Estamos
asistiendo, desde hace poco más de una década, a una revolución solapada en el
seno de la teoría de la evolución. Los planteamientos decimonónicos de Darwin
ya no convencen a todos los investigadores evolucionistas porque cada uno de
ellos ha descubierto, en su propio campo de estudio, detalles que no parecen encajar
con lo que tradicionalmente ha venido defendiendo el neodarwinismo. De ahí que
varios biólogos evolutivos propongan en sus trabajos y disertaciones la
conveniencia de modificar las ideas o preconcepciones evolucionistas. No es que
dejen de creer en el transformismo sino que discrepan de los mecanismos que se
han venido proponiendo, desde el pasado siglo, para explicar el cambio
biológico y creen que el asunto requiere una revisión urgente en profundidad.
Por su parte, quienes continúan asumiendo y enseñando en las universidades el
modelo neodarwinista clásico tienden a descalificar a estos nuevos biólogos
discrepantes, a decir que están equivocados o a manifestar que sólo buscan un
mayor protagonismo en el mundo académico. Sea como sea, la confrontación está
servida y su desenlace puede determinar el futuro de la biología.
Aunque
parezca difícil de creer, los científicos desconocen todavía cuestiones tan
fundamentales como el origen de la vida, el mecanismo de la evolución, la
aparición de los grandes grupos de clasificación biológicos o de qué manera
exacta surgieron órganos tan comunes como los ojos de los animales, los
pulmones o las extremidades. Generalmente todo esto se ha venido atribuyendo al
gran poder de las mutaciones aleatorias y la selección natural. Se dicen cosas,
como por ejemplo, que los rudimentarios ojos de las estrellas de mar “pudieron”
mejorar poco a poco como consecuencia de mutaciones seleccionadas por el
ambiente, pasar dichas mejoras a la descendencia y transformarse en ojos más
eficaces como los de las caracolas, los pulpos y así sucesivamente hasta llegar
a los complejos ojos de peces, reptiles, aves y mamíferos.
Sin
embargo, el problema principal de esta explicación darwinista lo definía ya en
1994 el biólogo canadiense, Brian Goodwin, quien fue catedrático de biología en
la Milton Keynes Open University del Reino Unido: “Queda claro que falta algo.
La teoría de Darwin parece ser válida para la evolución a pequeña escala: puede
explicar las variaciones y adaptaciones intraespecíficas responsables del
ajuste fino de las variedades a los diferentes hábitats. Pero las diferencias
morfológicas a gran escala entre los tipos orgánicos, que son el fundamento de
los sistemas de clasificación biológicos, parecen requerir otro principio
distinto de la selección natural que opera sobre pequeñas variaciones, algún
proceso que haga surgir formas orgánicas claramente diferenciadas. El problema
es cómo surgen las estructuras orgánicas innovadoras, el orden evolutivo
emergente, que ha sido siempre un foco de atención primario en biología”.[1]
Según estos
nuevos biólogos, las explicaciones darwinistas serían engañosas porque no empiezan
desde el principio, no explican cómo se formaron las primeras células sensibles
a la luz, ni cómo tan delicadas estructuras se agruparon adecuadamente para
formar el primer órgano visual. Lamentablemente esto no sólo ocurre con los
ojos sino también con cada órgano fundamental de los seres vivos como el primer
corazón, la primera placenta, la primera ala capaz de volar o la primera flor. Todo
esto constituirían misterios que la biología evolutiva debería poder explicar
convenientemente y, sin embargo, todavía no existe una buena respuesta. Tal
como también reconoce el biólogo Armin Moczek de la Universidad de Indiana: “El
origen de nuevos rasgos complejos constituye un desafío central pero en gran
parte sin resolver en biología evolutiva”.[2]
Un artículo incendiario
En octubre del
año 2014, un grupo formado por quince científicos publicó un artículo en la
revista Nature que recogía estas inquietudes, cuyo título era: “¿La
teoría de la evolución necesita un replanteamiento?”.[3] Sus autores procedían de
diferentes ámbitos de la ciencia tales como la biología evolutiva,
comportamiento animal, zoología, ecología, microbiología, genética molecular e
historia y filosofía de la ciencia. Todos estaban de acuerdo en que la idea
tradicional de evolución debía ampliarse para incluir los últimos
descubrimientos de estas y otras disciplinas. El nombre que propusieron para
esta nueva concepción de la evolución fue el de “Síntesis Evolutiva Extendida”
(EES, en inglés) ya que, según ellos, tal concepto debía extenderse también a
las implicaciones de la nueva disciplina de la epigenética y el comportamiento
de las especies en la modificación del ambiente, entre otras cosas. Hoy se
sabe, por ejemplo, que las modificaciones químicas que se añaden al ADN a lo
largo de nuestra vida se pueden transmitir a la descendencia y que las
distintas especies animales o vegetales pueden alterar su entorno reduciendo
así la influencia de la selección natural, tal como hacen los castores cuando
construyen una represa. No obstante, estas propuestas novedosas sentaron fatal
a muchos colegas científicos que seguían defendiendo a capa y espada el modelo
neodarwinista gradualista.
