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Rudolf Bultmann: una reinterpretación de los símbolos cristianos - Por Juan Esteban Londoño


Al inicio de mis estudios teológicos recibí la advertencia por parte de algunos docentes sobre los escritores a evitar. Entre ellos estaban los teólogos latinoamericanos Gustavo Gutiérrez e Ivone Gebara, y los sistemáticos alemanes Paul Tillich y Rudolf Bultmann. Este último causaba una inmensa curiosidad entre los estudiantes. Se decía que renunció a la fe para acoger la filosofía existencial de comienzos del siglo XX.

Las lecturas de escritores como Søren Kierkegaard, Martin Heidegger y Albert Camus me llevaron a preguntarme por el diálogo que podía establecer la teología con las preguntas de los filósofos. Y este diálogo me invitó a abrirme a la obra de Bultmann, el teólogo prohibido.

Rudolf Bultmann (1884 -1976) fue un teólogo luterano, profesor de Nuevo Testamento en Marburg y reconocido pensador sistemático. Mantuvo un diálogo abierto con los filósofos Martin Heidegger y Hans-Georg Gadamer, y era un avezado lector de Kierkegaard y Dostoievski. Buscaba abrir las condiciones para que la fe tuviera un lugar en un mundo dominado por preocupaciones existenciales.

Tal vez la idea más escandalosa de Bultmann sea la desmitologización. Esta consiste en redescubrir los significados más profundos tras las concepciones que hay en la Biblia, las cuales pertenecen a una visión de mundo reevaluada por la ciencia. Pues, como asegura este pensador:
“La visión bíblica del mundo es mitológica y, por lo tanto, resulta inaceptable para el hombre moderno, cuyo pensamiento ha sido modelado por la ciencia y no tiene ya nada de mitológico”.

Bultmann quiere que las palabras de la Biblia sean comprensibles para las personas modernas. Considera que el lenguaje literario de las Escrituras está envuelto en una visión de mundo concebida antes de la ciencia y la técnica modernas, y hay que aprender a diferenciar entre el ropaje mitológico y el mensaje central de la Palabra de Dios, el cual debe ser actualizado en lenguaje filosófico y también pastoral.

Bultmann comprende que el mundo del Nuevo Testamento era concebido como un espacio de tres pisos: arriba estaba el cielo, abajo el infierno, y en el medio estaba la tierra como lugar de combate entre los seres celestiales y los poderes demoníacos, entre Dios y Satán. Por esto el Nuevo Testamento habla de la salvación en términos míticos, como el ser liberados de los poderes del infierno para ser llevados al cielo. Las referencias a Cristo se dan en un lenguaje de lucha espiritual, donde son posibles milagros como el nacimiento virginal, la resurrección física y el ascenso a los cielos. También la concepción del ser humano que hay en la Biblia es mitológica, separando el alma del cuerpo y de la mente, el pensar del querer y del sentir. Aquella forma de hablar pertenece a la visión apocalíptica judía, y debe ser reinterpretada a la luz del pensamiento contemporáneo, en diálogo con la psicología, la filosofía y la antropología.

Es importante anotar que, cuando Bultmann escribe su teoría de la desmitologización, está en auge el proyecto Nazi, el cual pretende crear nuevos mitos para Alemania, basados en una mezcla de idealizaciones paganas nórdicas con principios cristianos nacionalistas. De allí que la propuesta de Bultmann tenga una implicación política. Preguntarse cuál es el mensaje detrás de las mitologías también significa que los proyectos nacionalistas del Tercer Reich, basados en las ideas de religión, nación y raza, puedan ser cuestionados.

A diferencia de los teólogos liberales de comienzos del siglo XX, Bultmann piensa que la fe cristiana no se reduce al seguimiento ético de Jesús, sino que el Nuevo Testamento anuncia un acontecimiento (Ereignis) a través del cual Dios trae la sanación al mundo. Ese acontecimiento está ligado a la persona de Jesús, por lo tanto, quien se vincula a este mensaje, acoge un mensaje de salvación.

