Introducción: una controversia
Este es un tema vital
sobre el que hay cierta ambigüedad y hasta mucho desconcierto, debido a la
manera agresiva en que, en muchas ocasiones, los defensores de la inerrancia lo
han utilizado como un detector de “liberales”, o no “evangélicos”, dentro de
las iglesias.
Como un autor del siglo XVII dijo, la Biblia es la religión de los
protestantes, y por tanto todo lo que afecte a la imagen y naturaleza de la
misma afecta a la religión, a la creencia y a la misma fe en Dios de los
protestantes, pues si se lograra socavar la autoridad de la Biblia, la máxima y
única autoridad del protestantismo, Sola
Escritura, se vendría abajo como un castillo de naipes la fe en el Dios que
habla, e incluso la fe en Dios mismo, pues si Dios no habla, o lo hace de modo
errático, Dios deja de ser un Dios verdadero, con autoridad, ergo Dios no existe.
Esta cuestión ha sido siempre una cuestión muy sensible al protestantismo,
sobre todo al ala evangélica. De algún modo se percibía que no se trataba de
una discusión académica sobre la Biblia, su naturaleza, su contenido y
significado, sino que afectaba esencial y radicalmente a la religión
evangélica. Se sentía, se siente, que sin Biblia divina, infalible, inerrante,
no hay Dios. Hasta tal punto es la asimilación entre la Biblia, en cuanto
revelación divina, y Dios mismo.
Cuando el erudito William Robertson
Smith (1846-1894), profesor de lenguas orientales y exégesis del Antiguo
Testamento en Free Church College de
Aberdeen (Escocia), escribió para la Encyplopædia Britannica el artículo
"Biblia", donde se hacía eco de las teorías del teólogo alemán Julius
Wellhausen (1844-1919), fue
fulminado inmediatamente. Se acabó su actividad de profesor y su membresía de
la Iglesia Libre de Escocia. El debate llenó las páginas de la prensa de la
época. Un caso muy resonado; fueron las primeras notas de clarín del criticismo
bíblico que iban a invadir las Gran Bretaña, que llevaría al popular predicador
inglés Charles Spurgeon, a su famosa Down-Grade Controversy, que casi le llevó a la muerte.
Unos años antes de que estallara la controversia sobre la autoridad de la Biblia, en la Ginebra de Calvino, el teólogo reformado Louis Gaussen (1790-1863), se enfrentó a Venérable Compagnie des Pasteurs y a todos aquellos autores protestantes que, sin salirse de la iglesia, “incesantemente intentaban sacudir la autoridad de las Escrituras”. Para responder a este desafío escribió su obra más famosa: La Théopneustie, ou pleine inspiration des saintes écritures (París, 1840)[1]. El debate estaba servido, e iba a llegar a nuestros días con mayor o menor virulencia. Sonada fue la Batalla por la Biblia de Harold Lindsell, profesor del Fuller Theological Seminary (Pasadena, EE.UU.), contra todos aquellos autores evangélicos que estaban erosionando la creencia en la inerrancia de la Biblia, mediante lo que él creía una argucia, a saber, “la inerrancia limitada”[2]. En un segundo libro Lindsell pasa revista a lo estaba ocurriendo en la Convención Bautista del Sur, en la Lutheran Church Missouri Synod y otros organismos evangélicos[3]. La discusión sobre la autoridad última en las iglesias se centró en la inerrancia, porque como dijo el que fuera Presidente de la Convención Bautista del Sur de 1982 a 1984, “es vital decir que cualquiera que no afirme la inerrancia de las Escrituras es liberal, modernista o incrédulo”[4]. No hay, pues, paz ni lugar para los no-inerrantes en el evangelicalismo.
Doctrina católica
La afirmación de la inerrancia de la Biblia no es
exclusiva del protestantismo conservador o fundamentalista, es una doctrina
universal afirmada por todas la iglesias, comenzando por la católica[5].
“El principio de la inerrancia es bien fácil de entender”, escribía el erudito
biblista católico Alonso Schökel, “Dios no puede engañarse ni engañarnos; si
Dios propone algo en la Escritura, su proposición es verdadera, repugna que sea
falsa”[6].
