La doctrina de la predestinación es
una de las más conocidas y significativas del calvinismo, hasta el punto que
muchos creen que es privativa del mismo. Sin embargo, como bien dice el teólogo
reformado Herman Bavinck, “la doctrina de la predestinación no es la confesión
de la Iglesia reformada solamente; no es meramente la opinión de Agustín y
Calvino, sino el dogma de toda la
cristiandad”[1].
Tal es así, que un teólogo tan independiente, y tan criticado por los calvinistas,
como Charles Finney, considera un despropósito, que no hace justicia a la
enseñanza de la Biblia, negar la predestinación. Literalmente: “Las Escrituras
hablan en una gran variedad de formas de elegidos, de predestinación, etc.,
como una verdad conocida por medio de una irresistible inferencia a partir de
los atributos conocidos de Dios”[2]. Y
prosigue, por si quedan dudas: “Me han sorprendido los esfuerzos elaborados y
eruditos para demostrar que esta doctrina no está expresamente enseñada en la
Biblia”[3].
Lo que distingue al calvinismo de otras maneras de considerar esta doctrina es una cuestión de calificativos. La predestinación sola no existe, sino la predestinación condicional, incondicional, absoluta, predeterminista, etc. El problema de la predestinación, pues, tiene que ver con la manera de entender su naturaleza, su alcance, su interacción con otras doctrinas. En el calvinismo forma un todo compacto, en relación lógica con el conjunto de los llamados cinco puntos del calvinismo, de modo que cada cual apuntala al resto. Tratar este tema con precisión nos ocuparía mucho espacio, más propio de un libro que de un artículo. Por eso, por amor al lector, trataré de ceñirme a lo esencial, a lo justo e imprescindible para que luego cada cual desarrolle su propia investigación en base a lo mucho escrito que hay sobre el tema, del que al final ofrecemos una orientación bibliográfica. Incluso entre los profesionales de la teología, y dentro de la misma confesión de fe reformada, se dan muchas variantes y argumentos contrapuestos. Es un estudio, pues, que exige de nosotros mucha atención a los distintos aspectos implicados, así como una alta dosis de humildad para aceptar las propias limitaciones que la comprensión de semejante misterio, la predestinación, nos impone. Por eso, al final de su estudio de esta cuestión, el mencionado Louis Berkhof, nos llama a la moderación y al respeto, cosas que a veces no abundan en las controversias doctrinales, pues, concluido “el estudio de este profundo asunto sentimos que nuestro entendimiento es limitado, y nos damos cuenta de que solo poseemos fragmentos de la verdad”[4]. Con todas estas precauciones vamos a incursionar en el examen de predestinación tal como es presentada por el calvinismo ortodoxo.
Biblia e historia
El lenguaje de la
predestinación es un término propiamente neotestamentario. El verbo “predestinar” (prohorizó), aparece una vez en los
Hechos (Hch 4:28), cinco veces en Pablo (Ro 8:29.30; 1Co 2:7; Ef 1:5,11). En el
Nuevo Testamento nunca se emplea el sustantivo “predestinación”, a diferencia
de términos como “plan, designio” (boulé,
prothesis), “presciencia” (prognosis), “elección” (ekloge).
En el Antiguo Testamento no aparece la
palabra “predestinación”; la idea más cercana es la de “elección” (bá-har), y siempre en sentido colectivo,
a diferencia del Nuevo Testamento, siempre referido a individuos. Cuando el
Antiguo Testamento trata de un personaje particular: Abraham, Moisés, etc., no
tiene sentido de salvación individual, sino que se ordena a la elección del
pueblo.
El término bá-har aparece utilizado desde el Deuteronomio; se lee al menos 92
veces, teniendo como sujeto a Dios y como objeto a Israel. Esta elección tiene
su origen en la iniciativa divina (Dt 7:6; Ex 19:6). La elección de Israel es
una llamada a la alianza con Dios y los nombres de los elegidos están escritos
en el “libro de la vida” (Ex 32:32; Dn 12:1; Sal 69:29).
