(Una perspectiva cristiana sobre respeto y
dignidad)
El viernes
28 de junio (2024), Día Internacional del
Orgullo LGTBI+, andaba yo por Madrid preparándome, junto con mi hija, para
la ceremonia de graduación de mi hijo quien recibía esa noche su posgrado en
una de las universidades de la capital española. Al inicio de la tarde
decidimos ir a una de las tiendas de arte (tanto a ella como a mí nos gusta
dibujar para descansar) promocionada como una de las más grandes y completas de
Europa. Son 1000 m2 donde se encuentran más de 30.000 productos expuestos. Allí
hice algunas compras de pinceles y otros artículos que ya comencé a utilizar.
Al salir de
la tienda de arte nos dimos cuenta de que el edificio donde está la tienda era
una joya artística, sobre todo por su fachada madrileña, llena de ventanas
hermosas, colores sobrios y, siendo ese el día de celebración de la comunidad
LGTB+, colgaban banderas alusivas al día. Tomé varias fotos y, en el vuelo de
regreso (9 horas hasta Costa Rica), comencé a bosquejar una pintura en acuarela
de esa fachada (Aquí se puede ver el resultado final de ese dibujo).
Ese día, no
solo de los balcones de aquel edificio colgaba la bandera, sino decenas de
otras edificaciones, tiendas comerciales, apartamentos y oficinas del gobierno.
Mientras dibujaba, pensaba acerca de cómo la palabra diversidad provoca
reacciones polarizadas en las comunidades de fe, en particular las evangélicas,
a las que pertenezco como teólogo y pastor. La sola mención de la palabra
enciende las reacciones más hostiles y virulentas, como si el mismo cimiento de
la fe estuviera en peligro.
Seguía
dibujando y pensando. ¿No nos ayudaría, como gente de fe, tener en cuenta que
una cosa es debatir la identidad sexual de las personas LGTB+ (si es aprobado o
no por las Escrituras, etc.) y otra respetar los derechos de las personas
LGTB+? Es decir, alguien puede creer que esas orientaciones sexuales no forman
parte de su marco de ética sexual y humana, pero no por eso puede concluir que
esas personas no tienen derechos humanos. Es definitivo distinguir entre
creencias personales y la obligación de respetar los derechos humanos,
reconociendo la dignidad inherente a cada persona. Una cosa es lo que yo creo
acerca de algo (asunto teológico y doctrinal de fe) y otra la forma como
convivo en sociedad con quienes creen y viven de una manera diferente. Para lo
primero (creencia) se necesita consciencia teológica (que es algo que se define
al interior de las comunidades de fe), para lo segundo, se requiere consciencia
ciudadana (que es algo que definimos en sociedad).

Considerar
la diferencia entre las creencias que sustentan la fe y las responsabilidades
ciudadanas que nos permiten convivir en sociedad es esencial para fomentar la
armonía y el respeto en nuestras comunidades, especialmente en un mundo lleno
de intolerancia, violencia, exclusión y deshumanización ⸺los nuevos rostros del
pecado social⸺.
La fe
cristiana, tal como la comprendemos a través de las Escrituras, nos llama a ser
ciudadanos responsables. Esta responsabilidad, que emana del núcleo de nuestra
fe, nos insta a actuar con justicia y compasión en todos los ámbitos de la vida,
contribuyendo al bienestar común y promoviendo el respeto y la dignidad de
todos los seres humanos. Este respeto trasciende la coincidencia en las formas
de creer, actuar y pensar, reconociendo la diversidad en todas sus formas y
valorando a cada persona por su humanidad intrínseca.
Ideal sería
que las creencias coincidieran con los valores y principios de la convivencia,
pero cuando eso no sucede, se apela al respeto, la tolerancia (aunque esa
palabra tenga sus cuestionamientos) y la consideración de que todos los seres
humanos, como dice el Preámbulo de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, gozan de una dignidad intrínseca y sus
derechos son iguales e inalienables, porque forman parte de la familia humana.
¡Eso es!
Comprender que toda persona forma parte de la familia humana, aunque, como
decimos en el lenguaje de la fe, muchos, no formen parte de la familia de Dios
(de la familia confesional). Bien repetía mi abuelo Joaquín: “una cosa es una
cosa y otra cosa es otra cosa”. Verdad de Perogrullo.
Entonces,
volviendo a mi acuarela, la que espero que les guste, esa bandera merece
respeto porque hay personas que, aunque su orientación sexual es diferente a la
mía, son seres humanos dignos. Así de sencillo, aunque haya resultado muy
complejo aceptarlo. Son iguales e inalienables. Desconocerlo, como también se
dice con razón en el mismo Preámbulo citado antes, ha originado “actos de
barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha
proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un
mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten
de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.

