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Empatía y fe. Reflexión sobre un debate | Alfonso Ropero




«La empatía es uno de los músculos de la fe que Dios puso en nosotros cuando nos creó a su imagen. La empatía es la razón por la cual el divino Jesús se hizo uno de nosotros y luego murió por nosotros. La empatía, no la simpatía, es lo que conmovió su corazón para sanar a las personas y dedicar tanto tiempo a enseñarles. La empatía por nosotros en nuestra pecaminosidad es lo que hizo que Dios Padre sacrificara a su Hijo por nuestro bien» [1].



La era de la empatía
Aunque el termino empatía apareció a comienzos del siglo XX en su versión alemana y aplicado al campo de la estética, la filosofía y la psicología, no ha sido hasta la primera década del siglo XXI, y a partir de entonces, que ha cobrado una relevancia inusitada, tanto a nivel académico como popular. Resumiendo un trabajo de diez años, etólogo y primatólogo Franz de Waal, publicó su libro The Age of Empaty, donde proclama que la era de la codicia ya ha pasado, ahora es el momento de la empatía. «Hay en marcha una nueva e interesante investigación sobre los orígenes del altruismo y la equidad en nosotros y el resto de animales» [2]. De Waal demuestra que tanto los monos, como los elefantes y los delfines son capaces de mostrar una simpatía muy semejante a la humana, revertiendo así un siglo de enseñanza evolución biológica que daba a entender que la historia de la evolución natural consistía en dientes y garras ensangrentadas, la lucha por la supervivencia del todos contra todos. Al mismo tiempo, y en ese mismo año (2009), veía la luz la edición de un extenso y detallado trabajo del prestigioso sociólogo Jeremy Rifkin, La civilización empática, en el que expone el resultado de muchos años de estudio en el campo de la biología, la filosofía, la historia de la civilización y la política y la economía en general. A estos trabajos punteros siguieron obras como El arte de la empatía, de Karla McLaren [3], y Steven Pinker, Los ángeles que llevamos dentro, obra con la que pretende demostrar que la empatía es una de las cuatro motivaciones (autocontrol, sentido moral y razón), que tienden a alejarnos de la violencia y orientarnos hacia la cooperación y el altruismo [4].
El efecto lógico de este conjunto de estudios que cada vez abarcó más campos del saber humano, el término y concepto empatía adquirió un prestigio tal que se introdujo y se impuso en lenguaje de la academia y de la calle, de los medios de comunicación y de los cursillos motivacionales. Empatía era todo lo que necesitábamos, tanto a nivel individual como social, incluso política y económico, pues como Steven Pinker argumentaba en su prolijo y extenso trabajo sobre los ángeles que llevamos dentro, gracias al desarrollo de la empatía ha disminuido el gusto por la crueldad, gracias a lo cual, entre otros muchos factores, hemos llegado a la época más pacífica de nuestra historia. No tiene, pues, nada de extraño que la empatía se convirtiera en la receta ideal para todos los males, la panacea de nuestros problemas, el remedio universal; una virtud, un atributo, una necesidad socialmente deseable que había que cultivar a nivel general para alcanzar vida social pacífica, dialogante y comprensiva, a base de educación y mejora empática.

«La empatía puede mejorarse y potenciarse, para ello, lo primero es querer hacerlo, es decir, estar dispuestos y abiertos al cambio. El autoconocimiento y tratar de pensar o sentir cómo lo harían otras personas ante lo que les esté ocurriendo la favorecen. Escuchar sin prejuzgar, intentar comprender y aceptar a los demás son otros pasos que nos pueden llevar a ser más empáticos» [5].

La conciencia de que somos una especie esencialmente empática ha tenido consecuencias trascendentales para la sociedad. «Este nueva forma de contemplar la naturaleza humana abre las puertas a una nueva narración que no se ha contado hasta ahora» [6]. Ahora, como bien escribe el Dr. Samuel Gallastegui, parece que lo todo apostamos a la empatía, como en otros tiempos a la razón [7].


