A finales del siglo pasado se publicó un interesante libro sobre las guerras de Darwin, escrito por Andrew Brown[1], escritor británico que en 1995 recibió el Premio Templeton como mejor corresponsal de asuntos religiosos en Europa, que se define a sí mismo como ateo por vocación divina. «No sé qué puede significar creer en un Creador», confiesa[2]. El título del libro, Las guerras Darwin, no se refiere, como cabría suponer en un primer momento, al conflicto que hace desde más de un siglo enfrenta a evolucionistas y creacionistas, sino más bien a las batallas internas entre grupos de evolucionistas enfrentados sobre el cómo de la evolución. Una guerra que enfrenta a los neodarwinistas, representados por su figura más conspicua Richard Dawkins, y los puntuacionistas (teoría del equilibrio puntuado), con Stephen Jay Gould como su representante más notorio. Al parecer el enfrentamiento fue acalorado, con las emociones muy subidas, aunque sin llegar a las manos. El equivalente a una pelea pugilística entre caballeros científicos fue la fiereza manifestada en los artículos publicados en revistas especializadas. La cuestión principal en lid fue una nueva versión del viejo y manido escenario naturaleza-entorno-cultural.
«En los años treinta, el entorno era el que mandaba: por horrible
que fuera el crimen, la respuesta entre el público alfabetizado tendía a ser la
reforma y el consejo. No fue culpa suya: su entorno le obligó a hacerlo. Más
recientemente, los genes han cautivado la imaginación de periodistas y
divulgadores. No fue culpa suya: sus genes le obligaron a hacerlo. En la
actualidad, todas las partes están de acuerdo en que tanto la naturaleza como
la educación son importantes para que seamos lo que somos, pero los
dawkinsianos hacen hincapié en el papel de los genes, mientras que los
gouldianos hacen hincapié en la cultura. Por lo tanto, a primera vista, la
cuestión en Las guerras de Darwin es
la mezcla relativa de genes y entorno»[3].
El libro es muy interesante y reseña 25 años de enfrentamiento, lleno de revelaciones con grandes consecuencias intelectuales[4]. Pero nuestro propósito es otro, relacionado con un debate más «nuestro», el conflicto entre la evolución y la creación. Este tipo de obras nos puede servir como ejemplo de la utilización que los creacionistas, y por extensión, los defensores del diseño inteligente, montan a partir de estos debates intra-evolucionistas argumentos que, supuestamente, les dan la razón. Así, por ejemplo, Henry M. Morris, fundador y director hasta su muerte del Institute for Creation Research, celebró desde el primer día la aparición de este libro, al que califica de fascinante. La razón es muy sencilla, según él percibe el debate, este da la razón al creacionismo.
«Estos dos grupos
— dawkinsianos y gouldianos— y parecen empeñados en devorarse mutuamente. Los
gouldianos sostienen enérgicamente que el registro fósil demuestra que la
evolución no se produjo de forma lenta, gradual y progresiva, como exige el
neodarwinismo. Los dawkinsianos, por su parte, insisten con vehemencia en que
genéticamente no existe posibilidad alguna de que se produzca una evolución
repentina tras largos periodos de “estasis”, es decir, sin cambios, como alegan
los puntuacionistas. Ambos tienen razón[5].
Dawkins había
señalado correctamente que la complejidad no puede surgir de un solo golpe de
azar. La gradualidad es esencial. «Si se descarta la gradualidad, se descarta
precisamente lo que hace que la evolución sea más plausible que la creación»[6].
Todo lo contrario a la teoría de Gould y los suyos. Así es como, según Morris,
«gouldianos y dawkinsianos están en realidad (aunque involuntariamente)
ayudando a probar el creacionismo, uno refutando el gradualismo, el otro
refutando el puntuacionismo. La casa de la evolución está mal, y a la larga
fatalmente, dividida»[7].