En su Introducción
general a la Sagrada Escritura, los reputados profesores F.F. Ramos; O.G.
de la Fuente; A.G. Lamadrid; Gabriel Pérez y M. Revuelta, entre otros, tratan
el tema de la inerrancia bíblica como un efecto
lógico y natural de la inspiración. Según los documentos oficiales de la Iglesia
católica, la inerrancia “es una propiedad exclusiva de la Sagrada Escritura, en
virtud de la cual está inmune, de hecho y de derecho, de todo error en sus
afirmaciones auténticas, cualquiera que sea el campo de las mismas”.
Desde un punto vista teológico, la inerrancia,
como nos dice el profesor Olegario García de la Fuente, “es una consecuencia
lógica y necesaria de la inspiración. Siendo Dios autor de la Biblia, como Dios
no puede errar ni engañar, tampoco su obra puede contener errores ni mentiras.
Esta inmunidad de error le compete, no solo de hecho —ausencia efectiva de errores—, sino de derecho —exclusión
absoluta de la posibilidad misma de error—. Por esto precisamente, la
inerrancia es una propiedad exclusiva de la Sagrada Escritura. La
inerrancia, de hecho, puede darse sin una intervención especial de Dios en los
libros puramente humana, cuando de hecho no contienen error alguno. Las
afirmaciones auténticas son las
contenidas en el autógrafo, pues solo este goza de la inspiración directa. Las
copias y versiones gozarán de la inerrancia en la medida en que reproduzcan el
autógrafo”[7].
El campo de conocimiento que cubre la inerrancia
es total, es decir, se extiende a
todas las afirmaciones del hagiógrafo o aprobadas por él, según el sentido que
quiso darles, en cualquier campo ideológico, ya sea el campo de la fe y
costumbres, ya el de las ciencias naturales, o el de la historia, etc[8].
Es lo mismo que afirmaba el teólogo calvinista B.B. Warfield al defender la
doctrina de la inspiración plenaria de
la Biblia, la cual asegura que la Biblia es inspirada totalmente, no en parte,
afecta a todas su partes por igual: “las cosas que pueden ser descubiertas por
la razón así como los misterios, cuestiones de historia y de ciencia, así como
las de fe y práctica; las palabras y los pensamientos”[9].
Como dije anteriormente, esta ha sido la doctrinal universal de todas las iglesias.
Para los católicos, como para los protestantes
conservadores, la inerrancia bíblica es una verdad indiscutible, lo cual no
significa que no se puedan hacer precisiones sobre la misma, especialmente
cuando se trata de aplicar este principio general a los casos particulares de
las ciencias naturales o históricas relacionadas con la Biblia. Aquí es donde
comienzan a dividirse los caminos entre la postura católica y la protestante, concretamente,
la evangélica fundamentalista. Con una particularidad, que el estado de la
cuestión de la inerrancia bíblica ha sufrido una transformación entre el antes
y después del Vaticano II. Sin negar la enseñanza del Magisterio eclesial sobre
el tema, los teólogos y biblistas católicos de hoy analizan la cuestión desde
la perspectiva la ausencia de errores de la revelación divina, sino desde la
perspectiva de la verdad de la
Biblia. Acogiéndose a autores clásicos, es decir, sin derivas modernistas, se
hace ver que las dificultades, por ejemplo, de los primeros capítulos del Génesis
con la ciencia, Tomas de Aquino afirmaba que, primero, es necesario mantener
firmemente la verdad de la Escritura; segundo, cuando la Escritura se presta a
diversas interpretaciones, es necesario rechazar aquellas que la razón demuestra inexactas, con el fin de
no exponer la Palabra de Dios al escarnio de los incrédulo y así cerrarles el
camino de la fe (Summa Theologica I,
1. 68, a.1). La Constitución dogmática Dei
Verbum lo expresa de esta manera:
“Ya que todo aquellos que los autores inspirados
o hagiógrafos afirman hay que reconocer que ha sido afirmado por el Espíritu
Santo, consecuentemente hay que reconocer también que los libros de la
Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin error la verdad que Dios, para
nuestra salvación quiso que quedara consignada en las Sagradas Letras” (DV 11)
Se confirma la doctrina tradicional sobre
inerrancia, “fielmente y sin error”, pero se indica que esta “certeza” libre de
errores sirve al propósito de comunicarnos de un modo auténtico “nuestra
salvación”; lo cual abre nuevas perspectivas a la comprensión de este tema.
