Aparte de los Cantos de los barrios bajos, son ya muy pocos los que recuerdan a Toyohiko Kagawa, un hombre pequeño de quien se pueden decir muchas cosas grandes.
Nuestros abuelos en la fe tradujeron un cierto número de sus obras al español, como los mencionados Cantos de los barrios bajos, publicados en México por la editorial Alba (1938), con notas introductorias del Dr. Gonzalo Báez Camargo. Le siguió la obra más emblemática de Kagawa, El amor, ley de la vida (Love, the Law of Life, SCM, Londres 1930), publicada en Argentina por La Aurora (1939). La misma editorial Alba publicó la biografía escrita por William Axling, Un gran profeta japonés (México 1939, reeditada por CUPSA en 1953).
Algo de su
vida
Kagawa nació el 10 de julio de 1888 en Kobe (Japón), hijo de los amores
extramaritales de un samurái y una geisha. Por algún motivo, el niño llamó la
atención del padre y este le adoptó como hijo. El padre era una figura política
de alto relieve de la época, contándose entre los hombres más poderosos del
Imperio, aquellos que fundaron la Era Meiji, la “«Era del Reinado Ilustrado».
Sin embargo, el pequeño Kagawa no disfrutó mucho de su padre, que murió cuando
él solo era un niño. Toyohiko y una hermana mayor fueron llevados al hogar de
sus antepasados en Awa, y confiado al cuidado de la esposa que su padre había
abandonado y al de la abuela. En aquel viejo caserón señorial pasó su infancia,
triste, solitario, desprovisto de cariño, maltratado a causa de cualquier
insignificancia, contemplando la hipocresía de las clases altas de Japón y el
sufrimiento intenso de los desheredados y de los trabajadores del campo.
De allí pasó a una casa de estudios en Tokushima, donde entró en
contacto con misioneros cristianos, los doctores Harry W. Myers y Charles A.
Logan. De ellos aprendió el idioma inglés y la fe cristiana, que ganó su
corazón. La vida de Cristo según los Evangelios le cautivó. Su oración fue: «Oh
Dios, hazme semejante a Cristo». La oración fue respondida de inmediato. Su
familia le desheredó.
En aquel viejo caserón señorial pasó su infancia, triste, solitario, desprovisto de cariño, maltratado a causa de cualquier insignificancia, contemplando la hipocresía de las clases altas de Japón y el sufrimiento intenso de los desheredados y de los trabajadores del campo.
Toyohiko estudió en la Universidad Presbiteriana de Tokio.
Posteriormente en el Seminario Teológico Kobe. Descontento con el enfoque
doctrinal de las verdades cristianas, Toyohiko creía, acertadamente, que el
Evangelio no solo tiene que ver con la doctrina y el intelecto, sino también
con la práctica y la acción en pro de los hombres, como se desprendía de la
lectura de la parábola del Buen Samaritano.
En los barrios bajos
Un día de la Navidad de 1909, excluido de los privilegios de la
aristocracia nipona por causa de su fe cristiana extranjera, recibió el llamamiento que iba a ser su revelación
personal, su consagración a la acción que buscaba. La luz le vino de la
penumbra doliente de los tugurios de los barrios bajos de Shinkawa de la ciudad
de Kobe. Allí donde ninguna persona bien considerada en la buena sociedad se
atrevía a poner los pies, recinto de criminales y prostitutas, lugar maldito de
casas de juego y corrupción, marchó Toyohiko abandonando su cómoda residencia
en el seminario. Cogió sus pocas pertenencias e hizo entrada solo y silencioso
en los barrios bajos de Shinkawa. Se estableció en un cuartucho cuyas paredes
estaban manchadas de sangre; se había cometido un crimen en aquel lugar y las
gentes supersticiosas huían de allí. Su plan era hospedar a los leprosos, a las
pobres mujeres de la calle, a los tahúres de conciencia entenebrecida, a las
madres abandonadas y a los niños desnudos y hambrientos. Allí quiso escribir
con los propios actos de su vida abnegada y vibrante una versión del Sermón del
Monte. Así es como llegó a ser conocido como el «santo de Shinkawa».
Comenzó su empresa contando únicamente con el ingreso mensual de cinco
dólares y medio. Su tarea fue agobiadora. Carecía de amigos influyentes. Por
otra parte, debía luchar contra la sólida muralla de la inercia y de la
indiferencia. Pero no se limitó a su trabajo personal en favor de los
necesitados, sino que inició un movimiento popular cuyas consecuencias fueron
mayores de lo que él podía imaginar. Recorrió el Imperio y desde la tribuna
defendió su causa; bombardeó la prensa con artículos que describían
gráficamente casos concretos, exhibiendo los resultados de sus estudios de
primera mano y demostrando que la sordidez moral de los barrios bajos era fruto
de su espantosa situación de desamparo y consecuencia del pecado social de la nación.
