El próximo 28* se celebra la transfiguración cuaresmal (iluminación de Dios en Cristo), en preparación de Pascua. Durante XIX siglos la transfiguración antigua había sido un "canto firme": Los cristianos creían que el Dios de Luz había brillado en Cristo (Tabor), con los testigos del AT (Elías y Moisés) y los apóstoles del NT (Pedro, Santiago y Juan). Pero esta fiesta es hoy irrelevante para muchos: Dios no brilla, nada se transfigura.
Nietzsche decía, ya en el XIX,
que el Cristo de la Transfiguración está apagado; ha perdido su luz, no canta,
ni baila, ni vive, no es Dios. Así repitió a principios del XX, M. Heidegger:
Dios no canta, no brilla, y tampoco nosotros bailamos ni gritamos
(a no ser que vuelvan antiguos dioses paganos o cruces gamadas de nazis).
Ciertamente, Ortega escribió en
El Sol (Madrid, año 1926) que quizá podía
volver, pues "vienen sazones en que
súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el
acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje, y procede
gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!” (cf. Obras completas, Madrid, 1942,
XI, 493 ss).
Pero ese Dios de acantilado es un remedo de
toscas divinidades paganas sin la purificación de las nuevas religiones, del
Tao Chino al Hinduismo, del Budismo al Judeo-cristianismo o al Islam.
Más penetrante que esos pensadores (Nietzsche, Heidegger, Ortega) me parece M. Weber, que conoció bien las religiones, desde la perspectiva de la racionalidad consecuente y del capitalismo, para decir al fin que el hombre de la modernidad se está encerrando en la "cárcel de hierro" de una dictadura económica y social, cien años después de su muerte. Necesitamos otra transfiguración.
Max Weber (1864-1920), la imposible transfiguración
No fue anti-cristiano, ni contra-religioso.
Sintió nostalgia, admiración y quizá pena por las antiguas
"transfiguraciones" religiosas, pero añadió que su tiempo
ha terminado.
No quería "juzgar", pero dijo que la
modernidad se ha vuelto “unmusikalisch” ante el "canto religioso",
incapaz de escuchar la “música de Dios”, de vislumbrar su brillo. El hombre
"nuevo" no escucha ni siquiera un “rumor de ángeles”, ni ve un
fulgor lejano de la divinidad.
Esta es, a mi juicio, el más
fuerte y "sabio" de los testimonios a-religosos (no anti-religiosos)
de nuestro tiempo. La razón instrumental, la burocracia social y el dinero lo
dominan todo (en clave marxista, neo-liberal y/o capitalista), de forma que no
somos capaces de escuchar otros cantos; nos estamos cerrando en la cárcel de
hierro de un sistema que terminará matándonos a todos.
Es una paradoja que yo pueda publicar estas ideas en un portal titulado
“religión digital”. En tiempos de M. Weber no había aún llegado la “era
digital” (del dígito-número que todo lo engloba). En un mundo digital cerrado
la religión es imposible… No se puede hablar de transfiguración, ni
siquiera de rumor de ángeles
Pero no todo es "digital" en el mundo... Junto al dedo
digital está la “mano” que acaricia, sueña y cura, unida a los ojos que miran y
se dejan admirar en amor, de forma que pueda abrirse una brecha en la “cárcel
de hierro” del sistema. Así lo indicaré, presentando la visión de M.
Weber, para hablar mañana de la “transfiguración” cristiana.
Una razón que se hace "dios", un "dios" que es el dinero
M. Weber ha formulado una de las
interpretaciones más certeras y profundas del despliegue económico y social de la
modernidad. Más que filósofo, ha querido ser y ha sido un sociólogo teórico, un
intérprete y testigo de la transformación científica, económica y política del
hombre moderno, que se expresa en el capitalismo liberal y en la burocratización
política. Estos son los elementos básicos de su visión de la realidad.
– Proceso de
racionalización. De la magia a la ciencia. Weber piensa que la humanidad antigua ha estado dominada por una
interpretación mágica de la realidad. Las grandes religiones (budismo,
cristianismo) han suscitado un fuerte movimiento de racionalización ética (o
humana), que ha culminado en el capitalismo económico y en la administración
burocrática racionalizada de las naciones de occidente.
