Recientemente, mi buen amigo Alfonso
Pérez Ranchal me envió uno de los últimos artículos del famoso genetista
cristiano Francis Collins, aparecido en la revista católica ATRIO (24.06.2022),
para que lo leyera y le diera mi opinión. El trabajo se titula: “No al Diseño
Inteligente, según Francis Collins”
y plantea la conocida opinión evolucionista teísta de su autor, acerca de los
principales argumentos del Diseño inteligente (DI).
Después de una breve introducción
histórica, en el artículo se afirma que el movimiento del DI se fundamenta
básicamente en tres propuestas:
1.
La
evolución promueve una concepción atea del mundo y, por lo tanto, debe ser
rechazada por los creyentes en Dios.
Es lógico que esta afirmación sorprenda
a muchos cristianos europeos que, desde los días del paleoantropólogo católico
Pierre Teilhard de Chardin, sabemos que el evolucionismo teísta es compatible
con el darwinismo y que su famoso “punto omega” sería supuestamente el nivel
más elevado de la evolución de la consciencia. Según el jesuita francés, dicho
punto crítico de maduración humana, que daría lugar a una “noosfera” o esfera
pensante, culminaría precisamente con la parusía o segunda venida triunfante de
Cristo. Dios pudo crear mediante el lento y gradual proceso propuesto por
Darwin y las especies biológicas irían así perfeccionándose poco a poco hasta
la aparición de la humanidad y ésta culminaría cuando el humano se pareciera o
identificara plenamente con el Hijo de Dios. Por tanto, no es tan evidente que
la evolución promueva necesariamente una visión atea del mundo. De hecho, esta
postura del evolucionismo cristiano es precisamente la que sostiene Collins
junto a otros científicos evangélicos y, por supuesto, la Iglesia Católica.
Sin embargo, en el mundo protestante
angloparlante de Norteamérica las ideas teilhardianas del evolucionismo teísta
no calaron tanto como en Europa y esto contribuyó a que el darwinismo se
considerara más próximo al materialismo ateo. Si la naturaleza ha evolucionado
a partir de la materia inerte y se ha hecho a sí misma, ¿qué necesidad hay de un
Creador? No obstante, el avance de la ciencia en casi todos los campos del
saber apunta actualmente en la dirección de una elevada complejidad y
sofisticada sabiduría detrás de todos los fenómenos naturales que difícilmente
un proceso al azar como las mutaciones y la selección natural podría lograr.
Esto es algo innegable que constituye una poderosa evidencia en favor de un
diseño. De ahí que hoy buena parte del mundo evangélico americano (también el
hispano) simpatice más con el DI que con el evolucionismo teísta.
Quizás Collins tenga razón al decir que
aunque el DI se presente como una teoría científica, no nació de la tradición
científica. Pero, a la vez, es cierto que el evolucionismo teísta que él profesa
tampoco nació de dicha tradición sino de un pensamiento filosófico-teológico
ecléctico que pretendía armonizar el darwinismo con la fe cristiana. Precisamente
por eso, Teilhard fue tan criticado por sus propios colegas científicos, así
como por algunos teólogos católicos.
2.
La
evolución es fundamentalmente fallida, ya que no puede explicar la intrincada
complejidad de la naturaleza.
En este apartado del artículo, Collins
se refiere a los argumentos del biólogo Michael J. Behe, que es uno de los
proponentes del DI y afirma que las funciones u órganos biológicos “irreductiblemente
complejos” son incompatibles con la evolución. Se trataría de estructuras
complicadas como el flagelo bacteriano, los cilios de algunas células, el ojo
de los distintos animales y funciones tales como la coagulación de la sangre,
etc., etc., que tuvieron que funcionar bien desde el principio y no pudieron
formarse mediante un lento proceso evolutivo al azar. Si, como sabemos, al
faltarles cualquier pieza o molécula dejan inmediatamente de funcionar bien,
¿cómo pudieron formarse por agregación gradual de tales piezas? Resulta difícil
creer, por ejemplo, que los más de doscientos componentes proteicos del flagelo
bacteriano hayan evolucionado independientemente (por coevolución) para
ensamblarse accidentalmente en un momento determinado. Collins se refiere
también a otro defensor del DI, el matemático William A. Dembski, para quien la
probabilidad matemática de un suceso semejante sería infinitamente pequeña.