Durante los primeros siglos de la Iglesia, los teólogos no realizaron ningún estudio particular de la predestinación, que no fue objeto de discusión, sino que se centraron en la cuestión de la libertad humana, que era verdaderamente el tema que les enfrentaba a la sociedad de su época, dominada como estaba por la idea del Destino (fatum, hado, sino), cuyos resquicios todavía perduran en nuestros días. El destino estaba señalado por los dioses, también escrito en los cielos (astrología) y era imposible cambiarlo. Uno tenía escrito la hora de la muerte, e hiciera lo que hiciera, esta llegaba en el momento predeterminado. Por eso todavía hoy ante accidente mortal algunos hacen referencia al sino. “Era su sino” morir así o asá. Los griegos llamaban al destino “ananké” (ανανκη) y lo consideraban una fuerza superior no solo a los hombres, sino incluso a los mismos dioses, impotentes ante el mismo.
Las Moiras, diosas del Destino
Agustín fue perfilando su doctrina en
confrontación con los pelagianos, con las afirmaciones y correcciones
pertinentes. Los estudiosos de Agustín no se ponen de acuerdo en un punto
crítico, el de la condenación o reprobación de los incrédulos o no
predestinados a obtener la vida eterna. Algunos dicen que, basándose en las
palabras duras de Pablo en la carta a los Romanos, Agustín dio lugar a
expresión infortunada: “predestinado a la perdición eterna”.
Otros creen que Agustín no enseñó
nunca la predestinación a la perdición; por el contrario, afirmó que los
pecados son objeto de la presciencia divina, pero no de la predestinación; que
Dios es justo y no puede condenar a nadie sin culpa.
San Agustín
Según Agustín, como consecuencia del
pecado original, la humanidad está entregada a la condenación; pero Dios
rescata de esta massa
damnationis a los que ha
destinado a la salvación, los cuales se salvan infaliblemente. El número de los
elegidos está fijado desde la eternidad. Sin reprobar positivamente a los no
predestinados, Dios permite que estos se condenen libremente por razón de sus
pecados. Sin embargo, parece que algunos de sus discípulos, como el monje Godescalco
(Gotteschalk, siglo IX), profesó abiertamente una doble predestinación: una, al
mal y, por tanto, a la perdición, diversa de la predestinación al bien, y, por
tanto a la gloria, negando, por lo mismo, que Cristo haya muerto realmente por
todos, lo cual, de ser así[5],
le aproximaría mucho a ciertas escuelas calvinistas.
Naturalmente, la Iglesia de la época
condenó sin concesiones cualquier fórmula que hablase de una doble
predestinación, así en el concilio de Arlés (473) y en el de Orange (529). Juan
Calvino sigue a Agustín, pero con una variedad. Para el reformador ginebrino
unos están elegidos y otros condenados desde toda la eternidad; pero la
predestinación y la reprobación son entendidas por él independientemente del
problema del pecado original y la massa damnationis (masa de perdición). Dios, ser
infinito, creador y dueño soberano de las criaturas, dispone de ellas como le
place para su gloria.
Pero con Calvino, como con san
Agustín, los estudiosos discrepan respecto a la verdadera postura de Calvino
sobre algunos aspectos de la predestinación, sin embargo, en un aspecto crucial
y muy controvertido, no hay ningún tipo de duda, como afirma Berkhof, que “Calvino mantuvo firmemente la
doctrina agustiniana de una absoluta y doble predestinación”[6]. Así lo afirma el propio
Calvino en la primera parte de su célebre Institutio christiana,
cuando al tratar de la “necesidad y
utilidad de la doctrina de la elección y de la predestinación”, escribe que
“es evidente y manifiesto que de la voluntad de Dios depende el que a unos
les sea ofrecida gratuitamente la salvación, y que a otros se les niegue”[7].