No lo entendió así Clark H. Pinnock, para quien,
en su período inerrantista, esta declaración de la Dei Verbum era una afirmación novedosa que se apartaba del consenso
católico sobre la inerrancia dando así pie a los progresistas. “Ahora, por primera vez, la inerrancia puede ser
predicada específicamente limitada de la verdad de Dios por causa de nuestra salvación. La Biblia ya no es la palabra
inerrante en todas sus afirmaciones. Solamente lo es cuando sirve como vehículo
de la intención salvífica por parte de Dios. De este modo, el Concilio ha
rechazado efectivamente la antigua doctrina de la inerrancia completa”[10].
El texto de la
Dei Verbum no fue uno aprobado sin discusiones y una larga elaboración
hasta su redacción definitiva (1961 a 1965). Precisamente, el punto más
problemático fue el concepto de verdad, como verdad salvífica, aplicado a la inerrancia bíblica, lo cual levantó muchos
recelos, y se calificó de “ambiguo y peligroso”, pues parecía limitar la
inerrancia solo a las cuestiones fe y moral (rei fidei et morum), lo cual atentaba contra la Encíclica Providentissimus Deus, de León XIII, y
el Magisterio ulterior de la Iglesia. Un grupo de obispos protestaron ante el
papa Pablo VI porque la fórmula “para nuestra salvación” (veritatem salutarem) introducía expresamente la inerrancia
únicamente en las cosas sobrenaturales, relacionadas con la fe y las
costumbres. El Concilio, según analiza detalladamente Valerio Mannucci, adoptó
una actitud positiva ante el problema. El tratamiento eminentemente apologético
anterior cedía el paso a un planteamiento positivo. “La interpretación de la
Escritura debe tratar ante todo de descubrir y explicar la Revelación y la
realidad salvífica que Dios nos ha comunicado en Jesucristo. No se acude a la
Escritura simplemente porque «no se equivoca», sino porque en ella se nos
permite encontrar el Verbum salutis,
la «palabra de salvación» (Hch 13,26)”[11].
La
inspiración y la inerrancia deben entenderse ante todo a la luz de la voluntad
divina y su plan salvífico. Mediante la revelación de Dios en la Sagrada
Escritura, Dios quiere comunicarnos su verdad salvífica, tal como se puede ver
con toda claridad en 2 Tm 3:16-17: “Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
De
modo que, el texto conciliar Dei Verbum
“no introduce ninguna limitación material en la inspiración, ni en la
inerrancia, únicamente indica su «especificación formal». El «para nuestra
salvación» constituye el principio formal,
según el cual es preciso juzgar lo que Dios ha intentado comunicar y aquello
que el hagiógrafo quiere decir”[12].
Lo
que el Concilio consiguió, como dice Ignace de la Potterie, fue superar la
problemática de la inerrancia absoluta de todas las proposiciones de la Biblia.
“Esto no significa que la Biblia haya sido abandonada: ¡al contrario! Pero la
«verdad» es vista ahora en otro plano, que ya no es el de la sola verdad
histórica”[13].
Doctrina evangélica
Los autores evangélicos se esfuerzan en demostrar
que la inerrancia no solo está afirmada implícitamente, como un resultado
necesario de la inspiración divina, sino explícitamente en el conjunto de los
textos bíblicos. En esto no hay polémica ni discusión. La Biblia misma declara
su propio origen divino y su reconocimiento posterior como tal[14].
