En mis inicios en el cristianismo en el año 1988, 36 años atrás, las iglesias evangélicas en particular estaban identificando ciertas “bestias negras” que amenazaban con desviar de la fe a los incautos y denunciándolas en medio de un ambiente caldeado en que, al calor de la discusión, lo que parecía prevalecer era el espíritu polémico y de denuncia que tendía a ver las cosas en blanco y negro e impedía evaluar con objetividad y cabeza fría los movimientos y sistemas espirituales denunciados, entre los que se destacaba la llamada “nueva era”, un fenómeno espiritual, cultural y filosófico que comenzó a tomar fuerza en Occidente especialmente desde los años 60 y 70 del siglo XX. Mis primeros acercamientos a este tema se dieron a través de un librito pequeño publicado por el pastor de mi iglesia, titulado El engaño de la Nueva Era, obra fragmentaria y de tono alarmista, en el mejor estilo de las “teorías de conspiración” que, con el pretexto de denunciar a la nueva era, terminaba sobredimensionándola y disparando para todos lados de manera indiscriminada.
En esta misma línea, apareció también el libro La Nueva Era del fundador del Instituto Cristiano de Investigaciones, Walter Martin, un poco más extenso, mejor documentado y con una tabla de contenido más enfocada en identificar específicamente a los grupos de la nueva era, llamando la atención sobre sus rasgos particulares, pero que mantenía el tono polémico de urgencia, excesivamente alarmista y hasta algo sensacionalista que le impedía aplicarle a la nueva era el consejo paulino de examinarlo todo y retener lo bueno. Para calentar más el ambiente ya bastante encendido y controversial, Dave Hunt escribía, con una diferencia de dos años entre uno y otro, los libros La seducción de la cristiandad y Más allá de la seducción que advertían sobre la infiltración de la nueva era en la iglesia cristiana al incorporar a la práctica de la fe aspectos del movimiento de autoayuda, de la psicología humanista, del misticismo oriental y de las técnicas de meditación y visualización promovidas por la nueva era, fundamentadas en una visión de la fe más centrada en el hombre que en Dios, constituyendo así dos movimientos específicos superpuestos e interrelacionados dentro de la iglesia misma, designados como la “teología de la prosperidad” y el “movimiento de la fe” que ameritan también una consideración aparte.
Estos movimientos infiltrados en la iglesia y ajenos al cristianismo fueron documentados y denunciados con detalle por el sucesor de Walter Martin en el Instituto Cristiano de Investigaciones, Hank Haanegraf, en sus libros Cristianismo en crisis y su versión revisada y actualizada del 2009, Cristianismo en crisis siglo XXI con el mismo tono urgente polémico, confrontacional y carente de matices, aunque profusamente documentado. A la par con estos libros de denuncia el apologista cristiano Douglas Groothuis escribía, también con dos años de diferencia entre uno y otro, Desenmascarando la Nueva Era y Confrontando la Nueva Era, que a pesar de sus títulos, eran mucho más sobrios, objetivos y documentados; críticos, pero carentes del tono alarmista de todos los anteriores. Por parte de los promotores de la nueva era tal vez el libro más emblemático es La Conspiración de Acuario de Marilyn Ferguson que constituye una especie de manifiesto que explica la filosofía, metas y alcance del movimiento desde dentro, en donde su autora expone ideas sobre la espiritualidad, la sanación, el cambio social y la transformación personal que son centrales para la nueva era, y lo hace desde una voz propia del movimiento. Éste es tal vez el texto fundacional más citado por los mismos practicantes y promotores de la nueva era, en la creencia original compartida por todos sus adeptos de que la humanidad estaba entrando en una nueva etapa cósmica (la era de Acuario) que traería paz, armonía y unidad espiritual global.