El cristianismo y la génesis de la empatía
Hace un siglo que el filósofo español José Ortega y Gasset decía que el hombre misericordioso entró en la historia de la mano del cristianismo. Es lo mismo que viene a decir en nuestros días Jeremy Rifkin en su obra La civilización empática. En primer lugar, dice este pensador, Jesús fue una personalidad ejemplarmente empática. Se mezclaba sin reparos con gentes de toda condición. Ante él no nos hallamos con una persona que opta conscientemente por sentir empatía, no solo con sus parientes más próximos, sino con todos los seres humanos, incluso los más humildes. Más que cualquier otra cosa, afirma, Rifkin, «la historia de Jesús es una historia de igualdad emocional» [8].
Desde esta perspectiva podemos entender la vida y obra de Jesús como una acción profética movida por la empatía con los pobres, los marginados, los excluidos de la sociedad: leprosos, endemoniados, publicanos, enfermos… Condenaba bien podemos leer en los Evangelios, Jesús criticaba a los poderosos y a los ricos por oprimir al pueblo bajo e inculto que «no conoce la ley». A los ojos de Jesús, todos los hombres son iguales ante Dios, su creador y padre eterno; por eso se enfrentó a los poderosos y a las autoridades religiosas, afrontando la persecución, e incluso la muerte, sin por eso dejar de amar hasta a sus enemigos. Por eso, entre otras cosas, su vida ejemplar ha pasado a engrosas la lista de los personajes más grandes de la historia en el campo del amor, la solidaridad y la empatía.
Agudamente, Rifkin señala un aspecto de la vida de su Jesús muy importante para entender la empatía de Jesús: su vulnerabilidad. La empatía de Jesús le llevaba a ser accesible y, por tanto, vulnerable. «Extendía la mano aun a sus enemigos y ofrecía su vulnerabiliad» [9].
Como es bien sabido, el mensaje de Cristo bien pronto llegó a Roma, capital del Imperio, y se extendió por toda la gentilidad partiendo de Antioquía, de la mano de Bernabé y Pablo. El éxito de la misión cristiana en suelo pagano es atribuible, según Rifkin, a ese poder de empatía que los ciudadanos del imperio necesitaban desesperadamente, sin negar los aspectos espirituales y doctrinales. En el mensaje de Jesús, auténtica buena noticia, miles romanos de clase media pudieron ir más más allá de la ambivalencia de su posición social y pasar a formarte de una narración cósmica que incluso trascendía el poder del César.

«Su búsqueda existencial de amor, afecto, intimidad y compañía en un entorno urbano muy diferenciado y alienante encontró en Jesús un amigo que comprendía su vulnerabilidad y la opresión que sufrían» [10].

Jesús fue el modelo humano-divino de empatía desinteresada universal e incondicional. «Quien siguiera el camino de aquel Jesús vulnerable y oprimido y lo aceptara como hijo de Dios, acabaría triunfando como él, cuando resucitó y ascendió a los cielos» [11]. La vulnerabilidad, insistimos, tiene una importancia especial para comprender la empatía en toda su extensión moral, espiritual y política. Por lo que sabemos, toda herejía o desviación doctrinal comporta un deje ético-moral. La primera visión no ortodoxa del cristianismo competidora de la fe apostólica desde el mismo principio de la Iglesia, a saber, el gnosticismo —que se mantuvo activo durante tres siglos—; al negar los gnósticos la verdad de encarnación y, por tanto, no reconocer plenamente la experiencia corporal de Jesús, y con ella la vulnerabilidad propia de todo ser humano, los gnósticos, como hace notar, Rifkin, no pudieron incorporar la amplitud del mensaje de Jesús a su conducta en el mundo y la relaciones sociales. El Jesús histórico participaba plenamente del mundo y su realidad y, por consiguiente, de su vulnerabilidad. Algo impensable para los gnósticos y todos aquellos que buscan una vivencia religiosa interior lejos de la sociedad y del hombre de carne y hueso. Una definición errónea del misterio de la persona de Jesús —divino-humana— lleva a un cristianismo existencial deficiente. Por eso el gnosticismo terminó por desaparecer, aunque reaparece a lo largo de la historia bajo distintas máscaras, mientras que el cristianismo apostólico y paulino, tal como lo conocemos por las cartas de Pablo, se mantiene vivo y pujante.

