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Miguel Servet, verdad y conciencia | Esteban López



Miguel Servet (1509-1553) había nacido en Villanueva de Sigena, Huesca, Aragón. Era hijo de un notario y de una descendiente de judíos conversos. Desde muy joven mostró ya una gran habilidad para las letras y fue fácil para él aprender hebreo, griego y latín. Como tuvo la oportunidad de estudiar, sus intereses fueron muchos, como el derecho, la física, la astronomía, la medicina y la teología. Se le reconoce como el primer científico que describe en su obra Christianismi Restitutio la circulación de la sangre, la que va desde el corazón a los pulmones, obra científica pero teológica al mismo tiempo porque así solía ser en aquellos días.
Durante sus estudios de derecho en Toulouse, Francia, Miguel entra en contacto con miembros de la reforma protestante. Sus estudios bíblicos hacen que escriba obras que resultan ser un escándalo tanto en círculos católicos como protestantes. Por ejemplo, en 1531 publica De Trinitatis Erroribus (De los errores acerca de la Trinidad), obra que hace resaltar con multitud de referencias bíblicas la falta de base bíblica de la doctrina de la trinidad. Incluso envía una copia al obispo de Zaragoza, el cual se siente tan escandalizado que no tarda en pedir la intervención de la Inquisición.

Miguel no ve tampoco al Espíritu santo como la tercera persona de una trinidad de dioses, sino como la fuerza activa de Dios que, como en la creación de todas las cosas, la usa de diferentes maneras. A diferencia de Lutero y de los reformadores protestantes entiende la gracia divina por la fe, pero también el hecho de que Dios se complace en las obras buenas. Tampoco ve base bíblica para el bautismo de bebés y más bien aboga por que sea una decisión en la edad adulta, pues como él mismo decía, ‘Jesucristo se bautizó cuando tenía treinta años‘. Miguel está convencido sin embargo de que la tolerancia debería prevalecer entre los cristianos aunque no haya entre ellos afinidad teológica absoluta. Pero para su desdicha, esa no iba a ser ni mucho menos la posición de quienes le odiaban.

Desde hacía ya algún tiempo, Miguel Servet mantenía correspondencia con Juan Calvino, cabeza de la reforma protestante en Francia y autor de la obra Institutio religionis Christianae (Institución de la Religión Cristiana) publicada en 1536. A medida que se escribían más se ponía en evidencia cuán grandes eran en algunos aspectos sus diferencias teológicas. Miguel envía a Calvino una copia de su obra Christianismi Restitutio (Restitución del Cristianismo) y como respuesta, éste le envía otra de su Institutio religionis Christianae (Institución de la Religión Cristiana). Miguel lo examina, lo estudia en profundidad hasta el grado de hacer apuntes muy críticos en los márgenes y se lo devuelve. El efecto en Calvino tuvo que ser demoledor porque éste se asegura de decirle que ‘si pones los pies en Ginebra no saldrás vivo de ella‘.

Juan Calvino

Describiendo la atmósfera que se respiraba en el entorno de Juan Calvino, Erich Fromm escribe:

«El régimen de Calvino en Ginebra se caracterizaba por un clima de sospecha y hostilidad universales que colocaba a cada uno contra todos los demás, y, ciertamente, en este despotismo hubiera podido hallarse muy poco espíritu de amor y fraternidad… En el desarrollo ulterior del calvinismo aparecen frecuentes advertencias contra los sentimientos de amistad hacia los extranjeros, actitudes crueles para con los pobres y una atmósfera general de sospecha«.- Erich Fromm, El miedo a la libertad, 156. Paidós, 1980.