Entrando en la consideración del movimiento, hay que comenzar por señalar que la nueva era no es una religión organizada, sino un movimiento ecléctico y sincrético, al mejor estilo de la “fe a mi manera” y del “ármelo usted mismo” tan propio de la espiritualidad posmoderna, que mezcla creencias, prácticas y símbolos de muy diversas tradiciones religiosas y filosóficas (orientales, esotéricas, místicas, psicológicas, indígenas, astrológicas, etc.), en el que se busca la experiencia espiritual directa, sin instituciones ni estructuras jerárquicas, dogmas o doctrinas fijas, integrando elementos del hinduismo, del budismo, del gnosticismo, del esoterismo occidental, de la psicología transpersonal, de la física cuántica, del chamanismo y de la astrología, entre otros. Sobresale en ella la aspiración a la auto-divinización por la que cada individuo puede despertar o realizar su propia divinidad en oposición a la visión cristiana de un Dios único trascendente y distinto del ser humano. Al mismo tiempo que incorpora las doctrinas orientales de la reencarnación y el karma, se propende por una transformación de la conciencia que la conduzca a un estado superior de “iluminación” o “ascensión” en clave panenteísta (que a diferencia del panteísmo que afirma que “todo es Dios”, el panenteísmo afirma que “todo está en Dios”), ayudándose para ello de prácticas como la meditación, el yoga, la sanación energética, el reiki, los cristales, la aromaterapia y la visualización creativa.
Lo señalamientos que desde el cristianismo debemos hacerle es su relativismo doctrinal que no reconoce una verdad absoluta, lo cual choca con los reclamos de exclusividad del cristianismo y la inequívoca afirmación cristiana de que Cristo es el camino, la verdad y la vida y nadie llega al Padre sino por Él. En conexión con esto, sustituye la necesidad de redención por un camino de autosuperación espiritual, sin necesidad de un Salvador, mezclando en muchos casos creencias contradictorias sin someterlas a un análisis racional y mucho menos a la autoridad de alguna revelación divina, cayendo en la idolatría del “yo” o egolatría. Al ser un movimiento no estructurado se camufla más fácil y de manera más inadvertida en muchos círculos sociales diferentes, tales como los círculos urbanos de clase media y media-alta, en especial entre personas profesionales, educadas, con cierto nivel económico, que han experimentado desencanto con las religiones tradicionales pero no desean renunciar a la espiritualidad, con capacidad económica para invertir y vincularse a centros de yoga, meditación, reiki, y terapias alternativas como la acupuntura, la homeopatía y la medicina holística cuando se ofrecen con trasfondo espiritual.
A nivel corporativo encuentra un terreno fértil en la práctica del desarrollo personal y del coaching, en los cursos de autoayuda, de liderazgo y de motivación. El llamado “mindfulness” y el coaching emocional a menudo están impregnados de ideas propias del movimiento nueva era, con sus típicas y repetidas alusiones a la “energía positiva”, las “vibraciones elevadas”, la “alineación con el universo” y la “conciencia universal”. En el campo del activismo, suele hallarse presente en los movimientos ecologistas y ambientalistas que en general adoptan una visión panteísta y espiritualizada de la naturaleza, considerando a la Tierra como un ser vivo (“Gaia”), una visión que se alinea con el pensamiento de la nueva era, que busca una unidad cósmica entre el ser humano, el universo y la divinidad. También en el arte encuentra un nicho en los círculos artísticos creativos, vanguardistas y contraculturales.
Prácticas claramente ocultistas y condenables desde la óptica del cristianismo histórico tradicional también se asocian a ella, tales como la lectura de las cartas, la astrología (las cartas astrales y los populares horóscopos), la numerología, las regresiones y las llamadas canalizaciones que reeditan de manera más sofisticada a los médiums y al espiritismo antiguo en las figuras de los “maestros ascendidos” que se convierten en mentores personales y tutores espirituales de las personas bajo su influencia, así como el pretendido contacto con ángeles o extraterrestres ꟷdando cumplimiento a la advertencia del Nuevo Testamento de que los demonios se disfrazan como ángeles de luzꟷ. Aunque estos grupos ocultistas no se reconocen ni definen explícitamente como “nueva era”, es evidente que comparten muchos de sus fundamentos espirituales. En resumen, la nueva era florece donde hay apertura a la espiritualidad, pero desconfianza hacia las religiones tradicionales, y suele vincularse con estilos de vida centrados en el bienestar emocional, la autorealización y el contacto con lo “espiritual” sin compromisos dogmáticos.