De todo esto, Collins concluye que el
principal argumento del Diseño inteligente es el de la “incredulidad”. Sus
partidarios no pueden creer que las mutaciones al azar y la selección natural
hayan dado lugar a la maravillosa diversidad de tantos órganos y estructuras
complejas como evidencia la vida en la biosfera. En cambio, por lo que parece,
él si se lo cree a pies juntillas. Su argumento evolucionista es entonces el de
la “credulidad” en el misterioso poder de la selección natural. Por tanto, en
el fondo se trataría de una confrontación entre la creencia y la increencia. Un
asunto de fe, al fin y al cabo.
Por lo que respecta a la tercera y
última propuesta del DI, Collins la enuncia así:
3.
Si la evolución no puede
explicar la complejidad irreductible, entonces debe de existir un diseñador
inteligente involucrado de alguna manera, que entró para proporcionar los
componentes necesarios durante el curso de la evolución.
Aquí Collins se limita a sugerir que
aunque la mayor parte de los partidarios del diseño creen que el diseñador fue
Dios, son muy cuidadosos y no lo dicen. En mi opinión, no lo dicen porque en
ese terreno la ciencia no tiene nada que decir. En todo caso, éste sería el
ámbito de la teología o de la filosofía pero no el de la investigación
científica. Y aquí es donde radica el problema de fondo. La fe ilimitada en la
ciencia le lleva a pensar a algunos que ésta logrará algún día explicar
absolutamente todos los misterios del universo porque supuestamente todo
tendría una explicación natural. Sin embargo, esta es una asunción
indemostrable.
Si la naturaleza no se hubiera creado a
sí misma por procesos materiales, sino que fuera el resultado de una o varias
acciones milagrosas o sobrenaturales, entonces sería lógico que la ciencia se
topara tarde o temprano con áreas incomprensibles que no se pudieran explicar
mediante el método científico. El milagro sobrenatural carece por definición de
explicación natural. ¿Cómo es posible que la nada absoluta e inmaterial dé
lugar a todo el universo material? Se pueden proponer todas las hipótesis
naturales que se quiera pero en definitiva se trata de una dificultad
ontológica insuperable. Pues bien, lo que afirma el DI es que la ciencia actual
parece haber chocado ya con dichas áreas inexplicables, en lo que respecta a la
creación del cosmos, el ajuste fino de las leyes naturales, la aparición de la
vida en la Tierra, el origen de la información biológica, la existencia de las
increíbles máquinas bioquímicas de las células, la epigenética, los sistemas
cuánticos que permiten la orientación de los animales, el surgimiento de la
conciencia humana, etc., etc. Si esto fuera sí, estaríamos ante lo que Collins
llama un “callejón sin salida” para la ciencia. Por eso el DI no gusta a tantos
científicos porque la intervención de fuerzas sobrenaturales para explicar la
complejidad biológica supuestamente detendría la ciencia.
A mi modo de ver, tal es la principal
confrontación entre el evolucionismo teísta y el movimiento del DI. Unos creen
que Dios sólo actuó milagrosamente al principio, en el Big Bang, y después lo dejó
todo en manos de las leyes evolutivas de la naturaleza, mientras que los otros,
ante las numerosas lagunas de la evolución, creen que el Creador tuvo que
intervenir en varios momentos o etapas cruciales. Veamos cuáles son las
principales objeciones de Collins al DI.
Pierre Teilhard de Chardin
Objeciones
científicas de Collins al Diseño inteligente
1.
El
Diseño inteligente es un callejón sin salida para la ciencia.
Como la ciencia está casada con el
naturalismo metodológico, principio que la limita a explicaciones
exclusivamente materiales, aunque algunos científicos crean en Dios, suponen en
sus trabajos que la naturaleza material es lo único que existe y por tanto sólo
pueden apelar a causas no inteligentes como el viento, la erosión, el clima,
las mutaciones, la depredación y demás fuerzas naturales. Sin embargo, ¿cómo
podríamos saber que el mundo es exclusivamente el resultado de tales causas
naturales?
El naturalismo metodológico es una
asunción previa no demostrada. ¿No sería lógico sospechar, por ejemplo, de un
forense que inicia su investigación acerca de un homicidio diciendo que sólo
tendrá en cuenta causas exclusivamente naturales? La ciencia debería estar
dispuesta también a considerar tanto las causas naturales como las
inteligentes, para poder así sacar sus conclusiones a partir de las pruebas.
