Pero difícilmente
aprendamos a vivir si primero no asimilamos a la muerte como una posibilidad;
huir de esta posibilidad, de la condición de ser finitos, no hace más que
llevarnos a buscar certezas donde no las hay, certezas que no son tales porque
hacen que nuestro comportamiento se vuelva agresivo hacia todo aquel que
represente una amenaza a nuestra seguridad, que represente nuestro miedo más
oculto pero más prominente: el miedo a la finitud.
El fundamentalismo,
ontológicamente hablando, no es más que huir de esa incertidumbre, es huir de la
incertidumbre propia de la condición humana, finita, mortal. El gran problema
del existencialismo, de la escuela deconstructiva, de las críticas
nietzscheanas a la metafísica occidental, es que han mostrado que no hay
fundamento último, que no hay fondo, pero no han mostrado cómo vivir nuestra
existencia sin fondo. Si se plantea que no podemos vivir una vida plena siendo
conscientes de nuestra posibilidad más posible que es la muerte, la finitud,
entonces lo que dice el pensamiento postmetafísico en general, es que la vida
es imposible.
En contra de esto se
levanta el cristianismo marginal. Acepta a priori las premisas y las críticas
al fundamentalismo. En el margen no es que no haya fondo, no es que esté
desfondado el fondo, como dice el filósofo argentino Darío Sztajnszajber, sino
que el fondo no es sólido, no es un piso de concreto… el fondo es barro, es
liquidez (Bauman), cambio continuo, el fondo es contradicción, el fondo es
tensión nunca superada.
El fundamentalismo, ontológicamente hablando, no es más que huir de esa incertidumbre, es huir de la incertidumbre propia de la condición humana, finita, mortal.
En ese barro que solo existe
en el margen el hombre se encuentra consigo mismo, con su ser finito, con lo
que él es y los cristianos marginales se encuentran con los verdaderos hombres,
se encuentran a sí mismos como hombres y se encuentran y se identifican cara
a cara con otros hombres que no necesariamente comparten la fe cristiana
pero que sí comparten el haber entendido la finitud humana. Y en este cara a
cara, en este de igual a igual, ambos se preguntan por qué el barro, por qué la
inestabilidad, por qué la contradicción. ¿Por qué? y quizás la respuesta no
siempre llega pero el hecho de preguntarse, el hecho mismo de la pregunta, de lo
irresoluble, es lo que nos hace estar más cerca de Dios.
Nuestra tradición
metafísica occidental nos enseñó que aquellos que están más cerca de Dios son
seres humanos iluminados, seguros, fuertes, de convicciones inamovibles, pero
quizás no hemos leído las notas al pie de página de las Escrituras, en las que
se muestra claramente que los hombres que más cerca han estado de Dios son
aquellos que carecen de fuerza, que carecen de verdades absolutas para sí
mismos, que carecen de creer que tienen una respuesta para todo, porque es esa
misma carencia, esa misma imposibilidad de ser omnipotentes lo que los lleva a
buscar la omnipotencia. Quizá la certeza no esté en tener respuestas para todo sino en tener preguntas
que abran nuevos caminos.
El cristianismo
marginal nace como una consecuencia del
“debilitamiento del ser” (Vattimo) que se viene produciendo en la historia de
Occidente desde el cristianismo
primitivo, y que se agudizó en la Modernidad. Hegel y Nietzsche lo llamaron “la
muerte de Dios”, Max Weber “el desencantamiento del mundo”, es decir, un
desgastamiento de una presencia dominadora que ejerza fuerza sobre el
pensamiento y el obrar de los hombres, llámesele a esta presencia Dios,
Idea, Sustancia, Sujeto, etc.
Quizá la certeza no esté en tener respuestas para todo sino en tener preguntas que abran nuevos caminos.
