Ir al contenido principal

LA NECESIDAD DE UNA LECTURA CRÍTICA DEL NUEVO TESTAMENTO Juan María Tellería

 



Corría el año de gracia de 1977 y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto, campus de San Sebastián-Donostia[1], un profesor de Historia del Arte, el P. Nemesio Arzalluz Antía SJ[2], charlaba un día animadamente con dos jóvenes estudiantes en los patios del edificio de aulas. La conversación, más allá de los límites de la asignatura mencionada, versaba acerca de la importancia de los estudios críticos realizados sobre la Biblia. El P. Arzalluz comentó el hecho de que entre los fieles católicos los trabajos más recientes sobre el Antiguo Testamento habían pasado más bien desapercibidos, mientras que los que versaban sobre el Nuevo generaban cierta inquietud. Pero el veterano sacerdote, lejos de alentar o dar pábulo a tales temores, afirmó que las aproximaciones críticas a los escritos del Nuevo Pacto no solo constituían algo provechoso para el pueblo de Dios, sino que también eran algo bonito. Semejantes palabras calaron muy profundamente en uno de los dos estudiantes, quien hoy redacta estas líneas precisamente, y siempre lo han acompañado en su lectura personal e investigación sobre las Sagradas Escrituras, muy particularmente sobre el Nuevo Testamento.

Leer el Nuevo Testamento hoy, en nuestro siglo XXI, plantea grandes y trascendentales desafíos. Ningún cristiano actual negará la importancia y la trascendencia de los escritos neotestamentarios como base y fundamento de la fe, pero, al mismo tiempo, comprenderá bien la necesidad de realizar sobre ellos un tipo de lectura no conforme con un literalismo absoluto e intransigente que en muchas ocasiones puede presentar visos de irracionalidad y, lo peor de todo, falsear el contenido de los sagrados textos.

De ahí la necesidad de efectuar una lectura crítica de los veintisiete libros que componen el Nuevo Testamento; una lectura, nos atreveríamos a decir, desprovista de todo temor[3], siempre en aras de una mejor comprensión del mensaje de Jesús para el mundo.

Por ello se impone la pregunta:

 

¿QUÉ SIGNIFICA UNA LECTURA CRÍTICA?

El adjetivo crítico no es patrimonial en nuestro idioma. Procede directamente, y a través del latín criticus, del adjetivo griego kritikós, derivado del sustantivo krisis, “juicio”. Significa, por tanto, “capaz de emitir un juicio (considerado válido o acertado)”. El arte de la crítica, en el mundo clásico grecolatino, hacía referencia a las opiniones o los juicios vertidos, normalmente por eruditos, sobre obras literarias o filosóficas. Estos conceptos, como se puede ver, están muy lejos de las connotaciones negativas que en nuestro tiempo han adquirido los vocablos crítica, crítico, criticar y similares, entendidos por lo general como ataques despiadados conducentes al desprestigio o la minusvaloración de personas, objetos, obras de arte, ideas, instituciones o creencias.

Por ello, cuando hablamos de una lectura crítica del Nuevo Testamento, lo hacemos desde el punto de vista más puro, el etimológico, que viene revestido de valores positivos. Nos referimos, por tanto, a una aproximación a los sagrados textos, siempre respetuosa, siempre atenta a sus contenidos, siempre analítica, siempre realizada en base a unos trabajos previos llevados a término con buenos criterios y con las mejores herramientas a nuestro alcance, a fin de discernir y presentar de la manera más ajustada posible a la realidad el mensaje de Cristo y las enseñanzas de los Apóstoles.

Una importante conditio sine qua non de cualquier lectura crítica habrá de ser, en pura lógica, el reconocimiento de sus limitaciones intrínsecas y, en consecuencia, la apertura mental suficiente para esperar otras lecturas realizadas en el futuro —inmediato, próximo o lejano— con mejores criterios, que corregirán o incluso enmendarán las nuestras, siempre buscando un desarrollo positivo de los conocimientos.   

 

¿CUÁNTAS CLASES DE CRÍTICA PODEMOS APLICAR A NUESTRAS LECTURAS E INVESTIGACIONES SOBRE EL NUEVO TESTAMENTO?

Básicamente dos: las llamadas, por lo común, Baja y Alta Crítica, respectivamente.

 

Baja Crítica, también llamada Crítica Textual

Consiste en el estudio de las técnicas conducentes a la realización de una edición analítica y científica del Nuevo Testamento[4]. Dado que no existen autógrafos originales de ninguno de sus veintisiete escritos componentes, es responsabilidad de los críticos comparar con atención las copias disponibles, calibrando de forma precisa las distintas variantes registradas, siempre con la intención de establecer un texto lo más aproximado posible al presunto original. Las ediciones críticas suelen ir acompañadas de lo que se llaman aparatos críticos, ubicados a pie de página, en los cuales se indican las variantes más importantes de un texto dado, así como de introducciones explicativas de los métodos empleados y las familias de manuscritos sobre los que se fundamenta el trabajo.

Esta Baja Crítica ha contribuido enormemente, además de al conocimiento de los diferentes manuscritos y copias que transmiten el Sagrado Texto, a una enorme circunspección a la hora de leerlo, y a una buena dosis de prudencia a la hora de emitir opiniones o juicios sobre ciertos pasajes concretos. Las ediciones del Nuevo Testamento en nuestro idioma o en cualquier otro de los actuales que se basan en traducciones realizadas sobre los mejores manuscritos griegos, suelen anotar el texto con interesantes indicaciones acerca de las conclusiones de los especialistas sobre estos asuntos. 

Aunque ya desde la Antigüedad Cristiana se constatan trabajos críticos de envergadura (las Hexaplas de Orígenes, por ejemplo, sobre el texto del Antiguo Testamento, o los estudios comparativos del nivel lingüístico del Evangelio según San Juan y el Apocalipsis realizados por Dionisio de Alejandría, entre otros), el perfeccionamiento de este método crítico se debe al desarrollo experimentado por los trabajos de literatura comparada iniciados en el siglo XVII en Francia, más tarde continuados en Alemania a lo largo de los siglos XVIII y XIX, y ya en el conjunto de Europa Occidental y América durante los siglos XX y lo que va de XXI.

