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Una introducción al cristianismo Marginal. 2.ª parte - Por Adrian Aranda

 


Pero difícilmente aprendamos a vivir si primero no asimilamos a la muerte como una posibilidad; huir de esta posibilidad, de la condición de ser finitos, no hace más que llevarnos a buscar certezas donde no las hay, certezas que no son tales porque hacen que nuestro comportamiento se vuelva agresivo hacia todo aquel que represente una amenaza a nuestra seguridad, que represente nuestro miedo más oculto pero más prominente: el miedo a la finitud.

El fundamentalismo, ontológicamente hablando, no es más que huir de esa incertidumbre, es huir de la incertidumbre propia de la condición humana, finita, mortal. El gran problema del existencialismo, de la escuela deconstructiva, de las críticas nietzscheanas a la metafísica occidental, es que han mostrado que no hay fundamento último, que no hay fondo, pero no han mostrado cómo vivir nuestra existencia sin fondo. Si se plantea que no podemos vivir una vida plena siendo conscientes de nuestra posibilidad más posible que es la muerte, la finitud, entonces lo que dice el pensamiento postmetafísico en general, es que la vida es imposible.

En contra de esto se levanta el cristianismo marginal. Acepta a priori las premisas y las críticas al fundamentalismo. En el margen no es que no haya fondo, no es que esté desfondado el fondo, como dice el filósofo argentino Darío Sztajnszajber, sino que el fondo no es sólido, no es un piso de concreto… el fondo es barro, es liquidez (Bauman), cambio continuo, el fondo es contradicción, el fondo es tensión nunca superada.


El fundamentalismo, ontológicamente hablando, no es más que huir de esa incertidumbre, es huir de la incertidumbre propia de la condición humana, finita, mortal. 


En ese barro que solo existe en el margen el hombre se encuentra consigo mismo, con su ser finito, con lo que él es y los cristianos marginales se encuentran con los verdaderos hombres, se encuentran a sí mismos como hombres y se encuentran y se identifican cara a cara con otros hombres que no necesariamente comparten la fe cristiana pero que sí comparten el haber entendido la finitud humana. Y en este cara a cara, en este de igual a igual, ambos se preguntan por qué el barro, por qué la inestabilidad, por qué la contradicción. ¿Por qué? y quizás la respuesta no siempre llega pero el hecho de preguntarse, el hecho mismo de la pregunta, de lo irresoluble, es lo que nos hace estar más cerca de Dios.


Nuestra tradición metafísica occidental nos enseñó que aquellos que están más cerca de Dios son seres humanos iluminados, seguros, fuertes, de convicciones inamovibles, pero quizás no hemos leído las notas al pie de página de las Escrituras, en las que se muestra claramente que los hombres que más cerca han estado de Dios son aquellos que carecen de fuerza, que carecen de verdades absolutas para sí mismos, que carecen de creer que tienen una respuesta para todo, porque es esa misma carencia, esa misma imposibilidad de ser omnipotentes lo que los lleva a buscar la omnipotencia. Quizá la certeza no esté en tener  respuestas para todo sino en tener preguntas que abran nuevos caminos.

El cristianismo marginal nace como  una consecuencia del “debilitamiento del ser” (Vattimo) que se viene produciendo en la historia de Occidente desde el  cristianismo primitivo, y que se agudizó en la Modernidad. Hegel y Nietzsche lo llamaron “la muerte de Dios”, Max Weber “el desencantamiento del mundo”, es decir, un desgastamiento de una presencia dominadora que ejerza fuerza sobre el pensamiento y el obrar de los hombres, llámesele a esta presencia Dios, Idea, Sustancia, Sujeto, etc.


Quizá la certeza no esté en tener  respuestas para todo sino en tener preguntas que abran nuevos caminos.


Cuando me refiero a un cristianismo marginal no intento plantear una teoría o una teología, sino describir una predisposición espiritual y existencial que muchos cristianos han adoptado en el entretejido social que nos rodea. No es una negación a congregarse o ser parte de una institución religiosa, sí es en cambio una desustancialización de la Institución como un marco de referencia único. Esta predisposición espiritual tiene que ver con algunos factores esenciales como la asimilación de la finitud y la renuncia a una interpretación del cristianismo como una verdad objetivante y dominadora. Lo existencial y lo hermenéutico hacen eco en esta concepción de la vida cristiana. Y aunque dichas formas de abordaje a las ciencias humanas han surgido a fines del siglo XIX y a principios del siglo XX después del giro lingüístico, la presencia de estas formas de ser están presentes en el cristianismo primitivo, en la vida fáctica de los cristianos que esperaban la parusía (Heidegger) y en las interpretaciones de las Sagradas Escrituras que derivaron en diversas doctrinas.

