APORTES DISTINTIVOS DEL MOVIMIENTO BAUTISTA AL CRISTIANISMO Y LA SOCIEDAD. UNA PERSPECTIVA RADICAL
Versión ampliada de la Conferencia Magistral que inauguró la Cátedra Bautista del Seminario Evangélico de Teología (SET) en Matanzas, Cuba el 19 de marzo de 2001.
Algunas precisiones previas
1. Esta conferencia fue ofrecida con un propósito general divulgativo, a docentes y estudiantes del SET e instituciones amigas, pastores, pastoras y otros líderes eclesiásticos de la isla. Fue como preludio a un curso intensivo de dos semanas sobre “Reforma radical y orígenes bautistas”, que tuve el placer de dictar en esa y en otras dos ocasiones más en el SET.
2. Hemos editado, actualizado y expandido el contenido original -un manuscrito producido entre viajes- cambiando algo del estilo de “texto para ser escuchado” a texto para su lectura.
3. Hemos incorporado todas las notas al pie y -lo más importante- actualizamos algunas de nuestras conclusiones personales.
4. Para documentar datos históricos, dependimos mayormente de las excelentes obras de dos destacados misioneros y académicos bautistas: Justo C. Anderson, mi recordado profesor de historia eclesiástica en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, y Harry Leon McBeth, catedrático por décadas del Southern Baptist Theological Seminary en Lousville, KY, USA. A ellos mi reconocimiento.
Introducción
Todo análisis, aún panorámico del movimiento bautista, hace necesario comenzar con una consideración etimológica. Es decir, cuál es el origen y el porqué de nuestro nombre. Son múltiples y heterogéneos los desarrollos históricos que habría que considerar para un análisis serio de este asunto. Bástenos decir que, como hijos e hijas de la Reforma Radical, los bautistas reciben inicialmente -junto con otros grupos del mismo origen- el epíteto peyorativo de “anabautistas” o “rebautizadores”, por parte de las iglesias establecidas[1]. El nombre bautista, verdadera abreviación de “anabautista”, surge en Inglaterra alrededor de 1641, cuando algunos anabautistas ingleses comienzan a bautizar a creyentes por inmersión. De inmediato surgió el apodo “bautista” para describir a este nuevo movimiento, que no sólo bautizaba y bautiza exclusivamente a creyentes, sino además lo hace por inmersión[2].
A partir del siglo XVIII el nombre bautista comenzó su evolución hacia la respetabilidad, como fruto del testimonio, la práctica consecuente de sus principios, y el crecimiento e influencia de sus iglesias. Los nombres anabautista y bautista, antes repudiados y despreciados, ahora evocan el respeto de grandes sectores del cristianismo. Ambos movimientos constituyen más del 12% de la feligresía protestante mundial. En tres siglos y medio se han convertido de una secta pequeña de refugiados religiosos, en una comunión cristiana que en 2024 registró más de 52 millones de miembros bautizados y una familia total de más de 131 millones (proyección que incluye a niños, niñas y otros), con presencia y misión en casi todos los países del mundo[3]. Una vez arrinconados en la periferia de la historia eclesiástica, los bautistas ocupan ahora su lugar dentro del marco de tal historia. El otrora epíteto peyorativo es ahora un nombre dignificado, que nombra a una familia mundial de cristianos y cristianas que hoy, a través de sus múltiples organizaciones nacionales e internacionales o de énfasis particulares, son parte del cristianismo troncal contemporáneo.
También y sólo a vía de introducción, nos es necesario mencionar un aparente problema histórico. Una hojeada a la historiografía bautista revela que son varios los puntos de vista o teorías sobre el origen de la denominación. Algunos bautistas dicen “no tenemos fundador alguno, excepto JesuCristo. Nacimos el mismo día que el Señor fue bautizado en el río Jordán”. Otros afirman: “Comenzamos con Juan Smith en 1609 y nos organizamos como cuerpo eclesiástico con los bautistas particulares ingleses en 1641”. En medio de estas dos teorías hay toda una serie de posiciones alternativas y combinadas[4]. Este no es el lugar ni el mejor momento para un análisis de este asunto. Bástenos decir que, a la luz de los estudios históricos más serios y mejor documentados, podemos afirmar sin duda alguna dos realidades:
1. El movimiento bautista es fruto de la Reforma Radical. Es decir, no es resultado de una mera reforma o “aggiornamento” de cuño institucional, sino de una protesta popular campesina a partir de una reinterpretación de las enseñanzas bíblicas, en un contexto de convulsión religiosa. La Reforma Radical, condenada al olvido marginador por la historia eclesiástica tradicional, escrita ayer y hoy por epígonos de la Reforma Magistral, ha emergido en las últimas décadas como fruto de múltiples estudios y correspondientes reconocimientos de historiadores seculares y eclesiásticos[5].
