Confesión
de la centralidad de la Biblia
El punto de vista oficial de la Iglesia anglicana sobre las Escrituras se
expresa en dos lugares, los Cánones,
y los tres formularios históricos: Los
Treinta y Nueve Artículos, el Libro
de Oración Común y el Ordinal de
1662.
H. C. G. Moule
El canon A.5 de los Cánones
afirma: «La doctrina de la Iglesia de Inglaterra se basa en las Sagradas
Escrituras», y el canon C.15 declara que la Iglesia de Inglaterra «profesa la
fe revelada únicamente en las Sagradas Escrituras». En Los Treinta y Nueve Artículos se establece que la Escritura contiene todas las cosas
«necesarias para la salvación», con la consecuencia de que todo lo que «no se
lee en ella, ni puede probarse por medio de ella, no debe exigirse a ningún
hombre que lo crea como artículo de la fe o lo considere requisito y necesario
para la salvación» (artículo 6). Para aclarar la extensión y el alcance de la
afirmación: la Escritura contiene «todo lo necesario para la salvación», el
arzobispo Thomas Cranmer, el artífice teológico de la Iglesia anglicana, aclaró
en su homilía Una fructífera exhortación
a la lectura de la Sagrada Escritura, que en ella «está plenamente
contenido lo que debemos hacer y lo que debemos evitar; lo que debemos creer,
lo que debemos amar y lo que debemos buscar de la mano de Dios. En estos libros
encontraremos al Padre de quien, al Hijo por quien, y al Espíritu Santo en
quien todas las cosas tienen su ser y mantenerse, y que estas tres personas no
son sino un solo Dios, y una sola sustancia. En estos libros podemos aprender a
conocernos a nosotros mismos, lo viles y miserables que somos, y también a
conocer a Dios, lo bueno que es por sí mismo, y cómo nos hace partícipes de su
bondad a nosotros y a todas las criaturas».
El papel de la Iglesia es ser «testigo y guardián» de la Escritura. Es decir,
la Iglesia está llamada a dar testimonio de la Escritura como el lugar donde
los hombres pueden descubrir lo que necesitan saber para salvarse y está
llamada a conservar el canon bíblico completo y transmitirlo a las
generaciones. La Iglesia no tiene derecho a interpretar la Escritura de manera
que una parte de la misma se contradiga con otra. (artículo 20). La Iglesia no
tiene autoridad para decretar nada contrario a la Escritura, y ni la Iglesia ni
los Concilios Generales tienen autoridad para enseñar que algo adicional a la
Escritura es necesario para la salvación (artículos 20 y 21).
En el Libro de Oración Común, en
la colecta del segundo domingo de Adviento, declara que Dios ha hecho que se
escriba la Sagrada Escritura para enseñar a su pueblo, que los cristianos
necesitan tener un compromiso activo con la Escritura «para que podamos
escucharla, leerla, estudiarla, aprenderla y digerirla interiormente». El
propósito de este compromiso es permitirnos «abrazar y mantener siempre firme»
la esperanza de la vida eterna que se nos ha dado en Cristo.
En el Ordinal de 1662, destinado
al ministerio ordenado en la Iglesia de Inglaterra se insiste y se apremia que
todos los ordenados como sacerdotes y obispos tienen que declarar su creencia
«de que las Sagradas Escrituras contienen suficientemente toda la doctrina
necesaria para la salvación eterna por medio de la fe en Jesucristo» y, como
corolario, prometen que no enseñarán ni mantendrán que nada es necesario para
la salvación, excepto lo que «puede concluirse y probarse por las Escrituras».
Más cercano a nosotros, la Conferencia de Lambeth, cuyas resoluciones no
tienen autoridad legal en las iglesias de la Comunión anglicana, pero
tradicionalmente se ha considerado que poseen autoridad moral porque han
reflejado la mente de la Comunión tal y como la han discernido sus obispos en
consejo conjunto, en su resolución La Resolución
3 de 1930 declara:
«Afirmamos la autoridad suprema e inquebrantable de las
Sagradas Escrituras, que presentan la verdad sobre Dios y la vida espiritual en
su marco histórico y en su revelación progresiva, tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento».
La Resolución 1 de 1958 afirma y
testimonia:
«La Biblia revela las verdades sobre la relación entre
Dios y el hombre que son la clave de la situación del mundo y, por lo tanto, es
profundamente relevante para el mundo moderno».
