El cristianismo, como religión, se ha caracterizado por sufrir persecución. Y esto desde sus orígenes hasta nuestros días. En las Escrituras encontramos que la persecución iba a ser parte del estilo de vida del cristiano. Jesús dijo en Mateo 5:11 “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan...”. De igual manera el apóstol Pablo asegura que los seguidores de Jesús que vivieran una vida piadosa serian objeto de persecución. En 2 Timoteo 3:12 dice: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”. En el relato de los Hechos, Lucas también registra la persecución de los cristianos de Jerusalén. En Hechos 8:1 dice: “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles.” En Hechos 11:19 dice: “Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos.”
Razones de
las persecuciones
Cabe
preguntarse cuáles fueron las razones por la cual el Imperio romano persiguió
la iglesia cristiana. Quizás la razón fundamental fuera, como señala César
Vidal, que el cristiano era diferente.
Lo que justifica la eliminación
física de los cristianos es, ni más ni menos, que creen de manera diferente,
que contemplan la existencia de manera diferente, que viven de manera
diferente. No ilegal o perversamente. Solo diferente. (Vidal, p. 58, 2014)[1]
Se decía que ellos odiaban al mundo
entero debido a lo secreto de sus actividades, a su cohesión y a su aislamiento
de gran parte de la vida social, a causa de la contaminación de esta con la
idolatría. (Green, p. 55. 1997)[2]
La mayoría de los actos violentos
padecidos por las comunidades cristianas obedecen a la hostilidad del pueblo.
Los cristianos parecían demasiado exclusivistas en sus formas y costumbres. Se
parecían mucho a lo que hoy se llama “secta peligrosa”. Rechazaban el culto de
los dioses de la nación, se abstenían de los juegos y fiestas populares en honor
de los dioses tutelares de la ciudad o del oficio de cada gremio. Condenaban la
práctica del aborto y recogían a los niños abandonados. Se reunían a escondidas
y estaban estrechamente ligados por lazos de hermandad religiosa. Para el
pueblo no había duda que tramaban algo malo y que nada bueno hacían en sus
celebraciones. (Ropero, p. 68, 2010)[3]
Afortunadamente para los cristianos,
algunos emperadores que le suceden no tienen a los cristianos por peligrosos ni
criminales, pues prohíben a los magistrados buscarles y perseguirles de oficio.
No creen, por lo que se ve, en las acusaciones de las que generalizadamente
eran objeto. Por eso les otorgan una semiprotección jurídica, procurando
defender el orden público y rechazando como una afrenta las acusaciones
anónimas sin prueba. Aun con todo, ordenan ajusticiar a aquellos cristianos que,
acusados ante los tribunales, no abjuren de su fe. Consideran, por tanto, la
perseverancia en el cristianismo como un hecho punible —independientemente de
la realidad o falsedad de los crímenes imputados—; lo que parece obedecer a un
estado de opinión que negaba a los cristianos el derecho a la existencia.
(Ropero, p. 71, 2010)[4]
Intereses particulares
Unidos, o como parte de prejuicios que afectaban al pueblo, y más tarde a los políticos, los motivos personales de rencor y antipatía, de interés privado y profesional, jugaron un importante papel en las persecuciones a todos los niveles. Los factores económicos siempre estuvieron presentes. En medio de la satisfactoria prosperidad del siglo II, por ejemplo, el gobierno desaprueba la violencia contra los cristianos, pero cuando llegamos a la crisis del siglo IV, Valeriano desencadenó un ataque movido por la necesidad de procurarse dinero. De hecho, el ostracismo social y económico fue la forma de persecución más difundida y prolongada contra los cristianos. (Ropero, p. 76, 2010)[5]
Por causa del nombre
Ningún delito —flagitia en los términos de la época— podía imputarse a los
cristianos, excepto llamarse tales. En los procesos contra ellos no se ve a
ningún magistrado romano sustanciando ninguna clase de delitos, al contrario,
“los vemos preocupándose exclusivamente de dilucidar la pertenencia o no del
acusado a la secta cristiana y, una vez confirmada esta adscripción al nomen, pronunciando indefectiblemente la
pena capital, es decir, considerando aquella pertenencia al delito de lesa
majestad en grado máximo” (Ropero, p. 78, 2010)[6]
Fortaleza del cristianismo frente a las persecuciones
Es evidente
que el cristianismo se fortaleció y resplandeció en medio de las persecuciones
de la que fue objeto hasta la conversión de Constantino y el subsiguiente
Edicto de Milán. Y frente a toda probabilidad, el cristianismo en vez de ser
diezmado, fue multiplicado. En parte porque las persecuciones no eran continuas
y sistemáticas, y en parte porque los seguidores de Jesús estaban resueltos a
difundir su fe por todo el Imperio. Aunque es probable que no todos los
cristianos mostraran tanta firmeza y valentía cuando eran perseguidos, sí
estamos plenamente convencidos que estos no fueron la mayoría. El cristiano, en
su generalidad, se mantuvo firme frente a las persecuciones. Las razones para
mostrar tal actitud pudieran ser las siguientes:
- El conocimiento a priori de parte de los discípulos de Jesús de que vendrían
las persecuciones. Ningún creyente podría sorprenderse. Las persecuciones
eran una realidad profetizada.