En cuanto a los temores paranoicos de un buen número de cristianos influidos por las “teorías de conspiración” en relación con el supuesto dominio de la nueva era entre los dirigentes y funcionarios de la ONU, sí existen algunas conexiones, influencias e intereses comunes, pero esto está lejos de una adopción oficial de la nueva era por el organismo de la ONU por la que éste estaría promoviéndola dentro de su agenda oficial o encubierta. En este orden de ideas, sí hay algunos elementos, organismos o figuras dentro del sistema de Naciones Unidas que han mostrado simpatía con ideas afines al pensamiento de la nueva era, sobre todo en temas de espiritualidad universal, paz mundial, unidad planetaria y evolución de la conciencia humana, teniendo en común el lenguaje de “unidad global” y “conciencia planetaria” y la coincidencia en la promoción de valores universales como la paz, los derechos humanos, el desarrollo sostenible, el respeto por la diversidad, que no son de ningún modo ajenos al cristianismo, aunque hay que decir que la ONU entiende estos valores más en términos políticos y económicos, mientras que la nueva era los entiende en términos espirituales y místicos.
Las teorías conspirativas alrededor de la ONU en contubernio con la nueva era surgen de las afirmaciones extremas de algunos dirigentes cristianos en el sentido de que la ONU es el vehículo para imponer una religión mundial sincretista del tipo de la nueva era. Estos señalamientos pueden estar fundamentados en hechos más bien aislados como el que tiene que ver con Lucis Trust, una organización fundada en 1922 por Alice Bailey, una teósofa cuyos escritos mezclan esoterismo, teosofía y pensamiento temprano afín a la nueva era. Lucis Trust, según su pagina web:
“… tiene estatus consultivo ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC) y Buena Voluntad Mundial está reconocida por el Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas como una Organización No Gubernamental (ONG). Como tal, Lucis Trust y Buena Voluntad Mundial forman parte de una comunidad de cientos de ONG's que juegan un papel activo en las Naciones Unidas, especialmente difundiendo información acerca de las Naciones Unidas y fomentando el apoyo a programas de la ONU. Desde su fundación Lucis Trust y Buena Voluntad Mundial han dado su apoyo a través de la meditación, materiales educativos y seminarios, destacando la importancia de los objetivos y actividades de la ONU, ya que representan la voz de los pueblos y las naciones del mundo”.
Aunque Lucis Trust no representa a la ONU ni habla por ella, esta vinculación ha sido muy citada por quienes sostienen que hay una “espiritualidad mundial” en marcha desde la ONU. Aunque es cierto que la ONU promueve valores universales afines o en clave de nueva era (y no en clave cristiana, que también fomenta muchos de estos valores, pero partiendo de un fundamento doctrinal muy diferente), no hay evidencia sólida de un proyecto de “religión mundial nueva era” dirigido desde la ONU. Por esos los cristianos deben estar en capacidad de discernir sin caer en paranoias, reconociendo el bien que la ONU ha promovido en temas de paz, justicia y cooperación internacional, sin dejar de estar alertas a cualquier intento de diluir la fe cristiana en una espiritualidad global ambigua, sin verdad ni cruz, recordando que la misión de la Iglesia no es fundamentalmente construir un paraíso terrestre aquí y ahora en plano utópico, sino testimoniar fielmente el Reino de Dios, aun en medio de las estructuras del mundo.
Debemos también ser conscientes de que la nueva era, por su misma indefinición doctrinal y capacidad de asimilar creencias muy disímiles e incluso contradictorias, es muy maleable y, como tal, ha experimentado una transformación profunda desde sus inicios en los años 60 del siglo pasado hasta el presente. Aunque sus principios básicos y generales de espiritualidad sin dogmas, unidad cósmica, crecimiento personal y sincretismo religioso se han mantenido (siendo este último en especial el que la faculta para incorporar y asimilar creencias de muy diversa procedencia) su forma, lenguaje y manifestaciones han evolucionado significativamente. En sus inicios fue un movimiento contracultural caracterizado por la rebelión contra las instituciones tradicionales como la familia, la iglesia y el estado, por lo que no debe extrañar que el movimiento hippie se identificara con ella y la reforzara con su búsqueda de paz, amor libre, drogas psicodélicas e espiritualidad oriental, sobre todo la de corte hinduista y budista. Estos fueron los años en que se popularizó la práctica del yoga, la meditación, los mantras, los chakras y la creencia en la reencarnación por parte de un significativo número de occidentales y surgió el interés poco o nada crítico por los extraterrestres, la astrología, la reencarnación, las canalizaciones y las energías cósmicas.