 

Alta Crítica

También se la conoce como Método Histórico-Crítico, y tiene como finalidad dilucidar con la mayor exactitud posible cuanto se halla detrás del texto neotestamentario que hoy leemos, o sea, en su trasfondo. Para ello, echa mano de todo lo que puede espigar en la literatura contemporánea del Nuevo Testamento, testimonios históricos y arqueológicos directos o indirectos, numismáticos, lingüísticos, geográficos, etnográficos o de cualquier otra disciplina que le sea útil. Dado un libro concreto de los que componen el Nuevo Testamento, intentará situar ese escrito en su época y su contexto inmediato, buscando cuanto pueda saberse sobre su autor, destinatarios y medios vitales[5], sin olvidar su contenido específico, su estructura literaria, argumento, tema, estilo particular del autor, género literario al que puede adscribirse, énfasis característicos, actantes y todo cuanto permita desvelar el pensamiento del escritor y de los destinatarios inmediatos, sin olvidar el papel que puede desempeñar este texto dentro del conjunto de la producción de ese mismo autor en concreto. No siempre es fácil ni posible acceder a todo cuanto hemos señalado, ya que los Escritos Sagrados no suelen permitir este tipo de aproximaciones exhaustivas. De ahí que aplicar la Alta Crítica a los textos sacros del Nuevo Testamento[6] suponga siempre un reto enorme para el investigador y un aliciente de cara a un trabajo concienzudo cuyos resultados, aunque en ocasiones sean mínimos, siempre redundan en beneficio de la lectura, el estudio e incluso la reflexión piadosa de estas obras maestras del pensamiento cristiano universal.

El protestantismo siempre se ha jactado de haber sido la Reforma, y más concretamente la Reforma calvinista[7], la cuna de este método ya desde mediados del siglo XVI. Su perfeccionamiento ha venido especialmente marcado por la investigación exegética de los siglos XVIII y XIX, siendo las centurias vigésima y vigesimoprimera las que han recogido los mejores frutos de tales labores. Ello no obsta para que la tarea prosiga, desarrollando nuevos métodos de trabajo con mejores herramientas. Nadie ha dicho jamás la última palabra sobre estos temas, y posiblemente nadie la dirá.

 

¿EN QUÉ ÁREAS SE HACE EVIDENTE LA NECESIDAD DE UNA LECTURA CRÍTICA DEL NUEVO TESTAMENTO?

Son, sin duda, múltiples los campos abarcados por los veintisiete escritos del Nuevo Pacto que se prestan a este tipo de lectura, siempre en aras de su mejor comprensión. De ahí que cayeran en el ámbito de los estudios bíblicos las barreras denominacionales: grandes escrituristas católicos[8] rápidamente[9] se han ido uniendo, y con enorme éxito, al estudio crítico del Nuevo Testamento iniciado por protestantes, con aportaciones de la máxima calidad.

Únicamente, y en gracia a la brevedad, ofrecemos unos pocos ítems del pensamiento neotestamentario en los que una lectura crítica puede redundar en gran provecho para el pueblo de Dios:

 

Los medios vitales de los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles

Nos referimos a estas cinco obras como un bloque, por conformar lo que se ha dado en llamar la Historia Evangélica. La obra de San Lucas Evangelista en sus dos volúmenes (Evangelio y Hechos) concibe, efectivamente, el cumplimiento de la Historia de la Salvación en Cristo Jesús y lo contempla con su consecuencia natural, que es la presencia y la dirección del Espíritu Santo en la Iglesia naciente a partir del Pentecostés narrado en Hechos 2. De ahí que la historia posterior de la Iglesia —llegando a nuestros días— constituya ese resultado de la obra salvífica de Cristo hasta el final de los tiempos. La Historia de la Salvación ya ha alcanzado su zenit en los Eventos Pascuales y solo aguarda su punto final en la Parusía del Señor[10].

Los cuatro Evangelios tienen como escenario la Palestina de comienzos del primer siglo de nuestra Era, sus tres primeras décadas. Constituía, a la sazón, un país ocupado de facto por el Imperio romano, en el que las condiciones de vida no se presentaban fáciles para las masas poblacionales empobrecidas por las guerras intestinas y sus derivas socio-económicas —piénsese en la constante alusión a los pobres y desheredados que hace la enseñanza de Jesús (ver, por ejemplo, el Sermón del Monte en San Mateo 5-7 y sus paralelos en San Lucas[11]), así como el cuadro trágico representado en la Parábola de los obreros de la última hora (San Mateo 20, 1-16)[12]—, que además estaba azotado por conflictos religiosos (confrontaciones permanentes entre facciones como fariseos y saduceos) y en el cual la expectación mesiánica constituía un fermento permanente de rebelión (ver San Juan 6, 14-15)[13], coyuntura hábilmente aprovechada por los enemigos de Jesús de Nazaret para ocasionar su muerte. Todos estos datos, y otros más, afloran en los relatos evangélicos, de modo que su conocimiento incide de manera muy directa en la interpretación de los textos en su contexto[14].

El espectro geográfico y social se amplía sobremanera en el libro de los Hechos de los Apóstoles, conforme a su programa expresado en 1, 8. Si los primeros capítulos se centran en Jerusalén, el último alcanza la ciudad de Roma, mientras que en los intermedios hallamos lugares tan distintos, y tan dispares incluso, como Damasco, Samaría, la costa palestina (Joppe, Cesarea marítima), Antioquía de Siria, Chipre, Panfilia, amplias zonas del Asia Menor y de la Grecia continental europea, desde la macedónica ciudad de Filipos hasta Corinto en Acaya, pasando por Tesalónica y Atenas, entre otras localidades y regiones. Todo un mundo de habla griega sometido a la férula de Roma en el que conviven lenguas y trasfondos culturales distintos. Al igual que sucede en los Evangelios, Hechos ofrece pinceladas interesantes para el historiador y el arqueólogo, pero su mensaje central es otro.