Afirma además, en línea con la postura adoptada desde los días de la
Reforma, que el papel de la Iglesia es ser la «guardiana e intérprete de la
Sagrada Escritura» y que no puede enseñar nada como «necesario para la
salvación eterna, sino lo que puede ser concluido y probado por la Escritura»[1].
El Pacto Metodista Anglicano
afirma que «tanto la Iglesia de Inglaterra como la Iglesia Metodista basan sus
creencias y enseñanzas en las Sagradas Escrituras, que consideran inspiradas
por Dios»[3]. Por último, la
declaración conjunta anglicano-católica romana Crecer juntos en la unidad y la misión, afirma que «las Escrituras,
como testimonio inspirado único de la revelación divina, tienen un papel único
en mantener viva la memoria de la Iglesia sobre la enseñanza y la obra de
Cristo» y que «la enseñanza, la predicación y la acción de la Iglesia deben
medirse constantemente con las Escrituras»[4].
En resumen, como ya decía Charles Simeon: «La Biblia primero, el Libro de
Oración después, y todos los demás libros y acciones en subordinación a ambos».
De ahí el papel central de la Biblia en el culto anglicano, conde cada domingo,
suele haber cuatro lecturas de las Escrituras: una del Antiguo Testamento, una
de los Salmos, una de las Epístolas y una de los Evangelios.
Stephen Sykes
El choque entre la fe cristiana tradicional y las nuevas percepciones de la
ciencia fue brutal. El eminente obispo anglicano Spencer Leeson (1892-1956) cuenta que
cuando su padre, un distinguido doctor educado religiosamente, leyó The Origin of Species de Darwin, su fe
fue sacudida hasta los cimientos, porque era incapaz de reconciliarlo con los
relatos bíblicos de la creación, y ya que la revelación bíblica es un todo, si
una parte de ella cae, el resto caería también. «Si Adán no ha existido, si no
ha caído pecado, el hombre no está condenado, por tanto no hay necesidad de la
encarnación de Cristo. Si la Biblia se equivoca en ciencia, ¿cómo poder estar seguros
de que es correcta en teología?»[5].
Según el teólogo anglicano Stephen Sykes (1939-2014), es posible ofrecer
una definición del liberalismo teológico mediante la cual se puedan reconocer e
identificar las diversas formas de ser liberal.
«Liberalismo en teología es aquel estado de ánimo que
está preparado para aceptar que algún descubrimiento de la razón pueda considerarse
en contra de la autoridad de la
afirmación tradicional en el cuerpo de la teología cristiana... Para muchos
cristianos protestantes, el paso más importante del liberalismo teológico se da
cuando se niega la creencia tradicional en la inerrancia de las Escrituras»[6].
En pocas palabras, liberal
es quien niega la inerrancia bíblica. Esta es la afirmación no de un
fundamentalista, sino de un profesor de teología en la Universidad de Durham (1974-1985), y en
la de Cambridge (1985-1990), que llegó a ser ordenado obispo de la importante
diócesis de Ely, Cambridgeshire (1990). Sykes entiende perfectamente que no se puede dar la
espalda al conocimiento científico, lo cual, por otra parte, es imposible ya
que lo invade todo. Lo que quiere es llamar la atención al derecho que asiste a
la iglesia y a sus pastores a ser conservadores,
sin dejar de ser vanguardistas. Sykes diferencia entre los pastores o ministros
y los teólogos; los primeros tienen la obligación de ser conservadores en
cuanto testigos y guardianes de la fe tradicional legada por los apóstoles.
Deben ser conscientes de que son herederos de un legado inamovible a lo largo
de los siglos: el evangelio del Señor Jesucristo. En este sentido «no podemos
esperar que los pastores de la iglesia sean teológicamente radicales»[7]. Por el contrario, los
teólogos e intelectuales cristianos están inevitablemente atraídos por la
exploración de la fe a la luz de las nuevas verdades, ya que consideran que
esta es parte de su responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia. Pensar los
pensamientos revelados de Dios siguiendo esa larga cadena de teólogos y
pensadores que en todo cambio de época han sabido estar a la altura de su
llamamiento de fidelidad y renovación. Por eso la Iglesia tiene que ser
consciente de su pluriformidad, de su
unidad en la diversidad. «La inevitable pluriformidad
de la Iglesia es la mayor conscuencia del liberalismo… La pluriformidad, no la
uniformidad es la condición natural de la Iglesia contemporánea»[8].