Para los años 80 y 90, a pesar de no ser un sistema institucionalmente estructurado, de todos modos se consolida y se hace visible como un “movimiento espiritual sin Iglesia” y adquiere mayor difusión a través de editoriales, ferias, películas y la música nueva era y es difundido también con el surgimiento de gurús procedentes de oriente, así como de “terapeutas holísticos” como Deepak Chopra y Wayne Dyer y libros populares como Conversaciones con Dios de Neale Donald Walsch y El poder del ahora de Eckhard Tolle. Esta es la época del auge del movimiento de autoayuda y expresiones y eslóganes típicos de su propaganda como “ser tu mejor versión”, “sanar tu niño interior” y “crear tu realidad”, apelando a la divinidad como quiera que se le conciba ꟷusualmente en términos impersonalesꟷ, para instrumentalizarla de un modo muy pragmático y utilitarista, poniéndola al servicio de nuestros intereses personales en gran medida individualistas. También es ésta la época en que la psicología transpersonal y las medicinas alternativas en sus versiones más esotéricas se integran al movimiento y en que el término “nueva era” se comienza a utilizar de manera más sistemática.
Ya entrando el siglo XXI con su digitalización y el “mainstream” o cultura popular con su “espiritualidad a la carta”, la identificación explícita como “nueva era” se diluye y camufla un poco, integrándose más a la cultura popular sin utilizar esta etiqueta y alcanzando, como el cristianismo mismo, masiva difusión por internet y las redes sociales. En la actualidad, conforme al espíritu de los tiempos y la tendencia ya señalada a una fe “a mi manera”, sin dogmas, sino basada en experiencias útiles y gratas; la nueva era se manifiesta en espiritualidades personalizadas con un fuerte enfoque en la salud mental, en el bienestar promovido por el fitness y la alimentación sana, el “mindfulness” o atención concentrada en el momento presente, el coaching, el crecimiento personal y la astrología como su aspecto ocultista más dominante, unido a una hibridación de conceptos científicos mal entendidos y sacados de contexto procedentes sobre todo de la mecánica cuántica y la neurociencia. En este orden de ideas, hoy se muestra con un menor misticismo visible y más como una “ciencia del bienestar”.
Así, en estas tres etapas señaladas de su evolución, pasó de lo contracultural, a lo alternativo, y de lo alternativo a lo popular o “cool”. De la rebelión espiritual original a una búsqueda más estructurada que culmina en la aspiración a un bienestar emocional y físico. De la mística oriental a las terapias esotéricas occidentalizadas psicoespirituales y a la difusión digital. De los libros y comunas, a las conferencias y gurús hasta desembocar en las aplicaciones y redes sociales. De los jóvenes rebeldes a los buscadores espirituales de toda procedencia desengañados de las espiritualidades tradicionales, llegando así a obtener hoy un alcance más masivo y diverso. De hecho hoy, incluso en las iglesias, muchos ponen en práctica ideas de la nueva era sin saberlo, porque la espiritualidad contemporánea se ha impregnado de ese aire sincretista y relativista con énfasis en lo terapéutico. Por eso, aunque ya no se no se habla tanto de la “nueva era”, su espíritu está más presente que nunca.
Y esto es así porque la sed espiritual que dio origen al movimiento sigue vigente. Es decir, la búsqueda de sentido, de conexión, de sanación, de trascendencia. Solo que ahora es más fragmentada, individualista y desinstitucionalizada. Un terreno que puede ser propicio a la difusión renovada del evangelio sin entrar en conflictos directos con la nueva era, pues la respuesta de la iglesia a este movimiento no ha sido tampoco la más afortunada y acertada pues, en palabras muy propias de nuestros tiempos, fue más “reactiva” que “proactiva”. Así, la respuesta eclesial a ella durante los años 60 y 70 fue lenta, defensiva y distante, percibiéndola como una amenaza directa al cristianismo y a la moral tradicional y asociándola rápidamente con el ocultismo, la herejía y el relativismo moral, todo lo cual no es equivocado, pero tampoco fue de mucha ayuda para comprender la raíz del fenómeno en su momento, como consecuencia de lo cual, en vez de diálogo pastoral, lo que hubo fue una condena doctrinal frontal que trajo como resultado la pérdida de muchos jóvenes que buscaban experiencias espirituales y no las encontraban en una Iglesia que parecía rígida o estancada.