De ahí que, en buena lógica, el creyente actual no debiera de caer en la trampa fácil de querer “probar” o “demostrar” la veracidad histórica de las acciones narradas que tienen como protagonistas a Jesús y a sus discípulos, sino más bien de encontrar el meollo del mensaje predicado por el Señor y los Apóstoles, a pesar de las contradicciones o incongruencias que pudieran hallarse en los relatos sagrados, y que tanto han hecho sudar a los concordistas empedernidos[15].

Como se ha indicado tantas veces, todas estas narraciones están muy lejos de las crónicas históricas de aquellos tiempos y de los informes periodísticos de nuestros días, debido a lo cual responden más bien a un propósito catequético deliberado por parte de sus autores en relación con la instrucción a las congregaciones cristianas a las que se dirigían. Los evangelistas, al igual que el resto de los autores bíblicos, eran, además de teólogos, grandes escritores, destacados maestros del idioma, capaces de crear historias hermosas ambientadas en cuadros idóneos, amén de elocuentes discursos puestos en los labios de sus protagonistas, y todo ello a partir de acontecimientos recogidos por las tradiciones, siempre con una clara finalidad de instrucción. No tener esto en cuenta puede ser fuente —como de hecho lo ha sido y lo es aún en ciertos círculos— de interpretaciones torcidas de los textos, enormes discusiones bizantinas y lamentables pérdidas de tiempo que a nada claro ni útil pueden conducir.

 


El trasfondo del Corpus Paulinum

Las Epístolas de San Pablo, ya sean entendidas en su sentido más amplio (incluyendo Hebreos, las Pastorales[16] y las Deuteropaulinas[17]), ya en su sentido más restringido (únicamente aquellas que ciertos exegetas y especialistas reconocen como auténticamente paulinas[18]), vienen a abarcar un área geográfica bastante amplia, desde el Asia Menor hasta Italia[19], pasando por la Grecia continental europea, el Ilírico[20] y tal vez la isla de Creta[21], y presentan en ocasiones dificultades de no fácil solución. Un ejemplo muy clásico es las diferencias evidentes entre el apóstol San Pablo de los Hechos y el de las Epístolas, tanto en lo que se refiere a su enseñanza específica como en los datos biográficos ofrecidos[22]. No hay, por ejemplo, en Hechos, constancia alguna de un viaje de San Pablo a Galacia, pese a lo que la Epístola a los Gálatas afirma; por otro lado, los datos ofrecidos por las Pastorales son completamente ignorados por Hechos. Las imponentes construcciones teológicas que hallamos en el Epistolario Paulino (ver la Epístola a los Romanos, por ejemplo) brillan por su ausencia en la predicación paulina recogida en Hechos. Las dos Epístolas a los Corintios aluden a situaciones y a una correspondencia del Apóstol con la iglesia de Corinto que no parecen encajar demasiado bien con los datos brindados por Hechos.

Ello exige una total circunspección a la hora de abordar esta importantísima sección del Nuevo Testamento, alejándonos de cualquier tipo de dogmatismo innecesario y buscando, en la medida de lo posible, las razones por las cuales su autor —o sus autores[23]— se expresó de una manera determinada, tal vez haciendo frente a problemas muy concretos que hoy no somos siempre capaces de dilucidar, o en medio de unos contextos sociales que pueden escapar a nuestra comprensión. Un cuidado extremo ha de mostrarse, además, en lo referente a la aplicación de las enseñanzas del Corpus Paulinum a la Iglesia actual: cuestiones como las declaraciones de San Pablo acerca del celibato y la conveniencia o inconveniencia del matrimonio para los cristianos (1 Corintios 7) no pasan de ser opiniones suyas muy particulares que él mismo no pretende sean consideradas principios universales de obligado cumplimiento para todos, lo mismo que otras que expresa en relación con diversos asuntos (el velo de las mujeres o el cabello de los varones en 1 Corintios 11, 2-16, que no pasa de una consideración estética y cultural; otro asunto es la cuestión de las responsabilidades de la mujer en 1 Timoteo 2, 9-15[24]). En todo ello ha de tenerse en cuenta los distintos trasfondos socio-culturales de los destinatarios de esta correspondencia, a los que sin duda el Apóstol se atenía.

Por un lado, las Epístolas de San Pablo —y pese a la importancia que han tenido en el desarrollo de la teología cristiana, máxime en el mundo protestante desde la misma Reforma[25]— no son manuales de teología sistemática, sino tan solo correspondencia entre él y algunas comunidades cristianas muy concretas fundadas o no por su mano[26], así como ciertas personas con las que tenía estrechos vínculos; por el otro, el Apóstol de los Gentiles no puede abstraerse del mundo que lo rodea y en el cual vive inmerso. De ahí que pretender hacer de estas cartas códigos de estricto cumplimiento para el cristianismo de hoy, únicamente puede contribuir a un completo mal entendimiento de los mensajes que vehiculan, lo cual tan solo redundará en su desprestigio y desautorización[27].