Es muy importante destacar aquí una realidad inescapable de la inmensa mayoría del protestantismo de habla castellana, especialmente en América Latina y en la actualidad. Y esta es el origen directo o indirecto que, en la Reforma Radical, tienen todos los movimientos y grupos denominados “evangelicales”. Estos constituyen un movimiento fenomenal en su crecimiento y variado en sus expresiones, de diferentes denominaciones y grupos no denominacionales, que explícita o implícitamente creen, afirman y viven los principios y convicciones claves que vamos a comentar más adelante[6].
2) Desde 1609 en adelante hubo una sucesión ininterrumpida de iglesias autodenominadas bautistas, con persistencia y coherencia en la práctica de sus principios distintivos. Esto lo confirman sin duda alguna múltiples y documentadas evidencias. Esta realidad se reafirma y asume un sesgo organizativo inicial en 1641 en Inglaterra, con el movimiento de los bautistas particulares[7].
Hechas estas necesarias aclaraciones, que expresan básicamente nuestras primeras opiniones al respecto, entremos en materia. Para ello afirmamos la tesis nuclear de lo que resta de nuestra exposición. Esta es: “El movimiento bautista mundial, a pesar de su heterogeneidad, sostiene principios y énfasis comunes fundamentales, que aquí denominamos “aportes distintivos”. Entre ellos, consideramos que los siete más significativos son: 1) El señorío radical de JesuCristo, 2) la autoridad final del Nuevo Testamento, 3) una membresía local regenerada, 4) un orden democrático, 5) la absoluta libertad religiosa, 6) la absoluta separación entre la iglesia y estado, y 7 la evangelización como el corazón de la Gran Comisión”.
I. Un distintivo cristológico: El señorío radical de JesuCristo.
Hay una unanimidad casi universal en cuanto a los principios o énfasis bautistas. Sin embargo, no hay tal unanimidad en cuanto al principio bautista nuclear, o sea el principio madre del cual emanan otros principios. No obstante, los antecedentes históricos señalan un principio integrador, a saber: El señorío de JesuCristo[8]. La formulación clásica de Juan Smith en 1610 era: “Sólo Cristo es Rey y Juez de la Iglesia y de la conciencia”. Con esto, Smith sólo repetía la confesión básica del Nuevo Testamento: “JesuCristo es el Señor”. El pueblo bautista surgió a partir de un esfuerzo por poner en obra este principio neotestamentario. En un sentido, todos los otros principios, énfasis o aportes bautistas que se mencionarán, son satélites de este fundamento cristológico, son puestos en órbita por la fuerza motriz del mismo, y mantenidos en órbita por su inigualable fuerza orientadora.
Aunque algunos bautistas suelen colocar el distintivo o principio bíblico primero, estamos convencidos que es teológicamente más justo empezar con la Persona que la Biblia revela. La Biblia no es Dios, sino su revelación escrita especial. No somos bibliólatras, no adoramos la Biblia, sino al Señor de la Biblia, JesuCristo. A la luz de este principio los bautistas se han opuesto y oponen al totalitarismo político, al favoritismo sacerdotal, al mecanicismo sacramental y, en un sentido profundo, al sectarismo doctrinal y su correlato con el fanatismo denominacional. Todos estos son sólo “ismos”, que se interponen entre JesuCristo y el creyente[9].
Sin embargo, hay otra ramificación de este principio aún más importante. Ella es el deber de responder en toda su radicalidad a los imperativos positivos, siempre implícitos, cuando JesuCristo es el Señor total de la conciencia de la persona y de la iglesia. Esto está haciendo ver a sectores de la familia bautista mundial, que el señorío radical de JesuCristo tiene también radicales implicaciones sociales. Aunque desearíamos ver esto más difundido, algunos grupos proféticos, progresistas o renovados, están viviendo cada vez más radicalmente las implicaciones de este principio cristológico. JesuCristo no es sólo Señor de la persona, la familia y la iglesia. Él es el Señor de historia; aún más, Señor de la creación. Señor total. Por ello su señorío soberano trae redención transformadora al pecado individual y al sistémico o colectivo, o estructural; a la persona, la sociedad y a toda la creación.
Las iglesias bautistas son desafiadas a vivir hoy en toda su radicalidad las demandas misionológicas de esta realidad. Nuestro futuro, no sólo el de los bautistas sino de la fe de la Iglesia Cristiana mundial, depende de nuestra fidelidad al señorío radical, total de JesuCristo.
II. Un distintivo bíblico: La autoridad final del Nuevo Testamento.
Hay tres bases apriorísticas que han determinado la política eclesiástica a través de la historia cristiana en general. Estas son: la tradición, las Escrituras y la conveniencia. Aunque los bautistas reconocemos el papel que cada una de estas ha jugado en el desarrollo de la denominación, las iglesias bautistas consideran a la Biblia como la fuente central de autoridad. Especialmente el Nuevo Testamento, como el relato de la vida y mensaje de Nuestro Señor JesuCristo. Vida que es mensaje y mensaje que es vida.
