No cerremos los ojos a la realidad: la Biblia es hoy para un buen porcentaje de la ciudadanía de los países occidentales un libro totalmente desprestigiado. No es el caso, por supuesto, de quienes con absoluta seriedad la estudian desde el punto de vista literario o histórico, y ni que decir tiene, tampoco el de quienes la reconocen como Palabra de Dios revelada a los hombres, con todos los matices que ello pueda implicar. Pero, nos guste o no, para el (gran) resto se ha convertido en algo negativo. ¿La razón? A la vista está. Son cada vez más numerosas las noticias en que supuestos defensores a ultranza de la Biblia protagonizan actos considerados como reprobables, desde ceremonias cúlticas en las que se “exorcizan” supuestos demonios, con toda la parafernalia que ello conlleva, hasta oraciones e imposiciones de manos a muy discutibles candidatos presidenciales o senatoriales en distintas repúblicas americanas, pasando por la presión ejercida en ciertos lugares sobre las escuelas para que no enseñen ciencias naturales “ateas”, todo ello sin mencionar a los (tele)predicadores cazadiezmos o partidarios de una exterminación masiva de homosexuales. “Et ainsi de suite”. Lo que en otros tiempos hubiera pasado por meras extravagancias de grupos sectarios muy restringidos o por “cosas de los norteamericanos”, hoy campa por sus fueros en América y también en Europa y en el resto del mundo; las ideas estrambóticas de estas sectas evangélicas se encuentran por todas partes, y en cualquier lugar generan rechazo y animadversión. Y la gran culpable parece ser la Biblia, conceptuada como fuente de todo absurdo y de todo sinsentido.
¿Qué se puede hacer ante semejante distorsión de las Sagradas Escrituras? O con las palabras del título de esta reflexión: ¿es posible leer la Biblia de manera inteligente? Sin duda que sí, y además sin que resulte tan complicado como pudiera parecer. Cuatro simples pasos nos ayudarán muchísimo en ello.
El primero es algo tan sencillo como LEERLA ENTERA. No, no se trata de ninguna broma. Nos referimos al hecho de comenzar la lectura de la Biblia por Génesis 1:1 y concluirla en Apocalipsis 22:21, recorriendo TODO el Antiguo y el Nuevo Testamento, libro por libro, capítulo por capítulo y versículo por versículo, deuterocanónicos incluidos si ello es posible y no se tienen prejuicios contra esa literatura. La realidad es que son demasiados quienes se erigen en portavoces bíblicos sin haber leído las Sagradas Escrituras al completo ni una sola vez. Sin duda que conocen algunos libros muy concretos, los que más les han llamado la atención o aquellos de los que mayormente han oído hablar, y selecciones del resto, pero no la totalidad de la Biblia. Es imposible emitir una opinión correcta sobre un libro o pretender entenderlo de manera inteligente si no se lee realmente todo el conjunto. Y ello nos conduce directamente al segundo paso:
DISCERNIR EL VALOR O EL PESO TEOLÓGICO DE SUS ESCRITOS COMPONENTES
Únicamente al leer la Biblia al completo podemos calibrar el contenido de cada uno de sus libros. Pese a las afirmaciones bienintencionadas de ciertas confesiones de fe o declaraciones doctrinales de otros tiempos según las cuales todos los libros que componen la Biblia tienen el mismo valor, la realidad es que una lectura, incluso superficial, del conjunto de las Escrituras es más que suficiente para evidenciar las enormes diferencias existentes entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, o entre los libros históricos y los proféticos, o entre los evangelios y las epístolas, pongamos por caso. Y desde luego, a nadie se le pasaría por la cabeza recomendar a un neófito como primer contacto con la Biblia el libro de los Jueces, o el de Josué, o los de Samuel y Reyes, o el Apocalipsis de San Juan. El lector avezado a las Escrituras podrá sin demasiados esfuerzos percatarse de la importancia de cada libro y entender cuáles son los que mejor responden a las necesidades espirituales básicas del ser humano, cuáles pueden considerarse mejor elaborados desde el punto de vista teológico. Ello nos conduce al siguiente paso:
ATENDER A LOS AVANCES DE LAS CIENCIAS BÍBLICAS