Allí donde ninguna persona bien considerada en la buena sociedad se atrevía a poner los pies, recinto de criminales y prostitutas, lugar maldito de casas de juego y corrupción, marchó Toyohiko abandonando su cómoda residencia en el seminario.
Fue a los Estados Unidos para mejorar su formación. Estudió en el
afamado Princeton Theologcal Seminary
(1914-16). A su regreso, prosiguió su batalla sin cuartel contra aquel estado
de cosas. Sus novelas y sus libros sobre temas sociológicos, así como sus
poemas, inundaron el país, alcanzando gran popularidad.
Toyohiko Kagawa defendió que el ministerio de Jesús ofrece esta nota
peculiar: «Limitó su misión religiosa a los enfermos, a los débiles, a los
pobres, a los abandonados y a los pecadores. Esto es, Jesús penetró en la
esencia del universo desde su lado patológico».
En 1926 el Gobierno, movido por la obra y acción de Kagawa, se decidió a
eliminar los barrios bajos de las más grandes ciudades del Imperio. Diez
millones de dólares se dedicaron a este fin. Las viviendas horrorosas de
Shinkawa ya no existen; los barrios incubadores de crímenes desaparecieron. Las
celdas fueron reemplazadas por casitas construidas de acuerdo a los cánones de
arquitectura moderna. Los niños pudieron asistir a la escuela y personal
preparado se encargó de su educación.
Pacifista
En 1904 Japón atacó la flota rusa amarrada en Port Arthur y destruyó
toda su flota báltica. La nación celebró la acción como un gran triunfo sobre
la política expansionista rusa. Kagawa, que era un pacifista hasta los tuétanos
(como también lo fue James K. Hardie), se atrevió a hablar contra este acto de
guerra, que fue muy celebrado y glorificado por los nacionalistas. Los mismos
compañeros de estudio de Kagawa en el seminario le agredieron como a un loco
peligroso; advertencia de lo que estaba por llegar. Pero no por eso se arredró,
al revés, cuando fue necesario se puso en cabeza de la oposición al espíritu
militarista. Protestó contra la invasión de China en 1936 y contra la entrada
en la II Guerra Mundial. Fue encarcelado en varias ocasiones y se le ordenó
guardar silencio sobre el tema de la guerra.
En 1928 organizó de La Liga Nacional de Japón contra la Guerra, que
incluía un amplio espectro de intereses. El primero, la oposición a la guerra y
a toda preparación de la misma, también la oposición al espíritu agresivo del
imperialismo político y económico; a los discursos incendiarios y a la opresión
de los pueblos y grupos más débiles. Es el único japonés que aparece en el
manifiesto contra el espíritu militarista presentado a la Liga de Naciones
(1926), que lleva la firma de Mahatma Gandhi, Rabindranath Tagore, Romain
Rolland, H.G.Wells, Bertrand Russell, George Lansbury, Martin Buber, Albert
Einstein y otras personalidades contrarias a la guerra.
En 1940 Kagawa fue arrestado por pedir perdón públicamente a China por
la invasión japonesa de este país. Téngase en cuenta que todavía hoy, casi
setenta años después, la sociedad japonesa encuentra enojosa esta cuestión y es
bastante renuente a hablar de ello, aunque las autoridades se hayan atrevido a
dar algunos pasos en esa dirección.
En el verano de 1941 visitó Estados Unidos en un intento de impedir la
guerra se avecinaba entre ambos países. Después de la guerra, y a pesar de su
delicado estado de salud, Kagawa dedicó todos sus esfuerzos a reconciliar los
ideales democráticos con la tradicional cultura japonesa.
Activista social
A partir de 1920 en adelante, Kagawa se vuelve más activo socialmente,
tomando parte en la organización de la Federación Japonesa Obrera. Organizó la
primera huelga de trabajadores del Japón y ayudó en la formación de los
primeros sindicatos obreros de esta nación. Mejoró las condiciones de la vida
rural y del trabajo del campo enseñando nuevos métodos de agricultura mediante
la plantación de árboles que impidieran la erosión del suelo. Ideó el plan de «agricultura perpendicular o tridimensional». Consistía en mostrar que un
agricultor sin capital podía cultivar una hectárea, o media, y vivir
decentemente de ella. Para ello tenía que sembrar arroz en los lugares mejores,
plantar una huerta de hortalizas y un estanque para carpas; un cerdo o una
cabra, y, de ser posible, árboles frutales en las laderas menos fértiles, así
como otros árboles de crecimiento rápido para madera blanda, y nogales para
madera dura. Con este plan, hasta las nueces o bellotas servían para alimentar
a los cerdos, y las ramas se podían aprovechar para tener colmenas de abejas
para obtener miel. «Por donde uno vaya en Japón, si ve una cabra puede tener la
seguridad de que se encontrará con un discípulo de Kagawa» (C.H. Iglehart).