En los años 80 y 90, en la época de mayor sistematización y comercialización del movimiento, la iglesia comenzó a promover con lentitud una reflexión más articulada y documentada sobre él, pero siempre en plan de polémica y confrontación (esta fue la época en que quien esto escribe, ya dentro del cristianismo, conoció el movimiento). Ya en el siglo XXI en que el enfoque de la nueva era pasó a la cultura del bienestar espiritual y personalizado, el Vaticano publicó el importante documento: “Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la ‘Nueva Era’”, que analiza, distingue y advierte sin simplismos y que puede ser suscrito en gran medida también por la iglesia evangélica. Linda Christensen, a su vez, distingue así los diferentes intereses en que la nueva era ha venido incursionando a lo largo de su historia desde sus orígenes hasta la actualidad. En primer lugar, el activismo para la transformación social, política y ecológica. En segundo lugar ꟷsiendo este su interés más característicoꟷ, el aspecto espiritual que persigue la transformación personal, por medio de tradiciones espirituales alternativas o poco convencionales en occidente, tales como las tradiciones espirituales orientales en sus inicios y posteriormente las tradiciones indígenas. Una de las manifestaciones más concretas de este interés de la nueva era es la promoción del crecimiento personal mediante los movimientos que afirman que debemos descubrir todo el potencial de la mente que se halla presente en ella, pero que no utilizamos. Los otros dos intereses identificados por Christensen, son su interés en el ocultismo y en la salud integral.
En medio de todo esto, la respuesta de la iglesia sigue siendo desigual y fragmentaria, pues mientras algunos sectores eclesiales siguen reaccionando con hostilidad o desconexión, otros lo están haciendo con apertura y discernimiento misionero, viendo todo esto como una oportunidad para la evangelización, incorporando de manera más intencional en la vivencia cristiana el lenguaje de la espiritualidad apoyada en la experiencia, que ha sido parcialmente asumido por la iglesia en retiros, ejercicios, y un más empático y solidario acompañamiento y asesoría pastoral. Sin embargo, sin dejar de ser buenas y recomendables, estas iniciativas deben ser vigiladas, pues por este camino muchos creyentes pueden terminar mezclando elementos de la nueva era con su fe cristiana de maneras inconvenientes y sin criterio bíblico, lo que ha venido provocando una nueva forma de sincretismo suave, en el mejor de los casos, o en el peor, el surgimiento de los escenarios descritos por Dave Hunt y Hank Hanegraaf en sus libros, en especial en los sectores carismáticos y pentecostales de la iglesia actual en el contexto de las megaiglesias. Todo lo cual hace más urgente y necesaria la formación teológica y apologética de la iglesia, el discernimiento espiritual y la evangelización inteligente. En este propósito es imprescindible reconocer los puntos de contacto y de tensión entre la nueva era y el cristianismo.
Entre los puntos de contacto encontramos que ambos coinciden en buscar lo espiritual, pero difieren en la dirección emprendida, pues la nueva era cultiva una espiritualidad individual y autocentrada en el “yo”, mientras que el cristianismo cultiva una espiritualidad relacional y teocéntrica, es decir, centrada en Dios. En cuanto al conocimiento de nosotros mismos y nuestra interioridad, puede haber puentes entre ambas, siempre y cuando se distinga allí entre el autoconocimiento y la comunión con Dios como las dos caras de una misma moneda, sin limitarse, entonces, a la meditación introspectiva propia de la nueva era, sino avanzando hacia la oración, la relación y la escucha mutua en una relación interpersonal con Dios. Ambas buscan también la sanación, pero la nueva era enfatiza sus aspectos presentes más urgentes e inmediatos, mientras que el cristianismo la concibe en el contexto más amplio de la escatología redentora, integral y salvífica que incluye el alma, la erradicación y eliminación del pecado y la gracia divina operando en nosotros. La nueva era, a su vez, persigue la iluminación y evolución espiritual como el destino humano en unión con la “conciencia universal”, mientras que el cristianismo concibe el destino final del ser humano en la salvación, la resurrección del cuerpo y la comunión íntima y estrecha con Dios, sin ser asimilados por Él, lo cual denota similares aspiraciones y expectativas de trascendencia, pero de formas radicalmente distintas.