La cuestión a debatir es el significado y extensión de la inerrancia aplicada a aquellos asuntos que no tienen nada que ver con la “verdad salvífica”, es decir, aquellas afirmaciones que tienen que ver con materias de carácter histórico, científico, médico… Para los evangélicos conservadores “reducir” el campo de la inerrancia bíblica a los asuntos “espirituales” es una opción que no se puede admitir. Sería admitir que la verdad de la Biblia solo existe en el área espiritual o religiosa, mientras que en resto sería dudosa, o está ausente. “En la Escritura —argumenta el Dr. Paul Wells, profesor de la Faculté libre de Théologie Réformée de Aix-en-Provence (Francia)—, toda revelación divina reviste un aspecto cultural e histórico. La verdad toma prestada las formas históricas y culturales del mundo: pero es verdadera hasta en su expresión. Entre la revelación y los hechos históricos y culturales no hay oposición, sino una unidad profunda. Es imposible disociar lo que tiene que ver con Dios y lo que concierne a los hombres. Nada hay de separación entre lo que es histórico o científico y lo que es espiritual. Lo divino y lo humano están unidos en la revelación bíblica, es Dios quien habla en el lenguaje humano”[15]. Como afirmación teológica de carácter teórico es impecable, pero no pasa la prueba cuando descendemos a los hechos, a la Biblia misma en su fenomenología, en su concreción histórica y literaria.
Admitir que la Biblia no pueda ser exacta, o fiable, en términos de historia y ciencia vendría a dejarnos con una inerrancia parcial, limitada, que sembraría dudas respecto al resto de la revelación. Por eso, desde el momento que reconocidos autores evangélicos como Dewey B. Beegle (1919-1995), profesor en el entonces Biblical Seminary, hoy New York Theological Seminary, pusieron en cuestión la inerrancia de la Biblia, se encendieron las alarmas, o como decía un redactor de Christianity Today: “Se avecina una nueva disputa”. “Los rumores son cada vez más fuertes. Están resonando en lugares tan inverosímiles como Grand Rapids, Winona Lake, Wheaton, Colorado Springs, Pasadena, y Santa Barbara”[16]. Y todo debido a un libro del mencionado profesor Dewey M. Beegle, titulado The Inspiration of Scripture y publicado en 1963[17]. Una segunda edición, bajo el título de Scripture, Tradition, and Infallibility, contaba con un prólogo del reputado biblista británico F.F. Bruce, donde escribía: “La primera edición del Dr. Beegle fue en gran parte un trabajo de demolición. Aquí ha reorganizado y ampliado su material... y ha dado una nota más positiva. No pide a sus lectores que estén de acuerdo con él, sino que tomen en serio sus argumentos. En particular, apoyo tan enfáticamente como puedo su desaprobación de una mentalidad de la línea Maginot en lo que respecta a la doctrina de las Escrituras. La Palabra de Dios es algo vivo y activo, sobre todo cuando rompe los grilletes en las que nuestras bien intencionadas definiciones tratan de encerrarla y protegerla, y manifiesta su poder para vencer la oposición y conducir a nuevas empresas en la causa de Cristo, esas que traen la respuesta de obediencia y fe"[18].
Ante la deriva del evangelicalismo hacia posturas cada vez menos comprometidas con la doctrina de la inerrancia bíblica, un grupo de teólogos destacados en el mundo evangélico norteamericano se pusieron de acuerdo en presentar un frente unido que respondiese a esa deriva, considerada extremadamente peligrosa. Así es como a finales de 1973 se celebró en Ligonier (Pennsylvania) el primer Simposio Internacional de la Veracidad de la Escritura (International Symposium on the Trustworthiness of Scripture). En él participaron personajes de la talla de John Warwich Montgomery, John H. Frame, John H. Gerstner; Peter R. Jones; J.I. Packer; Clark H. Pinnoch y Robert Sproul. “La tendencia anti-inerrancia en el protestantismo evangélico tiene las características de una tragedia clásica de Aristóteles[19]. Ha ocurrido en un tiempo sorprendentemente corto y produce tanta pena como miedo”, señalaba Montgomery[20].
Por su parte, Francis Schaeffer salió en defensa de la inerrancia total con un panfleto titulado Sin conflicto final. La Biblia sin error en todo lo que afirma. En él, Schaeffer advierte que lo que “está en juego es si el evangelicalismo permanecerá evangélico”. Sin una Biblia considerada en su totalidad "la comunicación verbal de Dios a los hombres que ofrece la verdad proposicionalmente verdadera sobre el cosmos y la historia", sin la que los cristianos carecerían de una autoridad adecuada sobre la cual edificar su fe[21].