A veces se dice que la ciencia sólo
puede trabajar con cosas materiales observables pero Dios no se puede ver. Es
verdad, sin embargo, los científicos proponen habitualmente planteamientos
teóricos no observables con el fin de explicar los fenómenos observables. El
Diseñador que propone el DI es una fuente de información cuya actividad puede
ser objeto de predicciones y de modelos matemáticos, como cualquier teoría
física que se refiera a entidades no observables, como las supercuerdas, la
materia oscura, la energía oscura o los universos múltiples. Puede que, como
dice Collins, el DI sea un callejón sin salida para el naturalismo metodológico
pero no para la ciencia que busca la verdad.
Otros dicen también que la ciencia no
puede apelar a un Diseñador sin explicar el origen del mismo. Pero esto es
falso. La ciencia de la arqueología, por ejemplo, suele concluir habitualmente
que un determinado objeto fue diseñado, aun cuando se desconozca el origen del
diseñador. Si todas las explicaciones científicas exigieran tal condición, no
se podría explicar nada.
2.
El
DI no es una teoría científica porque no hace predicciones.
Esto tampoco es cierto. Si Dios hubiese
creado el mundo con sabiduría, sería lógico esperar encontrar finalidad e
inteligencia en los seres creados. Por ejemplo, cuando desde el evolucionismo
se empezó a hablar del supuesto “ADN basura” para hacer referencia al material
genético inservible, los partidarios del DI dijeron que no era lógico que Dios
fabricaba basura genética inútil. Esto constituyó una predicción que
posteriormente fue corroborada. Hoy se sabe que la mayor parte de tales genes tienen
funciones importantes en la célula.
El darwinismo predecía que muchos trozos
del ADN no servían para nada porque no cumplían ninguna función conocida. Sin
embargo el DI, por su parte, sugería más investigación para descubrir posibles
funciones en dicho “ADN basura”. En este sentido, el D. I. está más justificado
que el darwinismo ya que garantiza la objetividad de la ciencia. No puede, por
lo tanto, impedir el progreso de la misma.
El Diseño inteligente predice que
debería haber estructuras en los seres vivos que no se pudieran explicar
mediante los mecanismos fortuitos del darwinismo. Y, desde luego que las hay. Se
trata precisamente de los órganos irreductiblemente complejos a que nos hemos
referido antes.
3.
El
DI no proporciona un mecanismo que explique cómo las intervenciones
sobrenaturales dieron lugar a la complejidad.
¿Cómo podría hacerse esto? Lo que
Collins pide aquí es que los científicos partidarios del DI aporten el método
que empleó el Creador para hacer el mundo con todos sus componentes. ¿Quién
está capacitado para explicar los milagros sobrenaturales sino única y
exclusivamente su propio autor?
4.
Se
ha visto que muchos ejemplos de complejidad irreductible se pudieron originar
por evolución.
Collins cita en su artículo sólo tres ejemplos
de complejidad irreductible, de los señalados por Behe en su famoso libro La
caja negra de Darwin, tales como la cascada de coagulación de la
sangre humana, el ojo y el flagelo bacteriano. Del primero, afirma que pudo
empezar como “un mecanismo muy sencillo que podría trabajar satisfactoriamente
para un sistema hemodinámico de baja presión y bajo flujo, y que evolucionó
durante un largo periodo de tiempo hasta convertirse en un complicado aparato,
necesario para los humanos y otros mamíferos que tienen un sistema
cardiovascular de alta presión, en el que las fugas se deben reparar
rápidamente”. Sin embargo, no explica paso a paso cómo pudo ocurrir semejante
transformación, ni si existe algún tipo de evidencia de la misma. En realidad,
lo que está diciendo es que la evolución “de alguna manera” hizo que un
mecanismo muy sencillo de coagulación se convirtiera en otro mucho más
complicado. No obstante, esto no constituye ninguna demostración científica
porque, especulaciones aparte, como bien escribe Michael J. Behe a propósito de
este asunto: “lo cierto es que nadie tiene la menor idea de cómo llegó a
existir la cascada de coagulación”.