Reconoce que de esta doctrina “nacen grandes y muy arduos problemas, que no es
posible explicar ni solucionar, si los fieles no comprenden lo que deben
respecto al misterio de la elección y predestinación”. “Esta materia —continúa— les parece a muchos en gran manera
enrevesada, pues creen que es cosa muy absurda y contra toda razón y justicia,
que Dios predestine a unos a la salvación, y a otros a la perdición”[8].
Seguro de su
verdad, es decir, de conocer personalmente el plan de Dios respecto a la
redención y reprobación del género humano, advierte contra los osados que quieren saber los secretos de la
predestinación y penetran en el santuario de la sabiduría divina, para
satisfacer su curiosidad, de modo que se meten “en un laberinto del que no
podrán salir”. “Porque no es justo que lo que el Señor quiso que fuese oculto
en sí mismo y que Él solo lo entendiese, el hombre se meta sin miramiento
alguno a hablar de ello, ni que revuelva y escudriñe desde la misma eternidad
la majestad y grandeza de la sabiduría divina, que Él quiso que adorásemos, y
no que la comprendiésemos, a fin de ser para nosotros de esta manera admirable”[9].
Juan Calvino
Parece ser que Calvino, seguro como
está de su postura, no advierte que los que buscan entender el misterio de ese
“terrible decreto” (decretum
horribile),
no pretenden atentar contra la autoridad divina ni entrar en juicio con él,
sino que exigen explicaciones de una manera de entender la voluntad divina que
más que del Dios de la Biblia está hablando de un Dios arbitrario. Esta
percepción no fue exclusiva de los enemigos de la teología de Calvino, sino que
hasta el día de hoy teólogos de la talla de G.C. Berkouwer, se siguen
planteando el tema de la arbitrariedad en la doctrina calvinista de la elección[10].
Arbitrariedad que se hace más patente en los tiempos —u orden— del
decreto divino.
La predestinación planificada antes o después de la caída
Es común a la teología
calvinista averiguar si el plan (decreto)
de Dios sobre la predestinación fue concebido a la luz de la caída del ser
humano en pecado o antes de ella. Esto se conoce como supralapsario (antes de
la caída) o infralapsario (después de la caída). Dada su eternidad, en Dios no
hay tiempos, un pasado y un futuro, un antes y un después, todo transcurre en
un presente eterno, por eso la pregunta sobre este tema se sitúa en “el orden
del pensamiento”, no en el de la realidad divina, que seríamos incapaces de
expresar. Pues bien, en “orden del pensamiento —según Charles Hodge—, la
elección y la reprobación preceden al propósito de crear y de permitir la
caída. La creación tiene como fin la redención. Dios crea a unos para ser
salvos y a otros para ser perdidos”[11].
En este esquema, es
difícil justificar a Dios de arbitrariedad e injusticia, pues aun no ha pecado
su criatura cuando ya está condenada a la reprobación eterna. Se puede
argumentar que la condenación siempre es debida al pecado, pero si para gran
parte de la humanidad, por decreto eterno, no existe remedio para el pecado, ¿cómo
negar el fatalismo y arbitrariedad de tal doctrina de predestinación limitada a
los elegidos, tan pecadores como los no elegidos?
A pesar de los pasajes difíciles y
duros de san Pablo, es evidente que para él la doctrina de la predestinación pretende
ser la invitación suprema a ensalzar la gracia divina, como se ve claramente
por el himno a la elección eterna para la redención en Cristo (Ef 1:3-12). Para
evitar que la predestinación no parezca un acto caprichoso de Dios, hay que
afirmar con la misma intensidad que la predestinación como muestra infinita de
la gracia de Dios, la igualmente voluntad divina de salvación universal, a
saber que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
de la verdad (1 Ti 2:4). Agustín enseñó que Dios posee una gracia que ningún
corazón podría rechazar, aunque, según él, no se la da a todos y permite que
algunos se pierdan, a pesar de esto, Agustín no enseñó nunca la predestinación
a la perdición; afirmó que los pecados son objeto de la presciencia divina,
pero no de la predestinación; que Dios es justo y no puede condenar a nadie sin
culpa.