«El hecho de que el hijo de Dios pudiera ser vulnerable y empático, que expresara su amor incondicional a todos los seres humanos y que hasta diera su vida por la humanidad, tocó la fibra personal y emocional muy profunda en muchas personas. Su vida animó e inspiró a otros a expresar su propia vulnerabilidad, a sentir empatía con sus semejantes y a llevar una vida de compasión» [12].

La empatía y sus enemigos
A la luz de la importancia en la vida de Jesús de la Iglesia primitiva y su misión en el mundo, sorprende, por no decir escandaliza, la publicación de un libro escrito por un teólogo calvinista con el título de El pecado de la empatía, que acaba de salir a la venta. El autor es Joe Rigney, profesor de teología en New Saint Andrews College (Moscow, Idaho). Y no solo eso, Rigney encabeza un número creciente de evangélicos conservadores que desearían ver la empatía erradicada de la sociedad.

«La empatía sin ataduras, junto con un deseo de respetabilidad y credibilidad bajo la mirada progresista, es el medio por el cual varios grupos agraviados han podido guiar a las comunidades hacia una locura e injusticia cada vez mayores […] La empatía es una mala hierba que devora familias, relaciones, incluso iglesias y ministerios» [13].

Antes de seguir con las radicales afirmaciones de nuestro brother Rigney, retrocedamos unos años para buscar los antecedentes del ataque moderno a la empatía, de cuyas fuentes él se alimenta. El primero en abrir fuego fue Paul Bloom, profesor de psicología en la Universidad de Yale, con una obra cuyo título no puede ser más explícito: Against Empathy / Contra la empatía. Para empezar hay que decir que es una obra de reacción. Reacción a la desvirtuación del sentido de la empatía debido al uso y abuso de la misma en la línea de su elemento emocional a costa del racional. Bloom se queja del boom de la empatía en el campo de la psicología y de autoayuda. Blogs, páginas web y canales de YouTube dedicados por completo a ayudar a las personas a ser más empáticas, pues como dijo Barack Obama en cierta ocasión: «el déficit más grande que tenemos en nuestra sociedad y en el mundo en este momento es un déficit de empatía». Es fácil entender por qué tanta gente considera la empatía una poderosa fuerza para la bondad y el cambio moral; por qué tantos creen que el único problema con la empatía es que, con demasiada frecuencia, no la tenemos suficiente. «Yo también solía creerlo. Pero ahora ya no», escribe en el prólogo de su obra [14]. Bloom admite que la empatía «tiene sus méritos», pero que es «una pobre guía moral».
Puede ser una gran fuente de placer, presente en el arte, la ficción y los deportes, y puede ser un aspecto valioso de las relaciones íntimas. Y a veces puede impulsarnos a hacer el bien. Pero, en general, es una guía moral deficiente. Fundamenta juicios insensatos y, a menudo, motiva la indiferencia y la crueldad. Puede llevar a decisiones políticas irracionales e injustas, puede corroer ciertas relaciones importantes, como la que existe entre un médico y un paciente, y empeorar nuestra calidad de amigos, padres, esposos y esposas» [15].
Esta es una postura radical, admite, pero no tan radical como se pueda creer. El argumento contra la empatía no es que debamos ser egoístas e inmorales. Es lo contrario: si queremos ser personas buenas y afectuosas, si queremos hacer del mundo un lugar mejor, entonces estamos mejor sin empatía.