En cuanto al ojo de los animales, curiosamente
Collins continúa apelando a la antigua opinión de Darwin quien, hace más de 160
años, sugirió que dicho órgano podía haber iniciado su evolución como un simple
“nervio óptico, rodeado por células pigmentarias y cubierto por piel
translúcida”.
De ahí, gradualmente se habrían originado los ojos de las estrellas de mar, de
artrópodos como los insectos, vertebrados como el anfioxo, peces, anfibios,
reptiles, aves, mamíferos y el propio ojo humano. Darwin se basaba en el
aspecto o la morfología de los distintos ojos de estos animales para construir
su hipotética escala ascendente de complejidad. Sin embargo, imaginar historias
evolutivas no es lo mismo que demostrarlas bioquímicamente.
En la actualidad, se sabe que la
bioquímica de los diferentes ojos animales no va de la mano de su anatomía o
aspecto físico. Es decir, cada paso o estructura anatómica que Darwin
consideraba simple implica procesos bioquímicos increíblemente complejos que no
se pueden evitar con retórica. Según la ciencia de la anatomía comparada, el
desarrollo de la retina no es paralelo al supuesto desarrollo evolutivo de las
distintas especies animales. Es más, hoy se sabe por ejemplo que la retina de
los primates es más simple anatómica y funcionalmente que la retina de una rana
o una paloma. Esto contradice por completo la hipótesis de Darwin. Por lo tanto,
explicar el origen de fenómenos biológicos como la vista, la digestión o el
sistema inmunitario, tiene necesariamente que incluir su explicación molecular
o bioquímica. Y ésta, generalmente, no respalda las historias evolutivas.
En este sentido, Behe escribe también:
“ahora que hemos abierto la caja negra de la visión, ya no basta con que una
explicación evolucionista de esa facultad tenga en cuenta la estructura anatómica
del ojo, como hizo Darwin en el siglo diecinueve (y como hacen hoy los
divulgadores de la evolución). Cada uno de los pasos y estructuras anatómicos
que Darwin consideraba tan simples implican procesos bioquímicos
abrumadoramente complejos que no se pueden eludir con retórica. Los metafóricos
saltos darwinianos de elevación en elevación ahora se revelan, en muchos casos,
como saltos enormes entre máquinas cuidadosamente diseñadas, distancias que
necesitarían un helicóptero para recorrerlas en un viaje. La bioquímica presenta
pues a Darwin un reto liliputiense”.
Ese es precisamente el reto que el DI sigue señalando al darwinismo y que éste
no ha logrado todavía explicar convenientemente.
En cuanto al ejemplo más famoso de
órgano irreductiblemente complejo propuesto por Behe, el flagelo bacteriano, Collins
dice que se ha demostrado que varias proteínas que lo conforman existen también
en otras especies de bacterias, en aparatos diferentes y con funciones distintas,
tales como inyectar toxinas a otras bacterias a las que se desea atacar. Si esto
es así, entonces el flagelo bacteriano no sería un órgano irreductible complejo
-como asegura Behe- ya que sus proteínas pudieron tener otras funciones
diferentes en otras bacterias a lo largo de la evolución. ¿Es esto cierto?
¿Tiene razón Collins?
La complejidad irreductible es fácil de
entender comparándola con una trampa para cazar ratones. Las trampas comunes
están compuestas de varias piezas: una base de madera, un trozo de alambre
donde se inserta el queso, un muelle, una traba y un cepo o martillo. Para que
la trampa funcione, es necesario que todas estas piezas estén presentes.
Además, para atrapar ratones, todas las piezas tienen que estar dispuestas de
una determinada manera. Si falla una de ellas, la trampa pierde su utilidad.
Pues bien, es improbable que un sistema irreductiblemente complejo surja
instantáneamente porque, como dijo Darwin, la evolución es un proceso lento y
gradual. Darwin afirmó que la selección natural nunca puede realizar un salto
súbito y grande, sino que debe avanzar mediante pasos cortos y seguros, aunque
lentos. Un sistema irreductiblemente complejo no puede empezar a existir de
pronto porque eso implicaría que la selección natural no es suficiente. Pero
tampoco dicho sistema podría haber evolucionado mediante numerosas y sucesivas
modificaciones ligeras porque cualquier sistema más simple no tendría todas las
partes requeridas para funcionar bien y, por tanto, no serviría para nada y no
tendría razón de ser. La propia selección natural lo eliminaría.