A finales de 1977 un grupo de treinta líderes evangélicos se reunieron en Chicago para formar el International Council on Biblical Inerrancy (ICBI). A través de conferencias, centros de capacitación pastoral, seminarios itinerantes y diálogos técnicos con no-inerrantistas, el ICBI puso de manifiesto que aquellos que niegan la infalibilidad e inerrancia de la Biblia están “fuera de sintonía” con la corriente evangélica histórica y con la Biblia. Así es como el concepto de inerrancia pasó a convertirse en un criterio de discriminación entre evangélicos conservadores y liberales. En 1978 se redactó la Declaración de Chicago sobre la inerrancia bíblica, que se ha convertido en el texto normativo de todos los defensores de la inerrancia[22].
Verdad e historia
Esta
cuestión da para mucho, y como aquí solo me he propuesto ofrecer unas
pinceladas sobre el estado de la cuestión de la inerrancia bíblica, me ceñiré a
un ejemplo que me parece bastante esclarecedor. No vamos en enfrascarnos en
debates ya bien conocidos y con un gran peso de material publicado, como es la
relación entre la fe y la ciencia; la creación y la evolución; el azar y el
diseño, sino que me limitaré a una cuestión básica de historia en la que no
cabe ninguna duda; tal es el consenso de los historiadores y público en
general, habituados ya a entender la prehistoria humana como un tiempo en que
los seres humanos, en su lucha por la vida, se dedicaban a la caza, la pesca y
la recolección de frutos. La evidencia fósil y rupestre es abrumadora.
Utensilios de piedra, o de hueso, como hachas cuchillos, agujas; depósitos de
restos de crustáceos y frutos; cavernas habitadas, con pinturas
extraordinariamente artísticas, que ponen en evidencia que aquellos primitivos
habitantes de las cavernas eran seres tan inteligentes y creadores como los
seres humanos que vivimos hoy día.
Pues,
bien. Si leemos la historia del comienzo de la humanidad según la Biblia, vemos
que la primera pareja, Adán y Eva, tuvieron dos hijos, uno era agricultor,
Caín, y otro pastor, Abel. Un cuadro muy típico y normal del mundo conocido por
el hagiógrafo. Pero, a menos que queramos enfrentarnos a todos los
historiadores y antropólogos del mundo, no podemos tomar el relato bíblico como
una afirmación verídica y adecuada de la historia de la humanidad. Hoy sabemos
a ciencia cierta que antes que ser humano descubriera el arte de la agricultura
y la técnica de la domesticación de animales salvajes y de la ganadería,
nuestros antepasados primitivos vivieron durante milenios ignorantes de estas
técnicas, dedicados, como hemos dicho, a la caza y recolección de frutos. No
creo que sea necesario abundar en este punto. Me parece que este conocimiento
forma ya parte universal de nuestro saber cultural.
Entonces,
¿miente la Biblia cuando dice que los primeros seres humanos ya dominaban el
arte del pastoreo y la agricultura? ¿Nos ofrece una información equivocada,
errónea? La Biblia nos mentiría, y caería en el error, si pretendiera darnos
una clase antropología prehistórica, pero no es el caso, baste tener en cuenta
lo escueto de su relato en lo que toca a la historia de los dos hermanos y lo
extenso en su narración del fratricidio y sus consecuencias. Evidentemente el
autor sagrado nos está ofreciendo una historia de los orígenes desde un punto
de vista religioso, teológico. Lo que realmente le preocupa y afronta como escritor
es ofrecer una respuesta al interrogante que más ha inquietado al ser humano
desde que ha reflexionado sobre sí mismo y su historia, a saber, el origen del
mal, de la violencia, de la crueldad humana. En la figura de los hermanos
sintetiza la historia de una problema que aflige a la humanidad desde sus
orígenes: la violencia. El ser humano es desde el principio envidioso,
resentido, que no retrocede ante nada, ni ante los vínculos sagrados de la
sangre, de la familia, con tal de imponer su voluntad, llegando a recurrir al
asesinato, a la muerte de su hermano si con ello cree que sale ganando.
