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Crítica pastoral al problema de la «superioridad racial»- Por Wesley Mitzrrahim


El problema de una supuesta «superioridad racial» o «supremacía del hombre blanco» ha aparecido de manera violenta en estos últimos días cobrando vidas inocentes. La reciente matanza en Texas se ha clasificado como «terrorismo» y «posible crimen de odio» pues se ha visto un nexo con las declaraciones del presidente Trump de que «algunos indocumentados no son personas, sino animales». 

Sin duda que el odio y desprecio contra «el prójimo de piel morena», el marginado, oprimido y todos aquellos excluidos por la «segregación racial» va en aumento. Razón tenía Axel Honneth al hablar de una Sociedad del desprecio[1] como evidente característica de nuestros tiempos. Sin embargo, parece que en el fondo, en el subsuelo más profundo de los crímenes de odio se encuentra el poderoso influjo de una Teología Política erróneamente entendida y, por lo tanto, sumamente peligrosa y destructiva para nuestra sociedad puesto que actúa con un radicalismo perverso y demoníaco.

Sin duda que el odio y desprecio contra «el prójimo de piel morena», el marginado, oprimido y todos aquellos excluidos por la «segregación racial» va en aumento. Razón tenía Axel Honneth al hablar de una Sociedad del desprecio[1] como evidente característica de nuestros tiempos.

De ahí la urgente necesidad de recurrir a la teología en reivindicación de lo humano, es decir, nuestro mutuo reconocimiento en el otro. El prójimo así tal cual es. En el tomo VIII de las Obras Completas de Wesley encontramos un breve pero relevante abordaje que puede ser útil. El tomo VIII contiene los principales tratados teológicos de Juan Wesley, sus relevantes apologías, debates y denuncias contra ciertas deformaciones teológicas que estaban provocando un daño profundo a la iglesia. Lo que Wesley denuncia es el peligro que encierra el fanatismo de una teología extraviada, extremista y «fundamentalista» que en nombre de Dios siembra el odio y desprecio hacia el prójimo. En concreto, Wesley denuncia ―entre otros― los extremos de un «calvinismo estricto». En su breve tratado Reflexiones acerca de la soberanía de Dios, discute un problema racial y lo resuelve mediante la categoría de la Soberanía Divina excluyendo todo sentimiento de superioridad, porque, por encima de todo, se reivindicara así una genuina Teología de la Creación. Wesley dice: «Dios se revela a sí mismo de dos modos: como Soberano y como Creador. Estas dos funciones no son en modo alguno incompatibles, aunque están perfectamente diferenciadas […]

En tanto Creador, actuó en todo según su soberana voluntad. […] Dispuso el tiempo, el lugar y las circunstancias para el nacimiento de cada persona […] A cada persona le ha dado un cuerpo, según su voluntad, débil o fuerte, saludable o enfermizo. Esto implica que, […] también otorga diferentes niveles de entendimiento, y de conocimiento, cuya diversidad depende de un sinnúmero de circunstancias. Es difícil decir qué alcance puede tener esto. Por ejemplo, en cuanto a las posibilidades de desarrollo, las diferencias que existen entre quien ha nacido y se ha criado con una piadosa familia inglesa y alguien nacido y criado entre los hotentotes son absolutamente sorprendentes. De lo que sí podemos estar seguros es que las diferencias nunca serán tan grandes como para determinar que uno sea necesariamente bueno y el otro malo, o como para forzar a uno a la gloria eterna y al otro al fuego eterno. Esto no es posible porque significaría que el carácter de Dios como Creador interferiría con su carácter de Soberano, en el que ya no actúa (no podría hacerlo) según su propia voluntad soberana sino, como él mismo expresamente nos lo ha dicho, según normas inmutables de justicia y misericordia»[2].


John Wesley

La crítica de Wesley calza bien en la Teología Política escondida en el The white man’s Burden pues en ella se habilita el «supremacismo blanco angloamericano». La categoría tiene arraigo en el protestantismo evangélico de corte puritano que recoge la idea del calvinismo proveniente del siglo XVI. El calvinismo post-reforma ―calvinismo estricto― clasificaba la raza humana en dos polos no tan solo mutuamente excluyentes, sino evidentemente irreconciliables: los «predestinados a la salvación eterna», que finalmente han de imponerse ante los «predestinados a la condenación eterna». En sí, la predestinación en su adscripción evangélica jamás llega a radicalizar el sentimiento de superioridad racial, sino que coloca a todos bajo insalvable corrupción racial; no obstante, dicha radicalización únicamente puede tener lugar ahí donde se ha trasladado su interpretación al terreno de la Teología Política. Así también, la idea del Destino Manifiesto, muy presente a lo largo del siglo XIX, fue la categoría utilizada para legitimar el expansionismo norteamericano[3].