Los bautistas creemos que el NT es un documento apostólico. Es el cumplimiento del AT. Esto no significa que el antiguo o primer testamento no tiene valor. ¡Todo lo contrario! Esto sí quiere decir que debemos interpretar el AT a la luz del segundo o Nuevo Testamento. ¡Jamás al revés!
Aquí se nota la relación mencionada entre el principio bíblico y el cristológico.
La autoridad del NT se deriva del Señor del NT. La palabra escrita deriva su vitalidad de la palabra viviente. Los bautistas y todos los cristianos y cristianas necesitamos, hoy más que nunca, mantener esta distinción, para que la Biblia no llegue a ser en la práctica inconsciente del pueblo de Dios, un fetiche o amuleto. ¡Los bautistas no creemos en JesuCristo porque creemos en la Biblia, sino que creemos en la Biblia porque creemos en Jesucristo! Este es un principio hermenéutico irreemplazable[10].
Para los bautistas en general, la Biblia no es un documento genérico que no ofrece guía alguna para la organización de la iglesia, ni tampoco es un manual eclesiástico necesitado de ser aplicado en sus puntos y comillas. Del texto del NT los bautistas derivamos principios teológicos y eclesiásticos dinámicos. De estos se infieren las prácticas específicas en cada congregación y contexto. Es decir, el NT es la revelación objetiva que sirve como guía y control de las experiencias contextuales y subjetivas de cada persona y congregación. De esta manera, el NT llega a ser “la tradición” definitiva de los bautistas. Sin embargo, esta tradición no es estática, sino dinámica. La Biblia no es sólo la Palabra de Dios, sino que cuando se abre, lee y estudia individual y comunitariamente, es vivificada por el Espíritu Santo y deviene, viene a ser, se hace Palabra viva, Palabra actuante de Dios para cada situación. Reiteramos, esta es una tradición dinámica, que ha sido usada como base, con excepción de algunos grupos, para rechazar el Credo Apostólico y otros credos históricos del cristianismo como expresión confesional propia[11].
La interpretación bíblica -personal y comunitaria- significa el derecho a estudiar las Escrituras bajo la dirección de su autor, el Espíritu Santo. El estudio bíblico, sin cancelar de manera alguna su dimensión racional, es para los bautistas una experiencia pneumática.
III: Un distintivo eclesiástico: La membresía local de vidas regeneradas.
Algunos historiadores bautistas se atreven a afirmar que la doctrina de la iglesia es el rasgo distintivo de la denominación. Sin caer en tal extremismo, informamos de la importancia de la noción Iglesia (en singular) e iglesias (en plural) entre los bautistas. La mayor parte del avivamiento o “aggiornamento” eclesiológico de las últimas décadas -aún desde una perspectiva teológica- trata a la iglesia como una realidad producida por fenómenos sociológicos. La eclesiología bautista invierte el proceso. El fenómeno sociológico de las congregaciones o iglesias locales es consecuencia de nuestro concepto de la naturaleza divina de la Iglesia Universal. De ahí la distinción clara entre la Iglesia y las iglesias.
Cada congregación bautista es el microcosmos local del macrocosmos de la Iglesia Universal. Las iglesias locales son la expresión histórica y visible, sociológica y contextual, de la Iglesia universal. Y la membresía de tales congregaciones es regenerada. Los bautistas constituyen el segmento mayor del movimiento ya mencionado y denominado “iglesias de creyentes”. Esto significa que una congregación bautista insistirá en dos cosas antes de admitir nuevos miembros: 1) la evidencia de una conversión a JesuCristo genuina y personal, y 2) que la nueva persona creyente sea bautizada según nuestro el bautismo bíblico, es decir, por inmersión. Según los bautistas, el bautismo neotestamentario demanda cuatro requisitos: 1) un candidato o candidata correcto, o sea una persona creyente; 2) un modo correcto, o sea la inmersión en agua; 3) un significado correcto, o sea el punto de vista simbólico dinámico, no sacramental, y 4) un administrador o administradora correcto, autorizada por una congregación neotestamentaria[12].
Íntimamente relacionada con la práctica del bautismo, se halla la práctica bautista de la Cena del Señor. El bautismo es el símbolo del nuevo nacimiento en JesuCristo, expresando que como y por el Señor, morimos y resucitamos a una vida nueva. La Cena del Señor es el símbolo del crecimiento continuo, de la santificación que se repite una y otra vez. Ambas ordenanzas proclaman la muerte del Señor en una forma gráfica.