El
texto bíblico comienza con Dios como fundamento último de todo lo que existe —en el principio Dios creó…— y, por
tanto, como garante del orden y de la armonía de la creación. Al mismo tiempo
nos dice que el ser humano no aceptó su condición de criatura y quiso ser igual
a Dios, de tal manera que impuso su voluntad frente a la del Creador, dando así
lugar a todos los males que afligen a la humanidad. Traspasar el mandamiento
divino siempre conduce a consecuencias trágicas. Tal es el mensaje que quiere
transmitirnos el texto bíblico, no ofrecernos un relato detallado y científico
de los orígenes de la vida. Si pretendemos obtener de la Biblia un conocimiento
científicamente verdadero de todo lo
que dice, los que caemos en el error somos nosotros por hacer de la Biblia un
tipo de libro, o colección de libros, que nos es. El teólogo escocés James Orr,
uno de los padres intelectuales del Fundamentalismo
cristiano, advertía que existe una manera estricta de considerar la inerrancia
que puede llevar a una “posición suicida” capaz de destruir “el entero edificio
de la fe en una religión revelada”[23].
Para
no caer en enfrentamientos estériles y perjudiciales para la convivencia
fraterna, que envenenan la comunión espiritual y paralizan el conocimiento de
la Biblia tal como es, debemos tener conciencia que la Biblia es un libro
religioso, con una meta religiosa: la comunión con Dios, y de contenido religioso, incluso cuando trata de la
historia secular. Esto es manifiestamente evidente cuando consideramos el
reinado de Omri, sexto rey de Israel. El autor sagrado le dedica 8 escuetos
versículos de su historia de la monarquía de Israel, sin dedicar ni una sola
frase a su labor como estadista (1 R 16:21-28). Por la historia contemporánea
ajena a la Biblia, sabemos que Omri fue uno de los reyes más grandes de Israel,
fundador de una dinastía, cuatro de cuyos reyes ocuparon el trono a lo largo de
un período de 44 años (885-841 a.C.), destacado por su prosperidad económica y
sus alianzas con las naciones vecinas[24].
Por la Biblia nada nos lleva ni a imaginar los logros alcanzados por Omri, todo
lo contrario, nos deja la sensación, como resumen de su reinado, que fue un
completo desastre, que “hizo lo malo ante los ojos
de Jehová, e hizo peor que todos los que
habían reinado antes de él” (1 R 16:21-28). El cronista sagrado
no falta a la verdad, ni miente, él sabe que Omri hizo de Samaria la capital
del Reino del Norte (aunque no lo dice explícitamente, v. 24), y que reinó doce
años (v. 23), pero su descripción es muy parcial y negativa, pues él lo valora
desde el punto de vista religioso, especialmente, desde un monoteísmo absoluto
o yahvismo estricto: “Hizo pecar a Israel,
provocando a ira a Jehová Dios de Israel con sus ídolos” (v. 26). En este
sentido, en el propósito e intención que tenía en mente al escribir, o que fue
inspirado para hacerlo, él no yerra ni engaña; el texto es confiable en todo lo
que dice, aunque no es aprovechable en todo lo históricamente fue el reinado de
Omri sobre Israel.
De manera que, aunque en la Biblia cristiana tenemos una sección de
libros llamados “históricos”, no nos debemos dejar engañar por su nombre y
llegar a sacar deducciones inadecuadas. Esos libros históricos son básicamente
libros religiosos, o libros que consideran y juzgan la historia de Israel desde
una perspectiva religiosa. Por eso, los rabinos judíos sitúan a los libros que
nosotros llamamos históricos (Josué, Jueces, Samuel, Reyes), entre los nevi´im o profetas.
A la luz de estos hechos tenemos que considerar la inerrancia de la
Biblia con todo el respecto que se merece, pero siempre a la luz de un concepto
adecuado de la naturaleza de la Biblia, de lo que fenomenológicamente es, sin
dejarnos atrapar por razonamientos lógico-deductivos que se mueven en el cielo
de lo abstracto y no de realidad. La Biblia es el testimonio de esa preciosa
historia de salvación que se inicia desde el primer momento que Adán cae en
pecado y Dios sale en búsqueda con la pregunta: “Adán, ¿dónde estás?”, y que pasando
por Noé, Abraham, Moisés y David llega hasta nosotros por medio de Cristo. En
este sentido, la inerrancia del mensaje bíblico es total. “Estas cosas han sido
escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
que creyendo tengan vida en su nombre” (Jn 20:31).