Un error muy frecuente en ciertos grupos evangélicos de nuestros días consiste en presentar la Biblia como si fuera un libro recién editado, como si se hubiera acabado de escribir hoy mismo. Las derivas de semejante punto de vista son patentes en el mundo de las sectas. Desde hace ya unos tres siglos se vienen desarrollando y aplicando a las Sagradas Escrituras métodos muy serios y muy bien elaborados de estudio textual y crítico que nos han permitido aprender muchas cosas acerca del trasfondo histórico y social de la Biblia, de los medios vitales en que vieron la luz los libros que hoy componen el Antiguo y el Nuevo Testamento. Sin tales herramientas, elaboradas (todo hay que decirlo para evitar equívocos) por cristianos comprometidos, hoy no es posible una lectura correcta de los libros bíblicos, pues describen mundos y sociedades que ya no existen, y presentan sistemas de pensamiento y conceptos no siempre aplicables a nuestra realidad actual. Ignorar estos hechos es abrir la puerta de par en par a la locura de querer remedar patrones sociales, económicos e incluso políticos de épocas pretéritas y mundos desaparecidos, teñidos de una religiosidad que muchas veces no tiene nada que ver con la que presentan los evangelios. De ahí que sea imprescindible el cuarto y último paso propuesto:
RECONOCER LA REVELACIÓN SUPREMA DE DIOS EN CRISTO
Ningún cristiano serio de nuestros días dejará de reconocer que Dios se reveló, efectivamente, al antiguo Israel a lo largo de un proceso no siempre computable ni medible con los métodos actuales de las ciencias históricas. Asimismo, nadie hoy pondrá en duda que esa revelación, recogida en el Antiguo Testamento, lleva la impronta cultural de su momento, vale decir, viene revestida con el atuendo del pueblo en medio del cual se realizó, con lo que refleja muchas veces sus inquietudes, sus angustias, sus concepciones del mundo y de la existencia, que no son las nuestras. Pero la revelación suprema de Dios no la hallamos en los hagiógrafos, los poetas, los sabios o los profetas de Israel, sino en la Persona y la obra de Cristo Jesús. Ello implica que nuestra lectura de la Biblia no puede ni debe de estar condicionada por la revelación primitiva a Israel, sino por la definitiva en Cristo. Es Cristo quien ha de dar la pauta, la clave de comprensión de toda la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, obviando cuanto en ella no concuerde con su mensaje o incluso lo contradiga abiertamente. Son demasiadas, excesivas en realidad, las lecturas que hoy se prodigan de la Santa Biblia en medios evangélicos diametralmente opuestas al evangelio de Cristo y totalmente carentes de su espíritu, de su esperanza, de su compasión por los caídos. Cristo es quien hace la diferencia, el gran punto de inflexión entre lo que debe ser considerado auténtico cristianismo y el más ofensivo sectarismo. El propio Jesús de Nazaret muestra el camino a la comprensión real de las Escrituras cuando declara que ellas dan testimonio de él (San Juan 5:39) o cuando abre el entendimiento de sus discípulos para que sepan leer en ellas lo que él proclama de sí mismo (San Lucas 24:44-45).
Cuatro pasos bien sencillos, decíamos, y así es. Pero todos entendemos que para tal coyuntura, para que los cristianos de hoy podamos acercarnos a la Santa Biblia sin tensiones y dispuestos a comprender su mensaje, es preciso que exista un ministerio pastoral realmente formado que sepa guiarnos, con una mente abierta al conocimiento, sin soberbias pretensiones de posesión de la verdad absoluta, y con un corazón sensible al llamado y la dirección del Espíritu Santo.
SOLI DEO GLORIA
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Juan María Tellería es Licenciado en Filología Clásica y en Filología Española. Diplomado en Teología por el Seminario Bautista de Alcobendas (Madrid), Licenciado en Sagrada Teología y Magíster en Teología dogmática por el CEIBI. Profesor y Decano Académico del Centro de Investigaciones Bíblicas (CEIBI). Es presbítero ordenado y Delegado Diocesano para la Educación Teológica en la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE).
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