Sykes, que estaba muy versado en la
Reforma y en las eclesiologías contemporáneas, especialmente en la tradición
anglicana, dijo que era importante que la eclesiología reconociera sus
limitaciones. Hay un razonamiento sutil que es típico de la forma en que Sykes
suele presentar sus argumentos. Por un lado, está su profunda familiaridad con
la historia de la teología y su aceptación de la comprensión de la redención y
la nueva vida en el Cuerpo de Cristo, de una manera que es característica de
los teólogos anglicanos de los siglos precedentes. Por otra parte, afirmaba que
teología debería hablar siempre en el ámbito público y de forma creíble[9].
Para entender mejor el pensamiento anglicano en este tema tan delicado y crucial para la convivencia teológica, pensemos en otra imagen aportada por el ingenio de otro autor anglicano, Edward Wagner, rector St George en Owen Sound, Ontario. «Algunos de nosotros —observa Wagner—, parecemos estar hechos por Dios para empujar los límites toda nuestra vida, mientras que otros parecemos estar hechos por Dios para pasar nuestra vida cuidando los jardines dentro de las vallas que alguien más erige para nosotros. Pero incluso los más insistentes empujadores de límites parecen querer y necesitar calmarse alguna vez, e incluso los más contentos cuidadores de jardines parecen anhelar la emoción. Es posible que los empujadores de límites y los cuidadores de jardines nunca se sientan completamente cómodos el uno con el otro a este lado del cielo, pero para ser seres humanos sanos en este mundo, necesitan mantener sus dos caballos tirando como un equipo»[10].
Si buscamos una imagen bíblica, podemos decir
que lo más es probable que los amantes de los jardines elijan el texto «de
cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una
tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mt 5.18) como Evangelio
inerrante para ellos, mientras que para los empujadores de límites el texto: «El
sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado» (Mc 2.25) se convertirá en Evangelio inerrante para ellos. ¿Descartamos
una máxima frente a otra solo porque encaja mejor con nuestros propios
prejuicios?
«La Palabra de Dios escrita es la estrella polar constante de nuestra creencia en la bondad de Dios, la verdad de su Hijo, el poder del Espíritu Santo. No es de extrañar que tanto los que empujan los límites como los que cuidan de los jardines la estudien con detenimiento, la abracen y luchen con ella»[11].
Wagner, dada su larga experiencia pastoral, en diversos países e
iglesias, observa también que, en última instancia, el ser humano
tiene necesidad de orden y seguridad, más allá de su aspiración a innovar y ser
creativo. «Con tan pocas excepciones que confirman la regla, todo el mundo
sueña con amar a alguien que le corresponda para siempre, todo el mundo quiere
tener una familia que nunca le rechace, todo el mundo espera tener al menos un
amigo incondicionalmente cariñoso con el que contar para toda la vida». Aplicado
a la vida cristiana, esto significa que todos los creyentes tienen necesidad
espiritual e intelectual de confiar en la Biblia tal y como es actualmente.
Cierto que la inerrancia bíblica ha sido expuesta de forma abusiva por los
polemistas que ha perdido prácticamente toda credibilidad en mundo consciente
de sus avances en el campo del conocimiento, pero eso no quita la necesidad de
confiar en la verdad de la Escritura de manera absoluta.
«En términos generales, la mayoría de los cristianos
occidentales, incluida la mayoría de los anglicanos de todo el mundo, no son
inerrantistas en el sentido fundamentalista protestante. Hablarán, quizás, de
la “inspiración” de las Escrituras, de que fueron “inspiradas por Dios” en la
mente de los escritores humanos. Por otro lado, defenderán firmemente la
autoridad de las Escrituras en sus vidas y en la Iglesia. Uno no puede
colocarse bajo la autoridad de la Escritura sin confiar en la verdad de la
misma, lo que en última instancia debe entenderse como una posición inerrantista,
por más que esa posición pueda ser matizada. En otras palabras, creo que la
mayoría de los cristianos contemporáneos de la corriente principal, incluidos
los anglicanos, son todos, en un grado u otro, ortodoxos en la fe y la
práctica, y funcionalmente inerrantistas bíblicos. Además, creo que incluso los
cristianos escépticos, como el autor de mi carta, reaccionan ante el poder
místico de la Escritura estimada como inerrante»[12].
Frente a la forma inerrante estrechamente fundamentalista, Wagner llama la atención a un hecho indiscutible: El llamamiento
del patriarca Abraham. ¿Se encontró con YHWH leyendo las Escrituras? ¿Salió «de
su tierra y de su familia y de la casa de su padre a la tierra que Dios te
mostrará» porque la Biblia se lo dijo? «Podemos asumir que no había ninguna
Escritura para que Abraham estudiara. Podemos suponer que no se preocupó por
cuestiones de canon, inerrancia y autoridad bíblica. Simplemente escuchó a
Dios, obedeció, se puso en marcha sin saber de dónde, y se convirtió, como Dios
prometió, en el padre de una gran nación, cuyo nombre sigue siendo una
bendición para judíos, cristianos y musulmanes»[13].
