Corría el año de gracia de 1977 y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto, campus de San Sebastián-Donostia [1] , un profesor de Historia del Arte, el P. Nemesio Arzalluz Antía SJ [2] , charlaba un día animadamente con dos jóvenes estudiantes en los patios del edificio de aulas. La conversación, más allá de los límites de la asignatura mencionada, versaba acerca de la importancia de los estudios críticos realizados sobre la Biblia. El P. Arzalluz comentó el hecho de que entre los fieles católicos los trabajos más recientes sobre el Antiguo Testamento habían pasado más bien desapercibidos, mientras que los que versaban sobre el Nuevo generaban cierta inquietud. Pero el veterano sacerdote, lejos de alentar o dar pábulo a tales temores, afirmó que las aproximaciones críticas a los escritos del Nuevo Pacto no solo constituían algo provechoso para el pueblo de Dios, sino que también eran algo bonito. Semejantes palabras calaron muy profundamente en uno de ...
Un lugar abierto a la reflexión