Por esta razón, muchos calvinistas
rechazaron la versión supralapsariana de la predestinación para aceptar la
infralapsariana, según la cual Dios decidió crear el mundo para revelar su
propia gloria, y solo después de esto permitir la caída del hombre y en tercer
lugar, de la masa de los caídos elegir a una multitud para ser salvos.
Los teólogos reformados no se ponen de
acuerdo en si Calvino fue supralapsariano o no. En sus escritos hay textos que
sustentan la postura supralapsariana, y otros, la infralapsariana. Sea como
fuere, el caso que ninguna iglesia calvinista incluyó en sus símbolos o
confesiones de fe la perspectiva supralapsariana, al contrario hay un repudio
formal de la postura supralapsariana[12].
Para el calvinista americano Robert L. Dabney, ambos esquemas, el supra o el
infra nunca deberían haberse planteado. Ambos son ilógicos y contradictorios
con el verdadero estado de los hechos. “El supralapsariano, bajo la pretensión
de una mayor simetría, es en realidad el más ilógico de los dos, y
malinterpreta el carácter divino y los hechos de la Escritura de una manera
repulsiva”[13]. El
esquema es ilógico, porque no puede
hablarse de culpa en los réprobos desde el momento que son reprobados sin
poseer la libertad, e incluso están reprobados desde toda la eternidad”[14].
Los que se apuntan a la teoría
infralapsaria creen que con eso eluden los escollos que se deducen de la
supralapsaria, pero mi impresión es que en ambos casos se llega casi a la misma
idea nada negativa. Así, el bien informado y ortodoxo teólogo reformado Herman
Hoeksema[15] dice
que los supralasarios alegan que su punto de vista es menos duro y cruel que el
supralapsario, pero, “aparte del hecho de que sus argumentos son meras
consideraciones humanas, sin base en la Escritura, el argumento no ofrece nada
más que una apariencia de verdad. Porque después de todo, un Dios que deja a
los hombres en su pecado y condenación no es menos duro y cruel, según
cualquier consideración y argumento humano, que un Dios que determina
condenarlos. En cualquier caso, la cuestión es esta, el infralapsarianismo no
puede encontrar una respuesta al problema de la reprobación, es realmente
arbitrario: Dios es capaz de salvar a todos los hombres, pero en su buena
voluntad determina dejar a algunos en su pecado y condenación”.
Pero, dejando a una lado ahora esta dilema en que se encuentra la doctrina calvinista —muy interesante por las inferencias que pone de manifiesto—, lo cierto es que el esquema de la doble predestinación, crea problemas morales muy graves y niegan la voluntad de salvación universal de parte de Dios, lo cual de ninguna manera se corresponde con el Dios cristiano, presente en ambos testamentos: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ez 33:11), y si alguno responde que se trata de Israel, el pueblo escogido por Dios, recuerde la historia de Jonás y Nínive.
Jonás
Lo eterno y lo temporal
Los argumentos a favor de la
predestinación restringida a los elegidos, cobran a veces tintes algo
siniestros y ajenos al evangelio. Así, un teólogo tan capaz como Hermann
Bavinck, para tratar de aclarar con un ejemplo moderno de decreto de
reprobación, recurre a Darwin y su teoría de la supervivencia del más apto.
“Millones de seres nacen para que solo unos pocos puedan vivir. Miles de
personas trabajan con el sudor de su frente para que unos pocos puedan nadar en
abundancia. Riqueza, salud, arte, ciencia y todo lo que es alto y noble se
construye sobre la base de la pobreza, la escasez y la ignorancia. La
distribución igualitaria de los socialistas está enteramente ausente del universo”[16].