Para concluir con una de Donald Bloesch (1928–2010), un teólogo siempre digno de ser tenido en cuenta: “Se puede afirmar la inerrancia de las Escrituras si significa la conformidad de lo que está
escrito con los dictados del Espíritu con respecto a la voluntad y el propósito
de Dios. Pero no se puede sostener si se entiende que significa la conformidad
de todo lo que está escrito en las Escrituras respecto a hechos históricos y
científicos”[25].
Notas
[1] Traducida y
publicada en español: La inspiración de
la Biblia. CLIE, Barcelona 1990.
[2] Harold Lindsell, The Battle for the Bible. Zondervan,
Grand Rapids 1976.
[3] Harold Lindsell, The Bible in the Balance. Zondervan,
Grand Rapids 1979.
[4] James T.
Draper, Authority: The Critical iussue
for Southern Baptists. Fleming H. Revell, Old Tappan (New Jersey) 1984, p.
22.
[5] “La inerrancia
ha sido la enseñanza constante de los Padres, de los teólogos católicos y
protestantes, y de papas recientes, porque es una conclusión necesaria de la
autoría divina”. Clark H. Pinnock, Revelación
bíblica. El fundamento de la teología cristiana. CLIE, Barcelona 2004, p.
75.
[6] L. Alonso Schökel, La Palabra inspirada. La Biblia a la luz de
la ciencia del lenguaje. Cristiandad, Madrid 1986, p. 313.
[7] O.G. de la Fuente, Introducción general a la Sagrada Escritura.
Casa de la Biblia, Madrid 1964, p. 75.
[8] Id.
[9] B.B. Warfield, The Inspiration and Authory of the Bible.
Presbyterian and Reformed Pub. Co., Phillpsburg, N.J. 1948, p. 113.
[10] Clark H. Pinnock, en J.W.
Montgomery, ed., God´s Inerrant Word.
Bethany, Minneapolis 1974, p. 147.
[11] Valerio Mannucci, La Biblia como Palabra de Dios. Desclée
de Brouwer, Bilbao 1997, p. 236.
[12] Id., p. 237.
[13] Ignace de la Potterie, en Escritura e interpretación. Los fundamentos de la interpretación bíblica.
Ediciones Palabra, Madrid 2003, p. 72.
[14] Véase Andrés
Messmer y José Uwe Hutter, La inerrancia
bíblica. CLIE, Barcelona 2021.
[15] Paul Wells, Dios ha hablado. Debate contemporáneo sobre
las Escrituras. Andamio, Barcelona 1999, p. 162.
[16] “New Dispute Looms over
‘Errors’ in Scripture”, Christianity Today, 26 de abril de 1963.
[17] Dewey M. Beegle, The
Inspiration of Scripture. Westminster Press Philadelphia 1963. Este libro le costó a Beegle el puesto en seminario donde
enseñaba y la membresía de la Free Methodist Church. Se mudó a Washington DC, donde comenzó a
enseñar en el Wesley Theological Seminary
(de la United Methodist Church), donde cuenta con un memorial que recoge toda
su obra.
[18] F.F. Bruce, en Dewey M. Beegle, Scripture, Tradition, and Infallibility. Eerdmans, Grand Rapids 1973. La intervención de Bruce en esta polémica obra se explica por la diferencia entre el evangelicalismo británico y el estadounidense. El primero nunca hizo de la doctrina de la inerrancia una seña de identidad del ser evangélico.
[19] La extraña referencia a Aristóteles, que no era un dramaturgo, es una alusión a Dewey M. Beegle, cuando este reprende a los defensores de la infalibilidad por haber permitido que un método escolástico aristotélico de razonamiento deductivo oscurezca los fenómenos de la Escritura que, en su opinión, deberían haber sido la base sobre la cual el razonamiento inductivo podría haber desarrollado una visión verdaderamente bíblica (Beegle, Scripture, Tradition and Infallibility. Eerdmans, Grand Rapids 1973, p. 16).
[20] John Warwick Montgomery, ed., God´s Inerrant Word. An International Symposium on the
Trustworthiness of Scripture. Bethany, Minneapolis 1974, p. 14.
[21] Francis A.
Schaeffer, No Final Conflict: The Bible Without Error in All That
It Affirms. Inter-Varsity Press, Downers Grove 1975, pp. 46, 45.