El polémico planteamiento de Behe es que
los sistemas biológicos irreductiblemente complejos existen en la naturaleza y
refutan al darwinismo. Su ejemplo más famoso es el flagelo bacteriano, una cola
muy alargada que permite a algunas bacterias desplazarse velozmente en el medio
acuoso. Ha sido llamado el motor más eficiente del universo ya que es capaz de
girar a 100.000 revoluciones por minuto y cambiar de dirección en cuartos de
vuelta. Como la trampa para ratones, el flagelo tiene varias partes que
necesariamente se complementan para funcionar de manera coordinada. No hay
explicaciones darwinistas detalladas ni graduales que den cuenta del surgimiento
del flagelo de las bacterias ni de otros sistemas biológicos irreductiblemente
complejos que se encuentran en la naturaleza. Sin embargo, sabemos que los
seres inteligentes pueden producir tales sistemas. Una explicación más
coherente de los mecanismos moleculares, como el flagelo bacteriano, es
entenderlos como productos del diseño inteligente.
Las nuevas investigaciones a que se
refiere Collins, acerca del papel de las proteínas auxiliares, no pueden
simplificar la realidad del flagelo bacteriano como sistema irreductiblemente
complejo. Un flagelo contiene más de doscientas clases de proteínas constitutivas,
más otras cuarenta que le permiten funcionar bien. El hecho de que se haya
descubierto que unas pocas de estas proteínas están también presentes en otras
bacterias con otras funciones no anula el poderoso argumento bioquímico
planteado por Behe. Su conclusión sigue siendo la misma: la teoría darwiniana
no ha dado ninguna explicación científica de la evolución del flagelo y
probablemente nunca pueda darla. Decir que algunas proteínas del flagelo
bacteriano existían ya en otras bacterias y que por tanto la evolución “de
alguna manera” pudo agruparlas para originar este órgano, no es ni mucho menos
una demostración concluyente de que esto realmente haya ocurrido. Este tipo de
transformación sigue enfrentando obstáculos bioquímicos colosales.

Francis Collins
Objeciones
teológicas de Collins al Diseño inteligente
Desde la perspectiva teológica,
Francis Collins afirma en su artículo que el Diseño inteligente es una teoría
del “dios tapagujeros” ya que apela a una intervención sobrenatural para
aquellos misterios que la ciencia no ha logrado todavía explicar racionalmente.
Es decir, que sería el poco conocimiento que se tiene de ciertos fenómenos lo
que motiva a los partidarios del DI a recurrir a la acción divina. Sin embargo,
en su opinión, esto sería muy peligroso y contribuiría a desacreditar la propia
fe, pues cuando la ciencia avanza y logra explicar tales fenómenos, resulta que
Dios ya no es necesario y se le relega.
Fue el gran
teólogo alemán, Dietrich Bonhoeffer, quien acuñó el concepto del “dios tapagujeros”,
expresando muy bien su idea con estas palabras: “Veo de nuevo con toda claridad que no debemos utilizar a
Dios como tapagujeros de nuestro conocimiento imperfecto. Porque entonces si
los límites del conocimiento van retrocediendo cada vez más -lo cual
objetivamente es inevitable-, Dios es desplazado continuamente junto con ellos
y por consiguiente se halla en una constante retirada. Hemos de hallar a Dios
en las cosas que conocemos y no en las que ignoramos. Dios quiere ser
comprendido por nosotros en las cuestiones resueltas, y no en las que aún están
por resolver. Esto es válido para la relación entre Dios y el conocimiento
científico.”[5] Ahora bien, según esta definición original
del dios tapagujeros, cabe plantearse la siguiente cuestión: ¿comete el Diseño
inteligente el error de apelar al dios tapagujeros con el fin de explicar las
lagunas del conocimiento científico?
La respuesta a esta cuestión es
negativa porque el diseño se deduce de aquello que se conoce muy bien y no de
lo que aún se desconoce. En este sentido, sigue perfectamente el criterio de
Bonhoeffer al detectar inteligencia en lo que conocemos y no en lo que
ignoramos. No es que los investigadores vean diseño inteligente
en ciertas estructuras naturales irreductiblemente complejas porque éstas han
sido poco estudiadas y sean prácticamente desconocidas por la ciencia. Es
precisamente al revés. Aquello que motiva a muchos científicos a pensar en un
diseño inteligente es el gran conocimiento que poseen de dichas estructuras o funciones.