 

La vida en el margen

 La vida en el margen carece de certezas absolutas. El terreno no es firme, en el sentido de que no se vive la ilusión de la omnipotencia, pues uno de las rasgos fundamentales del cristiano marginal es su asimilación de la finitud, de la mortalidad, de los límites corpóreos y cognitivos. Asimismo, la vida en el  margen no es una vida relativista, es decir, el margen no se debe confundir con el pensamiento no fundacional proveniente del existencialismo y de las relecturas que se hicieron de Nietzsche en los años 60 en Francia. 

El pensamiento no fundacional plantea que no hay fundamento, el fundamentalista que hay un solo un fundamento y sólido, nosotros reconocemos que hay fundamento pero este es líquido (Bauman), inestable, incierto. La pregunta que puede despertar esta tesis es cómo caminar o afirmarse en un suelo líquido, ¿acaso no nos hundiremos? En cierto sentido la respuesta es sí. Nuestro mundo es un mundo de gente hundiéndose, en el miedo, la incertidumbre, nada es estable, el caos y la contingencia son conceptos que se nos han hecho muy presentes en nuestro diario vivir. No podemos huir de esta experiencia, podemos negarla, pero el Hombre contemporáneo la experimenta en mayor o menor grado. 

Para caminar sobre el líquido se requiere el esfuerzo de nadar. Así se avanza lento, el desgaste es alto, la incertidumbre y el miedo grandes, y las condiciones fácticas totalmente hostiles. El nuestro es un mundo desgastado, cansado. La tecnología no nos ha solucionado los problemas más profundos y menos abordados de la especie humana. Nada parece confiable, las instituciones, las élites políticas-económicas, todo parece fuera de nuestro alcance. No se sabe bien quien está al mando, pero sin duda sean quien lo esté no juega a beneficio de la mayoría de los integrantes del planeta. El hambre, la pobreza, la dificultad de acceder a servicios de educación y salud sigue siendo un problema en todo el mundo, excepto países excepcionales contados con los dedos de la mano. Lo líquido se percibe en la vida cotidiana, en las relaciones interpersonales, en el relacionamiento con el mundo laboral. Lo líquido nos subyace y nos obliga al esfuerzo de “nadar” constantemente para no hundirnos. Quisiéramos caminar sobre lo líquido o creer que tal cosa no existe. 

El pensamiento no fundacional vio en la disminución de la solidez de la modernidad una des-fundación, pero nosotros vemos que hay fundamento, pero líquido, lo sólido se diluyó. Reconocer esto es angustiante, es de esa angustia de la cual huyen los fundamentalistas. Buscan solidez donde ya no la hay. Sin embargo la encuentran. ¿Cómo? ¿Queda algo de Absoluto en medio de un mundo de fundamentos líquidos? Lo absolutamente Otro (Levinas) es lo Absoluto. El Otro es lo único Absoluto que hay en esta tierra. Los fundamentalistas encuentran solidez en el Otro, en aplastarlo, en afirmarse sobre él, en subyugarle, hasta que este Otro se convierta un “cadáver” sobre el cual puedo afirmar y caminar en medio de la liquidez...Los cadáveres flotan en el agua...De hecho el pensamiento fundamentalista es sumamente contradictorio: quieren que su modo de pensar y ser domine a todos los hombres, pero si eso ocurriera ya no existiría un Otro (Diferente) y el fundamentalista ya no tendría más nada qué hacer, perdería sentido su existencia. Su vida tiene sentido en tanto existan Otros que conquistar, y cuando lo logre, ¿qué hará al día siguiente?

