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La Iglesia neotestamentaria y la Sociedad Fabiana | Alfonso Ropero


 Al poco de convertirme, todavía un neófito, entré en contacto con dos misioneros holandeses, uno en Barcelona, Adrián Kooijman, y otro en Vélez-Málaga, Jaime van Heinengen, ambos promotores de la fundación de iglesias según la enseñanza estricta y literal del Nuevo Testamento, con una animosidad no disimulada al ministerio pastoral profesional. Los principios de los defensores de este movimiento se remontan a mitad del siglo pasado, cuando el escocés John Hay (1863–1943), misionero en Paraguay fundó la organización misionera llamada Unión Misionera del Nuevo Testamento, inspirada en una versión más radical de los Hermanos de Plymouth, e implacablemente más bíblico que los propios Hermanos. A su hijo Alexander R. Hay se debe la autoría de la obra fundamental del movimiento: The New Testament Order for Church and Missionary, un libro que, según la propia confesión de John MacArthur, revolucionó su comprensión de la iglesia. 

«Marcó una gran diferencia en mi vida, fue realmente una providencia de Dios. Honestamente no puedo decir que mi papá o mi abuelo, quienes fueron pastores, alguna vez pensaron profundamente en la eclesiología. De hecho, no hablaron mucho sobre teología como tal, pero ciertamente, la eclesiología no era un problema»1.  

Entre otras cosas, MacArthur quedó marcado por la doctrina de Hay sobre el llamamiento pastoral, donde este afirma que el llamado está relacionado con el ministerio de la iglesia; es un ministro de la iglesia, y su trabajo es parte del trabajo de la iglesia. No es un trabajador aislado o independiente, sino un miembro del cuerpo, realizando esa parte del trabajo del cuerpo, para la cual fue designado por Dios. 

"Eso fue parte de lo que descubrí en este libro junto con todo el concepto de los ancianos, lo que realmente era el liderazgo de la iglesia, lo que realmente era la iglesia, lo que realmente eran las ordenanzas de la iglesia, lo que era el cuerpo de Cristo»2. 

En mi caso concreto, y de esto hace 50 años, lo que llamó mi atención de los escritos de Alejandro R. Hay, como solía firmar en la revista El Noticiero Evangélico —órgano de las iglesias neotestamentarias—, fue una serie de artículos donde don Alejandro manifestaba una preocupación alarmante por los fabianos, que estaban en todas partes y conspiraban por subvertir el orden social del mundo. Algo aterrador. El problema es que en mi situación me era sumamente difícil, casi imposible, encontrar más información sobre esos fabianos, en aquella España de principios de los años 70, con bibliotecas poco surtidas y pobres en variedad. Eso de fabianos sonaba extraño, casi esotérico y, sin lugar a duda, muy amenazante, perteneciente al mundo oculto. Algo de información encontré en la obra de Iring Fetscher, donde me enteré que la Sociedad Fabiana fue desde su fundación una organización de intelectuales burgueses que predicaban un socialismo no marxista basado en la evolución y desarrollo orgánico de la socialización de los medios productivos3. A partir de aquí me fue más fácil conseguir más información sobre los fabianos, aunque no mucha, pues fue un movimiento típicamente inglés, con poca documentación en castellano. Fue una década después, aprovechando la oportunidad de estudiar teología en Inglaterra, que rebusqué todo lo que pude sobre los fabianos en su propio idioma y ambiente nacional. Digo esto porque paradójicamente, y seguro que en contra de la intención de don Alejandro al escribir aquellos artículos, se despertó en mí un gusto, un afán por informarme sobre los movimientos sociales a lo largo de la historia; una incursión fascinante por sociedades y personajes extraordinarios interesados por la realización de una sociedad mejor, más justa, más humana, más libre, siempre sobre un trasfondo cristiano, evangélico. Aunque la teología y la filosofía ocupaban la mayor parte de mi tiempo nunca dejé de seguir poniéndome al día sobre estas cuestiones tan vitales para el individuo y la sociedad. 


