La identidad del autor de los asesinatos cometidos el otoño de 1888 en el barrio londinense de Whitechapel sigue siendo un misterio. Es curiosa la fascinación que produce todavía Jack El Destripador. No faltan sospechosos en la lista, pero uno de los más curiosos es un pastor escocés, John George Gibson, que estudió en la escuela de Spurgeon y acabó de pastor en una iglesia bautista de San Francisco, donde hubo otros dos crímenes en su congregación, después de que los dos primeros pastores se suicidaran y el anterior fuera disparado. Es la teoría del autor que, supuestamente, descubrió quién podía ser el asesino del Zodiaco en San Francisco a finales de los años 60, Robert Graysmith.
Aunque he andado por Londres toda mi vida, nunca había hecho la ruta del
Destripador en Whitechapel. Como no soporto los guías de grupo, lo hice por mi
cuenta, cargado de libros y mapas por unas calles en que ya no se ve ni una
mascarilla. No se me ocurrió mejor paseo en tiempo de pandemia, para el día
libre que tenía antes de predicar este domingo en la Iglesia Presbiteriana de
Cambridge. Alguno pensará que poco se puede ver ya del siglo XIX en Londres,
pero los ingleses guardan muy bien estos edificios históricos que se hubieran
demolido en un par de décadas en cualquier otra parte.
Whitechapel era
probablemente, el peor barrio que había en la capital más grande del mundo de
aquel entonces. Era una zona llena de inmigrantes –entonces judíos, ahora
bengalíes–, donde la moralidad victoriana no había logrado erradicar el
alcoholismo y la prostitución, los dos problemas que tenían las mujeres
asesinadas en 1888 por este misterioso personaje conocido como Jack El
Destripador.
EVANGÉLICOS SOSPECHOSOS
Al lado del lugar del
primer crimen está la estatua de William Booth (1829-1912), que fundó en este
barrio el Ejército de Salvación. En estas tabernas y calles oscuras predicaba
el Evangelio a los borrachos y prostitutas en la época de El Destripador. Mary
Ann Nichols salió la madrugada del último día de agosto de 1888 de un pub donde
hay ahora un restaurante indio, pero se puede ver todavía la moldura del
frontal con dos sartenes que hacían referencia a su nombre, Frying Pan. Es aquí
donde se gastaban el dinero en ginebra, la mayoría de estas mujeres que estaban
separadas y vivían en pensiones, dedicadas a la prostitución.
El cuerpo de Nichols
apareció en la callejuela que hay justo detrás de la estatua del General Booth.
Lo encontró un policía a la puerta de un establo que había justo enfrente del
antiguo edificio de ladrillos rojos y ventanas grandes que todavía existe. Las
habitaciones del internado de aquel colegio son ahora apartamentos. Estaba muy
oscuro por la noche en aquella época de luz de gas, pero a la mañana siguiente
los policías estaban intrigados porque el cuerpo destrozado no estaba rodeado
de sangre. La particular forma de matar del Destripador era un estrangulamiento
antes de hacer ninguno de los cortes con los que mutilaba el cadáver. Esa es la
razón por la que muchos han sugerido la posibilidad de que fuera incluso un
cirujano.
¿JUDÍO O MASÓN?
El médico evangélico
Thomas Barnardo era origen judío y conocía a una de las víctimas del
Destripador, la prostituta sueca Elizabeth Stride, muerta a la puerta del club
fundado por socialistas judíos en 1884. Cuando la policía le llamó a reconocer
su cuerpo, dijo que ella estaba entre las mujeres a las que predicaba el
Evangelio en la cocina de la pensión donde vivía Stride tras su separación. La
noche que asesinaron a Stride, murió de la misma manera otra mujer, Catherine
Endowes. A la mañana siguiente apareció un trozo de su delantal ensangrentado
en la escalera de una casa que todavía existe –la entrada es ahora una pequeña
oficina, pero tiene la misma moldura arriba–, al lado de una pintada con tiza
que decía: “Los Juwes son los hombres que no serán culpados de nada”.