En cuanto al significado de la Cena, no hay unanimidad. La gran mayoría de los bautistas norteamericanos siguen la interpretación simbólica. Los bautistas ingleses, europeos y latinoamericanos tendemos -en mayor o menor grado- hacia un sacramentalismo moderado de tipo calvinista. Es decir, creemos en la presencia mística de Cristo, por nuestra fe en Él. Esto representa una síntesis o término medio entre lo simbólico y lo místico[13].
Concluimos sobre este aporte afirmando que la iglesia es un pueblo. Los bautistas primitivos distinguían cuidadosamente entre “el templo” y “la iglesia”. Por eso, ¡no vamos a la iglesia, sino que somos la iglesia! También la iglesia es una koinonía, un compañerismo espiritual, cuya única razón de ser es su misión en el mundo. Es una comunidad local de fe. Por eso es llamada a una vocación que es simultáneamente denominacional y ecuménica.
IV. Un distintivo sociológico: El orden democrático.
Otro principio universalmente aceptado entre los bautistas, pero muchas veces mal interpretado y no aplicado, es el principio democrático. Mucho se ha escrito sobre la contribución política de las congregaciones bautistas. Una congregación bautista local, teóricamente es una democracia pura. Cada congregación se gobierna a sí misma.
Pero hay otro aspecto social de la democracia en el cual deseamos hacer hincapié. Un diccionario define así la democracia: “es la creencia en la igualdad social o la práctica de la misma; es la ausencia del eelitismo[14]. La persona que se entrega completamente al señorío de JesuCristo no puede creer y vivir otra realidad sociológica. Luchará por la igualdad concreta -no sólo retórica- de todos los seres humanos ante JesuCristo y los césares, y por la eliminación de las castas y las clases. En el decir de Jesús: “Pero ustedes, no sean llamados Rabí; porque uno solo es su Maestro, y todos ustedes son hermanos. Y no llamen a nadie su Padre en la tierra, porque su Padre que está en los cielos es uno solo” (Mat. 23:8-9).
Este distintivo social emana del famoso principio de la Reforma -el sacerdocio del creyente. Para los bautistas el sacerdocio se refiere al individuo, y la democracia a la congregación. En otras palabras, debido a los privilegios y a las responsabilidades que implica el sacerdocio en el orden personal, la institución que agrupa a tales sacerdotes tendrá que ser democrática. La democracia y la autonomía, palabras bautistas distintivas, no significan ni la anarquía individual ni la independencia social, sino significan un esfuerzo por dejar abierta la puerta entre “Dios y la persona; entre el Espíritu Santo y la congregación”. Ante JesuCristo todos los humanos son iguales. Una élite no puede existir en ninguna congregación bautista. Por consiguiente, los bautistas luchan por la democracia (en el sentido amplio del término) en las esferas eclesiásticas y políticas, con el fin de someterse a una monarquía absoluta, el señorío total de JesuCristo, o sea, el reinado de Dios.
V. Un distintivo espiritual: La absoluta libertad religiosa.
Sin duda alguna, el papel preponderante de los bautistas en pro de la libertad religiosa ha sido y es su contribución social más significativa al protestantismo. Esa ha sido más que nuestra vocación; es nuestra persistente obsesión. Este principio surge de una profunda convicción de que el ser humano es personalmente responsable ante Dios. En otras palabras, Dios creó al humano “a su imagen” (Gén. 1:27) y le dotó del derecho inalienable de ser plenamente libre. La ley moral de Dios demanda una responsabilidad humana que emana de la libertad para la que hemos sido creados.
Partiendo de esta base, es preciso aclarar que la tolerancia religiosa, no importa cuán benévola sea, no es libertad religiosa. Surge de la conveniencia eclesiástica y la política, de realidades contextuales y momentos históricos. La tolerancia implica que el gobierno concede la libertad, no que reconoce la libertad como un derecho humano inalienable, ni menos aún como una dádiva de Dios. La interpretación bautista de la libertad religiosa es: la libertad humana dada por Dios de creer (conciencia), de adorar (culto) y de propagar la fe (misión), para todas las expresiones religiosas, sin excepción, coerción gubernamental ni interferencia clerical[15]. Considerémoslo por partes:
Libertad de culto quiere decir adorar a Dios donde, cuando y como cada humano desea. Además, comprende el derecho de no creer. Por eso todos los bautistas se han opuesto históricamente a los impuestos eclesiásticos, y a las oraciones obligatorias en
los colegios públicos. Todo culto debe ser completamente voluntario.
