Prácticamente siempre he
tenido perros en mi vida. De hecho, no recuerdo demasiadas ocasiones en las que
en nuestro hogar no rondara una criatura que necesitara paseo, alimento, aseo y
jugar al tira y afloja.
Hubo un perro en particular que tuvo un
profundo impacto en mi vida. Se llamaba Beatrice. Entró en nuestras vidas
cuando tenía unos ocho años.
Era un pastor alemán precioso que sufría
de una mielopatía degenerativa que avanzaba rápidamente. Esta condición va
carcomiendo lentamente la médula espinal y provoca la pérdida de la
funcionalidad de las patas y, llegado el momento, la capacidad de respirar.
Durante los dos años que sobrevivió a su
condición y que vivió con nosotros, lo aprendí todo sobre los perros, sobre el
amor y la vida, sobre Dios:
El simple concepto de alegría que
tienen los perros para mí es todo un misterio. Su felicidad parece estar
conectada con lo grande que sea su esperanza y con cuán vulnerables están
dispuestos a ser. También con el encontrar satisfacción en las cosas
pequeñas. Se me ocurre que si quisiéramos conocer una dicha similar,
tendríamos que abrirnos al Espíritu Santo, tener la voluntad de mantener la
esperanza y ver el valor de los pequeños dones que Dios nos concede,
diariamente.
¡Nadie descansa con más sinceridad que un
perro! Es cierto que Dios
nos dice que necesitamos descansar una vez cada semana en el Día del Señor,
pero además el ejemplo de los perros puede ayudarnos a vivir más plenamente si
invertimos en nuestro tiempo de ocio, de forma que no sea sólo otra tarea que
haya que hacer cuando no hay trabajo, sino un tiempo de relajación sincera.
Con el paso de los años, mi esposa y yo
hemos criado a dos maravillosos niños y hemos cuidado de algunos de los
miembros más mayores de nuestra familia. Sin embargo, fue Beatriz, que
necesitaba que le cambiáramos los pañales y que la lleváramos en brazos de una
habitación a otra una vez perdió el uso de sus patas, la que nos enseñó a aceptar
nuestra responsabilidad como cuidadores con humildad y gentileza.
¿La lección? Que no existe la
vergüenza cuando se necesita ayuda de las personas que nos aman; así se les
da una oportunidad de expresar ese amor de una forma diferente que, de hecho,
es más honesta y más generosa. A largo plazo, la humildad de
aceptar la ayuda de otros puede ayudar también a esos otros en su propia
salvación.
Incluso cuando estás liado en la maraña de
problemas de la vida y del mundo, un perro es completamente atento y
vigilante; tú eres su mundo. Aquí hay una buena lección, la de
prestar atención a los miembros de nuestra familia, pero hay otra lección mayor
aún: cuando recurrimos a Dios, Él tampoco se distrae con los problemas
del mundo; nosotros somos el mundo para Él.
Nada hay más leal que un
perro. Excepto Dios. Quien hizo que los perros nos enseñaran esto.
Sentir a un perro recostado sobre ti es
algo fantástico, ahuyenta la soledad. A
menudo lo olvidamos. Nos obsesionamos con nuestros males personales, nos
sentimos aislados y entonces, de repente, ahí está nuestro perro. No estás
solo. Y Dios también está contigo, siempre, y sí, se nos olvida. Es
posible que disfrutemos de la compañía de un perro durante unos cuantos años,
pero la compañía de Dios es eterna.
Cada vez que me sentía depre, “B”
intentaba acercarse a mí. Me daba golpecillos con su hocico, incluso
cuando apenas podía moverse. Dios también nos da empujoncillos,
intentando acercarse pero, a veces, directamente nos abraza totalmente con el
calor de su amor y su preocupación por nuestro bienestar.
Un perro esperará a que hayas terminado
con cualquier cosa que estés haciendo. Esperan a ser alimentados, a que les
saques de paseo, a entrar o salir de casa; de hecho, cuando no están durmiendo
o jugando, creo que lo más probable es que estén esperando. Nos esperan a
nosotros. Esperan a que les digamos que se acerquen. ¿Está claro o te hago un
croquis?
¿Le has dado alguna vez un hueso a un
perro y te ha regalado esa muestra de gratitud sobreexcitada y desmesurada? ¿No
sería genial si pudiéramos sentir ese nivel de gratitud por
todos los regalos que nos ha dado Dios, incluso cuando pueda parecer poco más
que un hueso tirado en nuestro camino?
El amor incondicional. ¿Es
que hay alguna otra criatura en el mundo que lo encarne tan a la perfección? Si
el amor perfecto es amar “a los otros como Yo os he amado”, entonces quizás
amar “a los otros como vuestro perro os ama” debe de ser el nivel
inmediatamente inferior, y la mayoría de nosotros no tendría más éxito
cumpliendo con el segundo nivel que con el primero.
“El amor es paciente, es bondadoso. El
amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con
rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor
no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo
disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Mi amor es imperfecto y fracasa, todos los
días, en alguno de los elementos anteriores. Por contra, mi perro es el
absoluto ejemplo de todos. Sólo Dios podría hacerlo mejor.
Michael
Bruno
En
amada memoria y profundo agradecimiento, Beatrice.
Él nunca nos abandonaría, no se cómo las personas pueden abandonar a sus perros sin más.
ResponderEliminarDe la misma manera Dios nunca nos abandona, somos nosotros que lo abandonamos a Él.
Gracias por la diversidad de su blog
Gracias a ti por tu comentario. Pensamiento Protestante.
EliminarEs pura verdad
ResponderEliminarMuy especial e interesante ese grupo de comentarios sobre la amistosa relación con los perros, amigos fieles que nos dan lecciones permanentes de amor y de paciencia. El Señor Dios nos muestra en ellos la forma como espera que nosotros respondamos a sus bondades.
ResponderEliminarIndependientemente de tus creencias, las mascotas, en especial los perros, aportar un cariño y amor sin igual tanto a ti como a tus seres queridos. Una mascota es un animal de compañía muy agradecido que siempre querrá estar contigo. Por su eterno y fiel amor, nuestra forma de recomendarlos es dándole el mejor alimento y ocio posibles.
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