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Evangelio, cultura y misión 3.ª parte. Por Alfonso Ropero



El presente estudio que trata de la relación del evangelio, la cultura y la misión está siendo publicado en tres partes. Compuesto por siete puntos, la primera de las partes consta de los cuatro primeros; la segunda únicamente del quinto al ser el más extenso; y la última del sexto y el séptimo. 

Para leer la primera parte: 

https://www.pensamientoprotestante.com/2021/01/evangelio-cultura-y-mision-1-parte-por.html

Para la segunda parte:

https://www.pensamientoprotestante.com/2021/01/evangelio-cultura-y-mision-2-parte-por.html


1. Actualidad de Pablo

2. Profetas, sabios y escribas en el Reino de Dios

3. La Gran Comisión: Universalidad geográfica, étnica y cultural

4. Desarrollo doctrinal en el Nuevo Testamento

5. Pablo en Atenas: Primer encuentro entre la fe y la razón

6. La filosofía en busca de la fe

7. Evangelio, cultura y misión


6. La filosofía en busca de la fe

 

La Iglesia no desarrolló ningún programa misionero para llegar a la cultura. Y sin embargo, la cultura entró en la Iglesia. Esto es lo llamativo y sorprendente de la relación fe y filosofía en los primeros siglos del cristianismo.


El primer relato autobiográfico de un filósofo convertido al cristianismo se lo debemos a Justino, que llegó a ser mártir. Nació en Flavia Neapolis (actual Nablus, Jordania), ciudad romana construida en el lugar donde estuvo la antigua Siquem, en Samaria, consagró toda su juventud al estudio filosófico, pasando de una escuela a otra, sin encontrar lo que buscaba. Lo primero que llamó la atención de Justino sobre el cristianismo no fue su doctrina, que ignoraba, sino el ejemplo de sus mártires


«Yo mismo, cuando seguía la doctrina de Platón, oía las calumnias contra los cristianos; pero, al ver cómo iban intrépidamente a la muerte y todo lo que se tiene por espantoso, me puse a reflexionar de ser imposible que tales hombres vivieran en la maldad y en el amor de los placeres. Porque, ¿qué hombre amador del placer, qué intemperante y que tenga por cosa buena devorar carnes humanas, pudiera abrazar alegremente la muerte, que ha de privarle de sus bienes, y no trataría más bien por todos los medios de prolongar indefinidamente su vida presente y ocultarse a los gobernantes, cuanto menos soñar en desatarse a sí mismo para ser muerto?» (Apología II, 12).
Un día, casualmente conoció a un anciano mientras se encontraba en Éfeso, que le introdujo en la fe cristiana. El encuentro todavía se mueve en el plano de las emociones y los sentimientos. Justino quedó impresionado por el aspecto venerable de su persona y de su sabiduría, que le condujo de los profetas a Jesucristo:  


«Se marchó el viejo, después de exhortarme a seguir sus consejos, y no le volví a ver más. Mas inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo, y, reflexionando conmigo mismo sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa. De este modo, pues, y por estos motivos soy yo filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador» (Diálogo con Trifón).


A partir de entonces se convirtió en un «filósofo misionero del cristianismo». Con este fin emprendió algunos viajes y llegó por los menos dos veces a Roma, donde abrió la primera escuela de filosofía cristiana que se conoce. Buen número de sus alumnos procedían de un trasfondo cristiano, interesados en profundizar en su fe guiados por la maestría teológico-filosófica de Justino. Algunos de estos alumnos terminaron juntamente con el maestro dando testimonio de su fe mediante el martirio, entregando su vida en honor de la verdad cristiana.


Justino fue víctima de las maquinaciones del despechado filósofo pagano Crescente, a quien Justino había derrotado en repetidas ocasiones en debates públicos. Justino lo vio venir, nada hay peor que el orgullo herido de una persona amante del favor y de la gloria del pueblo. «Espero, confiesa Justino, ser víctima de una trama de Crescente, aquel amante no de la sabiduría, sino de la jactancia» (Apol. II, 8)[7].


Taciano fue otro filósofo, de origen sirio, de quienes sabemos muy poco. Fue educado en la filosofía y en calidad de sofista viajó mucho para hacer admirar su talento. La lectura de las Escrituras produjo en él uno de los impactos mayores de su vida, admirado no solo por la sabiduría que en ella descubre, sino sobre todo por la sencillez y humildad que rebosa. Se convirtió, al parecer, en Roma, y fue discípulo de Justino. 


Taciano refleja un carácter vehemente y radical, que anticipa la reacción de Tertuliano. En su Discurso contra los griegos rechaza completamente tanto la filosofía de los griegos, como su cultura y sus costumbres. Pero este rechazo, como en Tertuliano, está motivado por razones morales y de conducta de los detentadores de la sabiduría: 


«¿Qué habéis producido que merezca respeto, con vuestra filosofía? ¿Quién de entre los que pasan por los más notables estuvo exento de arrogancia? Diógenes, que con la fanfarronada de su tonel ostentaba su independencia, se comió un pulpo crudo y, atacado de un cólico, murió de intemperancia; Aristipo, paseándose con su manto de púrpura, se entregaba a la disolución con apariencias de gravedad; Platón, con toda su filosofía, fue vendido por Dionisio a causa de su glotonería. Y Aristóteles, que puso neciamente límite a la providencia y definió la felicidad por las cosas de que él gustaba, adulaba muy paletamente al muchacho loco de Alejandro, quien, muy aristotélicamente por cierto, metió en una jaula a un amigo suyo por no haberle querido adorar, y lo llevaba por todas partes como a un oso o un leopardo» (116).