Evidentemente, las doctrinas teológicas repercuten en las ideas sociales,
políticas y económicas. Lo que dice Bavinck es como si Dios, antes de todos los tiempos, hubiera dibujado
en su mente un cuadro del mundo en que la luz exigía las sombras, con el
agravante de que estamos hablando de personas que él mismo creó a su imagen y
semejanza.
Algunos teólogos han apuntado que ante
la doctrina bíblica de la predestinación nos encontramos con un problema de
lenguaje. El hebreo bíblico no
distingue claramente entre finalidad y consecución. Por ejemplo, el hebreo, al
decir “Dios quiere”, puede significar, no una voluntad, sino una permisión,
Dios “deja hacer”. Pero esta observación gramatical deja la puerta abierta a
interpretaciones arbitrarias y atenuadas. “Con frecuencia olvidamos que el
lenguaje de la Biblia se sirve, para expresar una experiencia religiosa, de
categorías espacio-temporales y así atribuye a Dios comportamientos humanos.
Erigir este lenguaje en doctrina metafísica, es eternizar lo que es
esencialmente temporal”[17]. Así,
la elección divina, vista a través del prisma de nuestra temporalidad, no puede
menos de aparecer como una “predestinación absoluta”, que implica incluso el
repudio y el desconocimiento de los que no son elegidos; pero esto sólo es una
manera de hablar, una transposición, al espacio y al tiempo, de una realidad
que no les está sujeta. El prefijo “pre”, utilizado con frecuencia para formar
los términos de esta problemática (cf. pre-destinación, pre-sciencia,
pre-conocer, pre-dilección...) manifiesta únicamente el esfuerzo del hombre
para expresar que la iniciativa no viene de él, sino de Dios. El lenguaje
temporal, así transpuesto en términos personales, halla su verdadero sentido,
tan bien expresado por Juan: “Nosotros amamos a Dios
porque él nos amó primero” (Jn 4:19)[18].
El verdadero problema está en nuestra impotencia para
expresar en términos humanos la manera cómo Dios, causa primera de todo lo que
es, obra por las causas segundas, en particular a través de nuestra libertad,
para hacer un mundo en que unos se salvan y otros se condenan, sin que nadie
pueda acusar a Dios de injusticia ni de parcialidad. “Hoy comprendemos mejor
que las afirmaciones de la Escritura sobre la omnipotencia de Dios y la
eficacia de la gracia deben equilibrarse por la consideración de la libertad
del hombre y de la infinita misericordia divina. La teología de la predestinación
debe tener siempre ante sus ojos los dos momentos. Cuanto hacemos de bueno
viene de Dios; en el orden sobrenatural nada positivo puede hacerse sin la
gracia; el llamamiento a la salvación eterna y la perseverancia en la gracia
son don de Dios. Es más, hay que pensar que la perseverancia final es don más
grande que la totalidad de los otros dones. En realidad, nuestra vida entera
está en las manos misericordiosas de Dios. Sin embargo, nuestra vida espiritual
es un diálogo con un Dios personal, no una simple relación con el ser absoluto”[19].
“Dios, como fundamento absoluto que por su acción libre
confiere realidad a todo, no sólo contempla el mundo en su marcha, sino que
debe quererlo para que sea lo que es. Este querer divino tiende de antemano al
todo de la realidad querida y es igualmente inmediato respecto de cualquiera de
sus momentos particulares. Ese querer no puede estar determinado por nada más
que por la libertad sabia y santa de Dios mismo, que es necesariamente
incomprensible e inapelable. Solo el reconocimiento de esta libertad no fundada
que es fundamento de todo, logra la criatura la recta relación religiosa con Dios
como Dios. Por eso hay una predestinación
a la gloria para los hombres que se salvan, porque este es el punto culminante
y el término de la historia del mundo y de la humanidad. Donde se entiende la predestinación
como eliminación de la responsabilidad y libertad humanas en la obra de la
salvación eterna (determinismo teológico), se da un predestinacianismo herético.
