Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida perdurable. Amén. (Credo apostólico, ca. siglo II)
El 31 de octubre nos expone a la muerte, tema que a partir de comienzos del siglo XX hemos querido evadir de muchas formas. Imágenes grotescas de monstruos, fantasmas, brujas, gatos negros, sangre y esqueletos permean las decoraciones. Pero, ¿por qué evadimos estas imágenes? A mi entender no es porque le tengamos miedo a las mismas; nuestro problema es enfrentarnos al tema de la muerte. Desde el primer tercio del siglo XX comenzamos a ver rastros de una secularización de la muerte. Si antes la muerte tenía sus ritos y protocolos religiosos, donde la familia acompañaba al moribundo en su lecho de muerte y hasta los testamentos incluían un credo antes de una lista de bienes, ahora en el siglo XX proliferaba una mayor preocupación por el decoro de la muerte: propagación de cementerios, visitas regulares a las tumbas, embalsamamientos, funerarias, procesiones, familias ausentes en el lecho de muerte, familias restringidas a las visitas a hospitales, hospitales a cargo del proceso de muerte, la niñez excluida de servicios fúnebres, etc. El problema es que nos cuesta hablar de la muerte como algo normal. Decimos “fulano se nos adelantó”, “fulana pasó a morar con Dios”; en inglés, “she passed away”. Nos cuesta decir, “fulano murió”. Es como si al usar eufemismos de alguna manera u otra alejáramos la realidad de que la muerte nos tocó. Nos preparamos para los nacimientos, pero nunca para la muerte, y cuando llega el 31 de octubre nos escandalizamos ante tantas imágenes de muerte, sobre todo cuando a la vuelta de la esquina en el calendario está la época de Navidad.
¿Qué nos choca de la muerte? ¿Sus imágenes grotescas, el enfrentarnos a la realidad de que nuestra última morada física será una tumba y que debajo de nuestra piel solo somos huesos o quizás un miedo interno a todo lo que no sea vida? ¿Es que acaso se nos ha enseñado que todo lo muerto es malo? La muerte no debe causarnos temor –es un hecho real e inevitable. Por ende, este primer día del Triduo Mortuorio nos enfrenta con la muerte en general, con la de nuestros seres queridas y con la nuestra.
El 1 de noviembre nos expone al tema de los santos y santas que han muerto en Cristo. Esta celebración es considerada por muchos círculos cristianos como una fiesta solemne en recordación por todos aquellos difuntos que se han santificado por la muerte y gozan de la vida eterna en presencia de Dios, sean santos beatificados por la iglesia o no. En este día recordamos con gratitud a los cristianos y cristianas de todos los tiempos y todo lugar que han sido fieles testigos en el servicio de nuestro Señor Jesucristo. Celebramos la comunión de los santos y santas al recordar a quienes han fallecido, en la Iglesia universal, así como en nuestras congregaciones locales. No importa si nuestras congregaciones tienen 10 años de fundadas, o 115, siempre existirán en nuestra memoria hermanos y hermanas que ayudaron en su fundación, y ya descansan en los brazos del Señor. Por eso es significativos que, al celebrar este día, se mencionen a viva voz los nombres de todas las personas fallecidas durante el año anterior, como parte de la Respuesta a la Palabra, después del sermón. El segundo día del Triduo Mortuorio nos hace reflexionar en torno a los santos y santas que ya no están en medio nuestro, y nos invita a elevar oraciones de gratitud por sus vidas, servicio y testimonio. Aún en la muerte, son parte de esa gran nube de testigos y, ¿por qué no?, parte de nuestras oraciones.
El 2 de noviembre nos expone al tema de los muertos, quizás el día menos relacionado a nuestra realidad cultural. Para muchas culturas milenarias, el paso de la vida a la muerte cómo momento emblemático, ha dado pie a la admiración, temor e incertidumbre. Diversos pueblos milenarios han generado creencias en torno a la muerte y desarrollado ritos para venerarla, honrarla e incluso burlarse de ella. Quizás México sea el país que más practique esto por medio del Día de los Muertos. Pero, ¿qué podemos aplicar o aprender de esto? Quizás la manera más sencilla de explicarlo y entenderlo es viendo la película “Coco”. Los muertos, sobre todo los de nuestras familias, siguen siendo parte de nosotros. Este día nos invita a recordarlos por medios más allá de simple hablar de ellos: fotos, comidas, bebidas, artefactos que nos recuerden a ellos. No es adorarles, sino recordarles y venerarles con respeto. Al recordarles, viven.
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El Rvdo. Vargas Vidal es ministro ordenado de la Iglesia Metodista de Puerto Rico. Obtuvo un Bachillerato en Arreglos Comerciales de Berklee College of Music, una Maestría en Divinidad del Seminario Evangélico de Puerto Rico y un PhD en Teología Pastoral del Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana de PR.
Desde 1996 ha estado comprometido con la promoción, educación y uso de los distintos himnarios denominacionales que fueron publicados a partir de ese año. Ha sido recurso en el área de música, liturgia y espiritualidad en Puerto Rico, Estados Unidos, Haití, México y Uruguay.
Actualmente es el Ayudante Ejecutivo del Vicepresidente de Asuntos Religiosos de la Universidad Interamericana de Puerto Rico y capellán del Ejército de los Estados Unidos.
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