Cierta vez, mientras hacía ese largo y extenuante viaje desde Santiago a Toronto, leía asiduamente, una vez más, el Progreso del peregrino de John Bunyan. En parte, acometía por vez enésima esa lectura para hacer menos monótona esta de suyo más monótona todavía travesía aérea, pero también por el enorme regocijo que trae siempre al alma del creyente la lectura de este clásico de la literatura evangélica, cuánto más, nuestras almas atraviesan por temporadas de soledad, sequedad, apremio. Llegaba en algún momento de mi lectura, durante el vuelo, a aquel momento en el que el libro narra el encuentro entre Cristiano y Fiel, y Bunyan se explaya largamente acerca de los sentimientos que sobrecogen a uno y otro al poder por fin encontrar a un compañero de fe durante el solitario y escabroso camino de los peregrinos: ¡El corazón de ambos se llena de gozo por el encuentro, uno y otro comparten acerca de la dicha de la salvación, de los peligros y tentaciones que han encontrado d
Un lugar abierto a la reflexión