No es lo que no saben sino lo que sí saben.
Darwin y sus coetáneos, al observar
una célula bajo sus rudimentarios microscopios, no podían pensar en el diseño
real de la misma porque sólo veían simples esferas de gelatina que rodeaban a
un pequeño núcleo oscuro. Nada más. Pero es precisamente el elevado grado de
información y sofisticación bioquímica en las estructuras celulares,
descubierto por los potentes microscopios electrónicos modernos, lo que ha
hecho posible la teoría del Diseño. No se está apelando a ningún dios de las
brechas o tapagujeros. Lo que se propone es que la actividad inteligente puede
ser detectada en la naturaleza, de la misma manera que lo es la de cualquier
informático que diseña algún programa. Los sistemas biológicos manifiestan las
huellas distintivas de los sistemas diseñados inteligentemente. Poseen
características que, en cualquier otra área de la experiencia humana,
activarían el reconocimiento de una causa inteligente.
Si el razonamiento que propone la
teoría del Diseño se fundamentara en el dios tapagujeros, como afirma Collins,
diría cosas como las siguientes: puesto que la selección natural de las
mutaciones al azar es incapaz de producir nueva información biológica en el
mundo, entonces debemos suponer que el diseño inteligente es la causa de tal
información. Sin embargo, no es esto lo que se afirma. Lo que se dice, más
bien, es: como la selección natural y las mutaciones aleatorias no pueden
producir nueva información, y nuestra experiencia es que sólo los agentes
inteligentes son capaces de hacerlo, debemos concluir que alguna inteligencia
debe ser la causa de la sofisticada información que nos caracteriza a los seres
vivos y al resto del universo. Por tanto, el Diseño inteligente es la mejor
explicación y tal argumento no se basa en el dios tapagujeros sino en nuestra
experiencia positiva de que la información siempre procede de la inteligencia.
La deducción de diseño es una solución a la cuestión del origen de la
información en el mundo.
Uno de los grandes problemas que
tiene planteados actualmente el darwinismo es lo que los paleontólogos han
llamado la explosión del Cámbrico. La aparición repentina, desde el punto de
vista geológico, de los principales filos o tipos básicos de animales, ocurrida
hace más de quinientos millones de años según la escala de tiempo
evolucionista. Esto constituye una brusca discontinuidad en el registro fósil,
que ya Darwin consideraba como una de las mayores objeciones contra su teoría
de la selección natural gradualista. A pesar de que se han propuesto varias
teorías alternativas para explicar semejante anomalía, en el sentido de
intentar justificar una evolución mucho más rápida de lo que sería normal, lo
cierto es que las hipótesis no convencen a todos y el enigma paleontológico
perdura. ¿Cómo podría argumentarse la realidad de tal explosión cámbrica, desde
el Diseño inteligente?
Si realmente la inteligencia tuvo
algo que ver en esta aparición repentina de nuevos organismos sobre la faz de
la Tierra, éstos deberían presentar características que serían exclusivas de
una agencia inteligente. Detalles anatómicos, fisiológicos, bioquímicos y
genéticos que únicamente hubieran podido originarse por medio de un plan de
diseño previo y no como consecuencia de la casualidad natural. Propiedades
propias de una actividad inteligente. ¿Se observan tales cualidades en los
organismos cámbricos? Sí, por supuesto, hay numerosos órganos, estructuras y
funciones que muestran información compleja y específica.
Lo que sea que haya dado lugar a los
seres del Cámbrico tuvo que generar nuevas formas con rapidez, no siguiendo un
lento proceso azaroso y gradualista desde lo simple a lo complejo. Hubo que
construir complejas estructuras nuevas ya plenamente elaboradas y no sólo
modificar las preexistentes. Aparecieron repentinamente organismos que poseían
complicados circuitos integrados equiparables a los de los actuales robots o
computadoras electrónicas. Seres que disponían de una especie de información
digital codificada en su ADN y, además, de otra información estructural
complementaria que suele llamarse “epigenética”. Es decir, toda una serie de
factores químicos no genéticos que intervienen en el desarrollo de los
organismos, desde la aparición del óvulo fecundado hasta la misma muerte,
capaces de modificar la actividad de los genes pero que no afectan a su
naturaleza ni alteran la secuencia del ADN. Todo esto supone que aquellos
“primitivos” organismos presentaban diversos niveles de información que
funcionaba de forma jerárquica, organizada e integrada. Si todo esto es así,
resulta posible sospechar que detrás de tal explosión del Cámbrico hubo una
causa inteligente. Como resulta evidente, entre este razonamiento y el
argumento del dios tapagujeros existe una enorme diferencia.