El pueblo le aclamó como uno de sus líderes. Los obreros de las ciudades y los campesinos le hicieron su jefe y su héroe. Pero las autoridades desconfiaban de él y durante muchos años fue objeto de la más rígida vigilancia por parte de la policía. La clase capitalista, los nacionalistas radicales y los militares le odiaban y temían por igual. Con todo, fue requerido para ayudar en la tarea de reconstrucción de Tokio que siguió al terrible terremoto de 1923, uno de los mayores desastres de la historia de Japón, que destruyó las dos terceras partes de la capital, así como el puerto de Yokohama. Millones de personas perdieron su hogar, sus pertenencias y medios de vida. La enfermedad y la anarquía que siguieron desbordaron las previsiones del gobierno. En ese momento, Toyohiko estaba en la cárcel, pero todos sabían que era el único hombre indicado para hacer frente a la situación. Había ido a parar allí como resultado de la convocatoria de una huelga no violenta en los muelles. Los obreros consiguieron sus reivindicaciones, pero él fue encerrado en un calabozo por haber encabezado la protesta. Allí fue requerido por sus carceleros para que se pusiera al frente de la reconstrucción de la nación. Para ello contaría, no solo con el apoyo del gobierno, sino con el presupuesto y todos los privilegios asociados a esta tarea. Toyohiko rechazó los honores, pero no el trabajo. «Para trabajar entre los pobres tengo que ser pobre», dijo.
El pueblo le aclamó como uno de sus líderes. Los obreros de las ciudades y los campesinos le hicieron su jefe y su héroe. Pero las autoridades desconfiaban de él y durante muchos años fue objeto de la más rígida vigilancia por parte de la policía. La clase capitalista, los nacionalistas radicales y los militares le odiaban y temían por igual.
La experiencia de la crisis financiera mundial llamada la Gran Depresión, Kagawa vio la salida en la promoción de cooperativas de producción y consumo que contrarrestaran los males de la destructiva competición capitalista. Sus ideas sociales las expuso en su obra Brotherhood Economics (Economía Fraternal. Harper & Brothers, New York 1936), resultado de las conferencias Rauschenbusch dadas en Estados Unidos, en las que defiende la creación de cooperativas de producción, consumo y crédito, como parte central de su propio programa de cristianismo social para acabar con la gran depresión que asolaba el mundo de entonces —como ocurre en nuestros días— y promoción de una sociedad más justa. «La política del laissez-faire nos ha llevado al infierno», declaró. «Hay que construir puentes que salven la brecha existente entre los productores y los consumidores con amor fraterno. De otro modo, la sociedad nunca será salva, sino que la depresión, el pánico y el desempleo continuarán para siempre» (Brotherhood Economics, p. 3). No se equivocó nuestro gran hermano japonés.
La activista social estadounidense, y conserva católica, Dorothy Day, escribe admirada y agradecida por Brotherhood Economics: «Acostado en el sofá mientras los troncos de castaño se partían cálidamente en la gran estufa, leí Brotherhood Economics de Kagawa, que es una de las mejores y más simples descripciones del movimiento cooperativo que he encontrado».
Evangelizador
Entre 1926 y 1934 se dedicó a la misión evangelizadora de llevar el
conocimiento del Evangelio de Cristo a la sociedad japonesa, bastante poco
receptiva al mismo, mediante el proyecto Movimiento Reino de Dios. Como él
mismo había comprobado personalmente, un individuo y un puñado de cristianos
eran capaces de realizar grandes cosas, por tanto, si más personas siguieran la
senda de Cristo se podrían llevar a cabo muchas más cosas. El Reino de Dios
significa, para Kagawa, la esfera donde se encuentran el discipulado personal y
la acción social. La predicación del Evangelio debe tener por meta la
renovación del individuo. Así como la transformación de la sociedad. El Reino
de Dios debe ir creciendo de dentro a fuera, hasta convertirse en una rica y
amplia variedad que de cobijo a los múltiples intereses de las gentes puestos
al servicio de Dios y de los hombres. «La santidad es el pozo profundo que Dios
va cavando en el espíritu del hombre» (Kagawa).
Escritor
Escritor de éxito, Kagawa noveló su vida en Across the Death Line (Cruzando
la línea de la muerte), y en Before
the Dawn (Antes del amanecer),
que junto a otros muchos escritos se vendieron en todo el mundo. Las ganancias
obtenidas por derechos de autor las invirtió en ayuda a los pobres, reservando
para sí una pequeña cantidad mensual, justo la necesaria para el sustento de su
familia. «Sus vastas labores han sido financiadas durante años en gran parte
con sus libros, escritos de madrugada, después de un período de oración de las
cuatro de la mañana en el que aguarda la dirección de Dios para la labor de la
jornada. Es autor de ciento noventa libros sobre los más diversos temas. Ha
leído una enormidad» (C.H. Iglehart).
