También Sebastian Franck, rompiendo con su
preceptor Lutero, entró en contacto en Núremberg y Estrasburgo, gracias a las
relaciones «sectistas» de su mujer, Ottilie Behaim, y se relaciona
estrechamente con el anabaptista espiritualista Johannes Bünderlin, con el
antitrinitario Miguel Servet y con el igualmente antitrinitario Johannes
Campanus, a quien escribió en una famosa carta de 1531:
En suma, tenemos que desaprender todo lo que en nuestra infancia aprendimos de nuestros papistas; pero también tenemos que cambiar todo lo que, de Lutero y de Zwinglio, hemos recibido, interiorizado y tenido por verdad.
O como se lee en los primeros versos de cada
estrofa de su no menos famoso himno de alrededor de 1529:
[No quiero ni puedo ser papista, pues poca es la fe ... Ni quiero ni puedo ser luterano, es engaño y apariencia ... Ni quiero ni puedo ser zwingliano, pues no trae mejora ... Y tampoco anabaptista quiero ser yo, su base es poco amplia ... ]
Carlos Gilly también nos aporta otros nombres, disidentes de la Reforma magisterial, además de los conocidos Caspar Schwenckfeld, Melchior Hofmann y Pilgram Marbeck. Es el caso de Ziegler, que en su escrito Synodus de 1533, contra los predicadores escribe estas duras palabras:
Los así llamados mismos protectores del Evangelio saben cómo movilizar a reyes y príncipes para que estos quemen, ahoguen y decapiten a quienes no están de acuerdo con ellos o, en el mejor de los casos, que los destierren, los proscriban y los calumnien -¡y a todo esto dan el piadoso nombre de celo por la religión! [ ... ] La libertad del Evangelio no sufre ninguna violencia, pues sólo quienes son guiados por el espíritu, son hijos de Dios (Rom. 8 14).
Para muchos teólogos protestantes es bastante desconocido el pensamiento de Servet, aunque sea totalmente apegado a la Escritura y resulte muy singular al salirse de la norma, que tuvo que enfrentarse a grandes gigantes de la teología del Quinientos. En el De iustitia Regni Christi capitula quatuor Servet resumió en pocas palabras el núcleo de su pensamiento religioso. Aquí Servet afirma claramente su creencia en la regeneración real de los cristianos por la caridad y la fe, contra la justificación solamente putativa de Lutero; en la responsabilidad y libertad del hombre, contra la doctrina del siervo albedrío; en el evangelio vivo escrito en el corazón, contra la letra externa y muerta de la Escritura y por el valor objetivo de las buenas obras, aunque sean los paganos quienes las hacen. El final del libro es un llamamiento a una libertad de palabra sin límites en la Iglesia, para que la palabra de Dios pueda llegar a todo el mundo. Pero, desilusionado por los reformadores, Servet añadió las palabras: «Sed nostrates nunc de honore certant. Perdat dominus omnes ecclesiae tyrannos. Amen». El Señor derrote a todos los tiranos de la iglesia.
El martirio de Servet dio estímulo al aumento de tolerancia religiosa como política general y como principio moral. Pero el proceso fue muy lento y duró varios siglos antes de que tuviera lugar el cambio de paradigma y se propugnase la completa separación de la Iglesia y el Estado. Sería ya por el siglo XVIII cuando las ideas de Locke fueron trasplantadas a América por James Madison y Thomas Jefferson quienes compartían una fuerte convicción de libertad absoluta de conciencia y desconfiaban en cualquier institución religiosa. Estaban convencidos de que las iglesias establecidas solo creaban “ignorancia y corrupción” e introducían el “principio diabólico de persecución”, por lo que la religión debería estar separada del gobierno o del Estado. Para ellos la democracia era la mejor garantía de libertad religiosa. Jefferson tenía un gran interés en el estudio de las religiones especialmente de Servet y los socinianos.