Un año después
de la publicación de este provocativo artículo, en 2015, la Royal Society
de Londres estuvo de acuerdo en organizar una conferencia de especialistas en
biología evolutiva, bajo el lema “New Trends in Evolution” (Nuevas tendencias
en evolución). El objetivo principal de la misma, como su título indica, era
discutir nuevas interpretaciones o explicaciones del proceso evolutivo. Sin
embargo, antes de la celebración de la conferencia, que se celebró en 2016, ya
empezaron los problemas. Más de veinte miembros de la Royal Society
escribieron una carta de protesta al entonces presidente de la misma, el premio
Nobel Sir Paul Nurse, manifestando su desacuerdo con tal reunión porque
transmitía a la sociedad la idea -según ellos, errónea- de que los mecanismos
de la evolución estaban insuficientemente fundamentados.
Algunos
teóricos famosos del neodarwinismo clásico fueron invitados a participar en la
conferencia, tales como Nick Barton (ganador de la medalla Darwin-Wallace en el
2008, considerada como el mayor honor en biología evolutiva); el matrimonio Brian
y Deborah Charlesworth de la Universidad de Edimburgo y Jerry Coyne, profesor
estadounidense de biología, gran defensor del ateísmo, conocido por su feroz
crítica del creacionismo, el diseño inteligente y el evolucionismo teísta. Sin
embargo, todos declinaron la invitación alegando diversas razones por las que
no estaban de acuerdo en la celebración de la misma y descalificando a los
científicos que la organizaron, por ser todos partidarios de la EES. Esta feroz
reacción refleja bien la revolución ideológica que se está produciendo
actualmente en el seno de la comunidad científica, en torno al destino de una
de las grandes teorías que ha contribuido a conformar el pensamiento de la
modernidad. Por supuesto, también se trata de una batalla por el reconocimiento
profesional de muchos biólogos y por determinar quiénes serán los futuros
padres de la nueva evolución.
Problemas evolutivos sin explicación
Entre las
diferentes ponencias presentadas en la conferencia “Nuevas tendencias en
evolución”, en la Royal Society, destacó la del biólogo austriaco Gerd B.
Müller, que es profesor emérito en la Universidad de Viena. Según Müller, los
problemas evolutivos que siguen sin explicación son: la complejidad
fenotípica, es decir el origen de órganos complejos como los ojos, oídos,
etc. y, en general, todas las características anatómicas y estructurales de los
seres vivos; la novedad fenotípica o el origen de nuevas formas a lo
largo de la historia de la vida, como la explosión del Cámbrico en la que
aparecieron, sin antecesores previos, la mayor parte de los diseños corporales
de los animales o la radiación de los mamíferos hace unos 66 millones de años
que dio lugar a cetáceos, murciélagos, carnívoros, etc.; las lagunas del
registro fósil o discontinuidades abruptas entre los diferentes grupos de
organismos; y por último el mecanismo de mutación y selección natural que
es incapaz de explicar los nuevos rasgos anatómicos y la aparición de nuevas
especies. Curiosamente todos estos problemas son los mismos que vienen
denunciado los partidarios del Diseño inteligente desde hace años y que tanto
se les ha criticado por ello.