Cuando me refiero a un
cristianismo marginal no intento plantear una teoría o una teología, sino describir
una predisposición espiritual y existencial que muchos cristianos han adoptado
en el entretejido social que nos rodea. No es una negación a congregarse o
ser parte de una institución religiosa, sí es en cambio una desustancialización
de la Institución como un marco de referencia único. Esta predisposición
espiritual tiene que ver con algunos factores esenciales como la asimilación de
la finitud y la renuncia a una interpretación del cristianismo como una verdad
objetivante y dominadora. Lo existencial y lo hermenéutico hacen eco en esta
concepción de la vida cristiana. Y aunque dichas formas de abordaje a las
ciencias humanas han surgido a fines del siglo XIX y a principios del siglo XX
después del giro lingüístico, la presencia de estas formas de ser están
presentes en el cristianismo primitivo, en la vida fáctica de los cristianos
que esperaban la parusía (Heidegger) y en las interpretaciones de
las Sagradas Escrituras que derivaron en diversas doctrinas.
La vida en el margen
El pensamiento no fundacional plantea que no hay fundamento, el fundamentalista que hay un solo un fundamento y sólido, nosotros reconocemos que hay fundamento pero este es líquido (Bauman), inestable, incierto. La pregunta que puede despertar esta tesis es cómo caminar o afirmarse en un suelo líquido, ¿acaso no nos hundiremos? En cierto sentido la respuesta es sí. Nuestro mundo es un mundo de gente hundiéndose, en el miedo, la incertidumbre, nada es estable, el caos y la contingencia son conceptos que se nos han hecho muy presentes en nuestro diario vivir. No podemos huir de esta experiencia, podemos negarla, pero el Hombre contemporáneo la experimenta en mayor o menor grado.
Para caminar sobre el líquido se requiere el esfuerzo de nadar. Así se avanza lento, el desgaste es alto, la incertidumbre y el miedo grandes, y las condiciones fácticas totalmente hostiles. El nuestro es un mundo desgastado, cansado. La tecnología no nos ha solucionado los problemas más profundos y menos abordados de la especie humana. Nada parece confiable, las instituciones, las élites políticas-económicas, todo parece fuera de nuestro alcance. No se sabe bien quien está al mando, pero sin duda sean quien lo esté no juega a beneficio de la mayoría de los integrantes del planeta. El hambre, la pobreza, la dificultad de acceder a servicios de educación y salud sigue siendo un problema en todo el mundo, excepto países excepcionales contados con los dedos de la mano. Lo líquido se percibe en la vida cotidiana, en las relaciones interpersonales, en el relacionamiento con el mundo laboral. Lo líquido nos subyace y nos obliga al esfuerzo de “nadar” constantemente para no hundirnos. Quisiéramos caminar sobre lo líquido o creer que tal cosa no existe.
El pensamiento no fundacional vio en la disminución de la solidez de la modernidad una des-fundación, pero nosotros vemos que hay fundamento, pero líquido, lo sólido se diluyó. Reconocer esto es angustiante, es de esa angustia de la cual huyen los fundamentalistas. Buscan solidez donde ya no la hay. Sin embargo la encuentran. ¿Cómo? ¿Queda algo de Absoluto en medio de un mundo de fundamentos líquidos? Lo absolutamente Otro (Levinas) es lo Absoluto. El Otro es lo único Absoluto que hay en esta tierra. Los fundamentalistas encuentran solidez en el Otro, en aplastarlo, en afirmarse sobre él, en subyugarle, hasta que este Otro se convierta un “cadáver” sobre el cual puedo afirmar y caminar en medio de la liquidez...Los cadáveres flotan en el agua...De hecho el pensamiento fundamentalista es sumamente contradictorio: quieren que su modo de pensar y ser domine a todos los hombres, pero si eso ocurriera ya no existiría un Otro (Diferente) y el fundamentalista ya no tendría más nada qué hacer, perdería sentido su existencia. Su vida tiene sentido en tanto existan Otros que conquistar, y cuando lo logre, ¿qué hará al día siguiente?
