Escribí el siguiente texto hace exactamente dos años; lo encontré de casualidad y lo comparto con la esperanza de que traiga un poco de reflexión (o, al menos, no se desintegre en el éter digital). Estamos con Almen en un congreso católico de comunicación en Roma. Gente de todo el mundo; muchos idiomas y colores. Si no somos los únicos protestantes, pega en el palo. El tema que no deja de aparecer, una y otra vez, de infinitas formas, es la importancia y la necesidad de que las instituciones escuchen. Ser inteligentes al incorporar las voces, las críticas, las víctimas de abuso, las sugerencias. Escuchar para ser relevantes, para ser solidarios y, a fin de cuentas, escuchar para no desaparecer. Esta es la preocupación que unifica a quienes están pensando y movilizando la comunicación católica a nivel global. Saben que, si no logran oír e incorporar la voz de los creyentes (e incluso de los no creyentes), se enfrentan una crisis de confianza prácticamente irreversible. Para...
Un lugar abierto a la reflexión