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La autoridad del dirigente | Alfonso Pérez Ranchal

 


En el tema de la administración de la Iglesia, uno de los conceptos imprescindibles es el de autoridad. A menudo, este concepto ha sido malinterpretado, acarreando muy negativas consecuencias que se traducen en que la dirección de esa iglesia sea deficiente y dañina.

Esto aparece, por ejemplo, en aquellas iglesias independientes que tienen al frente un pastor, o tal vez más de uno, pero que su administración es de tipo congregacional.

En estas congregaciones, el pastor es identificado como aquel que tiene la autoridad, la persona que hace visible la dirección divina, aun cuando esté auxiliado por un cuerpo de ancianos. El pastor suele tener la última palabra precisamente por esa autoridad que se considera ha sido delegada por Dios.

Incluso se argumenta que la iglesia no es una democracia, sino una teocracia, pero obviamente esta no es como se daba en el Antiguo Testamento, no es una teocracia directa. Se trata, por tanto, de una teocracia mediada en donde el pastor o pastores serían los depositarios de la misma dirección que les viene directamente por el hecho mismo de ocupar estos cargos. Siendo esto así, y aduciendo una serie de versículos, el pastor no está al mismo nivel que el resto, ya que su palabra y sus decisiones suelen ser, y deben ser, preponderantes y, en algunas ocasiones, definitivas.

Curiosamente, o tal vez no tanto, la palabra que se repite a menudo para justificar esta visión es, como ya hemos hecho notar, la de autoridad, la cual parece que conlleva un significado obvio, se comprende, no necesita ser definida. Esta comprensión o entendimiento de la misma suele identificarse, por ejemplo, con lo que un Léxico de Filosofía nos apunta: "Poder para imponer obediencia, para mandar sobre otro. Personas o grupos que ejercen la autoridad o poseen el mando, instancia social que puede exigir obediencia"[1].

Si nos vamos al Diccionario de la Real Academia Española nos dice que es el "Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho".

Si esto es así, el anterior concepto de pastorado, de dirección o de administración eclesial tiene sentido. El pastor es el que posee la máxima autoridad delegada por Dios, y al cual se deben someter el resto de miembros de la iglesia, que en absoluto son sus iguales. No se trataría de democracia, sino de una especie de teocracia como ya apuntamos, en donde el poder y la capacitación se le daría a esta persona destacada, escogida por Dios mismo: el pastor.

¿Acaso no es todo lo anterior lo que está implicado en textos como Hebreos 13:17? El mismo dice (según la Reina Valera del 60): “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”.

Sin embargo, como ocurre en tantas otras ocasiones, cuando se va a las Escrituras a considerar determinado concepto o idea puede aparecer la sorpresa y percatarnos de que la cuestión no era tal y como nos la planteábamos en un primer momento. Es más, aunque secularmente pudiera tener una significación, bíblicamente podría tener otra distinta. Esto significa a su vez que el escritor bíblico tomó un concepto bien conocido en su entorno para darle un giro y llenarlo de un nuevo contenido, mostrando esa nueva realidad en claro contraste a como era entendida entonces.

Precisamente es esto lo que ocurre con la idea de autoridad en las Escrituras en su aplicación a los dirigentes eclesiales, lo que implica a su vez que lo expuesto hasta aquí en relación a este concepto podría estar perfectamente errado, de hecho lo está, traduciéndose por tanto en iglesias con una dirección muy deficiente y con una idea en desacuerdo con las Escrituras, resultado de un mal entendimiento y de mucha soberbia. Sencillamente se han hecho sinónimos autoridad y autoritarismo.

Por supuesto que el pastor o dirigente tienen autoridad delegada por Dios, pero esto bíblicamente en absoluto significa estar por encima de, exigir obediencia o anular al resto de creyentes.

Debemos tener presente que el pastor o dirigente es un administrador de los bienes de su Señor. 

Tito 1:7: “Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas”.

1ª Pedro 4:10: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”.

El vocablo administración proviene de dos palabras latinas como son ad y ministrare. La primera significa hacia, y la segunda servir. De esta forma, tenemos que la raíz tanto de ministrare como de ministrar significa el menor o el que sirve a los demás. En el griego tenemos dos vocablos. El primero es oikonomia, que proviene de oikos, que significa casa, y de nomía, que significa cuidado, manejo y atención. Es de donde viene nuestra palabra economía

El segundo es oikonomos, con el significado de administración del hogar ya que es una palabra compuesta por oikos, que significa hogar, y por nemein, que es administración.

Como se hace evidente, el administrador es un servidor, alguien responsable de una serie de bienes y recursos que le han sido confiados. La idea aquí no es la de casa con el significado de edificio, sino de casa que alude a los bienes de una familia que deben ser manejados con responsabilidad y eficacia.

El ejemplo máximo y desde donde se debe comenzar a estudiar este concepto en su sentido bíblico es desde la práctica y las enseñanzas de Jesús de Nazaret. La idea clara de lo que esto significa aparece en dos textos en Marcos: 9:33-37 y 10:35-45. El primero dice: 

 "Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, Jesús les preguntó: — ¿Qué discutíais por el camino? Ellos callaban, porque por el camino habían venido discutiendo acerca de quién de ellos sería el más importante. Jesús entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: — Si alguno quiere ser el primero, colóquese en último lugar y hágase servidor de todos. Luego puso un niño en medio de ellos y, tomándolo en brazos, les dijo: —El que recibe en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no solo me recibe a mí, sino al que me ha enviado.”

