Hay personas que no atienden a razones. Piensan que tienen el monopolio de la verdad, y ejercen un magisterio inmisericorde. No están interesadas en el diálogo transparente y fraterno. Presumo que su único interés es la condena del diferente desde su posible verdad. Y en la condena ven confirmadas sus convicciones.
Cuando oyen algo que no se conforma a su lectura de las Escrituras se enfurecen en su interior, y “crujen los dientes” contra el que disiente de su interpretación (Hch. 7:54ss.). Llegan al extremo de no querer escuchar, y si lo hacen, no disimulan sus aspavientos. Es más, “tapan sus oídos”, y arremeten contra el presuntamente equivocado. Acaban echando al heterodoxo de la “ciudad”, y lo lapidan.
Ojalá fuéramos como aquel piadoso fariseo Gamaliel (Hechos 5:33ss.) que advirtió a sus correligionarios de que lo más conveniente era dejar en paz a los que ellos consideraban heteredoxos. Su sabiduría le condujo a decir que si lo enseñado era de origen exclusivamente humano, por sí solo se desvanecería -tanto lo enseñado como los enseñantes. De lo contrario pudiera ser que se encontraran luchando contra Dios.
Hay personas que no atienden a razones. Piensan que tienen el monopolio de la verdad, y ejercen un magisterio inmisericorde. No están interesadas en el diálogo transparente y fraterno. Presumo que su único interés es la condena del diferente desde su posible verdad. Y en la condena ven confirmadas sus convicciones.
Mejor sería que expresáramos un carácter tan noble como el de aquellos judíos de Berea (Hch. 17:10ss.), y recibiéramos otras interpretaciones de las Escrituras “con solicitud”, escudriñando la Biblia para ver si las mencionadas lecturas concuerdan con el espíritu del Evangelio. Nobleza obliga a leer y estudiar otras interpretaciones con una sincera apertura al cambio si éstas nos convencen.
Pero no, preferimos la seguridad que nos ofrece la opinión mayoritaria a la que difiere con ella. Menos mal que hubo mujeres y hombres que enfrentaron a una iglesia mayoritaria que defendía la esclavitud, anunciando su abolición conforme al espíritu del Evangelio. Menos mal que hubo hombres y mujeres que defendieron el acceso, sin restricciones, de las mujeres al ministerio pastoral frente a una mayoría que lo consideraba un atentado contra el orden divino tal y como se expresa en las Escrituras . Y así podríamos seguir, narrando situaciones donde una minoría de cristianos y cristianas se enfrentaron a la mayoría de las iglesias, aunque éstas se ampararan en lo que la letra de las Escrituras afirmaban.
Nobleza obliga a leer y estudiar otras interpretaciones con una sincera apertura al cambio si éstas nos convencen.Nos encontramos en pleno siglo XXI, y la historia de las iglesias y de la teología, desgraciadamente, se repite de nuevo. Pareciera que el mito estoico del eterno retorno sea una verdad “verdadera”. Sin embargo, todo puede cambiar para bien, si hacemos caso a san Pablo cuando escribió, “recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria del Padre” (Rom. 15:7).
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Ignacio Simal es pastor de la Església Evangèlica de Catalunya - Iglesia Evangélica Española en la Església Protestant Betel - Sant Pau (Aragó, 51- Barcelona). Fundó y dirige Lupa Protestante en el año 2005.Director del Dpto. de Comunicación de la Iglesia Evangélica Española (IEE). Es miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, y del Fòrum Català de Teologia i Alliberament.
Un sencillo e importante artículo cargado de sensible verdad muy verdadera
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