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Escuchar o desaparecer: una intuición | Lucas Magnin


Escribí el siguiente texto hace exactamente dos años; lo encontré de casualidad y lo comparto con la esperanza de que traiga un poco de reflexión (o, al menos, no se desintegre en el éter digital).
Estamos con Almen en un congreso católico de comunicación en Roma. Gente de todo el mundo; muchos idiomas y colores. Si no somos los únicos protestantes, pega en el palo.

El tema que no deja de aparecer, una y otra vez, de infinitas formas, es la importancia y la necesidad de que las instituciones escuchen. Ser inteligentes al incorporar las voces, las críticas, las víctimas de abuso, las sugerencias. Escuchar para ser relevantes, para ser solidarios y, a fin de cuentas, escuchar para no desaparecer.

Esta es la preocupación que unifica a quienes están pensando y movilizando la comunicación católica a nivel global. Saben que, si no logran oír e incorporar la voz de los creyentes (e incluso de los no creyentes), se enfrentan una crisis de confianza prácticamente irreversible.

Para bien o para mal, las iglesias evangélicas no tienen las estructuras centralizadas de la Iglesia católica. A excepción de algunas denominaciones particularmente orgánicas, la gran mayoría de las iglesias evangélicas en Iberoamérica funciona de manera bastante autónoma y personalista, en dependencia de la conducción del pastor o el liderazgo local.

El hecho de que sean instituciones más pequeñas y locales ofrece una especie de impunidad: no es necesario escuchar las críticas o sugerencias porque las consecuencias no serán tan graves. Además el recambio de feligreses es tan constante que la institución puede permitirse el lujo de perder un porcentaje bastante alto de miembros. La posibilidad de que, si se van, encuentren otra iglesia alivia la conciencia evangélica, que no carga con el peso de la pérdida definitiva (como sucede entre las filas católicas).

Pero la tendencia ya hace demasiado ruido como para seguir ignorándola: los desiglesiados y exvangélicos están por todos lados. Personas que estuvieron en una iglesia —incluso quizás en posiciones de autoridad— durante mucho tiempo, pero que se alejaron y ya no piensan en volver. En su última iglesia (quizás después de girar por dos, tres o cuatro comunidades) los dejaron ir con la conciencia (más o menos explícita) de que encontrarían otra. Pero no encontraron, y ya dejaron de buscar. Las quejas no atendidas erosionan la confianza y abren heridas hondas; eso difícilmente se resuelve con una nueva comunidad.

Si las iglesias evangélicas no incorporamos estructuras, estrategias y prácticas de escucha en nuestras comunidades; si no habilitamos instancias para compartir sugerencias, dudas, quejas y denuncias que sean escuchadas honestamente; si no aprendemos de los errores propios y ajenos en estos tiempos de comunicación frenética y viral; entonces la crisis de confianza que enfrentaremos en los próximos años será también brutal y quizás irreversible.

A diferencia del alcance tan unificado y global de la Iglesia católica, la multiplicidad de grupos y comunidades evangélicas desvinculados entre sí puede dar la impresión de que los reclamos no son tan numerosos o significativos, que representan únicamente a unos pocos personajes problemáticos o desagradecidos de una feligresía generalmente satisfecha y bien representada por su institución. Aunque la cosa no suceda tan rápido como en las estadísticas de la Iglesia católica, si no se corrige la tendencia, no van a llegar a dos o tres generaciones hasta que el murmullo se vuelva vox populi: ya no se puede confiar en estas instituciones.

Roma
Junio de 2023


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Lucas Magnin nació en Argentina en 1985. Es Magíster en Teología, Licenciado en Letras Modernas y tiene una Laurea en Comunicación. Desde hace años, busca relacionar de manera honesta la fe, el arte, la cultura y la academia. Sus textos han sido editados en antologías y publicaciones especializadas. Su último libro es 95 tesis para la nueva generación. Manifiesto de espiritualidad y reforma a la sombra de Lutero (2022). Actualmente vive en el sur de España y es editor de Editorial CLIE. Está casado con Almendra e intenta seguir las pisadas de Jesús. 








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