El asombroso mundo de la Biblia
Editorial Sola Fide. Dr. Manuel Díaz Pineda
Acostumbrados como estamos a nuestras Biblias impresas como un tomo bien definido, tendemos a pensar que la Biblia siempre fue así, como si hubiera caído del cielo ya completa, con su división en Antiguo y Nuevo Testamento, sus libros canónicos, sus capítulos y sus versículos reglamentarios.
Eso sí, sabemos que fue escrita en otro idioma al nuestro, en hebreo y griego básicamente, hasta ahí llegamos. También sabemos que el soporte material de su escritura no fue el papel, sino el papiro y el pergamino. E incluso sabemos que originalmente no fue un libro tal como lo conocemos hoy, sino un rollo, o colección de rollos de papiro o de piel que, desde luego, no se podía acarrear debajo del brazo de un lugar para otro, ni se podía consultar con la misma facilidad y soltura con las que disfrutamos hoy.
En su origen los libros de la Biblia componían en sí mismos una verdadera y auténtica biblioteca, que eso es lo que significa Biblia y por eso fue bautizada con este nombre. Nuestra palabra Biblia procede directamente del griego βιβλία con su sentido plural de “libros”, pasado por la transliteración latina Biblía.
Para los que gusten de detalles eruditos, decir que βιβλία, que hoy tiene todas esas connotaciones santas, sagradas y reverentes que asociamos a ella, viene de βιβλίον, que significa “papiro”, o “rollo”, que era nombre dado a los libros, antes de la existencia de los códices (formatos más manuales), que fueron adoptados rápidamente por los primeros cristianos.
Pero, claro, así dicho y entendido en la antigüedad, la βιβλία sonaba a poca cosa, a un rollo o conjunto de rollos más entre los muchos existentes. Por eso, los judíos, muy celosos de sus escrituras santas, poco antes de la era cristiana utilizaron una expresión común para referirse a ella que da cuenta de la alta estima y veneración dada a estos “rollos” o libros: τὰ βιβλία τὰἅγια (ta biblía ta hágia), o sea: Los libros sagrados.
Así aparece por primera vez en 1 Macabeos 12:9: «Nosotros no tenemos necesidad de estas cosas, pues buscamos nuestro apoyo en los libros sagrados que poseemos». Esta designación ha perdurado casi hasta nuestros días, cuando la mayoría, creyentes incluidos, se han acostumbrado a título más breve y secularizado. La Biblia. Para nuestros padres siempre era la Santa Biblia o las Sagradas Escrituras. Es lo que hace diferente del resto de libros.
“Un libro realmente único”, al decir de Juan María Tellería, “del todo singular, radicalmente distinto de la mayoría de los que conocemos, aunque presente rasgos comunes con otras obras de la literatura antigua o de la historia del pensamiento, ya estén consideradas sagradas o no”.
En cuanto uno de los libros más antiguos de la literatura universal, la Biblia tiene su historia, su origen literario, su desarrollo, su composición final, y todas las vicisitudes propias de cualquier producción escrita.
La inmensa mayoría de los que leen y estudian la Biblia para su vida devocional o doctrinal ignoran y son del todo indiferentes a la formación de material de la Biblia en cuanto libro que registra la Palabra de Dios.
Sus primeros inicios, coincidentes con el asombroso invento de la escritura, sus autores, su transmisión literaria, la forma en que ha llegado a nosotros por medio de diversos soportes desde el papiro a la piel. A estos y otros asuntos tan importantes para tener una idea completa de la Biblia en cuanto libro antiguo y nuevo a la vez, gracias a la conservación de su texto y la traducción del mismo a casi todos los idiomas hablados hoy en nuestro planeta. ¿Cómo podemos estar seguros de la transmisión fiable de los textos originales? ¿Tienen sentido tantas versiones y revisiones?
Son muchas las preguntas que podemos hacernos y que solo encontrarán respuesta en un libro como el presente, gracias al esfuerzo de su autor de investigar en la historia de la escritura en la humanidad, en los idiomas antiguos del mundo bíblico, y en los manuscritos que han llegado hasta nosotros como una prueba evidente de la fidelidad del texto actual al texto antiguo original.
Una obra descriptiva que servirá para instruirse y para edificarse a la vez, ya que la Revelación de Dios a la humanidad no es una quimera o un saber místico escondido, sino una comunicación directa a Dios al ser humano en su historia y peregrinación espacio temporal.
