“Gracia significa que no hay nada que podamos hacer para que Dios nos ame más… Gracia significa también que no hay nada que podamos hacer para que Dios ame menos”. Philip Yancey
Durante mucho tiempo la parábola que aparece en Mateo 20 me resultaba difícil de comprender. Cada vez que la leía no podía llegar a explicar la forma de actuar de ese dueño que poseía una finca y que había dado ocupación a una serie de hombres a diferentes horas del día. Además, cuando la comparaba con las diferentes situaciones laborales del presente en donde es frecuente el abuso de los empresarios hacia sus trabajadores con el continuado llamado a rendir más cobrando lo mismo, o a sacrificarse en tiempos de crisis (y cuando no los hay también), la cuestión me resultaba mucho más espinosa.
Recordemos que el dueño de nuestra parábola va contratando a diferentes horas del día para finalmente pagarles a todos el mismo jornal. Así, a los que llama a primera hora de la mañana (esto sería sobre las seis) les da el mismo pago que a aquellos otros que contrata a las cinco de la tarde, con lo cual unos trabajaron doce horas, una jornada completa de sol a sol, mientras que estos últimos apenas llegaron a una hora. En todos los casos les da un denario.
El denario solía ser el pago estipulado por una jornada completa y de esta forma el dueño comienza pagando desde los últimos llamados hasta los primeros. Como es lógico pensar se produjo un gran malestar entre aquellos que durante doce duras horas habían trabajado. Además, en el versículo 4 se nos informa que el dueño de la finca conviene el pago en un denario con aquellos primeros trabajadores en tanto que a partir de estos lo que dice es que pagará lo que sea justo.
Ahora bien, y siguiendo los mismos términos de la contratación, si quedó en un denario para aquellos que laborarían durante doce horas, y a partir de ahí pagaría lo que fuera justo, se supone que calcularía lo proporcional de acuerdo a las horas trabajadas... pero no procedió así, por lo que se llega a la conclusión de que es totalmente injusto pagar lo mismo a todos. Unos habían estado de sol a sol, otros a partir de las nueve de la mañana, los siguientes habían llegado al mediodía, después los de las tres de la tarde y finalmente los de las cinco.
Es desde aquí que se comprende la queja de aquellos que habían soportado el duro trabajo al completo y, aunque el texto no lo indique, lo fuertemente impresionados que tuvieron que quedar aquellos otros trabajadores a los que se les había pagado la jornada completa, especialmente los últimos.
Decía que no entendía esta parábola ya que he visto con demasiada frecuencia cómo empresarios, dueños de pequeños negocios o jefes, han tratado de forma injusta a sus trabajadores y así no les han pagado lo convenido. En otras ocasiones los que llegaban los últimos pasaban por encima de los demás sin tener en cuenta méritos o cualificación ya que venían, como se suele decir, “enchufados”. También he podido comprobar cómo algunos trabajadores eludían sus responsabilidades e involucraban a otros en alguna negligencia para después salir ellos casi sin sufrir consecuencias. Tampoco han faltado los que no realizaban la labor asignada y así sobrecargaban de trabajo a los compañeros. Si Jesús quería alumbrar el concepto de justicia por medio de esta parábola parece que no escogió la mejor. La razón es que sencillamente no fue justo lo que este amo hizo… y es a partir de esta conclusión que comenzamos a comprender la parábola.
Uno de los grandes problemas que existen a la hora de abordar la enseñanza de Jesús es que intentamos comprenderla partiendo de parámetros meramente humanos, y pretendiendo que lo que un concepto significa para nosotros debe ser exactamente igual que lo que significa para Dios o Jesús. Esto tiene una esencial importancia cuando hablamos de la gracia ya que he podido comprobar cómo no pocos creyentes todavía no la conocen. No es que no se sientan perdonados y amados por Dios, sino que se siguen acercando a las Escrituras partiendo de conceptos que creen conocer como puede ser aquí el de justicia, de la que habla explícitamente Jesús en el versículo 4, y que parece dominar todo este texto.
Si Jesús quería alumbrar el concepto de justicia por medio de esta parábola parece que no escogió la mejor. La razón es que sencillamente no fue justo lo que este amo hizo… y es a partir de esta conclusión que comenzamos a comprender la parábola.
Si nos atenemos a lo que equivale para nosotros ser justo estamos ante una parábola que defendería todo lo contrario ya que si un denario era lo estipulado en la época para una jornada completa de trabajo (y este dueño recalcó que los demás serían pagados de forma justa) no es posible defender su proceder. En todo caso podríamos llegar a aceptar que es generoso, pero no es la generosidad el concepto central aquí, sino la justicia.