Menos todavía sabemos de Panteno, el  primer director de la escuela catequética de Alejandría (alrededor del año 180). Estudió la filosofía estoica e hizo todo lo que pudo para llevar a otros filósofos a la fe, pero no sabemos nada de cuándo ni por qué ocurrió su conversión. El motivo debió ser el testimonio edificante de los cristianos de su época. Debido a su preparación teórica asimiló bien el contenido doctrinal cristiano, convirtiéndose en maestro excepcional de la fe, sentando la base de una escuela ejemplar que iba a ser la cuna de notables pensadores cristianos. 





Su principal discípulo fue Clemente, nació hacia el año 150, probablemente en Atenas, de padres paganos; después de hacerse cristiano, viajó por el sur de Italia y por Siria y Palestina, en busca de maestros cristianos, hasta que llegó a Alejandría; las enseñanzas de Panteno hicieron que se quedara allí. Su conocimiento de los escritos paganos y de la literatura cristiana es notable; según Quasten, en sus obras se encuentran unas 360 citas de los clásicos, 1500 del Antiguo Testamento y 2000 del Nuevo. Para Outler, son  430 los textos en los que parafrasea o alude al pensamiento de Platón (“The Platonism of Clement of Alexandria”, en Journal of Religión 20 (1940), pp. 212-240).


La amplia cultura pagana de Clemente no fue borrada por su encuentro con el cristianismo; seguía encontrando en ella mucho de positivo y la gran trascendencia de su obra se deberá precisamente a lo mucho que contribuyó a que la filosofía fuera aceptada en la Iglesia. Los filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban según él en el camino recto para encontrar a Dios; aunque la plenitud del conocimiento y por tanto de la salvación la ha traído el Logos, Jesucristo, que llama a todos para que le sigan. Este es el tema del primero de sus escritos, el Protréptico o «exhortación», una invitación a la conversión:


«Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria a los griegos para la justicia; ahora, en cambio, es útil para conducir las almas al culto de Dios, pues constituye como una propedéutica para aquellos que alcanzan la fe a través de la demostración. Porque “tu pie no tropezará” (Prov 3:28), como dice la Escritura, si atribuyes a la Providencia todas las cosas buenas, ya sean de los griegos o nuestras. Porque Dios es la causa de todas las cosas buenas: de unas es de una manera directa, como del Antiguo y del Nuevo Testamento; de otras indirectamente, como de la filosofía. Y aun es posible que la filosofía fuera dada directamente (por Dios) a los griegos antes de que el Señor los llamase: porque era un pedagogo para conducir a los griegos a Cristo, como la ley lo fue para los hebreos (cf. Gál 3:24). La filosofía es una preparación que pone en camino al hombre que ha de recibir la perfección por medio de Cristo...» (Stromata, I, 5, 28).


Basten estos pocos ejemplos para mostrar cómo la filosofía busca y encuentra la fe cristiana como la verdad y cómo a partir de ese momento se convierte en propagadora de la fe en su medio cultural. Gracias a la labor de aquellos pioneros, la filosofía y la teología anduvieron una junta a otra durante siglos y más siglos. Hoy, sin embargo, somos testigos de un creciente divorcio entre la cultura y el evangelio. No es una situación deseable, pues, por su vocación universal, tanto en sentido geográfico como intelectual, el Evangelio está llamado a impregnar la cultura con la verdad revelada para llevarla a la plenitud. Debido a circunstancias históricas y subsiguientes malentendidos el diálogo con la cultura se interrumpió en el siglo XVI en el sector reformado. Pero al principio no fue así. Lo acabamos de ver.



7. Evangelio y cultura hoy


El Evangelio tiene que llegar a la cultura para renovar al hombre, tanto al que está dentro como al que está afuera. El Evangelio ofrece una nueva mirada que el mundo necesita. La decadencia de las ideologías y de las utopías ha llevado al ser humano a buscar su nueva identidad. La crisis actual ha añadido una nueva y grave inquietud, que no afecta solo a la economía sino a la moral y la confianza en los dirigentes, políticos, académicos, financieros, que han sido hallados culpables de muchas bajezas: codicia, ignorancia, avaricia, egoísmo, engaño, fraude, mentira, corrupción.


¿De dónde vendrá la respuesta?

Del Evangelio que llega al corazón con poder renovado.