Escribo
ahora como latinoamericano, donde 344 personas LGBTI+ fueron asesinadas en diez
países de la región: Bolivia, Colombia, México, Honduras, Guatemala, República
Dominicana, Perú, Ecuador, Nicaragua y El Salvador. Y donde Colombia, mi país
de origen, por tercera ocasión consecutiva, registró la mayor parte de esos
casos: el 43 por ciento del total ocurrió en mí país. Los informes muestran que
la mayor parte de las víctimas fueron hombres gais (145) y mujeres trans (112).
Los especialistas se refieren a estos hechos de violencia bajo el concepto de
violencia por prejuicio.
Por eso, propugnar
por el respeto a la diversidades sexuales, como también a las étnicas, generacionales,
lingüísticas, religiosas y otras; comprometerse con la justicia y la igualdad,
no de creencias, sino de derechos y posibilidades humanas, y amar con el amor
que Jesús nos enseñó, es la fórmula maestra del Maestro, para convivir en paz
(Shalom de Dios) y contribuir, desde la fe, en la construcción de sociedades
pacificas y pacificadoras, donde prive el respeto mutuo y armonioso, en el que
cada persona sea valorada como criatura de Dios (afirmación de fe) y, así, sea
posible la ternura social.
Ante lo
dicho hasta aquí, habrá quien me pregunte, sabiendo que soy teólogo y pastor
evangélico, por mis creencias acerca de la argumentación bíblica o
fundamentación teológica de las orientaciones sexuales, la identidad de género,
las expresiones de género y el largo etcétera de temas que pululan en el debate
ético de las comunidades de fe. Pues, ¿qué respondo? Que esos temas debemos
seguirlos estudiando y debatiendo en la comunidad de fe. No ha sido ese el tema
en esta ocasión. Hoy he pintado la acuarela y, dibujándola, he pensado, no en
los asuntos propiamente doctrinales del tema, sino en la actitud social que, en
mi opinión personal, se debe asumir desde la fe para vivir en sociedades
diversas y plurales como las nuestras. Creo que la convivencia está primero que
la creencia y, esta última, tendrá real sentido cuando de manera efectiva ayude
a esa convivencia. De lo contrario, seremos personas de firmes creencias ⸻a
veces de fanáticas afirmaciones⸻, pero con escasa contribución a la armonía
social.
Como
teólogo y pastor, seguiré promoviendo el respeto y la dignidad para todos, y
llamo a mis colegas y a las iglesias en general a unirse en torno a la causa
cristiana de un mundo donde la paz y el respeto prevalezcan. El apóstol
recuerda: “Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz
con todos” (Ro.12:18). 28 de junio, Día internacional del respeto y la dignidad
social para la comunidad LGTBI+.
Harold Segura es pastor evangélico bautista, teólogo y administrador de empresas. Miembro de la «Fraternidad Teológica Latinoamericana» (FTL) y de la Junta Internacional del Movimiento «Juntos con la Niñez y la Juventud» (MJNJ).
Desde el 2013, forma parte del Consejo Coordinador del «Proyecto Centralidad de la Niñez», del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), Pastoral da Crianca y World Vision. Fue rector del Seminario Teológico Bautista Internacional (1995-2000), hoy Fundación Universitaria Bautista, y actualmente es Director de Relaciones Eclesiásticas e Identidad Cristiana de «World Vision» para América Latina y El Caribe.
Nacido en Cali, Colombia y residente en San José, Costa Rica, está casado con Marilú Navarro y es padre de dos hijos.
Harold, muy buen artìculo! yo solo me cuestiono si nosotros podemos llamar Derechos a algo que Dios llama Pecado, solo eso. No me termina de cerrar eso. No logro aceptar que una conducta que Dios considera pecado se transforme en un Derecho Humano a ser practicado, respetado y en muchos casos alentado. No logro hacer esa disociaciòn. Porque si una persona de orientaciòn homosexual llega a mi iglesia, lo amare, pero en algùn momento va a sentir que su conducta no es lo que Dios espera de èl. Perfectamente podrìa sentirse violentada en sus derechos ante esto, pero me pregunto, tenemos otro camino los cristianos ante este tema?
ResponderEliminarGracias por tu interés. Los derechos humanos, para tomar solo una parte. Incluyen derechos a la salud, al trabajo, a la vida (no a asesinarlos), a la educación, etc, Sin duda, tienen todos.estos derechos. En mi artículo no entro en la discusión, por cierto también necesaria, de si es de Dios o no. De nuevo, gracias
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