 

La realidad de la vida de Jesús

Jesús fue un personaje real, de carne y hueso, no una entelequia, no una figura de ficción. Ya pasaron los tiempos en los que cuestionar la existencia de Jesús de Nazaret o “demostrar” que tan solo fue un “invento” muy sustancioso para la Iglesia se consideraban evidencias de gran erudición. Pero ello no significa, ni mucho menos, que debamos emplear los textos evangélicos como testimonios fidedignos, al pie de la letra, de su biografía. Ni sus palabras ni sus actos concuerdan siempre en las cuatro narraciones sagradas que hoy conforman nuestros Evangelios Canónicos. No resulta, por tanto, fácil pretender elaborar un bosquejo histórico exacto de los años de su ministerio, ni tan siquiera un calendario matemático de los últimos acontecimientos de su existencia terrena, desde la noche del prendimiento hasta la gloriosa Pascua de Resurrección. Cualquier afirmación en este sentido ha de ser muy medida y ponderada, a fin de no caer en dogmatismos absurdos e innecesarios[28]. Como se ha apuntado más arriba, los evangelistas recopilaron tradiciones diversas acerca de Jesús que circulaban, sin duda, por las primeras comunidades cristianas, desde la primitiva de Jerusalén hasta las más recientes en Occidente, no siempre acordes entre sí. Luego, siguiendo cada uno su propio estilo y sus pautas de pensamiento, les dieron una forma sustancialmente catequética. Ello es que lo que hemos de destacar siempre en relación con nuestro Señor son las líneas ideológicas que atraviesan los Evangelios y nos muestran a Jesús como el verdadero Mesías de Israel en tanto que Hijo de Dios e Hijo del Hombre, así como el Redentor de todo el género humano, traicionado, entregado, torturado, crucificado y resucitado. Las distintas versiones que nos ofrecen los Evangelios, cada una de ellas a su propio estilo, hacen hincapié en estas realidades, así como en las enseñanzas de Cristo acerca de la paternidad universal de Dios y de su gran misericordia para con todos los seres humanos. No nos quepa la más mínima duda de que es en estos lineamentos donde se percibe mejor que en ningún otro lugar la inspiración divina del Nuevo Testamento.

 

La cosmovisión reflejada en los escritos neotestamentarios

A la hora de leer el Nuevo Testamento, como sucede con cualquier otra obra antigua, se ha de tener en cuenta cómo sus protagonistas, autores y destinatarios inmediatos concebían el mundo que los rodeaba, tanto el más cercano (conocimientos geográficos) como el conjunto del universo. El conocimiento de la Tierra más generalizado en el mundo mediterráneo de los siglos I y II se reducía a las zonas ocupadas por el Imperio romano y, en menor medida, a las naciones limítrofes hasta la India por el Oriente, Etiopía por el África nilótica más allá de Egipto, y los pueblos germánicos y escitas en Occidente[29]. En la lista de naciones mencionada en Hechos 2, 9-11 hallamos un buen ejemplo de esta manera de concebir el conjunto de la humanidad[30]. El resto no era ni siquiera imaginable y tan solo se aventuraba alguna que otra noticia lejana o ciertas narraciones legendarias de incierto origen[31].

En lo referente al cosmos, primaba la idea de que el universo era una esfera fija cuyo centro ocupaba la Tierra (geocentrismo), una tierra plana rodeada de océanos que en cierto modo flotaba en el vacío ubicado en la zona más imperfecta o infralunar; la zona supralunar era la más perfecta, con sus estrellas errantes (los planetas[32]) y fijas. Por encima de todo ello, y con total independencia del resto, se hallaba la morada de Dios (el tercer cielo de 2 Corintios 12, 2).

Pero esta creación estaba toda ella habitada por demonios[33] y poderes malignos que, si bien tenían su residencia original en las alturas, podían descender a la tierra y el mar, suponiendo siempre un enorme peligro para los seres humanos. De ahí la importancia del cumplimiento de ritos y la recitación de fórmulas de protección entre los paganos e incluso entre los judíos[34]; de ahí también la conciencia de estar siempre esperando (¡o viendo!) señales premonitorias de grandes acontecimientos, lo cual podía degenerar en mera superstición[35]. A los autores del Nuevo Testamento se les hacía, por tanto, muy difícil imaginar un mundo sin poderes malignos[36], pero —y he aquí su gran aportación— los sometían indefectiblemente al dominio de Cristo[37], les restaban autonomía en aras de una enseñanza superior. Lo triste es que en el día actual aún hay demasiados cristianos que no han superado este estadio primitivo y se empeñan en vivir en un mundo dominado por presuntos poderes demoníacos[38], sin querer reconocer que el Nuevo Testamento refleja una visión del mundo muy superada[39]. 

Y cabría preguntarse: ¿qué pensaba Jesús de todo ello?

La respuesta no puede ser otra que esta: Jesús de Nazaret, en tanto que hombre de su tiempo, compartía, sin duda, la cosmovisión de su época y su gente. Las tradiciones de los Evangelios no recogen lo contrario, ni el resto del Nuevo Testamento lo sugiere. De ahí que Cristo tuviera un horizonte geográfico y cosmológico mucho más restringido que el nuestro actual, o que reconociera en su entorno potencias diabólicas que pretendían obstaculizar su ministerio redentor, pero, plenamente consciente de su misión divina y restauradora de la humanidad, siempre las venciera con su sola palabra (ver los llamados Relatos de las tentaciones en San Mateo 4, 1-11; San Marcos 1, 12-13 y San Lucas 4, 1-13[40]; ver también los numerosos episodios de exorcismos o alusiones a ellos dispersos a lo largo de los Evangelios). Hubiera sido imposible que Jesús se abstrajera de su mundo y hubiese declarado enfermos mentales a los presuntos endemoniados, por ejemplo, tanto como que hubiera clamado ante las autoridades del momento por la abolición de la esclavitud o la reivindicación de los derechos de la mujer[41]. Su percepción de las fuerzas demoníacas le hacía entender que eran algo superado y vencido por su propia presencia y su proclamación del Reino de Dios con poder[42]. Esta misma desmitificación del diablo y sus huestes se halla en el resto del Nuevo Testamento[43]. De igual modo, los relatos evangélicos dejan entender claramente que Jesús se oponía de manera radical a la búsqueda absurda y supersticiosa de señales por parte de sus compatriotas judíos, mientras descuidaban o ignoraban la realidad divina y redentora que tenían delante[44].