La Biblia es el registro de esa Historia de la Salvación que comienza con el llamado de Abraham, el padre de los creyentes y culmina con Jesucristo, el Verbo de Dios, la salvación de Dios hecha carne y sangre, su Palabra última y definitiva que todavía llega a nosotros con la frescura y relevancia de antaño:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:1-4).
Prologo del Dr. Alfonso Ropero
Creo. Catecismo cristiano para mentes inquietas
Editorial Sola Fide. Dr. Juan María Tellería
Editorial Sola Fide acaba de lanzar al mercado un nuevo libro del Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga, pero en este caso no se trata de los comentarios reflexivos a algún libro de las Sagradas Escrituras que le son habituales. Ahora se trata de un manual de instrucción religiosa que lleva el título de Creo y el más que sugerente subtítulo Catecismo cristiano para mentes inquietas. No suelen prodigarse este tipo de trabajos en la pluma de autores de teología reformada, por lo que bien podemos entender que esta obra representa, en cierto modo, un hito en el ámbito de las publicaciones de corte protestante en la lengua de Cervantes.
El autor lo indica con claridad ya en el prólogo: advierte de que no es su intención elaborar un compendio doctrinal de una confesión en concreto, ni siquiera de aquella a la que él mismo pertenece y en la cual ejerce el Sagrado Ministerio, sino un catecismo cristiano en el más amplio sentido del término, es decir, para uso de cuantos se consideren discípulos de Cristo, independientemente de cuál sea su adscripción denominacional o de que realmente tengan alguna. Con ello pretende esbozar un horizonte amplio, no restringido, no singularmente delimitado, en el que se encuentren cómodos la mayoría de los lectores cristianos profesos. Pero, al mismo tiempo, esta característica conlleva el desafío de toparse con ideas, conceptos u opiniones que no siempre resultarán del agrado de todos, vale decir, el desafío de hacer frente a otros modos de pensar y de reflexionar sobre ello en el marco multicolor de la religión cristiana universal.
Que tales características vengan presentadas en la forma tradicional que han tenido siempre los catecismos constituye, sin duda, uno de los grandes aciertos de este trabajo. En efecto, el lector se topa desde el capítulo introductorio con la clásica formulación de preguntas muy concretas y sus correspondientes respuestas, como si de una conversación entre un maestro y su discípulo se tratara, método este esencialmente pedagógico que facilita la asimilación de lo expuesto, al mismo tiempo que convida a todo tipo de planteamientos sobre lo leído. Así van desfilando página tras página, capítulo tras capítulo, secciones clásicas de la instrucción catequética cristiana universal como son los credos históricos, los diez mandamientos, las oraciones del cristiano, las virtudes teologales, los siete pecados capitales o los siete sacramentos, amén de otras cuestiones de idéntico tenor y otras más actuales, siempre en aras de una llamada a la reflexión más pura, más genuina, en la idea de que alguien que se confiesa seguidor del Carpintero de Nazaret no puede jamás conformarse con una asimilación mecánica de conceptos adquiridos, sino que está más bien llamado a hacerlos suyos con plena conciencia y convicción.
Dicho lo cual se puede entender muy bien que Creo. Catecismo cristiano para mentes inquietas constituya una obra pensada especialmente para creyentes genuinos, sin duda (¿a quién si no puede interesar leer un catecismo?), y por encima de todo maduros. No nos referimos a la madurez propia de la edad biológica, sino a esa otra a la que se accede por medio de la reflexión inteligente, la lectura, la apertura mental. De no ser así, difícilmente se puede hacer frente a los retos que plantea hoy la evolución de las sociedades y de los conocimientos; con arduos esfuerzos podrá la Iglesia brindar respuestas a las necesidades de un mundo que cambia a velocidades vertiginosas y que exige de los creyentes claras tomas de postura ante realidades imposibles de obviar o relegar.
Este trabajo del Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga en ningún momento se presenta como una panacea o como un manual que tiene soluciones para todo, nada más lejos del pensamiento y la intención de su autor. Únicamente pretende convidar a la reflexión sobre el depósito común de la fe. Lo consigue, sin duda alguna.
-------------------------------------------------------------------
Comentarios
Publicar un comentario