Ciertamente, la misma religión judeocristiana había introducido unos esquemas
de vida racional que superan el mito y magia de tiempos anteriores (como hace,
en otro plano, el budismo). Pero la Biblia (y en algún modo el budismo)
siguen conservando un fondo mágico: es mítica la afirmación de que hay una
realidad (Dios o salvación) que desborda los niveles racionales. La filosofía
tradicional (metafísica), en cuanto portadora de un conocimiento superior de la
realidad carece de sentido. Los humanos se hallan en manos de su propia
ciencia, es decir, del conocimiento metódico y práctico de la realidad.
– Triunfo del capitalismo,
despliegue de la burocracia racional. Más que el desarrollo de la ciencia en cuanto tal (en plano
físico o químico), M. Weber ha estudiado el despliegue de la racionalidad
económica y social, que se expresa en el triunfo del capitalismo y en el
despliegue de mundial de la burocracia racional, condensada en el estado. Los
viejos poderes patrimoniales (vinculados a la tradición de los antepasados, dioses
o humanos) han perdido su sentido: el poder racionalizado del capitalismo se ha
impuesto en todas partes, borrando los restos de magia que hubiera en el mundo,
destruyendo todos los reductos religiosos y filosóficos.
Parece que en la raíz de su pensamiento se encuentra el neo-kantismo culturalista que se extendió por Alemania a finales del siglo XIX; pero en su despliegue final cesan todos los aportes filosóficos de tipo metafísico: a su juicio, ya no queda más verdad que el desarrollo científico (racional) de la producción capitalista y de la administración burocrática estatal, al servicio del capitalismo.
– ¿Camino abierto? Un
lamento humano. Contra el ingenuo
optimismo (casi religioso) de A. Comte, proclamando las glorias salvadoras de la
ciencia, emerge la resignación fatalista de M. Weber, que eleva su lamento ante
la racionalización “científica” del capitalismo y de la burocracia política,
que acaban encerrando al ser humano en el “férreo estuche” (o ataúd) de su
dictadura.
K. Marx había descubierto y programado una vía de salida,
apareciendo, así como “profeta” de la reconciliación final, en un mundo sin
explotación económica ni clases sociales. F. Nietzsche había prometido un orden
nuevo, donde el ser humano, liberado ya del resentimiento y de la opresión en
manos de poderes espiritualistas exteriores, pudiera encontrar al fin su
plenitud, identificándose a su propia voluntad de poder, que se expresa en
forma de eterno retorno del destino.
Pues bien, M. Weber no cree en el valor de salvación de esa voluntad de
poder (Nietzsche), ni en la revolución del proletariado (Marx), porque, a su
entender, la nueva “ciencia” del capitalismo y de la burocracia estatalizada
acaban dominando y destruyendo al ser humano. Eso significa que la misma
racionalidad científica (económica y política) que ha elevado al ser humano (de
Europa y occidente) por encima de sus miserias anteriores, haciéndole capaz de
dominar el mundo, acaba por destruirle (encerrándole en la cárcel de hierro del
sistema). Este parece el diagnóstico final sobre la historia.
Ocaso de las religiones, un pasado muerto
Weber ha elaborado, quizá, el análisis (social) más lúcido
y penetrante de la modernidad. Da la impresión de que, a su juicio, el tiempo
de la religión y de la intuición filosófica (metafísica) ha terminado, de
manera que solo puede hablarse de una racionalidad científica de la historia.
Lógicamente, en esa perspectiva, no
puede hablarse de una “base teológica” o religiosa de la filosofía (del
pensamiento humano) , porque, entre otras razones, no existe tampoco filosofía
autónoma y valiosa, sino solo un destino racional, una planificación económica
de la vida, que en principio estuvo
motivada por razones teológicas (por la ascética racional del calvinismo), y una
resignación dolorida... a no ser que nos dejemos dominar por los viejos dioses
de un politeísmo ya pasado o emerjan nuevos profetas carismáticos. Surgen así
las dos posibles fronteras que definen el entorno de la racionalidad científica
moderna.
– De nuevo ante un
politeísmo del destino, pero sin verdadera religión. Weber sitúa la ciencia ante la frontera sacral de los dioses,
diciendo con S. Mill que: “En cuanto se sale del puro empirismo se cae en el
politeísmo”[1]. Sobre racionalidad económico-política se extiende el destino
como campo de disputa donde luchan “los dioses de los distintos sistemas y
valores”. “Sobre esos dioses y se eterna contienda decide el destino y no una
ciencia. Lo único que puede comprenderse es qué cosa sea lo divino en uno u otro
orden o para un orden u otro”[2]. Eso significa que hemos vuelto a la visión de
fondo de la tragedia griega, de un karma absoluto de eterno retorno, sin
liberación como la que quiere el budismo.
