Prácticamente siempre he tenido perros en mi vida. De hecho, no recuerdo demasiadas ocasiones en las que en nuestro hogar no rondara una criatura que necesitara paseo, alimento, aseo y jugar al tira y afloja . Hubo un perro en particular que tuvo un profundo impacto en mi vida. Se llamaba Beatrice. Entró en nuestras vidas cuando tenía unos ocho años. Era un pastor alemán precioso que sufría de una mielopatía degenerativa que avanzaba rápidamente. Esta condición va carcomiendo lentamente la médula espinal y provoca la pérdida de la funcionalidad de las patas y, llegado el momento, la capacidad de respirar. Durante los dos años que sobrevivió a su condición y que vivió con nosotros, lo aprendí todo sobre los perros, sobre el amor y la vida, sobre Dios: El simple concepto de alegría que tienen los perros para mí es todo un misterio. Su felicidad parece estar conectada con lo grande que sea su esperanza y con cuán vulnerables están dispuestos a ser....
Un lugar abierto a la reflexión