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Dios como narcótico 1ª parte | Adrián Aranda





…el hombre, por ser hombre, por tener conciencia,
es ya, respecto al burro o a un cangrejo, un animal enfermo.

Miguel de Unamuno



Por causa de la conciencia, el hombre es un animal enfermo afirma Unamuno. ¿A qué tipo de enfermedad se refiere? ¿Y de qué tipo de conciencia habla? La palabra “enfermedad” deriva del latín, y significa “privación de fuerza”. Por otro lado, el concepto de intencionalidad (fenomenológico), nos recuerda que la conciencia siempre es conciencia de algo. No obstante, Unamuno no hace referencia a un objeto intencional, sino que habla de la conciencia en general.

El filósofo español está haciendo referencia a lo que también se le llama autoconciencia, es decir, ese carácter único de la conciencia humana que le permite duplicarse y observarse a sí misma. A diferencia de los animales, el ser humano es consciente de su conciencia, sabe que sabe, sabe que existe, y sabe que es finito y mortal.

Ese saber, hace que el ser humano haga lo imposible por perpetuarse en el tiempo, por superar las barreras del devenir histórico y temporal. A este acto y obra del hombre la llamamos cultura. El filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman expresa que la cultura es el intento de "emancipación de la mortalidad", y al mismo tiempo, la mortalidad es lo que hace posible la cultura[1].

Pareciera que el ser humano, que se sabe finito, encuentra en la cultura la posibilidad de velar la finitud[2], superar el devenir temporal por medio de dejar una huella, plasmada en obras materiales o ideales, que perduren más allá de la temporalidad humana y la muerte. Ese deseo de trascender la finitud, si lo concebimos como deseo en el sentido psicoanalítico-lacaniano, es un deseo que no se puede consumar, pero que nos mantiene en movimiento en cuanto seres vitales. Y por lo tanto, ante la angustia que trae la imposibilidad de alcanzar ese deseo, lo que hacemos constantemente, como individuos o sociedad, es velar la finitud.

Heidegger ya mostró cómo la palabra griega aletheia, que nosotros traducimos como “verdad”, para los griegos significaba “desoculto” o “develado”.[3] En griego antiguo la “a” es una partícula privativa, por lo que en el mundo griego, la verdad se concebía como lo “no-oculto” (a-letheia), y el estado normal de las cosas como lo “oculto” (letheia). Cabe aquí recordar la frase de Heráclito:


…φύσις κρύπτεσθαι φιλεῖ[4]
A la naturaleza le place ocultarse

Heidegger denomina “estado de caída”, al modo en que habita el ser humano en relación con los otros, y con la cultura. Siempre nos encontramos “caídos” cuando vivimos una vida absorbida, y sumida en las superficialidades y el autoengaño. Esto nos brinda la distracción necesaria para que la cuestión de la finitud humana no se nos haga transparente a nuestra conciencia. Este “estar caído” es el velo de la finitud, la encubre, y quitar ese velo significa lo aletheia, lo que para los griegos era la “verdad”.

¿Cuál es esa verdad de la que tanto huimos? ¿Por qué normalmente vivimos en el autoengaño? huimos de todo aquello que trae consigo la finitud: fragilidad, vulnerabilidad, mortalidad, contingencia, limitación espacio temporal, etc.

Los métodos mediante los cuales huimos de nuestra finitud, quisiera enmarcarlos dentro de la palabra “narcóticos”. Esta palabra proviene del griego ναρκωτικός, formado con la palabra narke (entumecimiento o adormecimiento) y el sufijo tiko (relativo a). Por consiguiente, un significado más originaria de la palabra “narcótico” sería, “aquello que entumece o adormece”.

Al respecto de esto, Marx realiza una brillante y conocida sentencia en su obra, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel: “Die Religion ist das Opium des Volkes” (La religión es el opio del pueblo). ¿En qué sentido Marx pronuncia esta dura pero certera sentencia? El opio es un narcótico que calma el sufrimiento y produce bienestar. En La Odisea, Homero alude al mismo diciendo que “hace olvidar cualquier pena”. En este sentido, Marx está diciendo que la religión nos alivia el sufrimiento terrenal, que al mismo tiempo nos mantiene dominados y paralizados ante cualquier potencial acto de emancipación.
 


No obstante, la religión, cuando se la asume como un narcótico, obra como un analgésico existencial, de lo que inherentemente conlleva la condición humana en cuanto condición finita. El Dios-opio, es el Dios metafísico, del que Nietzsche anunció su “muerte”. Pero lo que realmente murió con la llegada del nihilismo, fue una imagen de Dios, la imagen del Dios metafísico. Cabe preguntarse, ¿esta imagen de Dios se corresponde al Dios del cristianismo originario-primitivo?

El mundo en el que nace el cristianismo, es un mundo politeísta, en el que creer en los dioses que pululaban era la norma. Lo que trae de nuevo y radical el cristianismo, y posibilita su expansión y ruptura con el mundo anterior, es una nueva imagen de Dios[5]. En palabras del filósofo Slavoj Žižek, lo que hace radicalmente original al cristianismo en tanto proporciona una nueva imagen de Dios, es que es Dios,

“quien muere en la cruz por mí, no un mensajero de un Dios que está allá arriba…como dice Hegel, quien muere en la cruz, es el Dios del más allá, es él mismo, como poder trascendente que de algún modo, secretamente, jala la cuerda.”[6]







Notas
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[1] Bauman, Z. Mortalidad, inmortalidad y otras estrategias de vida, Madrid: Sequitur, 2014, p.18.

[2] El término “velar la finitud” se lo debo al psicoanalista Julio Roybal, quien leyó previamente parte de este artículo y me hizo algunas correcciones. Las charlas acerca de la “finitud” que he mantenido con él, han enriquecido notablemente mis reflexiones sobre dicho problema.

[3] Véase el parágrafo 7 de Ser y tiempo.

[4] Véase el Fragmento 123 de Heráclito.

[5] Cfr. A, Grün. Der Glauben der Christen, Kevelaer: Topos plus, 2015.

[6] Slavoj Zizek defends Christianity, Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=JkpRqxKbgF8



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Adrián Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.











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