 

La vida de las comunidades cristianas primitivas

Aunque no es demasiado abundante la información que nos brinda el Nuevo Testamento sobre cómo eran realmente las primeras comunidades cristianas, cómo funcionaban ad intra, cómo celebraban sus servicios en el Día del Señor[45] o a qué actividades se dedicaban[46], por ejemplo, sí es más que suficiente para darnos cuenta de que no tenían nada de ideal ni de modélico, pese a algunos asertos gratuitos que se han hecho circular en ocasiones. Tanto las escasas menciones del tema que efectúan Hechos de los Apóstoles o algunos capítulos del Apocalipsis (especialmente el 2 y el 3), como cuanto podemos espigar del Corpus Paulinum y las Epístolas Católicas o Universales, ofrece ante nuestros ojos un cuadro variopinto y multicolor de una Iglesia naciente en la que, por un lado, percibimos la lucha denodada de muchos creyentes por mantenerse firmes en la fe contra todas las adversidades[47], y por el otro, la realidad de que ha de sufrir en sus propias carnes divisiones sin sentido, personalismos excesivos y particularmente dañinos, además de desgarramientos absurdos motivados por muy diversas causas (1 y 2 Corintios), así como el fermento de desviaciones doctrinales completamente heréticas que suponían un grave peligro para la integridad del depósito de la fe recibido (Colosenses, 2 Tesalonicenses, Pastorales, 2 San Pedro, Epístolas de San Juan, San Judas), sin olvidar la amenaza constante, especialmente en los primeros años, de los judaizantes y sus ideas anticristianas pretendidamente legitimadas por prácticas señaladas en el Antiguo Testamento (Gálatas, Hebreos, en menor medida los primeros capítulos de Romanos). Leyendo entre líneas todos los textos indicados, y otros que no mencionamos en gracia a la brevedad, resulta difícil comprender cómo el cristianismo pudo cimentarse y crecer de manera asombrosa en aquellos dos primeros siglos de nuestra Era, si no se ve en ello la mano de la Providencia.

De cuanto hemos apuntado podemos extraer importantes enseñanzas para la realidad actual de la Iglesia de Cristo, como, entre otras, desterrar cualquier tipo de exaltación o ponderación excesiva de las épocas pretéritas en el sentido de que fueran “tiempos gloriosos” o “momentos heroicos”; de hecho, el Nuevo Testamento nos muestra unas comunidades primitivas muy humanas y marcadas por todo aquello que es humano (positivo o negativo), en medio de las cuales el evangelio se iba abriendo camino. Los textos sagrados presentan, además, de qué modo las directrices apostólicas podían variar según las comunidades a las que se dirigían y conforme a sus necesidades, inquietudes o situaciones propias: el mismo San Pablo Apóstol no se expresa de igual modo cuando escribe a los cristianos de Corinto que a los de Roma, Galacia o Filipos, por poner un ejemplo; no son idénticos los énfasis de las epístolas juaninas que cuanto leemos en la Epístola de Santiago; y finalmente, por no cansar al amable lector, la Epístola de San Judas no obedece a los mismos patrones que 1 San Pedro; lo que en una comunidad (o en un conjunto de comunidades, una diócesis) podía representar un grave motivo de preocupación, era desconocido o intrascendente en otras.

No podemos, en conciencia, imaginar las comunidades primitivas como paraísos monolíticos en lo referente a la doctrina y la praxis cristiana, aunque en todo momento hemos de reconocer a quienes, conocidos o anónimos, trabajaron de manera denodada en medio de ellas para darles la cohesión y la firmeza en tiempos de persecución que mostraron a partir del siglo II e hicieron del cristianismo una religión universal.

 


La interpretación que hacen los primeros cristianos de la historia del mundo y su esperanza inminente

Los escritos neotestamentarios dejan constancia de la forma en que la Iglesia primitiva entendió la historia. Lo hizo, efectivamente, a partir de su indudable herencia judía, concibiéndola como una Historia Salvífica que apuntaba a la implantación del Reino de Dios en la Tierra, pero, más allá del pensamiento de Israel: Jesús se convirtió en el centro indiscutible de esa interpretación. La lectura que hizo la Iglesia primitiva sobre el Antiguo Testamento fue esencialmente tipológica: las Escrituras de Israel apuntaban indefectiblemente al Señor Resucitado (San Lucas 24, 27.44-45; San Juan 5, 39), en el cual hallaba cumplimiento todo el plan de la Salvación del género humano. De ahí que el futuro también estuviera marcado por el gran evento de la Parusía del Señor (San Mateo 24-25; San Marcos 13; San Lucas 21; 1 Tesalonicenses 4, 13 – 5, 3), punto final de la trayectoria humana en la Tierra y comienzo del Nuevo Eón (el olam habá de la escatología judía tradicional). Por decirlo de manera más simple, los cristianos del siglo I y comienzos del siglo II tenían una clara visión de una historia dirigida por Dios y encaminada al encuentro supremo con él a través de Cristo.

El propio Jesús de Nazaret, como evidencian, entre otros, algunos de los textos mencionados en este mismo epígrafe, era de idéntica opinión: su plena conciencia de encarnar, en tanto que Hijo de Dios, el propósito salvífico del Padre para con la humanidad (judíos en principio, y más tarde judíos y gentiles[48]) se hizo evidente desde los inicios de su aparición en la escena pública (San Marcos 1, 14-15). Su expectativa del fin del mundo, como parece deducirse de los propios Evangelios[49], era inminente[50], algo que también profesó la Iglesia primitiva[51], si bien los textos lucanos, posteriores a los Evangelios según San Mateo y según San Marcos, se alejan un tanto de esta concepción[52]. De hecho, los escritos más tardíos del Nuevo Testamento, que ven la luz después de la destrucción de Jerusalén por las legiones romanas el año 70, se hacen eco de una escatología en la que la Parusía del Señor no parece tan inminente —lo que algunos autores llamaron en otro tiempo la decepción escatológica de la Iglesia Primitiva, e incluso la postergación de la esperanza primitiva—, aunque sigue siendo la gran esperanza de la Iglesia (2 Tesalonicenses 2; 2 San Pedro 2-3) hasta el día de hoy, como evidencian los credos históricos.