Libertad de conciencia. Aquí los bautistas defendemos el fuero personal del ser humano. Cada persona debe ser libre para actuar según los dictámenes de su conciencia. Creemos que la experiencia religiosa de toda persona debe ser totalmente espontánea y voluntaria. Teólogos bautistas han expresado este derecho inalienable como “competencia del alma”, o “libertad del alma”, o “el principio voluntario”. Realmente el principio brota de la doctrina del sacerdocio del creyente originalmente según Martín Lutero que, a su vez, brotó de las enseñanzas de JesuCristo: “—Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Luc. 9:23). La implicación clave es el espíritu voluntario. Es el mismo espíritu expresado en las palabras de Jesús a la mujer samaritana: “Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, lo adoren en espíritu y en verdad” (Juan 4:24).
La libertad religiosa no puede ser una abstracción especulativa, sino un logro histórico concreto de cada día. Se demuestra negativamente en la persistente lucha histórica contra la coerción y la persecución. Se debe demostrar positivamente en la disciplina y adaptabilidad que caracteriza o debe caracterizar a una iglesia libre en el cumplimiento de sus principios.
Hay una gran necesidad de que surjan nuevas generaciones bautistas que, como Don Quijote digan a los Sanchos contemporáneos:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”[16].
VI. Un distintivo político: La separación entre la iglesia y el estado.
Los bautistas creen que el principio espiritual, es decir la libertad religiosa, puede ser garantizado sólo por su corolario, el principio político, a saber: la separación de la iglesia del estado. El principio de separación ha sido otro distintivo de lucha bautista. Esta lucha no se ha realizado por los bautistas para liberarse de la religión, sino para liberar a todos los seres humanos para la religión. El pastor y teólogo bautista Walter Rauschenbush dijo: “la separación de la iglesia y el estado tiene la ventaja doble de quitar la influencia clerical de la vida política, y la vida política de la iglesia”[17].
La separación de la iglesia y el estado es la única alternativa y solución a este conflicto milenario, porque la naturaleza de ambas instituciones es radicalmente distinta. Sus razones de ser son distintas: La iglesia está para predicar y vivir el Evangelio, el Estado para administrar justicia. Sus pueblos son distintos: La iglesia se compone de creyentes, el estado de todos y todas que constituyen su demografía. Sus métodos son distintos: La iglesia usa la persuasión voluntaria, el estado la ley y la coerción. Sus administraciones son distintas: La iglesia vive bajo el señorío de JesuCristo, el estado bajo el poder gubernamental. Sus recursos son distintos: La iglesia se sostiene de ofrendas voluntarias, el estado de impuestos obligatorios. Sus programas educativos son distintos: La iglesia desarrolla un programa misionero particular, a fin de fomentar la conversión personal y el servicio a quienes lo necesitan; el estado tiene un programa público para educar y así preparar a la ciudadanía. En otras palabras, teológicamente las dos entidades tienen el mismo Señor: JesuCristo, pero distintas funciones y lealtades, métodos y actividades. Por ello debemos dar al César lo que a este corresponde, y a Dios lo que sólo a El necesitamos rendir[18].
VII. Un distintivo misionero: La evangelización como el corazón de la Gran Comisión.
Ningún análisis de principios bautistas puede finalizar sin una consideración del principio bíblico misionero. En 1954, el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) proclamó lo siguiente:
Jesucristo es el evangelio que proclamamos. Él es el gran evangelista. Es el Apóstol de Dios (Hechos 8:31), enviado al mundo para redimirle… evangelizar es participar en su ministerio en el mundo… por medio de este ministerio la iglesia vive en el poder del Espíritu Santo, cuya obra hace posible y confirma su testimonio… la evangelización no es una actividad especializada, separada o periódica, sino más bien es una dimensión de la actividad total de la iglesia[19].
En otras palabras, la misma presencia en el mundo de la comunidad de JesuCristo, la iglesia, implica misión, porque la iglesia existe para ello. El hecho de que las iglesias protestantes estatales de Europa, todas miembros del CMI, hayan ratificado tal documento, representa la confirmación clara de la interpretación de las iglesias libres sobre este particular.
Los bautistas y otras iglesias libres creen que el evangelismo personal y la obra misionera nacional e internacional son expresiones normales de un cristianismo auténtico y vital, no porque sea parte de la tradición de tales iglesias, sino porque son parte de la tradición bíblica. Esta enseña que la vida cristiana es discipulado, un seguimiento fiel de JesuCristo, cuya vida ejemplar es mensaje y su mensaje vida abundante.
De todas formas, las demandas evangelizadoras de la Gran Comisión no pueden limitarse, como ha ocurrido y ocurre en muchos casos entre los bautistas, a la mera oralización del Evangelio como mensaje, para salvar las almas de las personas. La Gran Comisión tiene que ver con el ser humano en la totalidad de su realidad y relaciones. Los bautistas necesitamos seguir creciendo en la comprensión y práctica de una evangelización integral, no divorciada del discipulado, que apele a la vez a la persona y a la comunidad, que procure redimir al individuo y transformar estructuras de pecado. Una evangelización que entienda el pecado como realidad individual y a la vez sistémica, aceptando así la connotación sociopolítica de la evangelización fiel al Evangelio de Reino de Dios.