En mi opinión,
detrás de todo este debate se esconde una cuestión mucho más fundamental y
profunda que algunos no quieren reconocer. ¿Será quizás que la teoría más
trascendental de la biología es, después de todo, una especie de cuento de
hadas que finalmente se tendrá que abandonar? ¿Estarán en lo cierto los
partidarios del Diseño inteligente cuando afirman que la actual complejidad de
todos los seres vivos no se ha podido producir por medio del azar sino que
procede de la inteligencia? Este es el gran fantasma que campea por las
distintas facultades de biología evolutiva y que asusta a tantos científicos
defensores del sueño roto del materialismo metafísico.
A principios
del pasado siglo, los biólogos evolucionistas creían que finalmente se
descubriría una teoría evolutiva unificadora que permitiría juntar la biología con
la química y la física, para reducir todo el universo a unas reglas elementales
básicas, austeras y mecanicistas. Se temía que si no se lograba definir dicha
teoría, la biología podría convertirse en una colección de disciplinas en
conflicto mutuo, desde la bioquímica hasta la ecología, pasando por la
genética, la zoología o la botánica, y que cualquier pregunta podría requerir
las explicaciones de docenas de especialistas enfrentados. Sin embargo, de la
misma manera que los físicos siguen sin encontrar la teoría del todo, tan
anhelada por el astrofísico Stephen Hawking y sus colegas, reconociendo que
existe una física para las cosas grandes y otra distinta para el mundo
cuántico, así también la biología parece abocada a la misma conclusión.
Científicos disidentes
Unos de los
primeros científicos en atacar abiertamente el gradualismo darwinista fueron
los paleontólogos estadounidenses Stephen Jay Gould y Niles Eldredge, a
principios de los 70. Su “teoría del equilibrio puntuado” indicaba que en el
registro fósil apenas se registraban cambios lentos y graduales, como los
propuestos por Darwin, sino bruscos y concentrados. En su libro “Desde Darwin”,
Gould escribe: “No nos encontramos con una crónica de majestuosos progresos,
sino con un mundo puntuado por períodos de extinciones masivas y rápidos
orígenes entre largas etapas de relativa tranquilidad. Centro mi atención en
las dos puntuaciones más grandes: la “explosión” del Cámbrico que puso en
escena la mayor parte de la vida animal compleja hace alrededor de seiscientos
millones de años, y la extinción del Pérmico que se llevó por delante a la
mitad de las familias de invertebrados marinos hace doscientos veinticinco
millones de años”.[4]
Otros
científicos, como los genetistas, trabajaban en sus respectivas áreas sin ver
que la teoría evolutiva de la síntesis moderna tuviera alguna relevancia en
ellas. Frente a las ideas neodarwinistas del “gen egoísta”, tan difundidas por
Richard Dawkins desde mediados de los 70, que aseguraban la absoluta
dependencia de los genes que tienen todos los organismos, otro biólogo ya
mencionado, Brian Goodwin, dirá: “A pesar del poder de la biología genocéntrica
para explicar una impresionante cantidad de datos biológicos, hay áreas básicas
en donde falla. La más importantes tienen que ver con la pretensión de que para
explicar las propiedades de los organismos basta con comprender los genes y sus
actividades. Yo afirmo que esto es simplemente falso. (…) Los organismos no
pueden reducirse a las propiedades de sus genes, sino que deben entenderse como
sistemas dinámicos con propiedades distintivas que caracterizan el estado
vivo”.[5]
El profesor de
biología evolutiva y del comportamiento de la Universidad de St. Andrews en
Escocia, Kevin Laland, que fue quien organizó la revolucionaria conferencia de
la Royal Society del 2016, cree que ha llegado el momento de unir todas
las tendencias para ver qué combinación de enfoques puede ofrecer la mejor
explicación a los problemas que hoy se le plantean a la teoría de la evolución.
Esto es lo que pretenden con la ya mencionada Síntesis Evolutiva Extendida, recoger
los últimos descubrimientos polémicos, como la plasticidad fenotípica,
la construcción de nichos ecológicos, la epigenética y el sesgo
de desarrollo, entre otras cosas.[6] Veamos en qué consiste cada
uno de tales conceptos biológicos.