La inscripción fue
borrada inmediatamente, porque aunque la palabra “judíos” (Jews) está mal
escrita, había mucho antisemitismo en el barrio. En 1888 había tres mil
inmigrantes judíos en Whitechapel. Varios de los sospechosos de los crímenes lo
eran. El principal periódico sensacionalista de la época, The Star decía que
“todos están de acuerdo en que es judío o de familia judía, ya que su cara
tiene rasgos judíos”. Lo que era falso, ya que todos los testigos dicen que
tenía la cara cubierta por una gorra como la que lleva Sherlock Holmes –cervadora
la llaman–.
La película “Asesinato
por decreto” (1979) une ambos personajes en una trama basada en el libro del 76
de Stephen Knight, que da un sentido masónico a la pintada. El personaje que
interpreta a Holmes –el ahora fallecido Christopher Plummer– descubre que
“Juwes” no se refiere a los judíos, sino a Jubelos, Jubelas y Jubelum, los
supuestos asesinos del maestro de la masonería conocido como Hiram Abif, que
habían construido el Templo de Salomón y matado al principal arquitecto, para
arrebatarle sus secretos. La historia se usa como una parábola en el tercer
grado de la masonería, para llegar a ser “maestro”.
HANBURY HALL
El cuerpo de Annie
Chapman, la segunda víctima de las cinco “canónicas” del Destripador –sobre las
que no hay ninguna duda que fueron obra suya–, antes de Stride y Endowe, estaba
a la puerta misma del Hanbury Hall. Allí estuvo la iglesia hugonote francesa desde
1719, pero a partir de 1740 era el predicador del Avivamiento, John Wesley,
quien formó la iglesia de La Patente. En 1787 se convierte en lugar de reunión
de la congregación luterana alemana –luego trasladada al lado de donde apareció
la pintada, que estaba la iglesia donde fue pastor, Dietrich Bonhoeffer en
Londres, entre 1933 y 1935–, como recuerdan las placas que hay en ambos sitios.
En el siglo XIX Hanbury
Hall fue una iglesia bautista, después metodista, finalmente salón de una
parroquia anglicana, el año antes de los crímenes, donde Charles Dickens hizo
lecturas públicas. Y fue aquí, el mismo año de los asesinatos del Destripador,
donde la ocultista Annie Besant y la hija de Karl Marx, Eleanor, organizaron la
huelga de las trabajadoras de la fábrica de cerillas que comenzó el movimiento
sindical en Gran Bretaña. Ahora puedes tomarte un café en medio de esta antigua
capilla, como yo, para recordar todo lo que aquí ha pasado.
La quinta y última
víctima del Destripador, antes de desaparecer misteriosamente, es Mary Jane
Kelly. Sobre ella gira la versión televisiva de 1983 con el ahora también
fallecido Michael Caine como policía. Como las otras cuatro era alcohólica y se
dedicaba a la prostitución, pero era más joven que las otras, que estaban ya en
la cuarentena. Las mutilaciones que sufrió eran mayores. Y ocurrió en una
habitación cerrada, en vez de en la calle, como las otras. El escritor Mark
Daniel atribuye su muerte a un fanático religioso.
¿EL DESTRIPADOR BAUTISTA?
El gran misterio del
Destripador es, por supuesto, su desaparición tras estos cinco crímenes el
otoño de 1888. La explicación que da Robert Graysmith tiene que ver con un
pastor escocés nacido en Edimburgo en 1859, John George Gibson. Estudió en la
escuela para predicadores de Spurgeon en Londres y llegó a ser pastor en St.
Andrews del 81 a 87. En diciembre del año 88 viaja misteriosamente a Nueva
York, donde se pierde su rastro por Nueva Jersey o Canadá –hay una localidad
con el nombre de New Brunswick en ambos sitios, donde estuvo en una iglesia–,
hasta llegar a ser el pastor bautista de la iglesia Emmanuel en San Francisco
en 1894.
