Michel de Certeau
Aquello que tocamos nos toca. El "tocar" es un acto recíproco de transformación. "Transformación" entendida como "cambio" o "modificación". En todo toque hay cambio o modificación. Cabe aclarar que el sentido de "toque" al que me refiero puede ser físico, psíquico o espiritual. En este sentido el filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa ha desarrollado el concepto de Resonancia como un evento impredecible en el cual somos "tocados", en el sentido de conmovidos, transformados, experimentando una cierta conexión armónica con el mundo. Alega Rosa que:
La capacidad de resonancia se basa en la experiencia previa de lo extraño, lo irritante,
lo que no ha sido asimilado; sobre todo de lo indisponible, de lo que se escapa
del control y de lo esperado. En el encuentro con lo extraño tiene lugar un
proceso dialógica de asimilación transformadora.[2]
En estas dos
citas, creo que puedo encontrar el “coraje” en Certau, y el “des-alojo” en
Rosas, al menos como yo lo entiendo. El “coraje”, es una disposición a la debilidad necesaria para salir de sí
mismo y encontrarme con el otro en la exterioridad. Con “salir de sí mismo” no
me refiero a ser más generoso y menos egoísta, sino a quitarse los “vestidos”
que nos arropan y protegen de los demás, que nos mantienen en un lugar “seguro”
en donde los riesgos de ser heridos -o tocados- son menos, pero a sabiendas de
que permanecer en ese lugar nos impide tener
relaciones profundas y significativas, y por supuesto nos arroja a un lugar
de una profunda soledad interior y
ausencia de dar y recibir aquellas riquezas que nosotros y el otro tienen, lo
que indudablemente haría de nuestra vida una
vida más rica, profunda y con mayor sentido.
Podemos tener
una vida social activa y muchas amistades, y aun así permanecer encerrados en
nuestra interioridad. Salir a la
exterioridad no es una acción fáctica, sino un acto de coraje del alma de
exponerse en debilidad y fragilidad ante los demás.
Por otro lado
el “des-alojo” significa un salirse de aquello que nos aloja, que nos ampara,
que nos hace sentir seguros, de aquello que nos proporciona la calidez de un
hogar. Heidegger expresó de manera brillante esta experiencia de ya no sentirse en casa:
Toda entera se viene abajo. El mundo
adquiere el carácter de una total insignificancia. En la angustia no comparece
nada determinado que, como amenazante, pudiera tener una condición respectiva.
Por consiguiente, la angustia tampoco «ve» un determinado «aquí» o «allí» desde
el que pudiera acercarse lo amenazante. El ante-qué de la angustia se
caracteriza por el hecho de que lo amenazante no está en ninguna parte.[3]
Para el filósofo alemán esta experiencia de “no sentirse en casa” genera
angustia existencial porque no hay un objeto ante el cual uno se angustie, lo
que angustia es la misma condición ante la que estamos en el mundo. Al mismo
tiempo es la experiencia que nos puede dar acceso a una comprensión más clara
de la vida tal como es. Heidegger diría que quien no llega a experimentar este
estado sin huir de él, permanecerá en un autoengaño con respecto a la
comprensión de la vida misma. En otras palabras, es la comprensión y asunción
de nuestra condición frágil y vulnerable la que nos permite una compresión
transparente de quiénes somos y de quiénes son los demás.
La fuerza del dolor es ambigua, sirve tanto para dañar como para sanar. Solemos separar las experiencias de dolor de las de sanidad, quizá por nuestra necesidad de categorizar. ¿Pero si en vez de experiencias aisladas fueran parte integral del proceso de vivir? Hegel pensaba que la “negatividad del dolor es lo único que mantiene con vida al espíritu. El dolor es vida."[5] En otro lado escribe el filósofo alemán, que el Espíritu "solo alcanza su verdad hallándose absolutamente desgarrado de sí mismo"[6]. Pareciera que Hegel entiende que del dolor surge la vida, entendida en toda su plenitud como brillo supremo del alma humana.
No se equivoca Hölderin en esa maravillosa frase: Da wo Die Gefahr wächst, wächst das Rettende auch. Allí donde crece el peligro, crece también la Salvación.
Notas:
[1] Certeau, Michel. La
debilidad de creer. Buenos Aires: Katz Editores, 2016. p.311.
[2] Rosas, Hartmut. Resonancia.
Una sociología de la relación con el mundo. Buenos Aires: Katz Editores,
2019. p.241.
[3] Heidegger, M. Ser
y tiempo, Madrid: Trotta, 2006, p. 205.
[4] Véase capítulo II de Taylor, Charles. La Era Secular Tomo II, Madrid: Trotta,
2014.
[5] Citado en Han, B. La
sociedad paliativa, Barcelona: Herder, 2021 p.62.
[6] Íbid. p.61.
[7] Íbid. p.67.
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Adrian Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
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