El Otro es Absoluto
para mí, y puede darme la firmeza para caminar sobre suelo líquido. Aun cuando
lo ignore, cuando simule que no le oigo ni le veo, en el “Yo pienso”
(Descartes) o en la “vivencia de la conciencia” (Husserl), se entromete, entra
sin permiso, me avisa de su presencia y eso produce una modificación ontológica
de la que me es imposible escapar. No obstante, cuando miro al Otro me encuentro
con lo Absoluto. Con un ser inabarcable para mí, “infinito” diría Levinas. Ese
Absoluto en el encuentro de las miradas, en el reconocimiento de que “allí” hay
una entidad que me supera, que nunca conoceré en plenitud, pero que no obstante
comparte experiencias similares conmigo, es decir, en la identidad y la
diferencia, puedo afirmarme, caminar hacia él, elevarme del estar-hundido y caminar sobre el agua, manteniendo la
mirada, como san Pedro, cuando camino sobre el agua puestos sus ojos en Jesús.
Caminar hacia un Otro
Absoluto mantiene mis pies sobre el agua. Y caminar hacia él no para dominarlo
sino para suplir sus carencias me conecta con lo más absoluto y trascendente
para mí: Alguien que no soy yo. Quizá la única manera de caminar en
este mundo tan incierto sea caminar hacia Otros.
El reconocimiento de la finitud
El reconocimiento de la finitud es necesario también al momento de abordar un texto, y más aún para un cristiano, para quien el texto (bíblico) es el fundamento de su fe. El cristiano marginal se acerca a un texto sin la ilusión de la pureza objetiva. Aborda el texto siempre desde su a priori que es él mismo. Entiende que todo juicio que haga es en todo caso un pre-juicio, en donde el “pre” es su propia mismidad, constituida por su estado de ánimo, por sus conocimientos previos y por su situación en el mundo en todos los sentidos: político, económico, cultural, social.
En la década del 20 del
siglo pasado el filósofo Martin Heidegger se encargó de enseñarnos el sentido
griego de verdad (ἀλήθεια) como
“desocultamiento”, como el mostrarse del ser, contrariamente a la verdad
objetiva, entendida desde Aristóteles como la correspondencia entre la cosa y
el pensamiento.
El reconocimiento de la finitud es necesario también al momento de abordar un texto, y más aún para un cristiano, para quien el texto (bíblico) es el fundamento de su fe. El cristiano marginal se acerca a un texto sin la ilusión de la pureza objetiva.
En el texto se muestra
el ser, pero no una verdad objetiva y pura, pues así como nadie puede pensar
fuera de su lenguaje ni hablar más allá de lo que piensa, tampoco nadie
puede leer fuera de sí mismo. Toda lectura se hace desde dentro, con los
lentes de la mismidad. En este sentido los juicios “puros” no serían posibles,
pues siempre estamos “contaminados” por un a priori que somos nosotros
mismos. Intentar extraer verdades puras de un texto es como intentar salirse de
sí mismo. Asimismo, la imposibilidad de la pureza del texto no tiene que ver
con que creamos que la Palabra de Dios sea falible como podrían argumentar los literalistas,
sino que tiene que ver con que nosotros mismos somos falibles. No es
Dios el problema, somos nosotros. Cuando abordamos un texto está claro que
Dios no cambia ni ha cambiado, pero nosotros sí. Nuestro ánimo, nuestros
prejuicios, nuestra situación en el mundo “contaminan” la pureza objetiva del
texto. El texto debe pasar inevitablemente por el tamiz de nuestra constitución
humana y eso lo altera, lo vuelve interpretación. Para algunos esto parece un
escándalo, un ataque al principio de que la Palabra de Dios nos cambia, pero no
se trata de la inmutabilidad de la Biblia el problema, sino de la dinámica de
nuestra constitución cognoscitiva, nuestras variaciones propias como seres
humanos que hacen de toda lectura una “alteración”. ¿Acaso no dice san
Pablo que vemos a través de un espejo borroso? ¿Por qué negar esto o seguir
intentando limpiar el espejo? Lo borroso nos es inherente, y no es más que el
juego infinito de variaciones que sufrimos en la contingencia de la existencia
como seres inmersos en un mundo al que afectamos y por el cual somos
afectados. Plantear estas preguntas y
reflexionar sobre ellas es el objetivo de este artículo, de manera vaga e
imprecisa, poco riguroso, pero con el anhelo de ser una flecha que abra un
camino para el pensar.
Para la primera parte:
https://www.pensamientoprotestante.com/2020/11/una-introduccion-al-cristianismo.html
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Adrian Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
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