En el barrio de Mission
estaba esta iglesia con la trágica historia de la muerte de sus tres pastores
anteriores, dos suicidados y otro disparado. Su torre destacaba junto a la
cinematográfica Misión Dolores, donde Hitchcok sitúa la imaginaria tumba de
Carlotta Valdes en la película “Vértigo” (De entre los muertos, 1958). Como
tantos devotos de esta obra maestra –considerada ahora como la mejor de la
historia por críticos de todo el mundo, según la última encuesta del Instituto
de Cine británico–, yo también he buscado la lápida que encontró James Stewart
en el jardín de la Misión San Francisco de Asís, para escuchar del jardinero
dónde estaba el lugar exacto en que Hitchcock la puso. Los crímenes de los que
estamos hablando se sitúan en nuestra mente en ese ambiente onírico que tan
bien refleja “Vértigo”.
Acababa de llegar Gibson
de pastor a la Iglesia Bautista Emmanuel a finales de 1884, cuando dos chicas
de esta congregación californiana fueron asesinadas al año siguiente, Blanche Lamont
y Minnie Williams, apareciendo muertas en la propia iglesia. Eran jóvenes como
Mary Jane Kelly y sus cuerpos estaban mutilados como las víctimas del
Destripador, pero a diferencia de ellas, no eran prostitutas. Fue condenado por
los asesinatos, el joven superintendente de la escuela dominical en la iglesia
que estudiaba medicina, Theo Durrant, siendo ejecutado a la horca a principios
de 1898.
¿FANATICO RELIGIOSO?
Según el periódico San
Francisco News, el pastor Gibson confesó al morir en la primavera de 1912, que
fue él, no Durrant, quien mató a las dos chicas. Es cierto que él negó siempre
ser el asesino, pero la policía encontró el bolso de Lamont en el abrigo de
Durrant, cuando la policía registró su casa y el encargado de una casa de
empeños dijo que intentó vender uno de sus anillos, unos días después de su
desaparición. Culpó a la prensa del sensacionalista Hearst de su condena –la
manipuladora figura que inspiró a Orson Welles, “Ciudadano Kane” en 1941–.
Decepcionado con su iglesia, se convirtió al catolicismo en la prisión de San
Quintín, aunque no quiso confesarse antes de ser ejecutado, porque se
consideraba inocente. La defensa culpó al pastor del crimen.
Es muy poco probable que
Gibson fuera Jack El Destripador. Coincide con la descripción física y pudo
estar en Londres en esa época, pero si su desaparición es por su viaje a
América, sus víctimas son cada vez más jóvenes y lo que es más importante,
ninguna de las dos chicas de la iglesia tenía nada que ver con la prostitución.
Durrant sugería que esa era la razón de la desaparición de la primera de ellas,
pero no eran más que rumores y suposiciones suyas. Está claro que los crímenes
de Whitehead tienen ese elemento en común. No eran sólo un claro ejemplo de
“violencia de género”, sino particularmente de odio a la mujer que vende su cuerpo.
Los estudiosos del caso tienden a pensar en un fanático religioso, pero
probablemente debería tener alguna relación con la prostitución, para haber
adquirido ese odio.
Lo que me lleva a pensar
en la obsesión que hay en la Iglesia con el pecado sexual. Cuando se habla de
la inmoralidad en la que vivimos, los únicos ejemplos en que se piensa son
todos ellos relacionados con la sexualidad o la reproducción. Sin embargo, es
obvio que la Biblia habla más de pecados como la codicia o la avaricia, que del
pecado sexual. Y sin embargo, apenas se habla de ello. Se ha consagrado el
actual sistema económico, basado en el interés propio, como lo más aceptable
para el cristianismo, frente al comunismo, que se considera fuente de todos los
males. La única ética que interesa es la que tiene que ver con la sexualidad.
“EL OFICIO MÁS VIEJO DEL MUNDO”
No hay duda de que la
moralidad victoriana veía el sexo como la mayor indecencia. Se convirtió en tal
tabú, que no se podía hablar de él. Es interesante observar que esta es la época
del gran despertar evangélico con predicadores como Spurgeon en Londres, que
hace referencia en uno de sus sermones a los crímenes del Destripador. A pesar
de toda la influencia de la fe y moralidad cristiana, la sociedad británica no
pudo acabar con lo que se ha llamado “el oficio más viejo del mundo. Lo que me
lleva a pensar si no hay algo de ingenuidad en las expectativas de algunos
evangélicos que creen que pueden conseguir la abolición de la prostitución, por
la lucha contra “la trata”. Creo que son dos cosas distintas.