Hoy está en juego el destino del hombre. Los cambios rápidos y universales que dominan nuestras sociedades trastocan y desfiguran la identidad cultural de los pueblos y la globalización propone una cultura única bajo la advocación del dios Mamón y su profeta la Banca. Semejante perspectiva exige una reafirmación de las identidades culturales, y un refuerzo de las culturas basado en la dignidad del ser humano, llamado a la comunión con Dios y a la vivencia de una fraternidad universal, basada en la fe, la esperanza y el amor; acogiendo todo lo bueno y todo lo noble que hay en cada cultura, a la vez que fecundando cada cultura con los principios del Evangelio para favorecer un intercambio benéfico y evitar un aislamiento empobrecedor.


El Evangelio no anula ni sustituye a la cultura; al contrario, la purifica de las escorias que le impiden reflejar adecuadamente la identidad y el destino eterno del hombre y del mundo, libera sus recursos más profundos y da valor a cuanto de verdadero, bello y bueno semejante cultura contiene, abriéndola a perspectivas ilimitadas, que no solo no menoscaban su impulso, sino que lo exaltan e intensifican (Giuseppe Savagnone). El Evangelio siempre potencia lo que toca, pues es poder de Dios. Lo que niega o condena son los aspectos cancerígenos que amenazan la vida del individuo y de la sociedad. El Evangelio, al sanar a la naturaleza humana mediante la fe en Cristo, consolida, unifica y potencia los recursos humanos, en pro del Reino de Dios, que «no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro 14:17).


Al extender el Evangelio en todos los frentes, estamos contribuyendo a la formación de una nueva humanidad, resultado de hombres nuevos regenerados por el Espíritu de Dios (Jn 3:3-4), muertos y resucitados con Cristo mediante el bautismo (Ro 6:4). La persona realmente convertida y correctamente educada en los fundamentos de su fe se preocupa de un modo sincero de la cultura y de las inquietudes de su tiempo, mostrando nuevas sendas de fidelidad y compromiso.




La verdadera predicación del Evangelio enriquece a las culturas, ayudándolas a superar sus deficiencias y humanizándolas, comunicándoles a sus valores legítimos la plenitud de Cristo. La cultura es el mundo creado por el hombre en su estado caído, contingente y menesteroso. El Evangelio da testimonio de un mundo nuevo creado por el poder renovador del Espíritu divino. Pero el Evangelio no es un invasor arrogante de este mundo, que pueda proceder a su antojo arrasando a su paso todo cuanto se le antoja. Para el cristiano, el mundo no es el Canaán que hay que destruir para luego habitar, el mundo al que está llamado a predicar, es su mismo mundo, el mundo creado por Dios, al que envió a su Hijo, no para condenarlo sino para salvarlo (Jn 3:16).


Al extender el Evangelio en todos los frentes, estamos contribuyendo a la formación de una nueva humanidad, resultado de hombres nuevos regenerados por el Espíritu de Dios (Jn 3:3-4), muertos y resucitados con Cristo mediante el bautismo (Ro 6:4). La persona realmente convertida y correctamente educada en los fundamentos de su fe se preocupa de un modo sincero de la cultura y de las inquietudes de su tiempo, mostrando nuevas sendas de fidelidad y compromiso.


 Necesitamos creyentes que sepan hablar el lenguaje de la cultura, que sepan transmitir la totalidad de la fe de manera comprensible, relevante e inteligente. Personas coherentes en su forma de pensar y de vivir. Sin duda una tarea inmensa, pero rica en perspectivas y posibilidades; por otra parte, no queda otra si que quiere garantizar el futuro de las nuevas generaciones educadas en un ambiente totalmente desacralizado y crecientemente descristianizado.


Es cierto que de nuestras iglesias podemos decir lo que Pablo de los corintios: «mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne» (1 Cor 1:26), pero mi experiencia pastoral me dice que, a veces, es suficiente con no poner obstáculos a aquellos que sienten en su interior el espíritu de la filosofía, la pasión por la verdad como vocación de vida. Cierto que ya tenemos la verdad en Cristo, pero ¿cómo hacerla comprensible al que es ajeno a la vida de Dios y a cualquier tipo de transcendencia? ¿Cómo afirmarla en la misma iglesia en medio de los desafíos de le lanza la cultura, y que son ineludibles, pues se propagan en los colegios, en las universidades, en la literatura, en los medios de comunicación masiva?


Hay que avivar los dones que puedan existir en la congregación, alentar y no entorpecer el desarrollo de aquellos que, desde la fe, sienten inclinaciones por la labor intelectual, aquellos a quienes de una forma aguda la fe les lleva a inteligencia. Una fe debidamente ilustrada y una identidad cristiana suficientemente sólida puede ayudar a superar fácilmente las perplejidades y obstáculos racionales que puedan plantearse en un momento dado a creyentes y no creyentes, contribuyendo así a realizar la gran comisión que dejó el Señor a su Iglesia.




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Notas


[7] Taciano, discípulo de Justino, dice que “Crescente, que instaló su madriguera en la gran ciudad, sobrepasó a todos en pederastia y avaricia. Aconsejaba a otros a menospreciar la muerte, pero la temía tanto él mismo que tramó infligirla a Justino, y lo mismo también a mí, como si fuera un gran mal” (Discurso contra los griegos19).




Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.





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