Por otra parte, los aspectos que generan más tensión y en los que chocan más abiertamente tienen que ver, en primer lugar, con la tendencia a la divinización, no sólo de nosotros mismos que ya señalamos, sino la de la naturaleza emprendida por la nueva era, en contraste con el cristianismo, que ve la naturaleza como una creación de Dios, buena, pero no divina, de donde el cristianismo es enfático en honrar la creación, pero no en adorarla. En segundo lugar, la moralidad de la nueva era es subjetiva y relativista, guiada por criterios eminentemente pragmáticos y utilitaristas, mientras que la moralidad cristiana es objetiva y basada en la voluntad de Dios revelada a los hombres en la Biblia y en nuestras conciencias. En tercer lugar, al igual que lo que sucede con otros credos y religiones institucionalizadas, ellos diluyen la identidad de Jesucristo en la de un maestro más, una guía entre otras similares a lo largo de la historia, y en el mejor de los casos, un “avatar” al estilo del hinduismo, mientras que para el cristianismo Él es el Hijo único de Dios, hecho hombre por nosotros para nuestra salvación. En cuarto lugar, en cuanto a su concepción de la verdad, a semejanza de lo que sucede también con su moralidad, la nueva era es pluralista y, por decirlo así, acepta la existencia de muchas verdades, mientras que el cristianismo afirma la Verdad, en singular, de forma humilde, pues la conocemos por revelación en su sentido más auténtico y no por descubrimiento, y por lo mismo no podemos relativizarla, como lo hace la nueva era.
Podría decirse sin temor a equivocarnos que el punto fuerte del cristianismo en relación con la nueva era es que tiene respuestas reales y profundas, mucho más arraigadas en los hechos puros, buenos y malos, duros y gratos que observamos y experimentamos a diario en el mundo, para las preguntas bien intencionadas que la nueva era plantea, sin embargo, mal, o a medias y que terminan lanzando a la postre a sus adeptos a una suerte de engañosos escapismos ingenuos, románticos y desconectados de la realidad que se pueden volver luego de manera autodestructiva contra ellos. Pero, a su vez, el punto débil de la iglesia es que muchas veces no ha sabido comunicar esas respuestas, formulándolas con rigidez, superficialidad y falta de experiencia mística. Por eso el desafío actual de la iglesia no es solo (ni principalmente) advertir contra la nueva era, sino ofrecer con claridad, belleza y profundidad una espiritualidad cristiana viva, encarnada en nuestra vida cotidiana y accesible para todos, centrada en Jesucristo como la plenitud y la meta de toda búsqueda espiritual.
El aspecto escapista de la nueva era por el que a la postre terminan es huyendo de la realidad, pasa por la creencia de que este mundo es ilusorio, una creación de nuestro pensamiento, postura que termina infravalorando nuestra existencia física real. Linda Christensen señala, por ejemplo, que:
“Un factor que jugó un papel importante y ayudó a la creación de este nuevo panorama oriental/metafísico, y a su aceptación, fue la llegada de la cultura de las drogas y la experimentación con los estados alterados de conciencia”. Esto es cierto a tal punto que Harvie Cox puntualizó que: “Las experiencias con las drogas devaluaron la credibilidad de cualquier forma de religión occidental, y consiguieron que la cosmovisión religiosa oriental se convirtiera para ellos en la única interpretación creíble”.
Habiendo señalado esto, debemos también tener presente que muchos de los que se sienten atraídos por la nueva era no están huyendo de Dios, sino de una imagen distorsionada de Él dentro de las mismas iglesias. Buscan seguridad, espiritualidad, sanidad interior, sentido, armonía con la naturaleza, paz, y una experiencia transformadora. Todo lo cual ꟷen su forma más profunda y verdaderaꟷ está en el corazón del cristianismo rectamente entendido, predicado y vivido, pero muchas veces no han sido presentadas como tales por la iglesia. Así, la clave no está en atacar su búsqueda, sino en reconocerla, validarla y redirigirla con sutileza y auténtica empatía. No hay que ridiculizar ni condenar a ultranza la necesidad de meditar, sanar, o vivir en conexión con el todo. Hay que mostrarles que esas necesidades encuentran su plenitud en Cristo, no como personaje histórico, sino como una persona viva y contemporánea a la distancia de una invocación sincera y humilde de nuestra parte para que nos transforme desde adentro.