La primera referencia servetiana a la libertad de conciencia la realiza prontamente. Aparece, según ha investigado Ángel Alcalá, en su relación epistolar con Juan Ecolampadio, reformador de Basilea que, primero, fue maestro de Servet, pero que, al final, acabó echando a un discípulo discutidor y díscolo. Este aclara su posición al maestro de esta manera:
Dios sabe que mi conciencia ha sido limpia en todo lo que he escrito, aunque tú quizá pienses lo contrario por mis crudas palabras. Si en tu espíritu hay miedo, tinieblas o confusión, no podrás juzgar el mío con claridad, y, aunque me sepas equivocado en algo, no por eso me debes condenar en todo lo demás. Si así fuera, no habría mortal que no debiera ser mil veces quemado. Propia de la condición humana es esta enfermedad de creer a los demás impostores e impíos, no a nosotros mismos, porque nadie reconoce sus propios errores. Me parece grave matar a un hombre solo porque en alguna cuestión de interpretar la Escritura esté en error, sabiendo que también los más doctos caen en él. Y bien sabes tú que yo no defiendo mis ideas tan irracionalmente que se me haya de rechazar así.
Llama la atención en esta lucha doctrinal en Calvino y Servet las consideraciones sobre lo que era “herejía” entonces para los contendientes. La larga lista de quejas o “blasfemias y herejías” de Nicholas de la Fontaine contra Servet, 14 de agosto de 1553, nos tiene que prevenir contra todo dogma sobre los asuntos espirituales que se deben discernir espiritualmente. Cuando Servet negaba la inmortalidad del alma, alejándose de toda división del ser humano (cuerpo, malo, espíritu bueno) y volviendo al poderoso concepto de resurrección, Calvino escribe:
De entre todas las herejías y crímenes, no hay uno más grande que el de considerar el alma mortal […]. Quien afirma eso no cree que haya Dios, ni justicia, ni resurrección, ni Jesucristo, ni Santa Escritura, ni nada, sino que todo es muerte, y que el hombre y la bestia son todo uno. Si yo hubiera dicho eso […] debería condenarme a muerte a mí mismo. Por tanto, os pido, honorables señores, que mi falso acusador sea castigado a la pena del talión y que sea detenido y preso como yo, hasta que la causa quede sustanciada definitivamente por mi muerte o la suya u otra pena. Y para hacer esto, yo me inscribo contra el a la dicha pena de talión. Y estaré contento de morir, aunque sea sin convencerle, tanto de esto como de otras cosas.¿Cómo se podía enseñar la verdad, con tan soberbio dogmatismo, imponiéndola con sangre y muerte? El mismo bautismo de los infantes, Nicolás de la Fontaine lo formula así: “XXXIV. El artículo, de que el bautismo de niños pequeños es una invención del diablo, una falsedad infernal que tiende a la destrucción de todo el cristianismo”. Planteado así el tema, ya no había posibilidad de salirse de la tradición protestante magisterial y sería la Reforma radical la que trataría estos temas con más libertad para no bautizar niños. El problema, según el especialista A. Alcalá es que la libertad de conciencia que defendió Servet desde sus primeros escritos y hasta su proceso ginebrino, para Calvino era herejía esa misma defensa de la libertad.
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Manuel de León es pastor de las Iglesias de Cristo en La Felguera y ha colaborado en el Consejo Evangélico de Asturias, siendo miembro fundador del Circulo Teológico de Oviedo.
Ha publicado Los protestantes y la espiritualidad evangélica en la España del siglo XVI 2 tomos, 1600 páginas, premio literario Samuel Vila 2012. También Historia del protestantismo en Asturias, Evangelización y propaganda en el siglo XIX. Una visión de la Segunda Reforma protestante en España y Las primeras congregaciones evangélicas en España.
Ha escrito tres novelas históricas: Tiempo de beatas y alumbrados premio Adán 2012, El hechizo del color púrpura y La hija del maestro.
Su blog se puede seguir en https://manueldeleon.wordpress.com/
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