La publicación anónima a principios de 1553 de la obra de Servet, Christianismi Restitutio (Restitución del Cristianismo), causa un inmenso revuelo tanto en círculos católicos como reformadores. Una delación hace que finalmente se sepa quién es el autor real y Servet es detenido por la Inquisición, interrogado y encarcelado en Vienne. El 7 de abril, sin embargo, logra evadirse y el 17 de junio es sentenciado a muerte in absentia, siendo quemado en efigie. Cuando se dirigía hacia Italia, Servet hace escala en Ginebra, ciudad que se regía estrictamente por el mandato y reglas de Juan Calvino. Es reconocido, detenido y juzgado por herejía (por su negación de la Trinidad y por su defensa del bautismo a la edad adulta).

Durante su encierro, Miguel soporta grandes penurias. Sin embargo, no deja de debatir teológicamente, de reclamar ‘justicia, justicia, justicia‘ y de pedir que Calvino le muestre que está equivocado en algo, haciéndole a él el responsable directo de la acusación falsa de herejía. Pero el 27 de octubre de 1553 el Tribunal dicta sentencia:

«Te condenamos a ser atado y llevado a la colina de Champel. Allí serás sujeto a una estaca y quemado vivo junto con tus manuscritos y tus libros impresos hasta que tu cuerpo se convierta en ceniza». Miguel se desploma, y grita en español: «¡Misericordia, misericordia! ¡Jesús, salva mi alma! ¡Ten piedad de mí!» 

Y frente a la pira ya, Miguel exclama, «¡Oh, Cristo, Hijo de Dios eterno, salva mi anima! ¡El hacha! ¡El hacha!; la hoguera no!» Pero la ejecución ocurre ese mismo día. Le amarran a la picota con cuerdas y una cadena de hierro, y a sus pies ponen un montón de leña verde y húmeda, para que arda más despacio. Le cuelgan libros de sus caderas, y le colocan una corona al cuello impregnada de azufre: un gesto de compasión de alguno de sus verdugos que pretende que el humo de la sustancia acelere su muerte por asfixia. Servet grita con rabia y miedo cuando la antorcha prende la leña. La brisa se lleva el humo del azufre, y la quema dura más de una hora con Servet sufriendo hasta el último aliento.

Consecuencias

Después de aquel horrible asesinato, de aquella falta de humanidad y compasión, algo cambió en la conciencia de toda Europa. Aquel crimen injusto hizo reaccionar a pensadores y humanistas de todas partes, sobre todo protestantes, en el sentido de que nunca más se debería matar a nadie por razones de fe. Por ejemplo, el humanista Sebastián Castellion, biblista y teólogo cristiano francés (1515-1563) escribió:

“Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un ser humano; no se hace profesión de fe quemando a un hombre, sino haciéndose quemar por ella. Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre… que los judíos o los turcos no condenen a los cristianos, y que tampoco los cristianos condenen a los judíos o a los turcos… y nosotros, los que nos llamamos cristianos, no nos condenemos tampoco los unos a los otros… Una cosa es cierta: que cuanto mejor conoce un humano la verdad, menos inclinado está a condenar”. – Castellio contra Calvino: Conciencia contra violencia (El Acantilado), Stefan Zweig, 2012.

Las iglesias unitarias, surgidas como resultado de los movimientos antitrinitarios del siglo XVI en adelante, reconocen a Miguel Servet como pionero y primer mártir. Su ejecución puso las bases también para el reconocimiento de la libertad de conciencia en los códigos civiles de las democracias más avanzadas.

El caso de Miguel Servet debería ser causa de reflexión también hoy día. En un mundo plural como el nuestro, su ejemplo muestra la importancia de la tolerancia en cuestión de creencias, y el gran error que supone matar a alguien solo por sus ideas. También podría ser causa de reflexión para los grupos fundamentalistas, aquellos que matan en sentido físico y aquellos otros que a menudo también lo hacen en sentido simbólico, no solo expulsando a sus disidentes, sino tratándolos ‘como si estuvieran muertos‘ de por vida, algo completamente ajeno al espíritu no solo de Miguel Servet, sino del propio Jesucristo quien siempre se refirió a Dios como el único juez de todos los hombres (Lucas 6:37,41-42).

