Un trono y un montón de etnias, razas, dragones, magos y brujas luchando por el dichoso trono; de eso va la serie. Juego de tronos está en nuestras pantallas, videojuegos y páginas. Pero no se ha quedado ahí, por desgracia se ha colado también en nuestras iglesias. No debería ser así, pero lo es. Parece ser que las numerosas denominaciones se pelean entre sí por un dichoso trono, (que, por cierto, no sé cómo se llama). El colorido mundo evangélico de nuestros días presume de tantas cosas como de las que carece: sana doctrina, sola scriptura , alto número de feligreses y un largo discurso de argumentos que parecen ser suficientes para que mi “denominación” lo tenga todo. Tenerlo todo es “el trono”. Ser la denominación en posesión de la sana doctrina nos otorga el supuesto trono. Se me ha dado una cajita llena de verdades teológicas. Con dichas verdades, (que vienen en forma de rompecabezas), me armo el puzle, y desde el trono de la verdad puedo decidir quién forma o n...
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