[22] Norman L. Geisler, ed., Inerrancy.
Zondervan, Grand Rapids 1980. Ver Norman L. Geisler, ed. Explaining Biblical Inerrancy: Official Commentary on the
International Council of Biblical Inerrancy Statements. Bastion
Books 2013. Descarga gratuita en
http://bastionbooks.com/explaining-biblical-inerrancy/
[23] John Woodbridge and Frank James, Church History, vol 2: From Pre-Reformation to the Present Day. Zondervan Academic, Grand Rapids 2013.
[24] Véase
Alfonso Ropero, “Omri”, en Gran
diccionario enciclopédico de la Biblia. CLIE, Barcelona 2013, pp.
1838-1839.
[25] D.G. Bloesch, Holy Scripture: Revelation, Inspiration and Interpretation. IVP, Downers Grove 1994, p. 107.
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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.
Al leer este artículo/comentario de la inerrancia bíblica, es preciso que podamos entender desde las perspectivas que esto conlleva. Me uno al debate bíblico, teológico y espiritual, concatenado con la realidad actual de la ciencia, como la conocemos en la actualidad. Dicha inerrancia no se puede ver desde la comprensión pasada. Creo, que si se sigue con esta idea, se podría fosilizar la fe en la dicha inerrancia, que como resultado se traduce en un vació histórico al cual sería un despeñadero crucial. Si me permiten, tengo mi propio Blog: Jairo Obregón (obregonjairo212.blogspot.com), me gustaría reescribir su texto que se encuentra en Pensamiento Protestante como parte de mi grano de arena en estos debates tan necesarios. Agradezco este texto del autor Alonso Ropero.
ResponderEliminarAdelante.
EliminarEl propósito de la Biblia
ResponderEliminar“LA PRETENSIÓN de una Biblia inerrante e infalible en todas las áreas del conocimiento contribuye a una total postergación, cuando no disolución, del hilo conductor de las Escrituras, de su mensaje central” (José María Tellería Larrañaga)
La inerrancia e infalibidad son dos características fundamentales que todos los creyentes le reconocemos a las Escrituras en el sentido de no contener error y de estar en condiciones de cumplir de sobra con el propósito para el cual fue inspirada por Dios (Isa. 55:10-11; 2 Tim. 3:16-17). Pero paradójicamente, la defensa obsesiva de la inerrancia e infalibilidad de la Biblia por parte de algunos creyentes especialmente dotados para esta labor puede ser un distractor que los haga perder de vista su propósito y mensaje central, postergándolo y diluyéndolo en ejercicios apologéticos inconvenientes por los que se intenta demostrar que la Biblia se pronuncia con acierto en todas las áreas del saber humano, incluyendo el campo de las diferentes ciencias especializadas desarrolladas por el hombre moderno. La Biblia no es, pues, un libro de ciencia y no se le puede entonces pedir que nos revele con exactitud las verdades concernientes a la ciencia que ella misma debe investigar conforme a la legítima naturaleza de su actividad (Pr. 25:2). Dicho de otro modo, los intereses de la Biblia no son los de la ciencia. Así, al asumir la defensa de nuestra fe apelando a la confiabilidad de las Escrituras los cristianos no podemos dejarnos desviar y extraviar en ejercicios estériles e inconvenientes por los que, al procurar afirmar la inerrancia e infalibilidad de la Biblia al detalle, nos perdamos en discusiones bizantinas y disquisiciones inútiles que no son más que digresiones no concluyentes que nos apartan de su propósito principal y le brindan a nuestros oyentes salidas fáciles para eludir y evitar la confrontación con el Cristo de la fe, ocupados como estamos en establecer la veracidad de la Biblia en todo tipo de asuntos muy alejados y sin relación directa con éste, su tema central (Jn. 5:39). La Biblia se escribió para conducir a sus oyentes y lectores a la fe y la salvación en Cristo (Jn. 20:31) y no para impartir lecciones de ciencia y de cultura general, aunque incidentalmente y como se esperaría de la inspiración divina sobre ella, sus contenidos no riñan de manera necesaria con lo que la ciencia descubre y establece. Porque en primer lugar y antes que nada:
“… las Sagradas Escrituras… pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15 NVI)