En una inscripción de un monumento erigido en 1908 en la ciudad francesa de Annemasse, a unos cinco kilómetros del lugar de su ejecución, se puede leer:

«Miguel Servet, […] geógrafo, médico, fisiólogo, ha merecido la gratitud de la humanidad por sus descubrimientos científicos, su devoción a los enfermos y a los pobres, la indomable independencia de su inteligencia y de su conciencia […]; sus convicciones eran invencibles. Sacrificó su vida por causa de la verdad«.

Algo de su pensamiento

«Cada cual es como Dios lo ha hecho, pero llega a ser como él mismo se hace«.

«Considero un asunto muy grave el matar a los hombres por creer que están en el error o por algún detalle de interpretación de la Escritura, cuando sabemos que el más elegido se puede equivocar«.

«Ni con estos ni con aquellos estoy de acuerdo en todos los puntos, ni tampoco en desacuerdo. Me parece que todos tienen parte de verdad y parte de error y que cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo… Fácil sería decidir todas las cuestiones si a todos les estuviera permitido hablar pacíficamente en la iglesia contendiendo en deseo de profetizar».– Servet, De la Justicia…, en Obras completas, Vol. II-1, pág. 481).

Como Miguel Servet no lograba conciliar la sencillez evangélica con tanto ceremonial y opulencia, sobre el Papa de Roma escribió, «Con mis propios ojos he visto yo mismo cómo lo llevaban con pompa sobre sus hombros los príncipes, […] y cómo lo adoraba todo el pueblo de rodillas a lo largo de las calles«.

«Dios nos dio la mente para que le reconozcamos a Él mismo«.

«El otro nombre, el más santo por encima de todos, הוהי, […] puede interpretarse como sigue: ‘el que hace ser’, ‘el que convierte en esencial’, ‘la causa de la existencia’”.

«En este mundo no hay verdad alguna, sino simulacros vanos y sombras que pasan. La verdad es Dios eterno«.

«En la Biblia no hay menciones a la Trinidad […]. Nosotros conocemos a Dios no por nuestras orgullosas concepciones filosóficas, sino a través de Cristo«.

«Es un abuso condenar a muerte a aquellos que se equivocaron en sus interpretaciones de la Biblia».

«Es un principio general que todas las cosas han salido de la raíz divina, son parte y porción de Dios, y la naturaleza de las cosas es el espíritu de Dios«.

«Hay un brillo del Sol y otro de la Luna; uno del fuego y otro del agua. Todos fueron dotados de luz por Cristo, arquitecto del mundo».

«La fe, si se considera en su propiedad esencial y pura, no contiene tal perfección como el amor…El amor es superior a todo…durable, sublime, más parecido a Dios».

«La fe enciende la lámpara que solo el aceite del amor hace arder«.

«Leed la Biblia una y mil veces; si no le tenéis gusto es que habéis perdido la llave del conocimiento«.

«Lo divino ha bajado hasta lo humano, para que el humano pueda ascender hasta lo divino«.

«No debe imponerse como verdades conceptos sobre los que existen dudas«.

«Propio de la condición humana es la enfermedad de creer a los demás impostores e impíos, no a nosotros mismos, porque nadie reconoce sus propios errores».

En referencia a Juan Calvino: «¿Quién puede llamar ortodoxo a un ministro de la Iglesia que es acusador, criminal y homicida?»

«Si yo amo una persona , de modo entrañable, estoy pendiente de ella; a ella me entrego en todo y para todo y ella me conduce a donde quiera». 



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Esteban López








Comentarios

  1. Difícil conciliar la Fe después de lo que he leído. No quisiera entrar en la dinámica del Libro de Los Jueces, en sus últimas palabras: "Cada uno hacía lo que bien le parecía". ¿Tendré yo que forjar mi propia teología?

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