Cualquier animal fósil del Cámbrico,
por pequeño que sea, evidencia en sí mismo un proyecto previo. No es el
resultado simplista de la suma de sus partes sino todo lo contrario, un diseño
global del todo que condiciona el montaje de los distintos componentes. Los
proyectos se conciben generalmente antes de su materialización. Son ideas
previas a los objetos materiales o a los seres vivos que determinan. Es posible
que al visitar, por ejemplo, la sección de componentes de una planta de
vehículos, no veamos ninguna evidencia concreta del proyecto previo. Pero si
observamos el producto final de la cadena de montaje, notaremos de inmediato
que, en efecto, existe un plan básico de diseño que le da sentido a todo. De la
misma manera, la considerable complejidad y especificidad de los organismos
vivos, así como la conexión y coordinación entre los distintos niveles de
información que poseen, demandan un diseño que sólo puede hacerse a partir de
la inteligencia.
Cuando no existe en la naturaleza
ningún mecanismo o fuerza capaz de explicar el origen de la complejidad de un
determinado ser, entonces no queda más remedio que inferir racionalmente y de
forma justificada que la causa de su aparición debió ser la inteligencia.
Decir, por ejemplo, que algún fenómeno está más allá de la investigación
científica puede ser también una afirmación científica. Y esto, insisto, no
convierte la tesis del Diseño inteligente en un argumento del tipo del dios
tapagujeros porque es la propia naturaleza quien nos ofrece múltiples
evidencias que nos permiten deducir, en función de nuestra experiencia, que los
organismos sólo pueden proceder de una mente inteligente. Es lo que sabemos, y
no aquello que desconocemos, lo que nos permite inferir diseño. De manera que
la teoría del Diseño no contradice en absoluto el razonamiento de Bonhoeffer ya
que no utiliza a Dios como tapagujeros.
La tesis del Diseño inteligente se muestra
carente de prejuicios a la hora de buscar la mejor explicación científica. Si
resulta que las causas naturales son la mejor explicación, entonces se apelará
a ellas; pero si lo son las causas inteligentes, ningún principio filosófico
debería prohibir su aceptación plena. Siempre habrá que buscar y respetar la
mejor explicación posible. Nos parece que éste es un método científicamente
equilibrado.
Francis Collins concluye su artículo
augurando la desaparición del movimiento del Diseño inteligente porque cree que
la ciencia acabará explicando todas las lagunas que presenta actualmente la
teoría de la evolución. Desde luego, es un acto de fe legítimo. Sin embargo, yo
creo que esto no ocurrirá porque estamos asistiendo precisamente a todo lo
contrario. Los problemas que plantean los últimos descubrimientos biológicos al
evolucionismo son cada vez más numerosos y esto constituye un importante empuje
para el DI.
Notas
Antonio Cruz es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona y posee un doctorado en teología con especialización en Ministerio, Homilética, Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Es un reconocido conferencista, columnista en el sitio ProtestanteDigital.com y autor de varios libros. Además posee numerosos reconocimientos internacionales por su labor.
Se ha dedicado, en diferentes periodos de su vida, a la investigación científica, al pastorado y la docencia.
Gracias por tan importante información y conocimientos, y su disposición para compartir y fortalecer la fé de muchos cristianos que lo leen
ResponderEliminarExcelente articulo, con su respectiva vision del DI, pero en el campo de una Inteligencia suprema Divina, ya que el hombre es limitado. Para que haya creacion, debe haber un creador, y si hay un creador, debe haber una inteligencia suprema. Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. Apocalipsis 4:11. Y son muchos los Textos Biblicos que lo afirman. Mi gratitud Antonio, por compartir estos Articulos y que nos aportan mas argumentos con respecto alguien que ha creado todo, y que somos barro en las manos del Alfarero, y el Alfarero ha diseñado y creado Todo. DIOS TE BENDIGA SIEMPRE. Abrazos en Cristo Jesus. Amen.
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