 

BIBLIOGRAFÍA SUCINTA

-AIZPURÚA DONAZAR, F. Una lectura social del Nuevo Testamento. Editorial Verbo Divino, 2019.

-CARBAJOSA, I. et alteri. La Biblia en su entorno. Editorial Verbo Divino, 2013

-DEL AGUA PÉREZ, A. El método midrásico y la exégesis del Nuevo Testamento. Editorial Verbo Divino, 2020.

-LATORRE, J. Introducción al Nuevo Testamento. CCS, 2023.

-O’CALLAGHAN, J. Introducción a la crítica textual del Nuevo Testamento. Editorial Verbo Divino, 1999.

-PIÑERO, A. Guía para entender el Nuevo Testamento. Editorial Trotta, 2013.

-___________. Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentario. Editorial Trotta, 2022.

-TELLERÍA LARRAÑAGA, J. M. La interpretación del Nuevo Testamento a lo largo de la Era Cristiana. Historia de la exégesis del Nuevo Testamento. Editorial Delfos, 2022.

-ZALDÍVAR, R. Las fuentes que dieron origen al Nuevo Testamento. CLIE, 2020.

-ZIMMERMANN, H. Los métodos histórico-críticos en el Nuevo Testamento. BAC, 1969.



[1] En la época recibía el nombre de Estudios Universitarios y Técnicos de Guipúzcoa (EUTG, por sus siglas).

[2] Hermano del conocido político nacionalista vasco Xavier Arzalluz, también jesuita en otro tiempo. Sirva esta mención como expresión de nuestro más acendrado agradecimiento para con aquel erudito y a la vez sencillo y cercano profesor que no solo enseñaba en sus clases Historia del Arte, sino también profundos valores humanos en un período particularmente turbulento y en una región fuertemente agitada por cuestiones políticas.

[3] Por desgracia, son innumerables los grupos paraeclesiales de nuestros días que, llevados de una ignorancia supina y de un fanatismo carente de sentido, condenan de manera abierta y ostensible cualquier tipo de aproximación crítica a las Sagradas Escrituras, acusando de incredulidad, y hasta de ateísmo, a quienes efectúan esta clase de estudios. Lamentablemente, tales posicionamientos solo inciden en un desprestigio cada vez mayor de los textos sagrados y hasta de la propia fe cristiana, sin que por ello redunden en un crecimiento de la piedad genuina.

[4] Huelga decir que se trata del Nuevo Testamento en griego, lo que nos permite incidir en la necesidad del conocimiento de este idioma. No es porque sí que, incluso seminarios menores del mundo cristiano, suelen ofrecer cursos de griego del Nuevo Testamento, y que sea una materia exigida en los currículos académicos teológicos más rigurosos.

[5] Sitz im Leben, una expresión alemana ya consagrada en el ámbito de los trabajos exegéticos, que muchas veces ni siquiera se traduce.

[6] Lo mismo se puede decir en relación con los textos del Antiguo Testamento y de cualquier obra de la literatura antigua.

[7] Recuérdese que al gran Reformador de Ginebra, el francés Juan Calvino, se lo ha designado con justa razón como el exegeta de la Reforma.

[8] Xavier Léon-Dufour, Albert Vanhoye, Karl Rahner, Hans Urs von Baltasar, Joseph Augustine Fitzmyer, Maximiliano García Cordero, Antonio Pagola, Andrés Torres Queiruga, Olegario García de la Fuente, entre otros. La lista no es pequeña.

[9] La encíclica papal Divino Afflante Spiritu, emitida el 30 de septiembre de 1943 por el pontífice a la sazón reinante, Pío XII, permitió a los exegetas católicos la utilización para los estudios bíblicos de los métodos de trabajo hasta ese momento prohibidos por Roma debido a su origen protestante y unas filosofías de base que la Santa Sede contemplaba como anticristianas y peligrosas. Ello había generado una cierta incomodidad entre los sectores católicos más progresistas, ya que se veían forzados a mantenerse en unas posiciones obsoletas o enfrentar directamente las iras y las sanciones de la Curia.

[10] Ver CULLMANN, O. Cristo y el tiempo. Ediciones Cristiandad, 2008. La obra original, pronto considerada un gran clásico de la teología contemporánea, había visto la luz en 1946.

[11] San Lucas 6, 20-23.27-38.41-44.46-49; 11, 2-4.9-13.33-36; 12, 22-34.57-59; 13, 24-27; 16, 13

[12] Ver los comentarios pertinentes en el gran clásico BONNARD P. Evangelio según San Mateo. Ediciones Cristiandad, 1983. También recomendamos el trabajo de SÁNCHEZ NAVARRO, L. Evangelio según San Mateo. Biblioteca de Autores Cristianos, 2023.

[13] De ahí la hipótesis del secreto mesiánico, según la cual Jesús habría ocultado deliberadamente su condición de Mesías para evitar la exaltación político-religiosa de sus compatriotas. Quienes más han hecho hincapié en esta idea se han basado en el Evangelio según San Marcos, pero también se puede rastrear en los tres Evangelios restantes.

[14] No podríamos pasar por alto la mención de los magníficos estudios realizados por exegetas de renombre sobre las parábolas del Señor y la importancia de conocer su contexto real, sus medios vitales, a fin de interpretarlas con exactitud, sin caer en la cómoda celada de la alegorización de sus contenidos. Entre ellos, los grandes clásicos ya anteriormente mencionados JEREMIAS, J. Las parábolas de Jesús. Editorial Verbo Divino, 2018 (14ª edición); LOHFINK, G. Las cuarenta parábolas de Jesús. Editorial Verbo Divino, 2021, y el para muchos insuperable DODD, C. H., Las Parábolas del Reino, Ediciones Cristiandad, 2001 (2ª edición).