¿Qué es la plasticidad fenotípica?
Se llama “plasticidad
fenotípica” a la capacidad que tienen los organismos de cambiar su aspecto
rápidamente como respuesta a la influencia del ambiente. Esto es algo que se ha
observado en numerosas especies y que contradice el cambio aleatorio, lento y
gradual propuesto por el darwinismo. Se ha comprobado que un mismo genotipo (o
conjunto de genes de un individuo) puede producir distintos fenotipos (o
aspectos físicos) cuando se encuentra en condiciones ambientales diferentes. Los
ejemplos más simples son el broceado de la piel humana al ser expuesta unos
días al sol o también la capacidad de árboles y arbustos para crecer en la
dirección contraria a la que sopla el viento, inclinándose definitivamente para
evitar que éste los desarraigue. Asimismo, los distintos colores de las conchas
de los caracoles según sea la tonalidad del entorno; las diferentes castas de
insectos sociales como las hormigas, termitas o abejas, que tienen obreros,
soldados y reinas que no difieren por sus genes sino por la alimentación y
temperatura que se les proporciona a las larvas; en fin, hasta la capacidad del
cerebro humano para crecer y adaptar su aspecto a las deformaciones del cráneo,
así como alterar sus patrones de secreción de neurotransmisores, algo que se
conoce como neuroplasticidad.
Estas
observaciones desafían la comprensión tradicional de la evolución porque
implican que los genes de las especies no se están perfeccionando lentamente,
generación tras generación, sino que ya en su desarrollo temprano poseen el
potencial de crecer en una variedad de formas que les permite vivir en
ambientes diferentes. La plasticidad fenotípica supone un reto al darwinismo
porque no puede explicarse mediante mutaciones aleatorias. La capacidad para
adaptarse a estímulos medioambientales, en formas que pueden cambiar, no
depende de mutaciones que aporten nueva información genética sino que se trata
de otra información que ya existía de antemano en el ADN de las especies. Nadie
sabe por qué el estado ancestral de los diversos organismos es fenotípicamente
plástico. ¿Por qué iba la selección natural a crear semejante información
genética plástica que sólo se podría aprovechar en el futuro cuando fuera
necesario?
La evolución
por definición no tiene capacidad previsora, no anticipa el futuro, no es capaz
de pensar. Sin embargo, dicha plasticidad fenotípica que observamos en las
especies tiene mucho sentido desde un diseño intencionado. Es, por ejemplo,
como si alguien hubiera condicionado desde el principio a árboles como los
arces de azúcar (Acer saccharum) para poder modificar el aspecto de sus
tallos en función de las características del lugar donde nacerían. Tallos
cortos y gruesos en entornos despejados y soleados o tallos altos y estilizados
en bosques densos donde la competencia por la luz es intensa. Y lo mismo puede
decirse de la plasticidad que cambia la forma y el color de los peces cíclidos
de los Grandes Lagos de África Oriental, el grosor del pico de los pinzones de
las Galápagos o el olfato químico de los salmones del Pacífico. Todo parece
apuntar a una inteligencia planificadora ancestral.
Construcción de nichos
Según el
neodarwinismo, el motor de la evolución son las mutaciones accidentales
originadas en los genomas de las especies, que son seleccionadas por el medio
ambiente y pasadas a la descendencia. Desde tal perspectiva, serían los
distintos ambientes naturales quienes controlarían los genomas y determinarían
el sentido de la evolución. Así funcionaría supuestamente la selección natural
creadora de todo ser vivo. Sin embargo, desde hace casi 80 años, se sabe que la
cosa puede también funcionar al revés. Los seres vivos son capaces de influir
en el ambiente, modificándolo para beneficio propio y convirtiéndose ellos
mismos en ingenieros de los ecosistemas, con lo cual las futuras
transformaciones dependerían más de las propias especies que de sus entornos. Esto
es lo que se denomina la “construcción de nichos ecológicos”, es decir, la
actividad que realizan muchas especies biológicas al alterar el medio local
para beneficiarse de él, protegerse, criar a la prole, sobrevivir en ambientes
hostiles, etc.