Una conclusión crítica desde el compromiso y la esperanza
Cerrar aquí mismo nuestras reflexiones sería, entre otras cosas, caer en un triunfalismo irrealista acerca del movimiento bautista mundial de nuestro tiempo. Sin disminuir nuestra convicción de los aportes distintivos que este ha hecho y hace hoy a la Iglesia de JesuCristo y a la sociedad civil, nos es menester terminar con algunas puntualizaciones críticas. Las mismas son sólo enunciadas y brevemente -desde una perspectiva bautista radical- siempre como una reflexión penúltima, con el único propósito esperanzado de provocar el milagro de un diálogo creador para la gloria de
Dios.
El crecimiento fenomenal de los bautistas ha traído, como consecuencia, la institucionalización del movimiento. Una institucionalización necesaria, intentando seguir el consejo bíblico: “hágase todo decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40). Y además lógica e ineludible sociológicamente, debido a su fenomenal expansión. Esto ha producido cambios en su vida y misión. Algunos positivos y otros no tanto. La sociología de las instituciones reitera que “las instituciones viven preocupadas básicamente en su supervivencia, desarrollo y ppoder[20]. El otrora movimiento de campesinos pobres es ahora un grupo de establecimientos eclesiásticos organizados, con creciente recursos económicos, influencia política y poder en sus contextos de mayor desarrollo. Esto ha derivado en dos mutaciones importantes:
Primera mutación: Es el aburguesamiento notorio de un movimiento que se inició como una protesta campesina religiosa y social en su tiempo. Hoy los bautistas, desde sus centros de mayor expansión, viven y proyectan a buena parte de su movimiento una mentalidad cultural de clase media[21]. Esto, a pesar de que sus grandes mayorías pertenecen a los estamentos bajos de la realidad mundial social estratificada. Tal mentalidad individualista, centrada unilateralmente en el progreso personal y familiar, marca a fuego la interpretación y realización de la Gran Comisión, castrando su realidad integral de encarnación e inserción en todos los problemas sociales de nuestro tiempo, para su transformación en y por el poder liberador personal y social, mundial y cósmico del Evangelio del Reino de Dios. Reconocemos y damos gracias a Dios por el tremendo desarrollo de la obra de carácter social de las iglesias bautistas en el mundo, a nivel local y denominacional, nacional e internacional, a través de múltiples ministerios e instituciones, pero creemos que ya es hora de movernos del énfasis centrado mayormente en la asistencia social, al del necesario cambio, la transformación social.
La comprensión de la encarnación de JesuCristo como el paradigma, criterio irreemplazable de la vida y misión integral del pueblo de Dios, ha comenzado a estar presente en grupos bautistas de clase media real, que teologizan en estos días acerca de la misión. Damos gracias al Señor por ellos. Pero tal reflexión teórica correcta, no se expresa con la radicalidad necesaria en la vida y estrategia misionera de la mayoría de las iglesias bautistas contemporáneas. Entendemos que existen otros factores que también afectan la comprensión y el quehacer de la misión como, por ejemplo, el dualismo teológico de carne vs espíritu, más neoplatónico que neotestamentario, prevaleciente en muchos contextos[22]. Pero estamos convencidos que el progreso y la institucionalización del movimiento bautista es un factor determinante en la generación de su mentalidad cultural de clase media y las implicaciones de ésta en nuestra misión. Tal mentalidad es tendencia generalizada, con afortunadamente variadas y gratas excepciones.
Segunda mutación: Y esta es un correlato de la primera. El acomodo implícito al sistema social imperante en nuestros días. Esto como resultado de la casi desaparición, en la vida y misión de muchas de las iglesias bautistas de nuestro tiempo, del carácter y ministerio proféticos de nuestra tradición hebreo-cristiana, con su propósito transformador -no sólo de y para la iglesia, sino también de y para la sociedad. No vemos esto en la gran mayoría de las congregaciones incorporadas a la tendencia generalizada del cristianismo troncal. Con esto ha desparecido como una característica del movimiento bautista, el carácter contracultural de nuestras raíces y origen, historia y tradición.
No podemos menos que recordar aquí uno de los últimos movimientos históricos de carácter contracultural liderado por bautistas, que transformó la realidad de toda la sociedad estadounidense, reparando en buena medida la crasa inmoralidad de la injustica racial en nuestro tiempo. Nos referimos al Movimiento por los Derechos Civiles liderado por el Dr. Martin Luther King Jr. (1929-1968), pastor bautista y miembro de una reconocida familia de pastores bautistas afroamericanos, bisnieto de esclavos del sur de EUA, con una sofisticada educación académica. Este amado pastor bautista, en lugar de gozar de los privilegios de la profesión académica o eclesiástica, entregó su propia vida por encarnar el talante profético del discipulado cristiano en la causa de la liberación de su pueblo en EUA y de todos los hombres y mujeres, esclavizados y marginadas por mil formas de injusticia en el mundo[23].