Cuando la Biblia se separa de la
experiencia con Dios en el contexto de la comunidad animada del Espíritu
reunida en nombre de Cristo en torno a la Palabra, «se convierte en algunas
manos en un ídolo. El texto sagrado se vuelve fijo e inviolable, a la vez
aterrador y seductor en su santa perfección: «La Biblia lo dice; yo lo creo;
eso lo decide todo». Esa, sostengo, es la voz de un esclavo de un falso dios,
un precio que ningún cristiano debería pagar»[14].
En resumen, «Dios nos ha creado a los
seres humanos de tal manera que los que empujan los límites y los que cuidan
los jardines se necesitan mutuamente, que estamos destinados a trabajar juntos
como un equipo, sin importar cuán diferentes e incluso desagradables podamos
parecer unos a otros. El Dios creador ha elegido que seamos diferentes, sin
duda para su gloria y el crecimiento de su Reino»[15].

Desde el mismo principio del
cristianismo han existido divergencias y partidos dentro de la Iglesia: Yo soy de Apolos, yo de Cefas, yo de Pablo,
yo de Cristo (1 Co 1:12). Esto es inevitable dada la naturaleza humana, la
formación de cada cual, el carácter y las apetencias tan individuales, el grado
de comprensión y de aspiraciones, así como la capacidad de dejarse influenciar
y seguir las corrientes de su preferencia personal. Dado que por aquí es casi
imposible poner remedio, por más que se apele a un texto sagrado y su
interpretación correcta, es necesario que los pastores y líderes de la iglesia
pongan todo su esfuerzo en buscar un punto de unidad que mantenga junta la pluriformidad
de visiones e intenciones. Ese punto de unidad no es otro que Cristo, que la
recomienda como una manera de vivir y expresar la fe por parte de la comunidad,
que se funda en la unidad sustancial del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
Es aquí donde hay que insistir en la necesidad de ahondar en la enseñada de la unidad en la pluriformidad tan cara al
espíritu anglicano de vía media y mediadora de reconciliación de divergencias
legítimas dentro de la Iglesia.
J.I. Packer (1926–2020), que como he mencionado antes es uno de los padres fundadores de
la Declaración de Chicago sobre la inerrancia
bíblica, es considerado como uno de evangélicos más influyentes de los
últimos cien años. Autor de unos setenta libros, el último en escribir lleva
del título de The Heritage
of Anglican Theology. Packer escribe como un evangélico comprometido, pero el libro está
lejos de ser simplemente una apología del anglicanismo evangélico. Por el
contrario, se esfuerza en informar a sus lectores evangélicos, al igual que a
sus alumnos para el ministerio anglicano, que hay que conocer con simpatía las
otras dos grandes corrientes del anglicanismo: la High Church o
anglocatólica, y la Broad Church o liberal. Packer estructura
deliberadamente su libro para contar la historia de las tres vertientes,
atendiendo en el camino a sus debates entre sí.
«Siempre
que se reúnan anglicanos de diversos lugares, ganaremos si todos estos puntos
de vista diferentes hacen sentir su presencia, y la discusión será menos
significativa si no lo hacemos. También debe haber un esfuerzo constante por
parte de los líderes para lograr declaraciones de consenso que aborden todas
las preocupaciones de todas las partes en las discusiones. La interacción de
todas las partes involucradas en las discusiones anglicanas es a menudo casi
única entre las iglesias cristianas de hoy»[16].
Los diferentes
puntos de vistas doctrinales o teológicos tienen que darse en ese ambiente de
diálogo y respeto, toda vez que lo que nos une es más importante que lo que nos
separa. Así puede ocurrir, como en el
divisivo tema de la inerrancia bíblica, que unos la defiendan y otros la
rechacen en nombre de una verdad superior, a saber: la Biblia como revelación
de Dios para nuestra salvación. Es comprensible que en este contexto de unidad
esencial en la pluriformidad de puntos de vista hay quien como Ben Jefferies, pueda afirmar su conformidad con la inerrancia bíblica en cuanto ministro anglicano —aunque
no dentro de la Anglican Communion—,
y hacerlo de un modo muy semejante al conservadurismo evangélico:
«Como anglicanos de la Iglesia anglicana de Norte
América, que buscan construir y habitar una institución que se someta
plenamente a la Palabra de Dios, no deberíamos dudar en ponernos al lado de
nuestros hermanos y hermanas de otras iglesias creyentes en la Biblia inerrante
(como la Iglesia Luterana-Sínodo de Missouri, la Convención Bautista del Sur,
etc.) al afirmar la Declaración de
Chicago sobre la inerrancia bíblica. Debemos enseñar que la Biblia es
inerrante, y toda nuestra enseñanza debe fluir de esta verdad. Si está en la
Biblia debe ser verdad, aunque sea una enseñanza difícil de entender.
