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Dios como narcótico. 2ª parte | Adrián Aranda




Estando Dios oculto, toda religión que no dice que Dios está oculto no es verdadera; y toda religión que no da la razón de esto, no es instructiva. La nuestra ha hecho todo esto. Vere tu es Deus absconditus. 

 Pascal


Vere tu es Deus absconditus
: “eres verdaderamente el Dios escondido”, escribe Pascal en sus Pensamientos III.7, proponiendo como base fundamental esta concepción del Dios cristiano, para que pueda decirse del cristianismo, que es una religión verdadera. ¿Se encuentra nuestra concepción del Dios cristiano semejante en algo a la de Pascal? A mi juicio, el Dios que generalmente propone el cristiano actual, es un Dios disponible, en el sentido de que se encuentra en su totalidad al alcance humano, a su “consumo” y “manipulación”, y al mismo tiempo, se supone que le da al ser humano un acceso total a su sustancia última, de allí que muchos cristianos fundamentalistas se comporten como poseedores de la “verdad”, tanto en la esfera pública como en los liturgia privada. El teólogo Thomas Ruster define esto como la “la comprensión de Dios con la experiencia de la realidad que lo determina todo…”[1].

Ahora bien, la comprensión predominante de este Dios que lo determina todo, está lejos del Dios de Pascal, incluso del Dios de Pablo.


La imagen y la finitud


No son pocos los especialistas en religión que hablan de la "imagen de Dios" como uno de los problemas fundamentales de nuestro tiempo[2]. No obstante, gran parte de los creyentes no son conscientes de cómo influye esta cuestión en su vida espiritual y su relación con Dios. Se suele dar por sentado que nuestros presupuestos, nuestros prejuicios, nuestra experiencia vital, nuestro lenguaje y nuestra situación histórica-social no influyen en cómo concebimos lo divino, cayendo así en la ingenua creencia de que tenemos un acceso “puro” y total a Dios independientemente de nuestra manera de estar y habitar en el mundo. Pero esto está lejos de ser así. Si así fuese, todo creyente que haya leído lo suficiente las Escrituras, tendría una visión más o menos semejante de Dios, pero sabemos que esto no es así. Las luchas por la interpretación verdadera de quién y cómo es Dios son causa de odios y divisiones.

Arribar a la conclusión de que aquellos que somos, en un sentido amplio, afecta cómo vemos a Dios, es una tarea muy difícil porque implica en un mayor o menor grado reconocer nuestra finitud humana. Y la religión, en diferentes grados, representa para muchos creyentes una anestesia a la conciencia de la finitud. Opera como un velo de la finitud, cuestión de la que no es fácil deshacerse, pues supone atravesar una abrumadora angustia existencial.


 
La finitud humana, nos hace autoconscientes de que lo que percibimos de Dios no es más que una imagen, más o menos distorsionada, no porque Dios no sea un ser Absoluto, sino porque nosotros no lo somos. San Pablo fue claro al respecto: “Porque ahora vemos por un espejo, veladamente…” (1 Cor 13:12). En otras versiones también se traduce como “borrosamente” u “oscuramente”. La palabra griega que se traduce aquí es αἴνιγμα, que significa “enigma”, y deriva del verbo griego αἰνίττομαι (hablar con acertijos o adivinanzas). Teniendo en cuenta esto, podemos decir que lo que san Pablo está diciendo es que vemos a Dios de manera enigmática, tal que nos impone la necesidad de descifrar aquello que vemos, en otras palabras “quitar el velo”.

Ahora bien, el versículo citado continúa, “pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido.” Pablo aquí coloca un abismo insalvable entre un “ahora velado” y un “entonces cara a cara”. La finitud humana, en tanto estamos en el mundo, solo nos permite movernos en el ámbito de lo “velado”.

Cuando el creyente asume su finitud humana, se le vuelve imposible concebir a Dios desde una posición de acceso total, o poseedor de la “verdad última”. Dios se transforma en evento, en el sentido de aquello que acontece y desborda la capacidad humana de conocer. Kant realiza un giro radical hacia la posición de finitud, que cambia el modo relacional del ser humano con lo Absoluto. En su Critica de la razón pura realiza la siguiente afirmación:

La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de conocimiento, de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades.[3]

Estas preguntas de las que habla Kant son aquellas, que aunque constantemente han estado y están abordando la razón humana, la misma no puede dar respuesta certera al respecto. Kant, es el primer filósofo en establecer la finitud de la razón humana, es decir, los límites, alcances y posibilidades de la misma, y Dios y su existencia, quedan por fuera de poder ser aprehendidos conceptualmente por la facultad de conocer de los seres humanos. ¿Significa esto que no podemos conocer a Dios según Kant? No, significa que no podemos conocerlo conceptualmente, pues el ser humano solo puede conceptualizar aquello que se encuentra dentro del espacio-tiempo. En este sentido, para Kant Dios es también un Deus absconditus, al menos, escondido de la razón humana finita.

En Las palabras y las cosas, Foucault muestra la diferencia del concepto de finitud moderno y el clásico (que él entiende previo al siglo XIX). En la época clásica, entre el siglo XVII y XIX, la finitud se comprendía en contraste con lo infinito, con lo Absoluto, sea Dios u otro tipo de ente absoluto. Como se puede vislumbrar perfectamente en las concepciones de las obras clásicas de teoría del conocimiento, lo infinito es la verdad, entendida por aquello fuera del espacio y el tiempo, y allende al mundo sensible. En este sentido, no difiere mucho de cómo entendía Platón lo eterno y lo pasajero.
 

                                                                   Michel Foucault

No obstante, en la Modernidad, Foucault muestra que la finitud surge de los propios límites humanos que se develan con el hombre como ser mediado. La finitud, ahora es una toma de conciencia de que la vida orgánica, el lenguaje y el trabajo median al ser humano, imponiendo límites que vienen de sí mismo[4].

Una conclusión importante que deriva de lo que hemos desarrollado en este artículo, es que da la impresión que al creyente promedio le resulta muy difícil converger su fe y los avances culturales, sociales y políticos que fundamentan el mundo en el que vivimos. La fe cristiana, por momentos pareciera anacrónica, sin poder sincronizar con el Zeitgeist (espíritu o esencia del tiempo histórico actual). Ante esto cabe preguntarse: ¿Ha entrado el cristianismo en la modernidad? Intentaremos responder a esto en la última y tercera parte del presente artículo.



Para leer la primera parte del artículo:
 https://www.pensamientoprotestante.com/2022/12/dios-como-narcotico-1-parte-adrian.html



Notas


[1] Ruster,T. El Dios falsificado, Salamanca, Ediciones Sígueme, 2004, p.15.

[2] Esta es la premisa fundamental de la magnífica obra de Lluis Duch, Un extraño en nuestra casa.

[3] Véase el prólogo a la segunda edición (1787) de la CRP.

[4] Véase Las palabras y las cosas de Michel Foucault, en especial el capítulo IX.



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Adrián Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.








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