«La civilización occidental no sería civilización occidental si no fuera por la religión bíblica, que venera y confía en el único Dios, quien ha hecho saber lo que quiere de los seres humanos a través de lo que se llama su revelación, es decir, a través de las Escrituras. La civilización occidental no sería civilización occidental si no fuera también por la ciencia, que ensalza y confía en la razón humana para revelar el funcionamiento de la naturaleza y utilizar el conocimiento adquirido para mejorar la vida humana. Estas fuentes gemelas de la civilización occidental –religión y ciencia (o, antes de la ciencia, filosofía), revelación divina y razón humana– no son, por decir lo menos, fáciles de armonizar. Incluso se podría decir que la civilización occidental no sería civilización occidental sin la continua tensión dialéctica entre las afirmaciones y demandas de la religión bíblica y el cultivo de la razón humana autónoma»[1].
En plena Segunda Guerra Mundial el inolvidable teólogo anglicano Charles E. Raven pronunció una serie de ocho conferencias en la Universidad de Cambridge sobre la ciencia, la religión y el futuro. Comenzaba constatando el fracaso estrepitoso de los consejeros políticos e intelectuales que dirigen el pensamiento de la humanidad, incluyendo a los religiosos. El avance científico aplicado a la industria del armamento en manos de megalómanos se había convertido en la peor pesadilla para el mundo.«Tanto la ciencia como la religión —decía— deben asumir parte de la culpa por las espantosas catástrofes que deberían haber podido evitar. Representan las influencias formativas más importantes en la vida educativa y, de hecho, intelectual del mundo; y el resultado de sus esfuerzos en el pasado reciente ha sido un holocausto sin igual en la historia. La complacencia con la que sus principales representantes culpan al orden social, al nazismo, a los políticos o al diablo, deja claro que no reconocen su responsabilidad o, más bien, puesto que todos estamos implicados, todos todavía estamos involucrados»[2].
Supongo,
razonaba, que ha habido una causa más radical de las actuales calamidades que
el chovinismo de los vencedores de 1918, o el cesarismo de Mussolini o el genio
malvado de Hitler. «Esta causa me parece
que consiste en la incapacidad de la humanidad para encontrar sentido de su
mundo, ponerse de acuerdo sobre el significado de la existencia y cooperar para
su bienestar; y en la consiguiente aparición de ideologías incompatibles y, de
hecho, violentamente contrastadas. Para
esto la culpa debe recaer en aquellos que no lograron ajustar el pensamiento
humano y vida a los nuevos conocimientos que el siglo pasado ha desvelado, es
decir, sobre los maestros intelectuales, morales y religiosos de la humanidad»[3].
Charles E. Raven
De alguna
manera, razonaba Raven, las personas responsables de la educación, de formar y
propagar ideas y de desarrollar la civilización han permitido que la ciencia y
la religión se vuelvan antagónicas con resultados desastrosos para ambas y
devastadores para la vida de los hombres. Fue la época de la confrontación y el
conflicto entre la ciencia y religión, cargada de afirmaciones
arrogantes contestadas con arrogancia, de santidades profanadas sin motivo y de
tímidas y poco honestas propuestas de tregua.
Como sabemos, en nuestros días el conflicto religión-ciencia ha sido llevado al extremo por Stephen Hawking y Richard Dawkins, cuestionando que la religión pueda aportar algo de claridad en comparación con el éxito evidente de la ciencia moderna en casi todas las áreas de la vida humana. Pero, al mismo tiempo, tenemos que decir que también se han producido encuentros fructíferos en estos últimos años entre científicos y teólogos entendiendo que la búsqueda de inteligibilidad por parte de la ciencia, tiene mucho de que beneficiarse de la búsqueda de significado por parte de la religión. A pesar de esto, y de lo esperanzador que resulta, es un hecho que, como indican todos los barómetros sociales, en el mundo occidental, antes predominantemente cristiano, la Iglesia cristiana no logra convencer a la mayoría de la gente de la validez de sus creencias tradicionales. Los estudios sociológicos de Gran Bretaña, Alemania, Países Bajos, Suecia, Canadá, Australia, España, registran una disminución constante en asistencia y participación en instituciones religiosas. ¿Estamos asistiendo al funeral de Dios en la cultura occidental? La profunda alienación o alejamiento de las creencias religiosas, especialmente entre los principales protagonistas de nuestra cultura occidental, está resultando letal para el cristianismo, lo cual es desastroso para sociedad en general.