«O, dicho con más cuidado, estamos mejor sin empatía en cierto sentido. Algunas personas usan la empatía para referirse a todo lo bueno, como sinónimo de moralidad, bondad y compasión. Y muchas de las peticiones que la gente hace para tener más empatía simplemente expresan la opinión de que sería mejor si fuéramos más amables los unos con los otros. ¡Estoy de acuerdo! [16]».

La noción de empatía que más le interesa es el acto de sentir lo que uno cree que sienten los demás: experimentar lo que ellos experimentan. Así es como la mayoría de los psicólogos y filósofos usan el término, lo cual es diferente de ser compasivo, amable y, sobre todo, bueno. Su obra, pues, no es solo un ataque a la empatía, su agenda es más amplia: la defensa del valor del razonamiento consciente y deliberativo en la vida cotidiana, «argumentando que deberíamos esforzarnos por usar la cabeza en lugar del corazón. Ya lo hacemos mucho, pero deberíamos esforzarnos por hacerlo más» [17].
En cuestión de pocos años se pasó de un racionalismo cartesiano a una indudable mejora del mismo mediante el análisis del papel tan importante que juegan las emociones en el mismo acto de inteligir. Baste pensar en las obras pioneras de Daniel Goleman (Inteligencia emocional) y Antonio Damasio (El error de Descartes) sobre la inteligencia emocional. A parecer, en la actualidad, ha llegado el momento de detenerse un poco y volver a recordar que ciertamente somos criaturas emocionales, pero también racionales. Por este motivo Bloom defiende un tipo de empatía o compasión racional, que implica un entendimiento y comprensión de los estados mentales del otro —de modo que se emplearía la empatía cognitiva— reconociendo su importancia y validándolos, pero suprimiendo el reflejo de los estados emocionales; esto permite mantener una distancia psicológica que llevaría a poder evaluar la situación en términos más racionales de costos y beneficios, conduciendo a decisiones que apunten al bien común.
Anna Donise, profesora de filosofía moral en la Universidad de Nápoles, que ha dedicado varios años de investigación a la cuestión de la empatía, considera que Bloom tiene razón al pensar que una ética empática corre el riesgo de ser una ética «familista» en que las decisiones no se toman pensando en que todos estamos al mismo nivel, sino más bien en función de las relaciones que nos unen: relaciones familiares o de amistad, también territoriales. Sin embargo:

«Se equivoca al no reconocer la importancia de la empatía como instrumento cognitivo: sin la empatía no estaríamos en condiciones de entender el sufrimiento de los demás ni su punto de vista sobre las cosas, que puede ser muy diferente al nuestro. Podríamos decir que la empatía nos permite ver cosas que de otro modo no podríamos ver. Insisto en que es una fuente de conocimiento de la que no podemos prescindir, ni siquiera en la ética» [18].

La empatía, afirma Donise, no debe entenderse como una capacidad que nos define como seres morales, sino como una capacidad que nos permite conocer emocionalmente un aspecto del mundo que nos rodea: el sufrimiento, las alegrías, los miedos; también los contextos en los que actúa el otro, las expectativas que guían sus decisiones. Una especie de zoom (como el de la cámara fotográfica) que nos acerca a los demás.

«Creo que no es posible pensar la ética sin dar importancia a la razón, pero al mismo tiempo me parece necesario reconocer la importancia de la esfera emocional en la propia constitución del proceso racional. Si las emociones nos dicen algo sobre el mundo (y, por tanto, tienen un valor cognitivo), entonces un proceso racional incluye también este conocimiento emocional. El reto es precisamente dejar de pensar en términos dicotómicos —por un lado las emociones, como la empatía, y por otro la racionalidad— y reconocer que la razón tiene sus raíces, precisamente, en la dimensión emocional y que no sería posible sin ella» [19].