Por ejemplo, fue en la década de 1890 que resurgió con toda fuerza la idea del Destino Manifiesto. El fanatismo de las masas despertó por la fervorosa predicación de quienes, como A. T. Mahan proponían que «[…] no son los mansos, sino los que poseen grandes naves, quienes heredaran la tierra». Por su parte, el reverendo Josiah Strong «preguntaba, retóricamente: “¿no parece como si Dios no solo estuviese preparando en nuestra civilización anglosajona el troquel con que modelar los pueblos de la tierra, sino como si estuviese poniendo tras ese troquel el maravilloso poder con el cual imprimirla?”»[4].

Estas «pretensiones de superioridad» se cristalizaran finalmente a inicios del siglo XX. En septiembre del 2 000 se dio a conocer el Informe El Proyecto para el Nuevo Siglo Americano donde se plasmaban las directrices centrales en la lucha por la supremacía militar. El documento dice que «Estados Unidos es la única superpotencia mundial que combina la hegemonía militar, el liderazgo tecnológico global y el liderazgo económico mundial»[5]. Se aclara, en consecuencia, que la lucha emprendida será siempre por la preservación hegemónica.

De ahí que el imperialismo norteamericano cree moralmente legítima la pretensión de una Pax Americana, y de hecho, no pueden negarse las raíces teológicas de tal pretensión, sin embargo, aquí estamos ante el abuso desmedido de la Teología Política, pues se trata de perpetuar y legitimar crímenes raciales en nombre de Dios.

En el caso mexicano, el influjo de una moral superior  y la creciente admiración por las «personalidades ejemplares» de Norteamérica motivó, a finales del siglo XVIII, las aspiraciones por la emancipación de la corona española. Tal influjo moralizante queda bien atestiguado en las relaciones diplomáticas entre México y  los Estados Unidos. Por ejemplo, en 1787 el presidente Jefferson ofrecía apoyar las aspiraciones de independencia pero «México debería seguir los lineamientos de la Unión Americana, darse una organización semejante, una Constitución como la norteamericana, pero antes que nada debería liberarse mentalmente de los vínculos que lo ataban al sistema español»[6].

De ahí que el imperialismo norteamericano cree moralmente legítima la pretensión de una Pax Americana, y de hecho, no pueden negarse las raíces teológicas de tal pretensión, sin embargo, aquí estamos ante el abuso desmedido de la Teología Política, pues se trata de perpetuar y legitimar crímenes raciales en nombre de Dios.

Interesante resulta notar que en 1834 Lorenzo de Zavala  escribió su apología Viaje a los Estados Unidos del norte de América[7] para contrarrestar justamente la asimilación por parte de los mexicanos de una supuesta superioridad cultural norteamericana. Ulteriormente, ya en el contexto de la guerra de 1847, se dirá que «la masa del pueblo de México [eran] […] una raza híbrida de origen hispano-indio, degradados, desmoralizados y manejados por sacerdotes»[8].

En este breve recorrido histórico enfatizamos el perjuicio contra la vida de una teología que se ha extraviado en su lucha por el pensamiento hegemónico, es decir, una que al no reconocer al prójimo y al oprimido, no puede, por tanto reconocerse a sí misma y mucho menos reconocer el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo de quien se dice en 2 Corintios 5:19 que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo.

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[1] Axel Honneth, La sociedad del desprecio (Madrid, Trotta, 2011).

[2] Juan Wesley, Obras Completas, tomo VIII, (USA, Wesley Heritage Foundation), pp. 431-432.

[3] Justo L. González, Historia del pensamiento cristiano, Tomo 3, (USA, Caribe, 2002), p. 441.

[4] Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager y William E. Leuchtenburg, Breve historia de los Estados Unidos, (México, FCE., 2003), p. 555.

[5] Carlos Alarcón y Ramón Soriano, El nuevo orden americano. Textos básicos, (Córdoba, 2004), p. 122.

[6] Ernesto de la Torre Villar. Estudios de historia jurídica, (México, UNAM/IIJ, 1994), p. 400.

[7] Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados Unidos del norte de América, (México, Porrúa, 1976), p. 7.

[8] Citado en Gastón García Cantú, Las invasiones norteamericanas en México, (México, Era, 1996), p. 169.

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Mizrraim Contreras es historiador, investigador y predicador itinerante.
Estudió la Licenciatura en Historia en la Universidad Autónoma de Tamaulipas especializándose en Filosofía de la Historia con una tesis sobre Federico Nietzsche. Inició sus estudios teológicos en el Instituto Bíblico Juan Consejo Orozco de las Asambleas de Dios, (Cd. Victoria, Tamaulipas). Posteriormente tomó cursos de actualización en el Seminario Metodista Juan Wesley (Monterrey, NL) y en el Seminario Teológico Presbiteriano de México (Cd. De México). Ha desarrollado un ministerio interdenominacional como maestro de teología entre metodistas, pentecostales, bautistas, cuáqueros e iglesias independientes. También ha impartido clases de Filosofía de la Historia en la UAT como profesor colaborador. Trabaja, además, con Teología de la Historia y Hermenéutica. Los resultados de su investigación están por publicarse en un libro colectivo y en una revista de filosofía. Mizrraim es soltero y tiene cinco gatos que son su adoración.

Es autor de Friedrich Nietzsche. Hacia una filosofía crítica de la historia de Altrec Costa-Amid Editores, México 2020.




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