Ciertamente, siempre habrá algunos desacuerdos entre los fieles sobre lo que
significa precisamente tal o cual pasaje de la Biblia, pero este desacuerdo
sólo tiene la capacidad de ser fructífero si se apoya en el acuerdo mutuo de
que lo que la Biblia dice no tiene errores»[17].
Al mismo tiempo,
otros, y dentro de la Anglican Communion,
como el pastor Jaime Case, de St Luke Episcopal Church, afirma la convicción
generalizada de que la Biblia no es
inerrante al modo fundamentalista:
«La Biblia no ofrece soluciones literales para todos los
problemas actuales. Richard Hooker, apologista de la Iglesia inglesa, enseñó
que la Biblia comparte la autoridad con la tradición y la razón. Es una
relación dinámica a través de la cual el Espíritu Santo conduce a la comunidad
de fe a la verdad»[18].
Aunque en su
definición literal parecen opiniones opuestas, cada uno está defendiendo la
parte de verdad que le corresponde, o es capaz de percibir por su situación y
su misión. Desde esta perspectiva, tan necesaria en nuestros días, el estudio de
la Biblia es como una conversación a varios niveles con la comunidad y el texto;
la tradición y la ciencia, sabiendo que siempre hay algo más que se puede
entender, y que nunca agotaremos la comprensión de la Escritura. Por eso
necesitamos los que nos empujan más allá de los límites conocidos, y los que
cuidan la integridad del legado recibido, la herencia de más de 2000 años de fe
y pensamiento, en respeto y comunión. Los personalismos y las doctrinas
favoritas de cada cual, determinadas por factores históricos y psicológicos, no
deben dar lugar a la crispación y la condenación del contrario, según el
proverbial odium theologicum, sino buscar la manera de integrar en un
comprensión superior los puntos de vista enfrentados, respetando la parte de
verdad de cada cual y dando testimonio del espíritu cristiano que a la ciencia
muestra el camino de la gracia, de la caridad. ¿De qué me sirve comunicar
mensajes de parte de Dios, penetrar todos los secretos y poseer la más profunda
ciencia? ¿De qué me vale tener toda la fe que se precisa para mover montañas?
Si me falta el amor, no soy nada» (1 Co 13:2 La Palabra).
[1] R. Coleman, ed., Resolutions of the Lambeth Conferences
1867-1888. Anglican Book Centre, Toronto 1992.
[2] Meissen Agreement Texts. Council for Christian Unity, Londres 1992; The Porvoo Common
Statement. Council for Christian Unity, Londres 1993; Anglican-Moravian
Conversations. CHP, Londres 1996; Called to Witness and Service.
CHP, Londres 1999.
[3] An Anglican Methodist Covenant. Methodist Publishing House/CHP, Peterborough y Londres 2001.
[4] Growing Together in Unity and Mission. SPCK, Londres 2007.
[5] Spencer Leeson, Christian Education,
pp. 97-98. Longmans, Londres 1947.
[6] Stephen
Sykes, Christian Theology Today, p.
12. Mowbray, Londres y Oxford 1983, 2ª ed.
[7] Stephen
Sykes, Christian Theology Today, p.
29.
[8] Stephen
Sykes, Christian Theology Today, pp.
29, 30.
[9] Peter Sedgwick, “Stephen Sykes and Anglican
Ecclesiology”, Ecclesiology 15 (2019) 46-61.
[10] Edward Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and
Pastoral Essay. Ontario 2007.
[11] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[12] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[13] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[14] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[15] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[16] J.I. Packer, The Heritage of Anglican Theology. Crossway Books, 2021.
[17] Ben
Jefferies, Anglicans and The
Inerrancy of Scripture
https://standfirminfaith.com/anglicans-and-the-inerrancy-of-scripture/
[18] Jaime Case, Episcopalians and the Bible. Vancouver,
Washington.
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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo, Introducción a la filosofía, Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.
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