Hace ya un siglo que Ortega y Gassett nos avisaba que la razón es tan solo breve isla flotando sobre el inmenso mar de la vitalidad primaria, que es la vida [20]. Somos seres racionales, y también emocionales, y tan en cuenta debemos tener lo uno como lo otro, amén de otro número de factores que inciden en la vida de cada cual.
Volviendo a la crítica teológica de la empatía protagonizada por Joe Rigney podemos decir que su alegato es bastante imprudente y muestra una concepción del cristianismo deja mucho que desear. Desde el principio, el Pecado de la empatía ofrece muchas carencias y contradicciones debido a la utilización de un lenguaje, impreciso, comenzando por la ausencia de una descripción de la naturaleza del tema bajo juicio, la empatía. Esta es, dicho sumariamente, la falsificación de la compasión o la simpatía, por esta razón, Rigney insiste en que es «vital que aprendamos a distinguir el bien del mal, lo sano de lo tóxico, la virtud de la compasión del pecado de la empatía» [21]. En la misma línea se mueve Allie Stuckey al decir que la empatía se ha convertido en una herramienta de manipulación por parte de los progresistas que intimidan a las personas para apoyar políticas de género, sexualidad, inmigración y justicia social [22].
La distinción de Rigney entre simpatía y empatía no es consecuente. Su irregularidad en la definición se ve agravada por la vaguedad terminológica a lo largo del libro. A menudo denuncia la empatía en sí misma, por ejemplo, es «fundamentalmente reactiva», mientras que la simpatía es «fundamentalmente receptiva». Hay ocasiones en las que indica que la empatía puede no ser siempre problemática…
«Creo que hay aplicaciones perfectamente buenas del término empatía» [23]. ¿Cómo podemos saber que la empatía es mala siempre o solo a veces; buena en ocasiones, perjudicial? El autor se excusa diciendo que no le preocupan demasiado las definiciones y el significado preciso en cada momento; no quiere ser quisquilloso con las palabras.

«Me preocupa, ante todo, no la “verdadera” definición de empatía, sino su uso. Es la dinámica emocional y relacional lo que intento abordar, como quiera que se la llame […] [24]. Este libro no se centra principalmente en la verdadera definición de empatía, sino en su uso e influencia en nuestra cultura […] [25]. Además, quiero recalcar una vez más que no me interesa principalmente la verdadera definición de empatía, sino su uso» [26].

Esta falta de claridad lastra su obra y lo hace sospechoso de escoger un tema popular y precioso para convertirlo en un muñeco de paja sobre el que arrojar sus dardos. Si lo que quiere es criticar el mal uso que se puede hacer de la empatía, ¿por qué no lo dice claramente y en lugar de mancillar un concepto tan noble no habla directamente de las situaciones o personas manipuladoras que convierten en mal todo lo que tocan?
A lo largo de su obra él mismo denuncia la obsesión por la reputación (pp. 79, 82, 83, 92, 97, 98, 99, 101, 102, 103); la justicia personal en lugar de la verdadera justicia (pp. 83, 88, 98); el egoísmo, orgullo y egocentrismo tan comunes en la mayoría de las personas (pp. 88, 102); la inmadurez, cobardía, venganza (pp. 90, 106, 107) y la avaricia (pp. 83, 101). Estas conspicuas faltas morales, junto al espíritu manipulador son las verdaderas culpables de un mal uso de la empatía, no la empatía misma. El problema es, como dice Danielle Treweek

«No que (algunos) cristianos se hayan unido demasiado al sufrimiento de la gente [mediante la empatía], sino que hemos estado demasiado dispuestos a justificar nuestro propio pecado. No es la mirada progresista la que “representa la mayor amenaza para la fidelidad cristiana” (p. 100), sino el corazón y la mente pecadores. No es que la empatía implique automáticamente irracionalidad, sino que el pecado ha desvirtuado nuestra razón… y nuestro amor» [27].