[15] Por ejemplo, las diferencias en los Relatos de la Infancia del Señor en las versiones de San Mateo y de San Lucas, las distintas y complejas genealogías de Jesús recogidas por los mismos dos evangelistas ahora mencionados, los diversos enfoques de los relatos pascuales con sus énfasis propios, los diferentes relatos de la conversión de San Pablo narrados por él mismo en el libro de los Hechos, detalles como si había uno o dos endemoniados gadarenos, uno o dos asnos en la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos, uno o dos ciegos en Jericó, si Jesús lo(s) sanó entrando o saliendo de aquella ciudad, etc.

[16] 1 y 2 Timoteo, Tito.

[17] Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses.

[18] Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses, Filemón.

[19] Hasta Hispania si las palabras de San Pablo registradas en Romanos 15, 24.28 alcanzaron cumplimiento.

[20] Romanos 15, 19. Las actuales Croacia y Bosnia-Herzegovina, que en la época del Apóstol constituían la provincia romana de Dalmacia.

[21] Tito 1, 5.

[22] La figura imponente del Apóstol que presenta Hechos en múltiples ocasiones, cuando habla ante multitudes e incluso ante personajes de gran renombre, se ve totalmente contrastada con la declaración de 2 Corintios 10, 10.

[23] Una posible escuela paulina que continuaría las enseñanzas de San Pablo tras su fallecimiento.

[24] Sobre el siempre delicado tema de la función de las mujeres en la Iglesia se leerá con provecho el trabajo de PARMENTIER, É. et alteri. Une bible des femmes (“Una biblia de las mujeres”). Labor et Fides, 2018. No conocemos, de momento, ninguna traducción española, que sería muy deseable, dada la calidad de la presentación del asunto.

[25] La importancia que tuvo la Epístola a los Romanos para Martín Lutero o el magnífico comentario que este redactó sobre la Epístola a los Gálatas, entre otros escritos paulinos, lo evidencian claramente. Algo similar se puede decir del comentario de Calvino a la Epístola a los Romanos, cuyo valor siguen señalando importantes estudiosos de nuestros días. Pero ello no ha de hacernos creer que el pensamiento paulino no haya tenido sus estudiosos y especialistas en otros campos. Véase, por ejemplo, el gran clásico católico romano FITZMYER, J. A. Teología de San Pablo. Síntesis y perspectivas. Ediciones Cristiandad, 1975. Una obra mucho más reciente, pero también destacada, es la del erudito católico romano BARBAGLIO, G. La teología de San Pablo. Secretariado Trinitario, 2005.

[26] San Pablo no intervino, por ejemplo, en la fundación de la comunidad cristiana de Roma.

[27] Piénsese que ni el apóstol San Pablo ni ningún otro autor del Nuevo Testamento presenta alegato alguno contra la esclavitud, el gran cáncer social de la época. Pretender, pues, justificar la esclavitud de los africanos amparándose en esta cuestión y condenando a los abolicionistas, como de hecho sucedió en ciertos países occidentales hace no demasiado tiempo, supone un total desconocimiento de la manera de leer los textos sagrados. Algo similar ocurre hoy cuando algunos concienzudos predicadores claman contra la incorporación de la mujer a los Sagrados Ministerios de la Iglesia amparándose en ciertos versículos del Epistolario Paulino mencionados más arriba. Lo mismo podría decirse de la manera de enfocar distintas realidades humanas de nuestros días amparándose en que no se encuentran en la Biblia.

[28] Recuérdense las explicaciones de ciertos eruditos de antaño, que hoy algunos parecen todavía apoyar, según las cuales, y debido al literalismo con que se leían los Sagrados Textos, Jesús habría efectuado dos purificaciones del Templo de Jerusalén, una al comienzo de su ministerio público (San Juan 2, 13-16) y otra al final (San Mateo 21, 12-13, con el problema añadido que representa la historia paralela narrada en el Evangelio según San Marcos), o dos resurrecciones de la hija de Jairo (¡¡!!), etc.

[29] Los germanos habitaban las actuales Holanda y Alemania, al otro lado de los ríos Rin y Danubio, considerados las grandes fronteras fluviales del Imperio romano. Se extendían, además, por la península Escandinava y las zonas de Europa Oriental hoy distribuidas entre Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría Los escitas, por su parte, ocupaban las zonas de la península Balcánica nororiental, la actual Ucrania y las estepas del Asia Central hasta Mongolia. En lo que se refiere a las Islas Británicas, Roma conquistó únicamente Inglaterra y Gales; Escocia (Caledonia, por su nombre original) e Irlanda (Hibernia, a la sazón) quedaron más allá de las fronteras romanas; el Imperio no mostró demasiado interés en territorios tan alejados y de clima tan poco apacible. Asimismo, los romanos llegaron a conocer la existencia de las Islas Canarias (Fortunatae Insulae o Islas Afortunadas, según el naturalista Plinio el Viejo, aplicándoles una designación propia de la mitología griega), pero quedaban más allá de las llamadas Columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), es decir, fuera de su área de intereses políticos, militares y comerciales.

[30] En las tradiciones judías recogidas por los talmudistas se enseña, a partir de la lista de naciones de Génesis 10, donde se cuentan setenta descendientes de Noé, que la humanidad se compone de setenta pueblos distintos, cada uno con su lengua y sus costumbres.

[31] Así, al parecer, Roma llegó a tener noticias sobre la China, a la sazón un imperio en expansión bajo el dominio de la dinastía confucionista Han. Roma sabía de la existencia del Imperio chino, lo mismo que los chinos sabían de la existencia de Roma, pero de manera indirecta, a través de vías comerciales y las exageraciones fantasiosas que se transmitían por ellas, jamás por un contacto real.

[32] Nuestra palabra planeta procede del griego planetes, “vagabundo”, “errante”.

[33] El desarrollo de la angelología y la demonología en el judaísmo, de claro origen oriental (zoroástrico, según se dice), que alcanzó su zenit en la época en que veía la luz el Nuevo Testamento, pese a su innegable influencia en el cristianismo naciente, nunca llegó en las comunidades cristianas a las exageraciones que leemos en la literatura apócrifa judía.