¿Qué queda entonces con la desmitologización? Bultmann considera que se quitan las capas innecesarias del lenguaje y se llega al núcleo de la fe, a la búsqueda de un ser humano integral, liberado de los poderes que lo aprisionan. En el mundo mitológico, el ser humano está atado a fuerzas superiores, y es controlado por energías impredecibles. La desmitologización permite al creyente saber que puede liberarse de los poderes que lo aprisionan y que puede conquistar la libertad a través de la gracia.
cuando Bultmann escribe su teoría de la desmitologización, está en auge el proyecto Nazi, el cual pretende crear nuevos mitos para Alemania, basados en una mezcla de idealizaciones paganas nórdicas con principios cristianos nacionalistas. De allí que la propuesta de Bultmann tenga una implicación política
La desmitologización, sin embargo, no significa eliminar los mitos, sino interpretarlos existencialmente. Bultmann no busca cortar con unas tijeras los mitos que aparecen en el Nuevo Testamento, sino descubrir su núcleo filosófico y valorarlo desde una mirada antropológica, psicológica y espiritual. En este sentido, se trata de un método interpretativo, una aproximación hermenéutica a la Biblia y a los símbolos de la fe. De allí que este escritor y pastor prefiriese hablar de interpretación existencial, y no de desmitologización.

Bultmann considera que la interpretación de los textos bíblicos no se diferencia de la que hacemos de otras obras literarias. Por esto no hay más método para comprender el Nuevo Testamento que las disciplinas de la historia y la filología. Pero la hermenéutica no se limita a estos métodos, sino que está mediada por el diálogo con la filosofía. Y para Bultmann la filosofía que importa es el existencialismo, en fuerte conexión con el pensamiento de Martin Heidegger.

El teólogo alemán reinterpreta los conceptos bíblicos fundamentales y los resignifica desde una perspectiva existencial. Piensa que la filosofía ofrece las preguntas y muestra la situación del ser humano, arrojado en el mundo, pero la teología se aventura por las respuestas. Esto es lo que comprendemos como el círculo hermenéutico: del texto al mundo y del mundo al texto.

Bultmann considera que cuando el Nuevo Testamento habla del mundo no se refiere a una crítica a la vida material, sino al reino de lo pasajero y de la muerte. El mundo es la experiencia del sinsentido y el deleitarse en creer que ya no hay salida, el encierro nihilista en el ser-para-la-muerte. Y los humanos habitamos allí, en nuestra carne.

La carne no es entendida como un cuerpo en el cual hay que desconfiar, sino como la esfera de lo visible, lo pasajero y lo disponible, donde se utiliza la naturaleza y al ser humano al servicio de los poderes destructores. Hay que sospechar de ella, a la vez que es el elemento que nos constituye.

Según este pensador, el concepto de pecado no puede reducirse al reino de las prácticas morales o, desde una visión aún más estrecha, sexuales, sino que este consiste en quedarse aprisionado en el pasado, en no lograr ver nuevos horizontes y posibilidades de vida. Pecado es, además, el deseo por la autosuficiencia, la creencia en que podemos librarnos por nosotros mismos de los poderes que nos oprimen.
Por esa vía, el perdón de los pecados consiste en liberar al ser humano de la prisión de una existencia sin sentido y en abrirse a una vida plena a través de la gracia.

Esta gracia es el impulso divino que libera a las personas de su pasado y de lo pasajero. Ella invita a abrirse a la novedad, a la irrupción del futuro en medio del presente, por lo que la realidad no está cerrada a nuevas formas de existir.
Esta gracia se recibe por la fe, y la fe es una liberarse de sí mismo y abrirse hacia el futuro. El panorama no se cierra con la destrucción, las guerras o el suicidio. Para Bultmann, siempre hay camino de apertura y esperanza.


Esta forma de vida es la vida del Espíritu. El Espíritu es la posibilidad de encarnar el sentido en la vida fáctica, terrenal, es una invitación a decidirse por la vida, y no por la muerte.