Esto es lo que le preocupa a Russell Moore, editor de Christiany Today, que la demonización de la empatía puede conducir a la iglesia a descuidar la intención de los actos y justificar el pecado [28]. Si aceptamos la regla de Joe Rigney de que podemos dejarnos manipular por la empatía hasta el punto de errar y caer en pecado, llevados por la simpatía con el pecador (manipuladores nunca faltan en la vida que corrompen todo lo tocan, hasta lo más santo), y por tanto podemos afirmar que la simpatía es pecado, o más propiamente, causa de pecado, ¿no habría, entonces, que decir lo mismo del amor? Por amor se han cometido muchas barbaridades. ¿Acaso no dice Pablo que el amor «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13:7)?, ¿no es esta una convicción dada a ser manipulada por intereses egoístas de otros? Ejemplos no faltan. ¿Habrá entonces que hablar del pecado del amor, lo mismo que Rigney habla del pecado de la empatía?
Ni lo uno ni lo otro. Las virtudes no son el problema, sino la manipulación de las mismas. Como dice la psicólogo Valeria Sabater, «pocas competencias emocionales y cognitivas nos hacer tan humanos como la empatía» [29]. No mancillemos, pues, lo que nos hace más humanos y mejores cristianos, sino luchemos por una práctica correcta de la empatía mediante la comprensión de sus virtudes y sus peligros. Por ejemplo, Fritz Breithaupt, profesor Ciencias Cognitivas, admite que hay un lado oscuro de la empatía, contra el que tenemos que estar informados para no caer en la manipulación, pero sin renegar de los aspecto positivos del principio empático, «porque puede llevarnos a vidas más plenas y enriquecedoras» [30].
Rigney, y muchos con él, se han equivocado en su campaña contra la empatía. En otro lugar, él mismo reconoce la raíz del problema y señala la causa o causantes del mal, saber «los abusadores manipulan», pero desgraciadamente a renglón seguida estropea lo que comenzó bien: «[Los abusadores] cuentan con la empatía equivocada de la comunidad para seguir encubriéndolo. Las comunidades invadidas por la empatía son propensas al abuso y al encubrimiento». A Rigney no le es suficiente la fe para sobreponerse a su sesgo conservador en todas las áreas de la vida: feminismo, justicia social, racismo, economía distributiva... La empatía es el principio de todos los males:
«La empatía alimenta la mentalidad de victimismo competitivo que prevalece en nuestra sociedad. En una sociedad empática, el victimismo confiere invulnerabilidad» [31].
La empatía, dice en otro lugar, es una virtud peligrosa. Rigney sospecha de los logros del mundo moderno: «Al igual que con las ideas modernas de tolerancia, por ejemplo, la empatía es el tipo de concepto que puede ocultar una miríada de dinámicas dañinas y pecaminosas» [32]. Pero, si él mismo reconoce en el mismo escrito que «abusadores manipulan los sentimientos de quienes abusan», ¿por qué no centrarse en esa problemática en lugar de sembrar dudas y desacreditar el valor de la empatía?
¿No será que el cristiano moderno, conservador, ortodoxo, quiere estar seguro con la seguridad que le da la carne, es decir, en la seguridad de una doctrina pretendidamente inmune a las emociones?
No es cierto que la referencia a la empatía sea una llamada a los sentimientos y nada más. Implica a toda la persona. Rigney teme que la inclinación empática lleve al cristiano a una pendiente resbaladiza que conduzca a una teología progresista y, por lo tanto, a la ruina del igualitarismo o la inclusión LGBTQ. Para Rigney, la empatía descontrolada solo incita a la simpatía hacia el lado equivocado de las guerras culturales. Por otra parte, la empatía por la izquierda política es peligrosa, como lo es el antirracismo y, sobre todo, el feminismo, que se presenta como el principal de todos los peligros sociales. Rigney no se equivoca al afirmar que una actitud empática radical conlleva cierto riesgo. Tiene razón, pero por razones ajenas a lo que él piensa. Como bien comenta Tyler Huckabee, editor de Sojournes, «así es el camino del amor de Dios. Puede llevarte al sacrificio. Pero también te llevará a la resurrección» [33].
Ya dijimos que la empatía de Jesús lo hacía vulnerable, pero esa era su fuerza, nuestra fuerza, «porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12:10). Para concluir:

«La empatía no es un pecado: es una piedra angular de nuestra fe. Denunciar la empatía sólo fortalece las fuerzas del daño y del odio. Con amor y firmeza, les digo a quienes creen que la empatía es de alguna manera pecado: la falta de empatía es el verdadero pecado, porque nos separa de Dios que nos ama incondicionalmente y contradice la profunda presunción de gracia de Jesús» [34].