Aunque ambos
grupos se pelean encarnizadamente entre ellos «cierran filas cuando se
enfrentan a los creacionistas». Es decir, que «aunque pueden ser amargos
antagonistas dentro del evolucionismo, son de la misma opinión en su oposición
a Dios y a la creación»[8].
Morris
también echa mano del caso de la famosa bióloga Lynn Margulis, especialmente crítica con neodarwinistas
como Richard Dawkins, John Maynard-Smith y otros de ideología similar, pero
igualmente unida a ellos contra el creacionismo. «De lo contrario, tendrían que
creer en Dios y en un juicio futuro, y esto es algo que no están dispuestos a
afrontar»[9].
Revolución en la
evolución
«Es muy interesante, pero
no tienen que ver con nada en concreto. Los estudiantes, si yo les pregunto
cómo se pasa de una especie a otra, siempre me dicen: por acumulación de
mutaciones. He leído mucho de mutaciones, y la cosa siempre va a peor, no
provoca especiación ni nada. El caso es que no supone una respuesta
satisfactoria, nunca lo ha sido»[13].
En el principio no hubo
editor que quisiera publicarle sus investigaciones. Tardó muchos años en
conseguirlo. Parece ser que los editores de revistas científicas no son muy
dados a publicar novedades, y menos cuando se trata de herejías. Preguntada
en una entrevista en qué lado se encuentra en la controversia o guerra entre gouldianos y dawkinsianos, Margullis
considera que el problema de ambos grupos es que ninguno de ellos tiene razón porque no tienen idea de la
importancia de los microorganismos,
que es el campo que más ha trabajado[14].
Para ella esto no significa una problema, pero entiende que gente que es
contraevolucionista, que no sabe nada de la evolución, magnifica las
diferencias entre los dos grupos de investigadores mencionados, sin entender
que hablan el mismo idioma, aunque haya pequeñas diferencias. Es lo mismo que el filósofo australiano de la ciencia Kim Sterelny,
detalla en Richard Dawkins contra Stephen Jay Gould. Según Dterelny,
Dawkins y Gould profesan la misma opinión en la mayoría de las cuestiones
importantes: están de acuerdo en que toda clase de vida ha evolucionado en la
Tierra en los últimos 4.000 millones de años “sin intervención de ninguna mano
divina ni de ningún intruso fantasmagórico”, en la importancia del azar, y en
la selección natural, entre otras cuestiones, «y pese a estar de acuerdo en lo
fundamental, Dawkins y Gould han discrepado acaloradamente sobre la naturaleza
de la evolución»[15].
La
lucha continúa
«En mi
opinión, detrás de todo este debate se esconde una cuestión mucho más
fundamental y profunda que algunos no quieren reconocer. ¿Será quizás que la
teoría más trascendental de la biología es, después de todo, una especie de
cuento de hadas que finalmente se tendrá que abandonar? ¿Estarán en lo cierto
los partidarios del Diseño inteligente cuando afirman que la actual complejidad
de todos los seres vivos no se ha podido producir por medio del azar sino que
procede de la inteligencia? Este es el gran fantasma que campea por las
distintas facultades de biología evolutiva y que asusta a tantos científicos
defensores del sueño roto del materialismo metafísico»[17].
Solo un par de puntualizaciones. En principio, estas polémicas y guerras
intra-evolutivas no indican nada más que en ciencia no hay
respuestas finales, sino provisionales, pues como decía Ortega y Gasset, «ciencia es todo aquello
sobre lo cual siempre cabe discusión». El hombre de
ciencia no puede apelar a una autoridad superior o un libro infalible, su
trabajo es una constante interrogación sobre la materia de su especialidad
mediante una metodología científica. Las dificultades de sus resultados, sus
limitaciones, no son otras que las que le opone el objeto material de su
estudio en un momento dado, cuya “verdad” o naturaleza precisa no siempre
se puede llegar a conocer del todo en el plazo existencial de una vida humana. Todos estamos de
acuerdo en la complejidad de lo
viviente, la cual no deja de aumentar cuanto más se profundiza en su
conocimiento.