Ejemplos de
ello son la elaboración por parte de algunas especies de termitas de enormes nidos
que sobresalen del suelo y reducen la temperatura en su interior; las madrigueras
de conejos y tejones con la misma finalidad; represas como las de los castores
que modifican el curso de los ríos; la creación de regiones de sombra y confort;
la capacidad que tienen las plantas de alternar sus nutrientes o el número de
estomas de las hojas para transpirar más o menos; el cultivo de hongos por
parte de ciertos insectos; la modificación química del suelo que realizan las
lombrices de tierra; la eliminación de árboles y arbustos indeseables que hacen
las hormigas limón (Myrmelachista schumanni) de la selva amazónica; etc.,
etc. La cantidad de tales adecuaciones del medio es interminable. Pues bien, todo
esto supone también la existencia de una predisposición genética previa en las distintas
especies que les permite realizar una conveniente modificación de las
condiciones ambientales, o de los nichos ecológicos, para sobrevivir mejor.
Esto es algo que sugería, ya en los años 40 del pasado siglo, el físico
austríaco Erwin Schrödinger, premio Nobel de física en 1933, al escribir: “La
asombrosa propiedad de un organismo de concentrar una “corriente de orden”
sobre sí mismo, escapando de la descomposición en el caos atómico y
“absorbiendo orden” de un ambiente apropiado parece estar conectada con la
presencia de “sólidos aperiódicos”, las moléculas cromosómicas, las cuales
representan, sin ninguna duda, el grado más elevado de asociación atómica que
conocemos”.[7]
Es decir, en la misteriosa información del ADN parece residir el secreto de
toda vida.
La revolución de la epigenética
Ahora bien, si
el verdadero “sustrato” de la vida es la información, cabría esperar que los
seres vivos dispusieran de mecanismos sofisticados para preservar y proteger
dicha información biológica que les viene dada. Desde el darwinismo, se venía
considerando que la información era sólo el subproducto del azar y la selección
natural. Sin embargo, ahora estamos asistiendo a la revolución de la
“epigenética”, disciplina que estudia los mecanismos que regulan la expresión
de los genes pero sin modificar su información. Hoy se sabe que el medio
ambiente puede “encender o apagar” genes del ADN para que expresen o no su
información y tal acción es capaz de influir en la descendencia. Esto pudo
comprobarse, por ejemplo, en el poco peso que tenían los bebés que eran nietos
de supervivientes de los campos nazis. Las situaciones traumáticas de estrés
que padecieron sus abuelos seguían repercutiendo negativamente en tales
neonatos. La epigenética es una especie de herencia extragenética que hace que
ciertas influencias del ambiente como puede ser una enfermedad vírica o una
lesión psicológica experimentada por un individuo, etc., añada pequeñas
moléculas químicas a su ADN y tal recuerdo pase a los hijos.
Pues bien, la
epigenética ha revelado que en las células existen códigos sobre códigos,
información sobre información, sistemas de flujos de datos, control de calidad,
procesado de la información, máquinas que se dedican a leer, escribir, borrar
señales, regular los procesos de transcripción y traducción del ADN, comprobar
y eliminar los errores de copia y lograr que la información cumpla su propósito
final, es decir formar descendientes sanos. Existen distintos niveles de
información y unos controlan o regulan a los otros. Aunque el evolucionismo
sigue buscando explicaciones naturalistas a todo esto, lo cierto es que
constituye un fuerte apoyo a la tesis del Diseño inteligente.
Una de las
proponentes de la Síntesis Evolutiva Extendida, que participó también en la
conferencia de la Royal Society del 2016, fue la genetista israelí Eva
Jablonka quien se autoproclama neolamarckista, en honor al naturalista francés
Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), quien formuló la primera teoría de la evolución
biológica. Lamarck decía que la función crea el órgano, es decir que el uso
prolongado de cualquier estructura biológica, como puede ser el largo cuello de
las jirafas estirado por el esfuerzo de alcanzar las hojas más tiernas, cambia
en función de su uso y dicho cambio pasa a los hijos. Siempre se ha dicho que
Lamarck estaba equivocado porque lo que se transmite a la descendencia son los
genes y si un cambio morfológico no está inscrito en ellos, no puede heredarse.