El cristianismo auténtico no puede tolerar que se produzca un divorcio entre la ciencia y la creencia. Cada rama de la ciencia se ocupa de investigar el campo propio que ha acotado para su especialidad, sin tiempo a veces para tener una visión detallada del todo. La teología, al igual que la filosofía, al pretender abarcar la totalidad y buscar el significado la vida, tiene que dar por bueno los resultados de la física, la química o la biología en lo que se refiere a sus datos particulares, y a partir de ahí postular su sentido para la vida humana. El análisis de los elementos constitutivos naturales del ser humano, moléculas o neuronas, no puede pretenden cubrir todo lo característicamente humano. Por su parte, la teología no puede negar los descubrimientos de la ciencia, ni crear una división entre la naturaleza y la gracia, lo sagrado y lo profano, pues esto significaría volver al mundo de la magia y la fantasía, que es lo que muchos parecen estar haciendo al rechazar a Darwin en nombre de la Biblia.
«Los relatos de la creación responden a motivos esencialmente religiosos. Se interpretan no desde la confrontación con la ciencia, sino con los relatos propuestos por la antigua mitología que podían tener alguna referencia compatible con la fe del pueblo de Israel en un único Dios»[7].
El mensaje de Cristo, basado en su profunda visión del Dios de la Biblia, Padre de la humanidad, fue un mensaje novedoso, revolucionario, se podría decir, porque derribó muros al toque de trompeta de su anuncio en medio de la clasista sociedad greco-romana:
«Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía» (Ef 2:14, DHH). «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3:28); por si fuera poco, el fundador del cristianismo, oponiéndose a la larga tradición que veía en los ricos los bendecidos y privilegiados de Dios, situó a un rico en el infierno, en medio de tormentos, mientras que a un pobre, Lázaro, lo puso en el gozo del seno de Abraham.Arthur Peacocke
La teología generalmente se ha practicado siguiendo líneas denominacionales, es decir, particulares, una eventualidad socio-religiosa comprensible a medida que los nuevos movimientos religiosos se consolidaban como iglesias independientes, pero en el momento actual, frente al reto que supone la presencia universal de la ciencia, es del todo necesario que, sin olvidar los matices confesionales, se haga una teología en diálogo, universal, sin barreras, interconfesional, pendiente solo de la fidelidad al mensaje original de Jesucristo y al significado de su mensaje en el mundo actual. Es una necesidad que venían urgiendo teólogos-científicos como Arthur Peacocke, desde hace décadas:
La memoria es floja y los dos milenios de historia cristiana, con su gloria y su miseria, pero también con su sabiduría acumulada, puede ayudar a mantener la cordura e indicar el camino de la reconciliación, que pasa por el camino de la admisión de la propia culpa, que abre los insospechados tesoros de riqueza humana espoleados por la gracia. No siempre los cristianos han estado, ni están, a la altura de su llamamiento, por eso la teología, en cuanto servicio a Dios y al hombre, debe desarrollar su capacidad renovación a la luz de una vida más abundante (Jn 10:10), de un mundo más pleno, donde ciencia y religión, teología y filosofía, arte y espíritu, contribuyan al bien común en medio de las contradicciones de nuestra vida y nuestro tiempo.
[1] Leon R. Kass, Science, Religion, and the Human Future, Abril
2007,
https://www.commentary.org/articles/leon-kass/science-religion-and-the-human-future/
[3] Id., p. ix.
[4] Id., p. xi.
[5] Cf. David Livingstone, Darwin's Forgotten Defenders: The Encounter Between Evangelical Theology and Evolutionary Thought. Regent College Publishing, 1984.
[6] El conocimiento científico siempre está por
completarse, y es de esperar que se puedan explicar el origen y el
funcionamiento de los cambios evolutivos que aún permanecen en la oscuridad. «Recurrir
a factores externos, posiblemente recurrentes en el tiempo, como sostiene la
teoría del inteligente design, nos
colocaría en una perspectiva no científica para explicar fenómenos de orden
empírico». Fiorenzo Facchini, Evolución: Ciencia y fe en diálogo, p.
118. Didaskalos, Madrid 2020.
[7] F. Facchini, Evolución: Ciencia y fe
en diálogo, p. 124.
[8] L. R. Kass, The Beginning
of Wisdom: Reading Genesis, pp. 2-3. University of Chicago Press, Chicago 2003.
[9] Arthur Peacocke, Theology for a Scientific
Age: Being and Becoming Natural, Divine, and Human. Fortress Press, 1993.
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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo, Introducción a la filosofía, Historia general del cristianismo (con John Fletcher), Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.
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