Es cierto que ahora hay
un sector extremo del feminismo más opuesto que nunca a la prostitución, al que
se han unido algunos evangélicos, para persuadir a las autoridades del mal de
“la trata”. El movimiento, sin embargo, se ha escindido por aquellos que han
querido convertirlo en una lucha por la prohibición de la prostitución y la
penalización de sus clientes. Conviene recordar que entonces como hoy, hay
mucha prostitución que no es organizada y nada tiene que ver con “la trata”. Las
leyes victorianas fueron tan inútiles como “la ley seca” en Estados Unidos.
Crearon una actividad clandestina todavía más peligrosa de lo que había antes,
como demuestran los crímenes del Destripador. Estas mujeres no estaban en manos
de proxenetas. Lo hacían voluntariamente, víctimas de la pobreza y el
alcoholismo.
La respuesta cristiana a
la prostitución, creo que no es fomentar leyes para la prohibición, sino ayudar
a las mujeres que están envueltas en esa actividad. Entonces como hoy, algunos
tienen una confusión entre legislación y moralidad, por la que creen que los
problemas se resuelven con más leyes. Ese es el error de la actual política
identitaria, que quiere proteger a las minorías, blindándolas con legislaciones
que impiden incluso la libertad de expresión, por considerar sus ofensas,
“delitos de odio”. Si algo nos enseña el Evangelio, es que la ley no puede
cambiar el corazón humano (Romanos 8:3-9).
¿QUÉ PODRÁ CAMBIARNOS?
Cuando vemos la realidad
de nuestra naturaleza, como criaturas caídas (Génesis 3), nos damos cuánto que
el cambio que creemos que ha habido en nuestra vida, parece más ilusorio que
auténtico. Es como si confundiéramos lo que nos gustaría con lo que verdaderamente
somos. Ciertamente cuando miramos nuestro corazón (Jeremías 17:9) nos
aterroriza pensar de lo que somos capaces. Y damos gracias a Dios, que otros no
puedan ver lo que pensamos, porque nos avergüenza lo que hay en nuestra mente.
Nos preguntamos entonces, ¿qué podrá cambiarnos?
En el famoso sermón del
predicador escocés Thomas Chalmers (1780-1847) –fundador de la Alianza
Evangélica–, “El poder de expulsión de un nuevo afecto”, dice: “Raramente,
ninguna de nuestras malas costumbres o defectos desaparece por un proceso de
extinción que venga por un mero razonamiento o la fuerza de una determinación
mental”. A pesar de lo que el mundo cree, la educación y la disciplina no han
cambiado a nadie. “La única forma de desposeer (al corazón) de un antiguo afecto
es el poder para expulsarlo de uno nuevo”, observa Chalmers.
La lección que nos da el
mal ejemplo de un pastor como Gibson, es que por muy excepcional que sean tus
dones pastorales, o tu capacidad para exponer la Biblia, lo único que nos puede
cambiar es el Espíritu de Dios (Romanos 8:3-9). Sólo Él produce el milagro de
que una persona viva bajo el señorío de Cristo. El ser humano no puede
cambiarse a sí mismo, por su voluntad o el afecto de otros. Sólo el amor de
Cristo puede hacer derretir nuestros duros corazones. Como no podemos cambiar a
la gente, ni ellos pueden cambiarse a sí mismos, tenemos que encomendarlos al
Amante último de nuestras almas. Lo que es imposible para nosotros, es posible
para Dios (Lucas 18:27). Esa es nuestra única esperanza.
Fuente: https://www.entrelineas.org/revista/jack-el-destripador
Edición: Pensamiento Protestante
José de Segovia nació en Madrid en 1964. Es licenciado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Estudió teología en la Universidad de Kampen (Holanda) y la Escuela de Estudios Biblicos de Welwyn (Inglaterra). Es el autor de los libros Ocultismo, ¿parapsicologia o fraude? e Historias extrañas sobre Jesús.
Comentarios
Publicar un comentario