Después de todo, Cristo no vino a fundar una religión cerrada y claramente rotulada e institucionalizada, sino a restaurar la relación rota entre Dios y el ser humano, una relación que sana, libera, eleva y dignifica nuestra condición humana y nuestra vocación de servicio en el mundo. La cruz no niega ni sofoca la espiritualidad humana, más bien la redime y la potencia encauzándola en la dirección correcta. La resurrección tampoco compite con la iluminación, sino que la contiene y la supera. El Espíritu Santo tampoco es solo una fuerza, sino una persona que en la unidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, puede renovar el corazón humano desde adentro. Es por eso que evangelizar a alguien inmerso en mayor o menor grado en la nueva era no requiere en principio un debate filosófico o teológico o una confrontación doctrinal, sino una invitación vivencial del estilo: ¿Has encontrado en la nueva era todo lo que buscas? Y si te muestro otra manera más plena y segura de encontrarlo ¿no te interesaría explorarla?
En este proceso, hay que enfatizar las verdades más prácticas del cristianismo, como el hecho de que nuestras vidas tienen propósito y somos amados y llamados a hacer nuestro siempre significativo aporte a la obra de Dios, por humilde que puedan verse desde la limitada óptica actual del mundo cuando los estamos realizando. También, que solo Dios puede sanar el alma de raíz y que aunque no somos dioses, podemos ser hijos en un sentido íntimo y afectivo del único Dios vivo y verdadero. Hay que recordar que el Espíritu Santo puede transformarnos y hacernos partícipes de Su naturaleza divina, sin negar nuestra individualidad ni nuestra personalidad particular y única, sino llevándola a su plenitud y perfección. Debemos señalar que el cristianismo nos faculta para amar y cuidar la creación sin adorarla. Que el verdadero poder y la verdadera libertad consiste en la entrega confiada motivada por el amor y en una conciencia limpia al servicio de la justicia. Y finalmente, que Cristo no es un camino, entre otros, sino el Camino.
Como lo dice Linda Christensen: “Hablarle de forma dogmática a un seguidor de la Nueva Era sobre un Dios en el que hay que creer no servirá de nada… En vez de ver la Nueva Era como un movimiento satánico, como hacen muchos evangélicos, deberíamos verlo como una respuesta al llamamiento de Dios, y como un campo que está listo para ser cosechado”. Y es que, dado que el aspecto dogmático y doctrinal carece en la nueva era de la importancia que tiene en el cristianismo, demostrarle a un seguidor de la nueva era el carácter herético del movimiento a la luz de la Biblia no sirve de mucho. Es cierto que, como lo señala una vez más Linda Christensen: “En el mundo evangélico norteamericano existe una opinión generalizada de que el Movimiento de la Nueva Era es de inspiración satánica [y conspirativa]. Se le considera como el gran engaño de los últimos días, antes de que Cristo venga, y el medio a través del cual el Anticristo establecerá su poder en el mundo”, en clara alusión a la figura de la gran prostituta del libro del Apocalipsis que se alía con la bestia.
Los escritos de la ya mencionada Alice Bailey y su instituto Arcane con sus repetidas referencias al “nuevo orden mundial” pueden haber alimentado esta teoría conspirativa en cabeza de la nueva era y no es descabellado pensar que ésta pueda llegar a ser la infraestructura espiritual e ideológica para el gobierno del anticristo. Pero sin perjuicio de todo esto, tampoco debemos olvidar que un buen número de seguidores de la nueva era, sin estar necesariamente en contra de la globalización y el carácter solidario de todos los grupos de la raza humana: “no apoyan la idea de un gobierno global ni esperan la venida de un líder mesiánico. De hecho, están totalmente en contra de las estructuras autoritarias”. Así, pues, más que una condenación abierta y frontal y en gran medida paranoica hacia la nueva era como movimiento, lo que se requiere de la iglesia al respecto es que, partiendo de la conciencia que tenemos de las doctrinas cristianas cuestionadas por la nueva era y que se hallan en juego, avanzar hacia una comprensión y empatía con las motivaciones de fondo de sus seguidores y cultivadores, encontrando puntos de contacto con ellos compartidos también por la espiritualidad cristiana y, desde allí, conducirlos con tacto y consideración a las respuestas cristianas para estas inquietudes, bajándole significativamente al tono alarmista que ha caracterizado la actitud de la iglesia hasta hoy.
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Arturo Rojas. Escritor y conferencista de temas cristianos en defensa de la fe y la sana doctrina, autor de libros como Mensajes de Dios, Creer y pensar, Creer y razonar y Creer y comprender, que da nombre a su blog personal creerycomprender.com y a su ministerio.
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