¿Se equivocó Jesús? No, y además el Maestro lo hizo con toda la intención del mundo. Es aquí donde irrumpe el amor de Dios para con el ser humano. No es lo mismo ser justo para Dios que para nosotros. En nuestro mundo ser justo es dar a cada uno lo que merece, lo que se le ha prometido, lo que le toca, lo que se le debe, y en el caso de una infracción legal que la persona que la haya cometido sufra las consecuencias, que pague por ello. Pero en el caso de la gracia divina no, estamos ante otra forma de pensar.
Dios no tiene presente nuestro pasado, no nos evalúa por lo que merecemos, por nuestros logros o trabajo realizado. Se trata de su favor en acción que se desborda para con todos de igual manera. Esto provoca que en aquellos que tienen una mentalidad de lo que es la justicia humana queden escandalizados tanto en un sentido positivo como negativo.
Para Jesús, tratar de forma justa a una persona es ir mucho más allá de lo que se espera. Presentar, como en demasiadas ocasiones se hace, la redención obtenida por Cristo diciendo que sería equivalente a una moneda donde en una de sus caras estaría la ira de Dios que descarga sobre Jesús y en la otra su amor, es precisamente desvirtuar, destruir y no entender lo que es la gracia.
Dios no castiga a Jesús con su ira ni estamos ante un Padre que deja tirado, que maltrata o mira para otro lado cuando su Hijo, elevado en una cruz, está sufriendo lo indecible y dice sentirse solo. La redención la lleva a cabo el Dios trino al completo y es un despropósito pensar en un Padre castigador y en un Hijo sufriente que tiene que soportar precisamente la ira de su Padre para salvar al ser humano.
Es el Dios trino el que hace posible la salvación del ser humano y la misma la lleva a cabo participando en todos y cada uno de los pasos que la hicieron efectiva. A Dios le importa tanto el ser humano que se encarna, se identifica y sufre por él. La esencia divina no se desvanece en Jesús cuando carga con nuestro pecado y sufrimiento, el Padre y el Espíritu Santo están y son uno con él. No es el Padre frente al Hijo, sino el Padre el Hijo y el Espíritu, juntos y en cooperación. Aquí, un lenguaje demasiado dependiente del sistema ritual veterotestamentario nos puede traicionar junto a una concepción ya superada de Dios, ya sabemos que es un Ser compuesto.
Para Jesús, tratar de forma justa a una persona es ir mucho más allá de lo que se espera. Presentar, como en demasiadas ocasiones se hace, la redención obtenida por Cristo diciendo que sería equivalente a una moneda donde en una de sus caras estaría la ira de Dios que descarga sobre Jesús y en la otra su amor, es precisamente desvirtuar, destruir y no entender lo que es la gracia.
El judaísmo pensaba que en la salvación únicamente estaban implicados dos sujetos, el ser humano frente a un Dios esencialmente uno y personalmente único. En el Nuevo Testamento el panorama cambia y sorprendentemente aparece una deidad compuesta pero inseparable, que piensa y siente lo mismo, que no se colocan frente a frente como "individuos" aislados.
La misericordia divina no está en oposición o frente a la justicia humana, sino que la supera, la trasciende, porque está movida por su amor y este lo abarca y lo envuelve todo. La gracia no busca su razón de ser en lo justo, sino que se trata del desbordamiento del amor divino, así, dice Jesús, es cómo actúa su Padre. Este Dios revelado por y en Jesús establece su relación con el ser humano con base en la desproporción de su misericordia rompiendo todas las barreras del legalismo o la casuística. Además, la mirada divina siempre estará atenta a la desesperación, a la necesidad de la persona encarnadas aquí en aquellos jornaleros que llevaban casi todo el día esperando que alguien los contratara. Si no trabajaban seguramente no comerían al día siguiente, ni tampoco sus familias. Justo a lo último del día -en el ocaso de muchas vidas- el Dios de la vida les sale al encuentro.
Lo único que se espera es que la aceptemos, Dios no busca nada de nosotros salvo a nosotros mismos. Cuando el ser humano acepta la “justicia” divina queda asombrado, impresionado y conmovido. La gracia no realiza una diferenciación de personas, todas son aceptadas ya que nada deben traer a cambio, mostrar o compensar. Es ahora y desde aquí que esta parábola adquiere su sentido y significado y el Dios que nos muestra Jesús aparece con toda nitidez más allá de otras imágenes que nos hayamos hecho por muy bíblicas que estas nos parezcan.
Cuando por fin comprendí lo que era la gracia vi a través de Jesús a un Padre muy diferente, es más, yo mismo quedé escandalizado. Es únicamente en medio de este escándalo que las Buenas Noticias del Evangelio pueden penetrar hasta lo más profundo de nuestro interior. Es ahora, y solo ahora, cuando Dios realmente nos ha transformado.
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Alfonso Pérez Ranchal es Diplomado en Teología Pastoral por el CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Licenciado en Teología y Biblia por la Global University y profesor en el CEIBI y el CEA (Centro de Estudios Anglicanos). Vive en Cádiz.
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