- El entendimiento profundo del sacrificio de
Cristo en la cruz y el deseo de parte de los discípulos de Cristo de
identificarse con su Señor por medio del martirio. Pablo mismo estaba
resuelto a eso. En Hechos 21:13 dice: Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome
el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, más aún a morir
en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
- La convicción de saber que el evangelio es la
verdad. Verdad que se caracteriza por ser una verdad liberadora. En el
mismo Imperio romano esto se iba a evidenciar por ejemplo en la dignidad
que el cristianismo le confería a la mujer pero que el Imperio le negaba.
- La esperanza de la resurrección. Los cristianos
estaban plenamente convencidos de que un día resucitarían para estar con
Cristo en los cielos.
Seguir a Jesús era la suma de toda
su existencia. Para estos creyentes fieles, el nombre “cristiano” era mucho más
que una mera designación religiosa. Esto definía todo acerca de ellos,
incluyendo como se veían a sí mismos y al mundo a su alrededor. El sello
enfatiza su amor el Mesías crucificado justo a su disposición a seguirle sin
importar el costo. Esto hablaba de la transformación total que Dios había
producido en sus corazones y daba fe de la realidad de que en Él se habían
renovado completamente. Ellos habían muerto a su antiguo modo de vida, habiendo
nacido nuevamente en la familia de Dios. Cristiano no era
simplemente un título sino una forma completamente nueva de pensamiento, una
que tenía serias implicaciones por cómo vivían, y finalmente como morían.[7] (MacArthur, p. 9, 2011)
Tal fue la actitud de Ignacio, un
pastor de Antioquia y discípulo del apóstol Juan. Al ser condenado a muerte en
Roma (cerca del año 110 d. C), Ignacio escribió: “No es que quiera
simplemente que me llamen cristiano sino realmente serlo. Sí, si pruebo ser uno
(siendo fiel hasta el final), entonces puedo tener el nombre… Ven fuego, cruz,
batalla con bestias, dislocadura de huesos, mutilación de extremidades,
trituración d todo mi cuerpo, torturas crueles del diablo, ¡solo déjame llegar
a Jesucristo!”.[8]
“Constantino no estaba ocasionando
el triunfo del cristianismo sobre el paganismo; se rendía solo-
inteligentemente- ante la evidencia. Para entonces, como se desprende de
recientes estudios, cerca de la mistad de la población del Imperio romano podía
ya considerarse cristiana. Se trataba de una victoria espiritual sin paralelos
antes y después en la historia de la humanidad.” (Vidal, p. 79, 2010).[9]
La cantidad de las persecuciones y las características de estas
Se pueden
señalar por lo menos diez persecuciones desde el emperador Nerón hasta
Diocleciano. Es muy probable que fueran más, sin embargo, estas diez son las
que, tradicionalmente, han sido documentadas.
La última, la más sistemática y las
más terrible de todas las persecuciones tuvo lugar en el reinado de Diocleciano
y sus sucesores, de 303-310 d. C. En una serie de edictos se ordenó que todo
ejemplar de la Biblia fuese quemado; que todas las iglesias, que se habían
levantado por todo el Imperio durante el medio siglo de comparativa calma,
fuesen derribadas; que todos los que no renunciasen su religión cristiana
perdiesen su ciudadanía y quedasen fueran de la protección de la ley. (Hurlbut,
J.L., p. 51, 1990)[11]
Se ha hecho referencia
tradicionalmente a una novena persecución bajo Aureliano. Lo cierto es que,
como en el caso de Domiciano, no se produjo ninguna persecución bajo emperador
y semejante afirmación no pasa de lo legendario. (Vidal, p. 59, 2010)[12]
Notas
[1] Vidal, César. (2014). La herencia del
cristianismo: Dos milenios de legado. Estados Unidos: Editorial JUCUM.
[2] Green, Michael. (1997). La evangelización en la
iglesia primitiva. Estados Unidos: Nueva Creación.
[3] Ropero, Alfonso. (2010). Mártires y
perseguidores: Historia General de las persecuciones (siglos I-X). España:
Editorial CLIE.
[4] Ibidem
[5] Ibidem
[6] Ropero, Alfonso. (2010). Mártires y
perseguidores: Historia General de las persecuciones (siglos I-X). España:
Editorial CLIE.
[7] MacArthur, John. (2011). Esclavo. Estados
Unidos: Grupo Nelson.
[8] Ibídem
[9] Vidal, César. (2014). La herencia del
cristianismo: Dos milenios de legado. Estados Unidos: Editorial JUCUM.
[10] Ropero, Alfonso. (2010). Mártires y
perseguidores: Historia General de las persecuciones (siglos I-X). España:
Editorial CLIE.
[11] Hurlbut, J.L. (1990). La historia de la iglesia
cristiana. Deerfield, Florida: Editorial Vida.
[12] Vidal, César. (2014). La herencia del
cristianismo: Dos milenios de legado. Estados Unidos: Editorial JUCUM.
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