. De ahí que varios biólogos evolutivos propongan en sus trabajos y disertaciones la conveniencia de modificar las ideas o preconcepciones evolucionistas. No es que dejen de creer en el transformismo sino que discrepan de los mecanismos que se han venido proponiendo, desde el pasado siglo, para explicar el cambio biológico y creen que el asunto requiere una revisión urgente en profundidad. Por su parte, quienes continúan asumiendo y enseñando en las universidades el modelo neodarwinista clásico tienden a descalificar a estos nuevos biólogos discrepantes, a decir que están equivocados o
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