Con palabra y acción denunció y combatió, siempre por la vía de un pacifismo activo no violento, los que él con absoluta clarividencia consideraba tres grandes males sociales de la sociedad estadounidense: la injusticia económica, la injusticia racial y la guerra. Denunció los mismos males en el resto del mundo, como el caso de la guerra en Vietnam. Cuestionó el sistema global de desigualdad social que sufrimos. Optó y vivió por sus “hermanos más pequeños” (Mat. 25: 31-46). Por todo ello sufrió la cruz. El viernes 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis, Tennessee. Como JesuCristo, vivió lo que enseñó hasta sus últimas consecuencias. Martin Luther King Jr. es hoy ejemplo de fe cristiana en acción, por la liberación de quienes sufren las injusticias, violencias y barbaries que destruyen nuestro mundo.
Por ello, a pesar de las dos mutaciones o involuciones aquí mencionadas, siempre reverdece la esperanza. Esta se genera y nutre con el surgimiento de iglesias bautistas jóvenes en todo tipo de contexto, que expresan una clara recuperación de nuestras raíces de protesta contracultural y misión transformadora. Como ocurre con la historia de la humanidad, también la historia de la iglesia la han escrito, escriben y escribirán las minorías proféticas. Minorías, luz y sal de la iglesia y del mundo, que bajo el señorío radical de JesuCristo y guiadas por el Espíritu Santo, se incorporan al proyecto histórico del Reino de Dios. ¡En esto se apoya nuestra testaruda esperanza! ¡Amén!
Notas
1 Ver Justo C. Anderson, Historia de los bautistas, Tomo 1, El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1978, pp. 12-17. Tambien H. Leon McBeth, The Baptist Heritage, Nashville, TN: Broadman Press, 1987, pp. 19-63.
2 Ver Ibid., pp. 19-41, e Ibid., pp. 44-49.
3 Ver “Alianza Mundial Bautista”, https://es.wikipedia.org/wiki/Alianza_Mundial_Bautista.
4 Ver Justo Anderson, Op. Cit., 19-41 y Leon McBeth, Op. Cit., 21-44.
5 Ver el monumental trabajo de George Williams, La reforma radical, México: Fondo de Cultura Económica, 1983, pp. IX-XIV, 3-33, 81-109, 145-176. Estos son los textos más específicos sobre el tema, en la excelente “Introducción” de esta obra magna. Además, John Howard Yoder (cop.), Textos escogidos de la Reforma Radical. Buenos Aires: La Aurora, 1976. También, otro clásico sobre el tema, desde una perspectiva revolucionaria no religiosa, que es Federico Engels, Las guerras campesinas en Alemania. México, D. F.: Editorial Grijalbo, 1971. Prefiero otra edición de esta misma obra, publicada por Moscú: Editorial Progreso, 1981, poco accesible hoy, por los anejos agregados allí, con mapas y la correspondencia sobre el tema entre Marx y Engels. Además, sobre un aspecto específico, del marxista alemán Ernst Bloch, Tomas Münzer, Teólogo de la revolución. Madrid: Edit. Ciencia Nueva, 1968.
6 Su origen en la Reforma Radical -reconocido o no- por la gran mayoría del evangelicalismo latinoamericano, es confirmado por su identidad como parte del movimiento denominado “iglesias de creyentes”, cuyos énfasis son, entre otros: 1) bautismo solo de creyentes voluntarios; 2) autonomía de la congregación local; 3) culto no litúrgico o repetitivo; 4) no adscripción a los credos históricos; 5) separación de la iglesia del estado. Ver para ampliar: Donal F. Durnbaugh, La iglesia de creyentes. Historia y características del protestantismo radical. Guatemala/ Colombia: Semilla/Clara, 1992.
7 Ver Justo C. Anderson, Op., Cit., pp. 19-44 y Leon McBeth, Op. Cit., 21-44.
8 Esta criptografía no es un error, sino como este autor escribe el nombre del Señor.
9 Ver para ampliar Bernard Ramm, La revelación especial y la palabra de Dios, Buenos Aires: La Aurora, 1967. También John M. Lewis, La revelación e inspiración de las Escrituras. El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1986, y Osvaldo L. Mottesi, Hermenéutica y misión. La interpretación bíblica al servicio de la Gran Comisión, El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2022.
10 Ver Osvaldo Mottesi, Op. Cit., pp. 23-45.
11 La mayoría de los bautistas, tanto a nivel local como de sus asociaciones denominacionales, son grupos no creduales, pero siempre han desarrollado y publicado sus “artículos de fe y práctica” o “lo que creemos”, que no es más que reiterar con detalles contextuales en cada caso, el Credo Apostólico.