El Otro es Absoluto para mí, y puede darme la firmeza para caminar sobre suelo líquido. Aun cuando lo ignore, cuando simule que no le oigo ni le veo, en el “Yo pienso” (Descartes) o en la “vivencia de la conciencia” (Husserl), se entromete, entra sin permiso, me avisa de su presencia y eso produce una modificación ontológica de la que me es imposible escapar. No obstante, cuando miro al Otro me encuentro con lo Absoluto. Con un ser inabarcable para mí, “infinito” diría Levinas. Ese Absoluto en el encuentro de las miradas, en el reconocimiento de que “allí” hay una entidad que me supera, que nunca conoceré en plenitud, pero que no obstante comparte experiencias similares conmigo, es decir, en la identidad y la diferencia, puedo afirmarme, caminar hacia él, elevarme del estar-hundido  y caminar sobre el agua, manteniendo la mirada, como san Pedro, cuando camino sobre el agua puestos sus ojos en Jesús.

Caminar hacia un Otro Absoluto mantiene mis pies sobre el agua. Y caminar hacia él no para dominarlo sino para suplir sus carencias me conecta con lo más absoluto y trascendente para mí: Alguien que no soy yo. Quizá la única manera de caminar en este mundo tan incierto sea caminar hacia Otros.

 

El reconocimiento de la finitud

 El reconocimiento de la finitud es necesario también al momento de abordar un texto, y más aún para un cristiano, para quien el texto (bíblico) es el fundamento de su fe. El cristiano marginal se acerca a un texto sin la ilusión de la pureza objetiva. Aborda el texto siempre desde su a priori que es él mismo.  Entiende que todo juicio que haga es en todo caso un pre-juicio, en donde el “pre” es su propia mismidad, constituida por su estado de ánimo, por sus conocimientos previos y por su situación en el mundo en todos los sentidos: político, económico, cultural, social.

En la década del 20 del siglo pasado el filósofo Martin Heidegger se encargó de enseñarnos el sentido griego de verdad (λήθεια) como “desocultamiento”, como el mostrarse del ser, contrariamente a la verdad objetiva, entendida desde Aristóteles como la correspondencia entre la cosa y el pensamiento.


El reconocimiento de la finitud es necesario también al momento de abordar un texto, y más aún para un cristiano, para quien el texto (bíblico) es el fundamento de su fe. El cristiano marginal se acerca a un texto sin la ilusión de la pureza objetiva.


En el texto se muestra el ser, pero no una verdad objetiva y pura, pues así como nadie puede pensar fuera de su lenguaje ni hablar más allá de lo que piensa, tampoco nadie puede leer fuera de sí mismo. Toda lectura se hace desde dentro, con los lentes de la mismidad. En este sentido los juicios “puros” no serían posibles, pues siempre estamos “contaminados” por un a priori que somos nosotros mismos. Intentar extraer verdades puras de un texto es como intentar salirse de sí mismo. Asimismo, la imposibilidad de la pureza del texto no tiene que ver con que creamos que la Palabra de Dios sea falible como podrían argumentar los literalistas, sino que tiene que ver con que nosotros mismos somos falibles. No es Dios el problema, somos nosotros. Cuando abordamos un texto está claro que Dios no cambia ni ha cambiado, pero nosotros sí. Nuestro ánimo, nuestros prejuicios, nuestra situación en el mundo “contaminan” la pureza objetiva del texto. El texto debe pasar inevitablemente por el tamiz de nuestra constitución humana y eso lo altera, lo vuelve interpretación. Para algunos esto parece un escándalo, un ataque al principio de que la Palabra de Dios nos cambia, pero no se trata de la inmutabilidad de la Biblia el problema, sino de la dinámica de nuestra constitución cognoscitiva, nuestras variaciones propias como seres humanos que hacen de toda lectura una “alteración”. ¿Acaso no dice san Pablo que vemos a través de un espejo borroso? ¿Por qué negar esto o seguir intentando limpiar el espejo? Lo borroso nos es inherente, y no es más que el juego infinito de variaciones que sufrimos en la contingencia de la existencia como seres inmersos en un mundo al que afectamos y por el cual somos afectados.  Plantear estas preguntas y reflexionar sobre ellas es el objetivo de este artículo, de manera vaga e imprecisa, poco riguroso, pero con el anhelo de ser una flecha que abra un camino para el pensar.


Para la primera parte: 

https://www.pensamientoprotestante.com/2020/11/una-introduccion-al-cristianismo.html


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Adrian Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.




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