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La tiranía de las emociones - Por José Luis Avendaño

"Una de las peores trampas en las que el obrero cristiano puede caer es obsesionarse con los momentos excepcionales de inspiración que ha tenido. Cuando el espíritu de Dios te da un tiempo de inspiración y discernimiento piensas: 'Ahora, esta será siempre mi condición para Dios'. No, no lo será y Él cuidará que no sea así. Esos momentos son un regalo de Dios en su totalidad. No te los puedes dar a ti mismo cuando lo desees. Si dices que siempre tienes que estar en tu mejor condición, realmente te conviertes en una carga intolerable para Él. Nunca harás nada a menos que Dios te mantenga inspirado de una manera consciente. Si a tus mejores momentos los conviertes en un dios, descubrirás que la guía del Señor va desapareciendo de tu vida y nunca regresará hasta que seas obediente en el trabajo que te ha colocado más cerca, y cuando aprendas a no obsesionarte con esos momentos excepcionales que Él te ha dado". (Oswald Chambers, En pos de lo supremo).

El devocionario de Oswald Chambers, En pos de lo supremo, en realidad, un verdadero viaje espiritual para el creyente, está colmado de pasajes altamente desafiantes, edificantes e inspiradores, pero, a la vez, de palabras que confrontan reiteradamente nuestro engañoso corazón. En estas palabras que acabo de postear, creo yo, Chambers toca una de las tendencias más ruinosas que ha tendido a cultivar el mundo evangélico (me incluyo, desde luego), cual es la de pretender que la vida cristiana es solo una interminable vorágine de emociones espirituales, experiencias y sensaciones, altamente gratificantes y placenteras, y cuando todo aquello no ocurre, o bien, ir tras ellas a como dé lugar, asistiendo a nuevas conferencias que nos prometen una nueva "unción", escuchando tal tipo de música que se nos dice nos elevará como cohete al séptimo cielo, leyendo al último escritor que tiene el secreto acerca de cómo subir a una nueva dimensión en la vida cristiana o bien, y en el peor de los casos, cuando todo aquello ya no funciona, concluir que Dios nos ha abandonado o que no somos capaces de llevar una vida de tal grado de consagración como para experimentar tales sucesos excepcionales y de forma permanente.

Cierto es, que cuando las personas comienzan por primera vez su vida de seguimiento en pos del Crucificado-Resucitado, dicho en lenguaje más evangélico, cuando "se convierten al Señor", Dios permite muchas veces que estos nuevos creyentes tengan la dicha de experimentar situaciones asombrosas, fuera de lo común, precisamente para que su corazón sea confortado y su fe sea fortalecida. Pero pretender que toda nuestra vida cristiana ha de ser una avalancha interminable de experiencias y emociones, es simplemente no permitir el crecimiento ni la madurez del cristiano. Dejarlo recluido permanentemente en un estado de infantilismo espiritual, que no le permitirá seguir adelante cuando los días se vuelvan inciertos, duros, difíciles, ya que el tomar la cruz cada día y seguir en pos de Cristo, dígase lo que se diga, es asunto únicamente de obediencia, y no de sensaciones.

El creyente maduro, y en definitiva el único que puede impactar la vida de otros, es aquel que sigue adelante en el camino de la fe, incluso cuando los tiempos son malos y la bondad de Dios parece totalmente escondida, incluso cuando todas las emociones parecieran gritar que este se siente más bien como el camino de la muerte y no el de la vida, porque ha entendido que el camino de la fe es respuesta a la Palabra del Maestro, un acto de obediencia, que no está sujeto a la tiranía de las emociones y de las manipulaciones, sino a un solo: "¡Ven y Sígueme!".

Sígueme cuando los tiempos sean buenos, como cuando los días sean funestos, sígueme cuando todas tus emociones se hallen henchidas de gozo, porque has experimentado algo placentero, como cuando te enfrentes a la habitual rutina de los días y las circunstancias se vuelvan incómodas, difíciles, dolorosas. Si no me equivoco, y muchos pueden dar testimonio de aquello, Dios nos tiende a utilizar más cuando nos sentimos más fatigados y rendidos, que en aquellos días en que creemos estamos en nuestra mejor forma espiritual. Y quizás sea porque utilizándonos de la primera manera, Dios nos hace más creíble para el mundo y nos libra a su vez de caer en la sutil pero fatal trampa de la arrogancia, de la vanagloria y del narcisismo. Por eso los creyentes que más tienden a impactar la vida de otros, son precisamente aquellos que aún siguen conservando su fe y testificando del amor de Dios en medio de sus tribulaciones y en su dolor, es decir, libre de la TIRANÍA DE LAS EMOCIONES.




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José Luis Avendaño, es Doctor en Teología y Filosofía (PhD), por la Universidad de Toronto. Ha servido también como pastor de la ELCA (Evangelical Lutheran of Church en América). Es autor de los libros Camino de la Cruz: Análisis crítico-redaccional del evangelio de Marcos y La sombra religiosa americana.





Comentarios

  1. Claudio Navarrete14 de mayo de 2022, 2:57

    Una muy buena y certera reflexión sobre la vida y el caminar del cristiano y no han de ser nuestras emociones las que dirijan nuestro caminar en la fe,

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