No hay predestinación positiva y activa al
pecado ni, consiguientemente, al abuso de la libertad”[20].
Para concluir, la predestinación siempre será para nosotros un misterio, hablamos de temas eternos en lenguaje espacio-temporal, por eso, como una muestra de sometimiento a Dios y su voluntad y de amor y respeto al hermano, tenemos que estudiar los diferentes puntos de vista sobre tema con seriedad y sentido de responsabilidad, ante Dios y los hombres, de manera que no presentemos una imagen distorsionada de Dios y su amor por la humanidad. En nuestra tradición protestante es realmente difícil dialogar sobre estos temas, por cuanto cada doctrina particular o divergente acaba por convertirse en la insignia de un nuevo grupo religioso o de una nueva iglesia, de modo que criticar una doctrina, o plantearla de otra manera, se considera un atentado contra una comunidad particular.
[1] Bavinck,
The doctrine of God. The Banner of Truth, Edimburgo 1977, p. 378.
[2] Finney,
Teología sistemática. Peniel, Buenos
Aires 2010, p. 462.
[3] Id.
[4] Berkhof,
Teología sistemática. TELL, Grand
Rapids 1979, 4ª ed., p. 147.
[5] Los
estudiosos modernos matizan muchos las doctrinas de Godescalco, que han pasado
a ser conocidas más por vía de sus enemigos que por sus propios escritos. Cf. Miquel Beltrán, “Entresijos de la controversia predestinataria
en el siglo IX”, Revista Española de Filosofía Medieval, 16
(2009), pp. 137-148; Natalia Strok, “Vera
philosophia, vera religio: De praedestinatione de Juan Escoto Eriúgena y su recepción en las historias de la filosofía”. Philosophia
75 (2015), pp. 61-85.
[6] Berkhof, Ob. cit.,
p. 129.
[7] Calvino, Institución cristiana, III, 1. FELIRE 1981, p. 723.
[8] Id.,
p. 725.
[9] Id.,
p. 725.
[10] G.C. Berkouwer, Divine
Electión. Studies in Dogmatgics, cap. 3. “Election and Arbitrariness”.
Eerdmans, Gran Rapids 1960.
[11] Hodge, Teología sistemática. CLIE, Barcelona 2010 (1872). Vol. I, III.2,
p. 515.
[12] Véase
Hodge, ob. cit., p. 515 y Bavinck, ob. cit., pp. 364-365.
[13] Dabney, Systematic
and Polemical Theology. The Banner of Truth, Edimbugo 1985 (org. 1871), p.
233.
[14] Johann Adam Möhler,
Simbólica. Ed. Cristiandad, Madrid
2000, p. 215.
[15] Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics. Reformed Free
Publishing Association, Grand Rapids 1985, 4ª ed., p. 164.
[16] Bavinck,
ob. cit., p. 402.
[17] Xavier Léon-Dufour, Vocabulario
de teología bíblica. Herder, Barcelona 1977, p, 709.
[18] Id.,
p. 710.
[19] Henry
Rondet, “Predestinación”, en Sacramentun
Mundi, vol 5. Herder, Barcelona 1972, p. 527.
[20] Karl
Rahner, “Predestinación”, en Sacramentun
Mundi, vol 5. Herder, Barcelona 1972, p. 535
[21] E. Llamas Martínez, “Predestinación”, en Gran
Enciclopedia Rialp, Madrid 1994, p. 51.
[22] Diccionario teológico
interdisciplinar, vol. III. Sígueme , Salamanca 1982, p.
890.
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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.
Gracias por estas reflexiones tan oportunas. He leído los dos artículos y creo que invitan a pensar el tema de la predestinación desde una perspectiva mas objetiva y escrituraria. ¡Bendiciones!
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