Al entrar en la vida, el creyente sale del mundo. Pero este salir del mundo no es una ascesis que rechace los pequeños goces ni el encuentro con las personas que amamos, sino la invitación a no tener una perspectiva pesimista, a permitir que la libertad se expanda.

Tal libertad no significa el rechazo de las enseñanzas de la fe, sino la libertad para obedecer sin miedo a ser condenados por nuestra existencia paradójica: simul iustus et peccator. El ser humano sigue siendo justo y a la vez pecador, justificado por la gracia, y por esto puede gozar de la libertad que la fe le otorga.
Por esto Bultmann entiende el cristianismo como una existencia cristiana, ya que para él existir significa ser una nueva criatura en Cristo, gracias a esta perspectiva esperanzada de la vida, la cual es la fe.
El ser humano sigue siendo justo y a la vez pecador, justificado por la gracia, y por esto puede gozar de la libertad que la fe le otorga.
Para quienes nos hemos enfrentado con las filosofías del desencanto y nos hemos dejado seducir por ellas, la obra de Bultmann aparece como un oportuno contrapeso, ya que reconoce el vacío y el arrojamiento, pero invita a una búsqueda por la creación de sentido en medio de la nada. Para este pensador, la respuesta ante una vida vacía es la gracia, y la muerte no puede tener la última palabra.

El pensamiento de Bultmann puede liberar a los creyentes de idealizar al modelo del cristianismo primitivo (si es que hubo tal cosa, puesto que existían varios cristianismos y las imágenes de Jesús son muy diversas), y los desobliga a creer que existe un único molde para ser cristianos.

Con Bultmann, el lector logra zafarse de modelos éticos descontextualizado, incluso de una imagen de Cristo idealizada entre ciertos movimientos religiosos. Este pensador retoma los términos cristianos que surgieron en medio de una mentalidad mítica y les da relevancia para el ser humano en busca de sentido en una cultura en la que se ve a Sísifo cargando día a día con su piedra para dejarla caer al final de la jornada.

Pero contra Bultmann también se puede sospechar, sin dejar de valorar su esfuerzo por contextualizar el evangelio. Como señalan algunos pensadores latinoamericanos, el hombre de Bultmann parece tener sólo cabeza, su visión de la corporeidad se limita a las angustias mentales, y sabemos que la teología necesita de algo más que respuestas ante la existencia, especialmente en contextos en los cuales la fe se vive en medio del hambre y las desapariciones.
Además, Bultmann presupone que ya nadie cree en el lenguaje mitológico ni en los milagros.

Para este pensador, la respuesta ante una vida vacía es la gracia, y la muerte no puede tener la última palabra.
Con ello, desconoce que en continentes enteros, como África, Asia, Oceanía y América Latina, muchas personas sostienen una visión mítica del mundo, y que para muchos indígenas o nativos es más fácil creer en concepciones mitológicas que en concepciones científicas. Muchos académicos, incluso, combinan la visión científica con la mítica, como la Teoría de Gaia en consonancia con las creencias en la Madre Tierra. Por esto, la propuesta de Bultmann es adecuada en ciertos lugares y momentos, pero no puede expandirse sobre un sistema total para la reinterpretación del cristianismo.

Sin embargo, debe decirse que el gran aporte que realiza Bultmann, no sólo al cristianismo sino también a otras religiones, consiste en liberar a las personas de la obligación de creer literalmente en sus relatos fundantes para poder seguir siendo creyentes. Los símbolos de la fe están abiertos a ser leídos de otro modo y a verse renovados en las interpretaciones contextuales.

Publicado originalmente en https://teounder.com/
Reproducido con permiso.


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Juanes Londoño es filósofo y magíster en Filosofía. Licenciado y magíster en Ciencias Bíblicas. Candidato a doctor en Teología.



Comentarios

  1. Interesante perspectiva que propone Bultmann, pero al querer "desmitologizar" la Biblia, o bueno como menciona el teólogo protestante darle una interpretación existencial, no se pierde así la verdadera esencia de la palabra de Dios?. En mi perspectiva puedo encontrar en la Biblia una aplicación para mi entorno, sin romper las normas hermenéuticas esenciales...

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