Para Kagawa, la cruz simbolizaba el poder del amor de Cristo y el poder
de sufrir por causa de la justicia, tema recurrente en el pensamiento y la
teología cristiana de Japón. De hecho, la primera teología rigurosa del dolor
de Dios revelado en Cristo nace de la pluma de autor japonés, Kazoh Kitamori,
publicada en español hace años: Teología
del dolor de Dios (Sígueme, Salamanca 1975). Por esta razón, Kagawa escogió
los barrios bajos como su campo de trabajo y vivió entre los pobres de los
pobres. Su teología no estaba en la cabeza, sino en los pies. «Hay teólogos,
predicadores y maestros religiosos, no pocos, que consideran que lo esencial
del cristianismo es revestir a Cristo con formas y fórmulas —escribe Kagawa—.
Miran con desprecio a los que siguen a Cristo en el trabajo y la fatiga,
motivados por el amor y pasión de servir… Conciben la religión del púlpito
mucho más refinada que movimientos en pro de la fraternidad entre los hombres…
La religión que Jesús predicó fue diametralmente opuesta a esto. No dejó
ninguna definición de Dios, pero enseñó la práctica real del amor».
Las ganancias obtenidas por derechos de autor las invirtió en ayuda a los pobres, reservando para sí una pequeña cantidad mensual, justo la necesaria para el sustento de su familia.
Antirracista
A finales de 1935, Kagawa va a EE.UU. para un gira de conferencias que
se prolongó durante más de seis meses. Aprovechó la ocasión para estar con
Francis Grimké (1850–1937), ministro presbiteriano y defensor de la justicia
racial. Hijo de una madre esclava y su dueño, Grimké tuvo la oportunidad de
estudiar en Lincoln University, Howard
University, y Princeton Theological
Seminary antes de ser nombrado pastor (1878) de la Fifteenth Street Presbyterian Church en Washington, D.C.
Para Grimké, Kagawa no era nada menos que «el cristiano más grande de
nuestros días y generación». Ambos hombres disfrutaron uno de otro. Kagawa, preocupado
por la justicia social, no podía menos de simpatizar con la justicia racial
defendida por sus hermanos negros de Estados Unidos. Así que propuso la
creación de cooperativa agrícola interracial, que se hizo realidad en Bolivar
County, Mississippi. Conservadores como el bautista J. Frank Norris, le
acusaron de promover el comunismo, puntualizando que las cooperativas de Kagawa
eran más peligros que el bolchevismo ruso. El líder fundamentalista William
Bell Riley organizó una protesta para denunciar a Kagawa como «profeta del
Anticristo». Por contra, el predicador liberal Harry Emerson Fosdick, llamó la
atención sobre la extraordinaria fuerza moral mostrada por Kagawa (The Living of These Days: An Autobiography,
p. 211. Harper & Brothers, New York 1956). En una ocasión, se negó a
predicar en una iglesia americana cuando supo que practicaba la segregación
racial.
Profeta
póstumamente laureado
En 1954 y 1955 fue nominado para el Premio Nobel de la Paz. El 23 de abril de 1960 murió con una sonrisa en los labios. Dijo a su esposa y a todos los que le rodeaban: “Por favor, haced todo lo posible por la paz del mundo y el bien de la Iglesia en Japón”.
Después de su muerte, el mismo emperador premió su labor póstumamente
con la Orden del Tesoro Sagrado, una de las distinciones mayores del país.
Aunque muerto, sus obras siguen vivas y el eco de su pensamiento no se ha
apagado. Basta una leve chispa para encender el siempre viejo y nuevo fuego del
amor cristiano, el «poder de la vida nueva».
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Bibliografía
— Gerald H. Anderson, Asian
Voices in Christian Theology. Orbis Books, 1976.
— William Axling, Kagawa.
SCM Press, Londres 1932, 1ª ed., 1935, 5ª ed. (trad. esp. T. Kagawa: un gran profeta japonés. trad.
Francisco Estrello,México 1939).
— Richard H. Drummond, A
History of Christianity in Japan. Eerdmans, Grand Rapids 1971.
— Walter Gardini, Religiones
y literatura de Japón. Editorial Kier, 1996.
— Charles H. Iglehart, Cruz
y crisis en Japón. La Aurora, Buenos Aires 1958.
M.S.
Murao y W.H.M. Walton, Japan and Christ.
Curch Missionary Society, Londres 1928.
— Robert D. Schildgen, Toyohiko
Kagawa: An Apostle of Love y Social Justice. Centenary Books, 1988.
— Carolyn S. Stevens, On
the Margins of Japanese Society: Volunteers y the Welfare of the Urban Underclass.
Routledge, 1997
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