12 Los bautistas afirman que la fe debe preceder al bautismo y que este no imparte salvación. Es sólo un símbolo del paso de la vida vieja pecaminosa, para andar en vida nueva (Rom. 6:4). Su forma es fiel al vocablo griego baptizo, que significa “inmersión” nada más. Tal forma, en el nombre del Dios trino es importante, pues representa que, como JesuCristo, hemos sido muertos y sepultados a la vida vieja y resucitamos a novedad de vida en Él, para vivir unidos a Él y a la iglesia, Su cuerpo (1 Cor. 12:13). Ver para ampliar Lavonn D. Brown, La vida de la iglesia, El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1989, pp. 105-116.
13 La historia cristiana revela cuatro interpretaciones distintas sobre el significado de la Cena del Señor. Transustanciación (catolicismo): Los elementos se transforman realmente, en su sustancia, en la carne y la sangre de Cristo. Consustanciación (Martín Lutero): Aunque no hay cambio en la sustancia de los elementos, hay presencia real y física de Cristo en la Cena. Presencia mística (Juan Calvino): La presencia corporal de Cristo es negada, pero se afirma su presencia dinámica y espiritual. Simbolismo (Juan Zwinglio): Cuando Jesús dijo “esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre” habló simbólica y no literalmente, como cuando afirmó “Yo soy el pan”, “Yo soy la vid verdadera”, etc.; lo mismo ocurre en la Cena del Señor. Ver Ibid.
14 Ver “Democracy” en Paul Edwards (Ed. In Chief), The Encyclopedia of Philosophy, 8 volumes, New York/London: Macmillan Publishing Co, and The Free Press/Collier Macmillan Publishers, 1972, Vol. One, pp., 339-341. También “Democracia” en Jaime María de Mahieu, Diccionario de ciencia política, Buenos Aires: Books International, 1966, pp. 81-84.
15 Ver para ampliar Edgar Y. Mullins, Axiomas de religión, El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1948, pp. 166-179.
16 Miguel de Cervantes, El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, 2 vols., España: Editorial Planeta S. A., 1999, Vol. 2, LVIII, p. 980.
17 Ver Osvaldo Mottesi, “Walter Rauschenbush” en Justo González (ed. gral.), Diccionario de intérpretes de la fe, Terrasa, España: Editorial CLIE, 2004, pp. 381-382. Tambien Timothy George & David Dockery, Baptist Theologians, Nashville, TN: Broadman Press, 1990, pp. 366-383.
18 Ver para ampliar, Edgar Y. Mullins, Op. Cit. pp. 166-179.
19 Concilio Mundial de Iglesias, Cristo, la esperanza del mundo, Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1955, pp. 84-85.
20 Fernando Alvarez-Uria y Julia Varela, Sociología de las instituciones. Madrid: Ediciones Morata, 2009. p. 24.
21 Ver, para ampliar sobre esta noción psicosocial, Kingsley Davis, La sociedad humana. 2 tomos, Buenos Aires: EUDEBA, 1995, Vol. I, pp. 355-381.
22 Ver Pablo Legett, “¿Platón o Jesucristo? Presupuestos filosóficos en la teología sistemática” en Vída y Pensamiento. San José, Costa Rica: Seminario Bíblico Latinoamericano, Vol. 3, Nos. 1 y 2, 1983.
23 Ver Martin Luther King, Jr., Por qué no podemos esperar. Barcelona: Aymá S. A., 1964; La fuerza de amar. Barcelona: Aymá S. A., 1965; A dónde vamos: ¿Caos o comunidad? Barcelona: Aymá S. A., 1968; El clarín de la conciencia. Barcelona: Aymá S. A., 1969. También, Juan Ángel Gutiérrez Rodríguez, Martin Luther King, Jr. Resistencia y lucha. Puerto Rico: Casa Editora Poema, 2022; John J. Ansbro, Martin Luthet King, Jr. The Making of a Mind. Maryknoll, NY: Orbis Books, 1982.
Bibliografía consultada y citada
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Sobre el autor
El Dr. Osvaldo Mottesi es Catedrático Emérito de Religión y Sociedad del Northern Theological Seminary (antes Northern Baptist Theological Seminary) en E.U.A. Ha sido profesor visitante en instituciones de varios países. Obtuvo el Theologiae Magistrum de Princeton Theological Seminary (EUA) y el Doctor of Philosophy en Etica Social de Emory University (EUA). Hizo estudios postdoctorales en Princeton University (EUA) y Oxford University (Inglaterra). Fue pastor de varias iglesias libres en diferentes países. Está dedicado actualmente a labores literarias, pero continúa siendo requerido como predicador y conferencista, maestro en áreas de su competencia, y asesor en plantación de iglesias.
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