El segundo apunta que 

 "Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: — Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. Jesús les preguntó: — ¿Qué queréis que haga por vosotros? Le dijeron: — Concédenos que nos sentemos junto a ti en tu gloria: el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Jesús les respondió: — No sabéis lo que estáis pidiendo. ¿Podéis vosotros beber la misma copa de amargura que yo estoy bebiendo, o ser bautizados con el mismo bautismo con que yo estoy siendo bautizado? Ellos le contestaron: — ¡Sí, podemos hacerlo! Jesús les dijo: — Pues bien, beberéis de la copa de amargura que yo estoy bebiendo y seréis bautizados con mi propio bautismo; pero que os sentéis el uno a mi derecha y el otro a mi izquierda, no es cosa mía concederlo; es para quienes ha sido reservado. Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enfadaron con Santiago y Juan. Entonces Jesús los reunió y les dijo: — Como muy bien sabéis, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente. Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos. Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos.”


La clave de estos textos, como se hace evidente, son los versículos 9:35 y Marcos 10:45 en donde se dice que “Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”, y "porque tampoco este Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos" (Nueva Biblia Española).

Aquí tenemos la relación directa entre servicio y autoridad de tal forma que una depende de la otra. La autoridad para el administrador o dirigente de la Iglesia no es algo que le viene adjunto al cargo o posición. No se trata, por tanto, de que deba exigir obediencia o sumisión a aquellos que pastorea. En claro contraste con estas ideas tan erradas que circulan por las iglesias, Jesús nos muestra que pastorear significa servir y es en este servicio experimentado por los demás que el respeto y el aprecio aparece. Cuando los miembros de una iglesia se sienten reconocidos, aceptados y queridos es que en ellos nace una estima hacia ese dirigente que tan humildemente les está ayudando y dirigiendo. No necesitará de ninguna imposición o exigencia, no se presentará como el primero o de más autoridad al cual hay que someterse. Como respuesta, el pastoreado mostrará su aceptación como que esa persona es alguien escogida por Dios para ocupar un lugar de dirección en la Iglesia, al cual hay que respetar y seguir sus directrices.

Tristemente, con demasiada frecuencia se observa al pastor o responsable que se ve a sí mismo como alguien escogido por Dios para ser el primero entre iguales, por el simple hecho de haber sido seleccionado para ese cargo. Desde aquí, entenderá su labor como de control, supervisión en todos los aspectos eclesiales y como quien tendrá la última palabra en los asuntos importantes. Pretenderá que los creyentes se sujeten a él ya que, después de todo, su persona representa a Dios en esa iglesia. La figura del dictador va apareciendo.

Esta idea, como venimos exponiendo, es totalmente opuesta a lo que Jesús enseñó. El dirigente debe ganarse su lugar, debe servir para ser reconocido, debe amar para que se le “sometan” ya que las personas que se sienten amadas y respetadas aceptan de buena gana a aquel que tanto les aporta. Es el mismo caso a cuando el apóstol Pablo habla de que las mujeres deben estar sometidas a sus esposos. A ellos Dios les manda que las deben amar como Cristo amó a su Iglesia, significando con ello un servicio y autosacrificio de tal calado que les debe conllevar e implique todas sus fuerzas y vida, muy lejos de cualquier presión, humillación o anulación de la mujer como persona. Cuando una mujer se siente amada de esa forma es que ella aceptará ese trato, sencillamente porque una cosa es la imposición y otra ser receptoras de atención, cuidado y reconocimiento como seres humanos al mismo nivel y con los mismos derechos eclesiales. De nuevo, Pablo vuelve a hablar con términos propios de su tiempo, pero los llena de nuevo contenido.

Cuando conceptos bíblicos nombrados de la misma forma que otros que están presentes en el mundo secular se confunden el desastre puede estar servido. El dirigente o responsable es un siervo o incluso un esclavo tal y como a menudo Pablo se presenta en sus cartas. Así, por ejemplo, en Filipenses 1:1 se nos dice: “Pablo y Timoteo, servidores del Mesías Jesús, a todos los consagrados por el Mesías Jesús que residen en Filipos, con sus encargados y auxiliares”. O en Romanos 1:1: “Pablo, servidor del Mesías Jesús, apóstol por llamamiento divino, escogido para anunciar las buenas noticias de Dios”.

El perfil resultante de ambos tipos de administradores o responsables es bien distinto y opuesto. Por un lado, será una persona sensible, atenta y servicial, en tanto que por el otro tendremos el perfil típico del pastor tiránico que impone su voluntad, aunque lo hará todo ello bajo la apariencia de piedad. Hasta que no se tome en serio realizar el perfil bíblico del dirigente como un servidor a la luz de la práctica de Jesús, tendremos iglesias en donde los miembros son esclavos en vez de hermanos, presos por la conciencia de otro y sin la libertad para la cual han sido llamados.


Notas

[1] Léxico de Filosofía. Los conceptos y filósofos en sus citas. Jacqueline Russ. Ediciones Akal, Madrid, 1999, p. 41.


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Alfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y profesor del CEIBI.Es autor del libro La vida, la muerte y el más allá a través de la Biblia de la editorial Clie. Vive en Cádiz.




  



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