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El coraje del des-alojo - Por Adrian Aranda

  


Ningún hombre es cristiano solo, por sí mismo,  sino en referencia y enlazado con el otro, en la apertura a una diferencia solicitada y aceptada. Esta pasión (...) es una fragilidad que despoja nuestras solideces e introduce en nuestras fuerzas necesarias la debilidad de creer. ..es una una fragilidad que despoja…el riesgo de exponerse a la exterioridad.[1]

Michel de Certeau

 

Aquello que tocamos nos toca. El "tocar" es un acto recíproco de transformación. "Transformación" entendida como "cambio" o "modificación". En todo toque hay cambio o modificación. Cabe aclarar que el sentido de "toque" al que me refiero puede ser físico, psíquico o espiritual. En este sentido el filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa ha desarrollado el concepto de Resonancia como un evento impredecible en el cual somos "tocados", en el sentido de conmovidos, transformados, experimentando una cierta conexión armónica con el mundo. Alega Rosa que: 

La capacidad de resonancia se basa en la experiencia previa de lo extraño, lo irritante, lo que no ha sido asimilado; sobre todo de lo indisponible, de lo que se escapa del control y de lo esperado. En el encuentro con lo extraño tiene lugar un proceso dialógica de asimilación transformadora.[2] 

 

En estas dos citas, creo que puedo encontrar el “coraje” en Certau, y el “des-alojo” en Rosas, al menos como yo lo entiendo. El “coraje”, es una disposición a la debilidad necesaria para salir de sí mismo y encontrarme con el otro en la exterioridad. Con “salir de sí mismo” no me refiero a ser más generoso y menos egoísta, sino a quitarse los “vestidos” que nos arropan y protegen de los demás, que nos mantienen en un lugar “seguro” en donde los riesgos de ser heridos -o tocados- son menos, pero a sabiendas de que permanecer en ese lugar nos impide tener relaciones profundas y significativas, y por supuesto nos arroja a un lugar de una profunda soledad interior y ausencia de dar y recibir aquellas riquezas que nosotros y el otro tienen, lo que indudablemente haría de nuestra vida una vida más rica, profunda y con mayor sentido.

 El “des-alojo” requiere “coraje”. Para habitar en el des-alojo se requiere un coraje en el sentido existencial. Se requiere estar dispuesto a exponerse a la exterioridad con el alma desvestida, hacerle frente al miedo que trae el peligro de ser lastimados, teniendo en cuenta que los beneficios de salir a la exterioridad son muy grandes como para dejarlos pasar o perderlos. La vida buena requiere de relaciones con otros, pero es necesario hacer un énfasis en que deben ser relaciones profundas y significativas.

Podemos tener una vida social activa y muchas amistades, y aun así permanecer encerrados en nuestra interioridad. Salir a la exterioridad no es una acción fáctica, sino un acto de coraje del alma de exponerse en debilidad y fragilidad ante los demás.

Por otro lado el “des-alojo” significa un salirse de aquello que nos aloja, que nos ampara, que nos hace sentir seguros, de aquello que nos proporciona la calidez de un hogar. Heidegger expresó de manera brillante esta experiencia de ya no sentirse en casa:

 

Toda entera se viene abajo. El mundo adquiere el carácter de una total insignificancia. En la angustia no comparece nada determinado que, como amenazante, pudiera tener una condición respectiva. Por consiguiente, la angustia tampoco «ve» un determinado «aquí» o «allí» desde el que pudiera acercarse lo amenazante. El ante-qué de la angustia se caracteriza por el hecho de que lo amenazante no está en ninguna parte.[3]

 

Para el filósofo alemán esta experiencia de “no sentirse en casa” genera angustia existencial porque no hay un objeto ante el cual uno se angustie, lo que angustia es la misma condición ante la que estamos en el mundo. Al mismo tiempo es la experiencia que nos puede dar acceso a una comprensión más clara de la vida tal como es. Heidegger diría que quien no llega a experimentar este estado sin huir de él, permanecerá en un autoengaño con respecto a la comprensión de la vida misma. En otras palabras, es la comprensión y asunción de nuestra condición frágil y vulnerable la que nos permite una compresión transparente de quiénes somos y de quiénes son los demás.



 Ahora bien, esta comprensión difícilmente se alcanzará si no se toma la decisión de lo que Certeau llama “exponerse a la exterioridad”, es decir sin estar dispuestos a correr el riesgo de ser heridos. No obstante somos una generación que le tiene fobia al dolor y huimos constantemente de él de forma obsesiva. Vivimos en días en que todo dolor es concebido como pasible de ser anestesiado, olvidando que hay dolores que son necesarios para la misma expansión, crecimiento y enriquecimiento de la vida. Las anestesias para el alma pululan por doquier. El filósofo Charles Taylor llama Efecto Nova a la expansión de ofertas espirituales que "compiten" con el cristianismo , al menos desde el siglo XVIII[4].

 La fuerza del dolor es ambigua, sirve tanto para dañar como para sanar. Solemos separar las experiencias de dolor de las de sanidad, quizá por nuestra necesidad de categorizar. ¿Pero si en vez de experiencias aisladas fueran parte integral del proceso de vivir? Hegel pensaba que la “negatividad del dolor es lo único que mantiene con vida al espíritu. El dolor es vida."[5] En otro lado escribe el filósofo alemán, que el Espíritu "solo alcanza su verdad hallándose absolutamente desgarrado de sí mismo"[6]. Pareciera que Hegel entiende que del dolor surge la vida, entendida en toda su plenitud como brillo supremo del alma humana.

 Heidegger dice que el “dolor dispensa su fuerza salutífera ahí donde no pensábamos que la hubiera”[7], es decir, el dolor es potencialmente sanador, y suele suceder que esa sanidad brota en momentos de enorme adversidad donde uno podría creer que todo está perdido.

No se equivoca Hölderin en esa maravillosa frase: Da wo Die Gefahr wächst, wächst das Rettende auch. Allí donde crece el peligro, crece también la Salvación.

             Peligro y Salvación crecen juntos para Hölderlin, pero en realidad es el peligro quien brinda las condiciones para que florezca  la salvación. ¿Cómo podemos ser salvados si no estamos en peligro? ¿Cómo podemos conocer la sanidad sin atravesar antes el sufrimiento? Cuando atravesamos experiencias dolorosas, a veces el dolor tiene tal fuerza que nos impide ver que en medio del sufrimiento nace un tipo de vida sumamente sanadora.

           

Notas:


[1] Certeau, Michel. La debilidad de creer. Buenos Aires: Katz Editores, 2016. p.311.

[2] Rosas, Hartmut. Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo. Buenos Aires: Katz Editores, 2019. p.241.

[3] Heidegger, M. Ser y tiempo, Madrid: Trotta, 2006, p. 205.

[4] Véase capítulo II de Taylor, Charles. La Era Secular Tomo II, Madrid: Trotta, 2014.

[5] Citado en Han, B. La sociedad paliativa, Barcelona: Herder, 2021 p.62.

[6] Íbid. p.61.

[7] Íbid. p.67.


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Adrian Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.




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