En esa “frontera de dioses” se sitúa para Weber la disputa entre
la dignidad religiosa de Jesús, en Sermón de la Montaña, cuando que ordena “no
resistirás al mal y ofrecerás la otra mejilla” y la dignidad viril
que, por el contrario, ordena “resistirás al mal, pues en otro caso serás
corresponsable de su triunfo”. “Según la postura básica de cada cual, uno de
estos principios resultará divino y el otro diabólico y es el individuo el que
ha de decidir quién es para él Dios y quien el demonio”[3].
De esta forma, en la entraña de la racionalización
económico-política que ha destronado el viejo politeísmo religioso, no queda
más verdad ni certeza que el destino, dividido internamente por la lucha entre
los viejos o los nuevos dioses. “Los numerosos dioses antiguos, desmitificados
y convertidos en poderes impersonales, salen de sus tumbas, quieren dominar
nuestras vidas y recomienzan entre ellos la eterna lucha”.
No podemos evadir este destino: la búsqueda de vivencias emocionales es una simple evasión, es miedo: muchos hombres y mujeres se sienten incapaces de mirar de frente el severo rostro del destino. La misma ética cristiana nos había emocionado y engañado. En el fondo no existe más divinidad radical que la fortuna[4].
– Más allá de la cárcel
podría estar la profecía. ¿Una nueva religión? M. Weber proviene del racionalismo cerrado, que no puede
salir de sí mismo, en un mundo donde la religión no es verdadera ni falsa;
simplemente carece de sentido. En ese contexto él se confiesa no dotado para
sentir y cultivar la así llamada "experiencia religioda": ich bin zwarreligiös absolut unmusikalisch[5] (en un plano religioso soy totalmente insensible, es decir,
a-musical): su vida se encuentra dominada por la racionalidad económica y
social, presidida por los dioses del destino.
Pues bien, a pesar de ello, en varios lugares afirma que pudiera
llegar el momento en que aparecieran nuevos “profetas o carismáticos”, capaces
de ofrecer una experiencia creadora de tipo religioso. A su juicio, las viejas
experiencias religiosas (especialmente el mensaje ético de Jesús, que aparece
como culmen de una ética del puro convencimiento) parecen apagadas: los
burócratas racionales de la religión han ocupado el puesto de los profetas
carismáticos. Solo una nueva experiencia de vida creadora, solo una nueva
revelación de lo divino, podría cambiar esta situación[6].
La ciencia nos ofrece unos medios racionales de producción y
organización social (que se expresan en el capitalismo y la burocracia
política, pero ella “no responde a las cuestiones de qué es lo que debemos
hacer y cómo debemos orientar nuestras vida”. Solo un profeta o un salvador
podría responder a esas preguntas. “Si ese profeta no existe o si ya no se cree
en su mensaje, es seguro que no conseguirán ustedes hacerlo bajar de nuevo a la
tierra intentando que millares de profesores, como pequeños profetas pagados o
privilegiados por el estado, asumen en las aulas su función. Por ese medio solo conseguirán impedir que se tome plena conciencia de la verdad fundamental de que
el profeta por el que una gran parte de nuestra generación suscita no existe”[7].
Una posible nueva transfiguración, un Dios que quizá venga a
revelarse
He presentado aquella que parece la última palabra de
M. Weber: “nos ha tocado vivir en un tiempo que carece de profetas y está de
espaldas a Dios” (Ibid, 226). No queda más salida que “soportar virilmente el destino...
o volver a las viejas iglesias”, realizando de esa forma el “sacrificio del
intelecto”, es decir, negándose a vivir al descampado de la "verdad"
de la vida, que es la falta de verdad.
La búsqueda de salvadores y profetas termina siendo una evasión;
solo nos queda “responder como hombres y profesionales a las exigencias de cada
día” (Ibid, 231). Sin embargo, más allá de esa última palabra queda la puerta semi-abierta del misterio, que puede expresarse
en nuevas formas de comunión humana, que superan la “charlatanería” de los
falsos profetas de cátedra:
No hay charlatanería, sino algo muy serio y verdadero,
aunque a veces quizás equívoco, en el hecho de que algunas de esas comunidades
juveniles que se han desarrollado silenciosamente durante los últimos años
interpretan sus propias relaciones comunitarias y humanas como una relación
religiosa, cósmica o mística. Si bien es cierto que todo acto de auténtica
fraternidad puede engendrar la conciencia de que con él se añade algo
imperecedero a un reino supra-personal, me parece muy dudoso que esas
interpretaciones religiosas aumenten la dignidad de las relaciones comunitarias
puramente humanas...
