Así se hicieron los Credos. Una breve
introducción a la historia de la doctrina cristiana de Alan Richardson. Editorial
Clie, 1995, 109 páginas.
El cristianismo se asienta y sostiene en determinados hechos históricos
y algunos de ellos son más relevantes que otros. Estos acontecimientos
esenciales son los relacionados con la vida, enseñanza y muerte de Jesús, sin
olvidar su resurrección que dio lugar a la aparición de la Iglesia.
Se suele escuchar que realmente el cristianismo no es una religión
histórica en el sentido de que hay que diferenciar «entre la religión de Jesús
y la religión sobre la persona de Jesús» (p. 15). Así se distingue entre el pensamiento
que Jesús y Pablo presentaron y el sistema de ideas que conformó el
cristianismo. Es más, hasta se confronta el pensamiento judío de Jesús y el muy
supuestamente influenciado por el helenismo pensamiento de Pablo. No es
necesario que todo ello concuerde, es más, se sigue apuntando, no lo hace, pero
aún así el cristianismo sería válido. Pero esto no tiene presente que es
precisamente la vida y la obra de Jesús lo que da autoridad y validez a todo lo
que pensemos sobre la naturaleza de Dios y la propia existencia y propósito del
ser humano.
Y es esto mismo lo que sucede con la teología que se centra en una
persona, en Jesús mismo y su actividad, e intenta explicar esos hechos del
Jesús histórico -y aquí uso esta expresión sin ninguna intención de ponerla en
paralelo con esa otra del Cristo de la fe-
en su aplicación al pensamiento y las vidas de las personas. De aquí se
desprende que las teologías o sistemas de doctrinas no son lo mismo que la
religión cristiana ya que esta es la fe viva en Jesús y no la aceptación
intelectual de un sistema de ideas o creencias. Por todo esto no se puede
separar la religión sobre y de Jesús en ninguno de los casos.
Esto explica por qué siempre hay cierta tensión entre teología y
religión. Incluso la teología puede acabar siendo un ejercicio algo frío y
distante, pero no podemos olvidar que la religión sin la teología es como un
cuerpo sin esqueleto, carece de aquello que lo fortalece y lo estabiliza. Suele
degenerar hacia la superstición o en un agradable ensueño. Pero también pasa al
contrario, la teología necesita de la religión, esto es de teoría y práctica.
Si la religión cristiana es la fe viva en una persona y la teología es
el intento de explicación de los hechos históricos en torno a esa persona, se
entiende que cada nueva generación necesite formular de nuevo las doctrinas
recibidas. Los sistemas de doctrinas no son algo definitivo, cada generación
debe hacer teología desde su momento histórico, y aunque los hechos no cambian
sí lo hace nuestra comprensión de los mismos, nuestra visión.
Por ello no se puede identificar las enseñanzas de Jesús con un
determinado sistema de creencias anclado en un tiempo concreto, históricamente
es insostenible. La verdad sobre Jesús permanece, su interpretación varía con
las generaciones y esto no tiene nada que ver con la invención o la negación de
lo esencial del cristianismo, todo lo contrario, es la afirmación de ello pero
en contextos históricos y culturales diferentes. A esto se debe que sea tan
importante conocer los sistemas pasados, tanto filosóficos como teológicos. Hay
que estudiar el pasado, no caer en la soberbia de mirar atrás con
condescendencia, algo que a menudo ha sucedido como consecuencia de los grandes
avances de la ciencia. Es un falso orgullo.
Otro punto a tener presente es que las doctrinas cristianas no
aparecieron como consecuencia o resultado de ningún concilio, papa o comité de
ancianos. No vieron la luz así y ni se impusieron para ser creídas. Por el
contrario, van viendo la luz en la diversa experiencia cristiana, resultado de
estructurar esa experiencia para así también darla a conocer a la siguiente
generación. Esto también significa que la formulación de las doctrinas conlleva
un proceso, y por supuesto no estaban definidas en el primer siglo de nuestra
era.
