Coincidiendo con la descomposición del Imperio romano, un individuo primero, luego otros y después una multitud, emprenden una huida al desierto. Fue un hecho inaudito que dejó asombrados a muchos. No se trataba de un retiro provisional con vistas a regresar a la vida social una vez alcanzado aquello que pretendidamente habían salido a buscar. Se marcharon para quedarse. Los desiertos de Egipto y Siria, lugares únicamente aptos para las bestias y fieras salvajes, que compartían el espacio con espíritus y demonios de todo tipo, se convirtieron de repente en habitáculos de hombres y de alguna que otra mujer.
Un lugar abierto a la reflexión