El destino de nuestro tiempo, racionalizado e intelectualizado
y, sobre todo, desmitificador del mundo, es el de que precisamente los valores
últimos y más sublimes han desaparecido de la vida pública y se han retirado, o
bien al reino ultra-terreno de la vida mística, o bien a la fraternidad de las
relaciones inmediatas de los individuos entre sí. No es casualidad ni el que
nuestro arte más elevado sea hoy en día un arte íntimo y nada monumental, ni el
que solo dentro de los más reducidos círculos comunitarios, en la relación de
hombre a hombre, en pianissimo, aliente esa fuerza que corresponde a lo que en otro tiempo,
como pneuma profético, en forma de tempestuoso fuego, atravesaba,
fundiéndolas, las grandes comunidades” (Ibid,
229).
Una conclusión abierta
He querido evocar con cierta extensión la postura de M.
Weber porque ella nos sigue pareciendo ejemplar. Son muchos, quizá una mayoría,
los científicos que piensan que el tiempo de la religión y metafísica ha
pasado, de manera que no puede hablarse de fronteras teológicas de la filosofía. En el lugar de la filosofía y de las religiones sólo queda la racionalidad empírica, en manos del capitalismo y de la burocracia política.
En lugar de la religión queda sólo ese “pianissimo” de la
mística ultra-terrena (de un tipo de neo-budismo) o la mística comunitaria (de
un evangelio del Dios que da su vida por los hombres, a fin de que ellos se
vuelvan humano, en comunión de vida, en esperanza de resurrección).
Es significativo el hecho de que M. Weber, religiosamente
“unmusikalisch”, se muestre respetuoso ante esas dos formas místicas. Sigue
siendo muy significativo el hecho de que las vincule, como formas posibles de
apertura hacia un orden de realidad distinto. En plano científico y/o social,
la religión carece de sentido, pues nuestra existencia se encuentra dominada
por el destino y la racionalidad operativa.
A partir de aquí podrían abrirse dos caminos, uno en línea de
experiencia interior, otro en línea de creatividad comunitaria (seguirá
mañana).
Fuente: Religión Digital | Edición: Pensamiento Protestante
NOTAS
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[1] El político y el
científico, Alianza, Madrid 1992,
216.
[2] Ibid, 217.
[3] Ibid, 217; cf. 163 ss.
[4] Ibid, 218. “La vida, en la medida en que descansa en sí misma,
no conoce sino esa eterna lucha entre dioses. O dicho sin imágenes... (es
imposible) unificar los distintos puntos de vista que, en último término,
pueden tenerse sobre la vida y, en consecuencia, es imposible resolver la lucha
entre ellos, teniendo que optar por uno u otro” (Ibid, 224).
[5] Frase de una carta, citada por M. Signore, Max Weber, en
G. Penzoy R.Gibellini, Deus na filosofía do
século XX, Loyola, Sâo Paulo, 1998,
106.
[6] De esta forma ha vinculado M. Weber el más radical
racionalismo científico (en plano de economía y planificación social) con un
tipo de vitalismo, abierto a la posibilidad de una experiencia “mística”,
irracional, de lo divino. En esos mismos años, al final de Gran Guerra
(1914-1918), R. Bultmann expresaba las mismas esperanzas y experiencias,
vinculando así el más hondo racionalismo científico (sin transcendencia filosófica)
y la posibilidad de un vitalismo irracional, de tipo religioso.
[7] M. Weber, El
político y el científico, Alianza, Madrid 1992,
225.
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Xabier Pikaza estudió en la Universidad Pontificia de Salamanca, la Universidad de Santo Tomás (Roma) y el Instituto Bíblico (Roma). Amplió sus estudios en las universidades de Bonn y Hamburgo, en Alemania. Obtuvo el Doctorado en Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (1965) y un Doctorado en Filosofía en la Universidad de Santo Tomás en Roma (1972). Ha desempeñado funciones docentes en diferentes universidades europeas y americanas. Es autor de un buen número de libros lo que hace que esté considerado como uno de los teólogos españoles más importantes del momento.
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