[34] También entre los cristianos unos pocos siglos después.

[35] San Mateo 12, 38; 16, 1; 24, 3; San Marcos 13, 4; San Lucas 11, 16; 21, 7.11.25; San Juan 2, 18; 6, 30; 7, 31; 11, 47; 12, 37; Hechos 6, 8; 1 Corintios 1, 22; 2 Corintios 12, 12; 2 Tesalonicenses 2, 9; Hebreos 2, 4; Apocalipsis 12, 1.3; 13, 13-14; 

[36] Romanos 8, 38; Gálatas 4, 3; Efesios 3, 10; 6, 12; Colosenses 1, 16; 2, 8.15.20.

[37] Efesios 3, 10; Colosenses 2, 15; Apocalipsis 12, 7-12.

[38] Ver la triste práctica de la llamada “guerra espiritual”, así como tanto supuesto “exorcismo” que se efectúan en ciertas comunidades de nuestros días.

[39] De ahí la importancia de una lectura desmitologizadora de los Sagrados Textos. No podemos por menos que recomendar el gran clásico BULTMANN, R. Nuevo Testamento y Mitología. Editorial Almagesto, 1998. Este trabajo, que en su primera edición en su idioma original (1941 en alemán) suscitó la polémica y la incomprensión de muchos sectores eclesiásticos, sentó unas bases que hoy siguen siendo válidas para leer el Nuevo Testamento de manera más racional y hacer posible su comprensión de modo más ajustado a la realidad.

[40] Han sido numerosos los especialistas en Sagrada Escritura que han señalado estos relatos, juntamente con la visión de Zacarías 3 y el capítulo 12 del Apocalipsis, como auténticas obras maestras literarias en lo que se refiere a la introducción en escena del diablo o Satanás, considerado como una figura puramente mítica, la plasmación de todo aquello que en la humanidad se opone abiertamente a Dios y sus designios.

[41] La actitud de respeto y dignidad que mostraba Jesús para con las mujeres y los desclasados de la sociedad, siempre escandalosa, era más elocuente que cualquier discurso en este sentido.

[42] San Lucas 10, 18; San Juan 16, 11.

[43] Por desgracia, no en la creencia y la praxis de denominaciones enteras de nuestros días.

[44] San Mateo 12, 38-40; San Lucas 11, 29.

[45] Apocalipsis 1, 10 es el primer texto de toda la literatura cristiana que menciona claramente el Domingo y le da el nombre de Día del Señor.

[46] El documento llamado la Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles es bastante más descriptivo en este sentido, y una obra de obligada lectura y estudio para la comprensión de este tema.

[47] Piénsese en las claras alusiones a persecuciones efectuadas por los poderes civiles en Romanos 12, 14.18 – 13, 8; 1 San Pedro 4, 11-19 o Apocalipsis 13, entre otros pasajes.

[48] Ver en su conjunto los Evangelios según San Mateo y según San Marcos.

[49] San Mateo y San Marcos, principalmente.

[50] Así SCHWEITZER, A. El secreto histórico de la vida de Jesús. Ediciones elaleph.com, 2000. Es un dato interesante que la escatología propuesta por este gran teólogo franco-alemán (escatología realizada, al decir de los especialistas) fuera retomada por la obra del señalado teólogo anglicano WRIGHT, N. T. El desafío de Jesús. Desclée de Brouwer, 2003.

[51] Cf. el pasaje antes mencionado de 1 Tesalonicenses 4, 13 – 5, 3.

[52] El capítulo 21 del Evangelio según San Lucas, aunque se lo considera paralelo a San Mateo 24 y San Marcos 13, presenta innovaciones que alejan la Parusía del Señor en el tiempo.




--------------------------------------


Juan María Tellería es Licenciado en Filología Clásica y en Filología Española. Diplomado en Teología por el Seminario Bautista de Alcobendas (Madrid), Licenciado en Sagrada Teología y Magíster en Teología dogmática por el CEIBI. Profesor y Decano Académico del Centro de Investigaciones Bíblicas (CEIBI). Es presbítero ordenado y Delegado Diocesano para la Educación Teológica en la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE).








Comentarios

Entradas populares de este blog

LA IGLESIA DE JESÚS SHINCHEONJI | Manuel Díaz Pineda

  LA IGLESIA DE JESÚS SHINCHEONJI,  EL TEMPLO DEL TABERNACULO DEL TESTIMONIO (SCJ). También se le conoce como Iglesia Nuevo Cielo y Nueva Tierra. El grupo también ha sido llamado "religión de la Nueva Revelación". Fundador:  Lee Man-Hee, nació el 15 de septiembre de 1931 en el pueblo de Punggak del distrito de Cheongdo en la Provincia de Gyeongsang del norte (zona ocupada por los japoneses y ahora parte de la República de Corea del Sur), se crió en una familia campesina. En 1946, estuvo entre los primeros graduados de la escuela primaria pública de Punggak, después de que los japoneses abandonaron Corea.  Lee no recibió ninguna educación superior, era un evangelista autodidacta y fue soldado  de la 7.ª División de Infantería del ejército de Corea del Sur luchando en primera línea durante la Guerra de Corea (1950-1953). Cuando terminó la guerra, se instaló en su pueblo natal como agricultor. Aunque su biografía la engorda diciendo que es descendiente...

Guía práctica para escribir una exégesis

  Muchas veces nos acercamos al texto bíblico con prejuicios o con ideas ya formuladas acerca de lo que el texto supuestamente quiere decir. Para un estudio serio del texto, debemos, en lo posible, abrirnos al texto, despojarnos de esos prejuicios y tratar de extraer de las Escrituras el mensaje revelado por Dios.  La Biblia no se interpreta sola. Debemos interpretarla. Además de una lectura orante o devocional, debemos hacer una lectura seria y profunda, una lectura bien estudiada, en otras palabras, una exégesis.  Acá les compartimos, traducida del inglés, una guía para la exégesis bíblica.