Notas
[1] Andrew Brown, The Darwin Wars: How Stupid Genes Became Selfish Gods. Simon and Schuster, Londres 1999.
[2] A. Brown, “Help thou mine unbelief”, Church Times, 31 Enero 2014, https://www.churchtimes.co.uk/articles/2014/31-january/features/features/help-thou-mine-unbelief
[3] David L. Hull, “Evolutionists red in tooth and claw”, Nature 398, 385 (1999). https://doi.org/10.1038/18806
[4] Véase el artículo de José Manuel Sánchez Ron, “Gould versus Dawkins”, El Cultural, Enero 2021, https://laicismo.org/gould-versus-dawkins/229346
[5] H.M. Morris, A House Divided, https://www.icr.org/article/868/
[6] Richard Dawkins, "What Was All the Fuss About?" Nature, vol. 316/22 (1985), p. 683.
[7] Morris, A House Divided, https://www.icr.org/article/868/
[8] Ibidem.
[9] Ibidem.
[10] Véase Lynn Margulis, Una revolución en la evolución. Universitat de València. Valencia 2003.
[11] Margulis, Symbiosis as a Source of Evolutionary Innovation. Speciation and Morphogenesis. MIT Press 1991; Captando genomas. Una teoría sobre el origen de las especies. Kairós, Barcelona 2002.
[12] L. Margulis, Planeta Simbiótico. Un nuevo punto de vista sobre la evolución. Debate, Barcelona 2002.
[13] «Darwin era lamarckista» Lynn Margullis, entrevistada por Francesc Mezquita y Antonio Camacho, Mètode 31 (2001) https://metode.es/revistas-metode/entrevista-es/linn-margulis.html
[14] L. Margulis y Dorion Sagan, Microcosmos: Cuatro mil millones de años de evolución desde nuestros ancestros microbianos. Tusquets, Barcelona 1995.
[15] K. Sterelny, Richard Dawkins contra Stephen Jay Gould. Arpa, Barcelona 2020.
[16] No hay que olvidar que la ciencia es una actividad humana, con todas las debilidades que esto supone. Por ello no tiene nada extraño cierto fanatismo que también se da entre los científicos, como señala H.M. Morris (Bigotry in Science, https://www.icr.org/article/bigotry-science), y no solo entre ellos.
[17] Antonio Cruz, Revolución en la evolución, https://www.pensamientoprotestante.com/2022/12/revolucion-en-la-evolucion-antonio-cruz.html
[18] Ibidem.
[19] Denis R. Alexander, Creación o evolución. ¿Demos elegir?, p. 170. Fliedner-Andamio, Madrid 2018.
[20] Javier Sampedro, Deconstruyendo a Darwin. Los enigmas de la evolución a la luz de la nueva genética, p. 195. Crítica, Barcelona 2002.
[21] «La teoría de la selección natural no es una teoría sobre el origen de la vida, ni tampoco es una teoría de la herencia. Ella presupone, entre otras cosas, la existencia de seres vivos cuya proliferación los lleva a competir por los recursos necesarios para sostener esa misma proliferación. Presupone, además, que esos seres vivos son capaces de transmitir sus características a sus descendientes, pero sin excluir la posibilidad de que en ese proceso de transmisión surjan variaciones también transmisibles. Por eso, explicaciones plausibles de cómo este último proceso puede ocurrir y de cómo pudieron originarse esos seres condenados a proliferar no pueden ser otra cosa, en primera instancia, que complementos y refuerzos de dicha teoría». Gustavo Caponi, “Nacer puede ser fácil, lo difícil es no morir”, Ludus Vitalis, vol. XIX, num. 35, 2011, pp. 313-318.
Comentarios
Publicar un comentario