Las primeras menciones o formulaciones de doctrinas están en cartas del
Nuevo Testamento tales como la de Romanos o la de Hebreos. Pero en el Nuevo
Testamento hay otros tipos de cartas como son la de tipo exhortativo que
recogen la experiencia de aquellos creyentes en cuestiones vitales. Cuando a lo
largo del segundo siglo se fueron reuniendo estos escritos se vio que había
mucho material que trataba de las más importantes creencias y modelos de
conducta cristiana. Todo ello provenía de los primeros discípulos de Jesús por
lo que era muy considerado llegando a ser guías y bases sobre las cuales estas
doctrinas primeras y fundacionales podían ser desarrolladas y clarificadas.
De esta forma comprendemos que la primera doctrina no se trataba de una
teología fría y distante, sino que nacía de la vida, del intento de explicación
de lo acontecido para que otros también pudieran conocer y disfrutar esa misma
experiencia religiosa.
A este respecto debemos recordar que las más tempranas formulaciones
doctrinales aparecen como apologética. Pero todo ello se va a originar en
Jesús de Nazaret porque como nos dice Richardson: «No cabe ninguna duda de que
antes de su crucifixión la persona de Jesús fue tratada siempre con profundo
respeto, rozando casi la adoración, y ciertamente con admiración, asombro y
temor» (p. 22). Sus palabras así tenían autoridad y a este respecto es esencial
la creencia en la resurrección. Sin ella no hubiera existido el cristianismo,
el mismo se levantó sobre esta creencia, esto es un hecho histórico. Esto es de
vital importancia ya que si lo que queremos entender es el desarrollo de la
doctrina debemos tener siempre presente aquello que esa doctrina pretendía
explicar y dar a conocer.

La doctrina cristiana es totalmente relevante para nuestras vidas, es
teología que busca edificar una nueva tierra, no un cielo nuevo. Las creencias
dirigen nuestra conducta y si creemos en la resurrección de Jesús nuestra
cosmovisión de la vida estará marcada por ello.
Desde aquí partió toda la doctrina cristiana -como ya hemos apuntado- y
los posteriores desarrollos siempre lo tuvieron presente. Ellos edificaron
sobre las verdades que el Nuevo Testamento presentaba, no inventaron nada. Se
puede criticar si en determinados momentos estuvieron más o menos acertados,
también algunas formas y conductas, pero las conclusiones de los llamados
Concilios ecuménicos, los cuatro primeros, fueron enormemente acertadas.
Es a este desarrollo doctrinal que llega hasta el siglo V a lo que se
dedica el presente libro de Richardson. De esta forma, el primero de los
capítulos se centra en los comienzos de la doctrina cristiana. El segundo a los
siglos primero y segundo. El tercero a la doctrina de la Trinidad. El cuarto
capítulo a la doctrina de la persona de Cristo. El quinto a la doctrina de la
expiación, y el sexto y último a la doctrina del Espíritu Santo.
Al inicio del presente libro el editor nos informa que el original en
inglés fue publicado en enero de 1935 y durante cuarenta años se siguió
imprimiendo. A mediados de los años 70 se pensó que tras todo este tiempo ya
era hora de dejar paso a otras propuestas realizadas por las nuevas
generaciones. Pero esto no fue posible debido a que no había un escrito igual,
que fuera breve, económico, para todo tipo de público, fresco y con esa calidad
en la escritura como el que aquí tenemos de Alan Richardson. El mismo editor
nos sigue diciendo que se volvió a editar a inicios de 1980 y la edición que
tenemos entre manos es del 1999 por la editorial Clie.
Solo me resta añadir que el editor estaba totalmente acertado. Esta
pequeña gran obra ejemplifica esa frase de que lo breve y bueno dos veces bueno. Se trata de un libro excelente,
que pese a sus contenidas 109 páginas no deja de lado nada relevante. Se
explican los contextos, las disputas, las herejías y las respuestas que se
daban a todo ello. Cada página tiene contenido de importancia, explicado con
claridad y de forma amena. En absoluto la lectura se hace pesada en un libro
que podía parecerlo por su temática. Búscale un hueco en tu biblioteca.
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Alfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología Pastoral por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y profesor del CEIBI. Vive en Cádiz. Es autor del libro La vida, la muerte y el más allá a través de la Biblia de la editorial Clie (https://www.clie.es/la-vida-la-muerte-y-el-mas-alla-a-traves-de-la-biblia).
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