Así tradicionalmente se le ha dado la razón a Darwin y se le ha venido quitando
a Lamarck. Sin embargo, según Jablonka y otros colegas, la epigenética viene a
cambiar las cosas porque el ambiente puede influir también en la expresión
génica. Por su parte, el fisiólogo británico Denis Noble pidió una “revolución”
contra la teoría evolutiva tradicional. Sin embargo, Kevin Laland, autor
principal de muchos de los artículos del movimiento, es más moderado y afirma
que sólo se trata de una reforma, no de una revolución.
Sesgo de desarrollo
Finalmente, el
llamado “sesgo de desarrollo” es un concepto creado para intentar explicar
dificultades del darwinismo tales como la evolución paralela o la evolución
convergente. La primera es cuando dos especies independientes desarrollan, a la
vez y en un mismo ecosistema, características parecidas, como las ratas topo y
los topos, ambas con garras excavadoras; mientras que en la convergente tales
características morfológicas similares se darían entre especies de ecosistemas
diferentes y alejadas en el tiempo, como la aparición de las alas en las aves y
en los murciélagos. Pues bien, el sesgo de desarrollo afirma que en el genoma
de las especies existiría como una jerarquía que priorizaría o facilitaría la
aparición de determinados aspectos físicos (fenotipos) en detrimento o sesgo de
otros. O sea, que no todos los fenotipos posibles tendrían las mismas
oportunidades de aparecer por evolución. Por lo tanto, se vuelve a lo mismo de
siempre, ¿cómo surgió esa información jerarquizada en los genes? La biología
está llena de teorías similares, por eso los proponentes de la EES buscan una
teoría de la evolución que unifique y recoja todas las sensibilidades.
Sin embargo,
otros biólogos influyentes como Ford Doolittle, Arlin Stoltzfus, Michael Lynch
o Eugene Koonin, creen que no se necesita ninguna nueva síntesis de la
evolución sino todo lo contrario, la muerte total de las grandes teorías de los
siglos XIX y XX. Lo que, según su opinión, se requiere actualmente es explicar
bien cómo las formas de vida actuales pudieron surgir de las antiguas y esto no
puede hacerse por medio de una única teoría de la evolución. Es lo mismo que
ocurre en física, la mecánica cuántica se aplica a las partículas muy pequeñas,
mientras que la teoría de la relatividad general de Einstein se aplica a las
grandes. Pero estas dos teorías se muestran incompatibles entre sí. Tal es el
dilema que tiene planteado actualmente la teoría de la evolución. La vida es
mucho más compleja de lo que jamás se había pensado y parece diseñada por una
mente extraordinariamente más inteligente que la nuestra, pero no por un azar
ciego como algunos creen. En mi opinión, esta es la causa principal que subyace
bajo la actual revolución en la evolución.
[1] Goodwin, B. 2008, Las manchas del leopardo. La evolución de la complejidad, Tusquets, Barcelona, p. 11.
[2] Moczek, A. P. 2022, When the end modifies its means: the origins of novelty and the evolution of innovation, Biological Journal of the Linnean Society, XX, pp. 1-8.
[3] Laland, K. et al., 2014, Does evolutionary theory need a rethink? Nature, vol. 514, pp. 161-164.
[4]
Gould, S. J. 1983, Desde Darwin. Reflexiones sobre Historia Natural, Hermann
Blume, Madrid, p. 13.
[5]
Goodwin, B. 2008, Las manchas del leopardo. La evolución de la complejidad, Tusquets,
Barcelona, p. 19.
[6]
https://www.theguardian.com/science/2022/jun/28/do-we-need-a-new-theory-of-evolution?fbclid=IwAR0axcWcKkWANtlbCHMw1EpQDKJGnAExKxZLc3AAogTpZELZLZ2nFZDVpFY
[7]
Schrödinger, E. 1983, ¿Qué es la vida? Tusquets Editores, Barcelona, p.
120.
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Se ha dedicado, en diferentes periodos de su vida, a la investigación científica, al pastorado y la docencia.
EXCELENTE
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