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Notas:
2.  Frans de Waal, La edad de la empatía, p. 19. Tusquets, Barcelona 2010.
3.  Karla McLaren, The Art of Empathy: A Complete Guide to Life's Most Essential Skill. Sounds True, 2011.
4.  S. Pinker, The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined. Penguin 2011 / Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones. Paidós, Barcelona 2012.
5.  Luis Moya, La empatía. Entenderla para entender a los demás. Plataforma Editorial, Barcelona 2018.
6.  J. Rifkin, La civilización empática, p. 13. Paidós, Barcelona 2010.
7.  S. Gallastegui, Los límites de la empatía, https://ethic.es/2020/07/los-limites-de-la-empatia/
8.  J. Rifkin, La civilización empática. p. 228-229. Paidós, Barcelona 2010.
9.  J. Rifkin, ob. cit. p. 229.
10. J. Rifkin, ob. cit. p. 229.
11. J. Rifkin, ob. cit. p. 230.
12.  J. Rifkin, ob. cit. p. 235.
13.  Joe Rigney, The Sin of Empathy. Compassion and Its Counterfeits, p. 71. Canon Press, Moscow 2025.
14.  Paul Bloom, Against Empathy. The Case for Rational Compassion. Penguin Random House, Londres 2016 / Contra la empatía. Argumentos para una compasión racional. Taurus, Madrid 2018.
15.  P. Bloom, Against Empathy.
16.  P. Bloom, Against Empathy.
17.  P. Bloom, Against Empathy.
18.  Anna Donise, Critica della Ragione Empatica: Fenomenologia dell’Altruismo e della Crudeltà. Il Mulino, Bologna 2020.
19.  A. Donise, Critica della Ragione Empatica.
20.  J. Ortega y Gassett, El tema de nuestro tiempo, en «Obras completas», vol. III, Revista de Occidente, Madrid 1966-69, p. 177.
21.  J. Rigney, The Sin of Empathy, p. 6
22  Allie Stuckey, Toxic Empathy: How Progressives Exploit Christian Compassion. Sentinel 2024.
23.  J. Rigney, The Sin of Empathy, p. 14.
24.  J. Rigney, The Sin of Empathy, p. 14.
25.  J. Rigney, The Sin of Empathy, p. 22
26.  J. Rigney, The Sin of Empathy, 164-165
27.  Danielle Treweek, A Sham Trial: Reviewing 'The Sin of Empathy', https://mereorthodoxy.com/sin-of-empathy-joe-rigney-book-review
29.  Valeria Sabater, El fascinante origen de la palabra empatía,
30.  Fritz Breithaupt, The Dark Sides of Empathy. Cornell University Press 2019. Su obra anterior Culturas de la empatía, fue publicada en español por Katz en 2011.
31.  J. Rigney, Of Empathy and Monsters, https://americanreformer.org/2024/02/of-empathy-and-monsters/
32.  J. Rigney, Empathy, Sympathy and Dangerous Virtues, https://www.desiringgod.org/articles/do-you-feel-my-pain
33.  Tyler Huckabee, No, Empathy is not a Sin, https://sojo.net/articles/culture-opinion/no-empathy-not-sin
34.  Adam Russell Taylor, If Empathy is wrong, i don’t Want to be Right, https://sojo.net/magazine/may-2025/if-empathy-wrong-i-don-t-want-be-right





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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo, Introducción a la filosofía, Historia general del cristianismo (con John Fletcher), Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.







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