¿A dónde quiero llegar con esta anécdota personal? La mayoría de los evangélicos de mi generación fuimos educados a no introducir la política en la iglesia, había cosas más importantes que hacer como dar testimonio y estudiar la Biblia. De ahí la relativa ignorancia política de muchos creyentes. Digo relativa, porque esos mismo creyentes y dirigentes que alertan sobre los peligros divisorios de la política en la iglesia, suelen adoptar, consciente o inconscientemente, actitudes políticas negativas, negativas no en lo que respecta a la unidad de la iglesia, la madurez espiritual o al testimonio cristiano, sino en lo que respecta a determinadas políticas señaladas por los poderosos como políticas peligrosas al estatus quo, el estatus de una determinada clase frente a otra. El cristianismo debe estar por encima de la «lucha de clases», pero, dada su ignorancia de los principios y tácticas políticos, es fácilmente manipulable para optar por la que sirve a determinados intereses, que no son precisamente los del evangelio. 


Volvamos a los fabianos y a la lucha de Alexander R. Hay contra ella. El tema no podía ser más británico, pero él consideró que era una cuestión imperativa para su público latino. Lo llamativo es que, cuando él escribió, los fabianos tenían muy poco peso en la sociedad, aunque sus principios podían coincidir, y coincidían, con movimientos en pro de la justicia social, tanto de Europa como de América. Lo mismo fabianos era un nombre en clave para los izquierdosos


¿Por qué fabianos?, ¿de dónde vienen, que pretenden? Como ya apuntamos, la Sociedad de los Fabianos, o Sociedad Fabiana, se creó en Inglaterra en 1884. Estaba integrada por intelectuales de clase media. Como corresponde a intelectuales eligieron un nombre a su altura para definirse. Quinto Fabio Máximo fue un político y general romano famoso por intentar debilitar a Aníbal en las Guerras Púnicas, mediante maniobras de hostigamiento, a modo de guerrillas, pero evitando la lucha frontal, donde no tenía nada que hacer contra la fuerza superior de Aníbal. De él procede lo de fabiano. Al elegir este nombre trataron de simbolizar el rechazo al método revolucionario marxista, defendiendo que el sufragio universal llevaría, inevitablemente, a la implantación del socialismo, tras un proceso educativo y legislativo de reformas pero sin enfrentamientos frontales. Entre otras cosas, los fabianos defendían la extensión de la educación y la sanidad a toda la población. Las condiciones laborales debían estar bien regladas para evitar abusos y atender a los riesgos de la vida laboral, así como para evitar la explotación infantil. Todos estos controles tenían que ser compatibles con la democracia y el parlamentarismo. 

Como hace notar el profesor Eduardo Montagut, la Sociedad Fabiana entró en declive en la segunda mitad de los años treinta por las disensiones internas en torno a la experiencia de la URSS y porque su peso en el seno del Partido Laborista comenzó a disminuir frente al protagonismo de los sindicatos. La Sociedad siguió existiendo, aunque sin el peso de antaño. Pero, indudablemente, gran parte de los fundamentos ideológicos del Estado del Bienestar (Welfare State), levantado por el laborismo británico después de la Segunda Guerra Mundial, debe mucho a los fabianos4.


Concretamente, la seguridad social universal de Gran Bretaña es un logro muy ligado a los fabianos. A William Henry Beveridge, director de la London School of Economics, se debe la creación del llamado Estado de Bienestar nada más terminar la Segunda Guerra Mundial. De alguna manera había que compensar el sacrificio de tantos británicos durante la guerra y alejar la tentación comunista entre los obreros. Por ley se aprobó dejar a un lado las políticas de caridad o de ayuda para colectivos desfavorecidos permanentemente y establecer la seguridad social como un derecho de todos los ciudadanos y ciudadanos. «Los beneficios que generaba la economía no podían ser solamente disfrutados por una parte de la sociedad»5.  Gracias al sistema de seguridad social los europeos pudieron comer más y mejor, vivir una vida más larga y más saludable, y estar mejor alojados y vestidos que nunca hasta entonces. Y, sobre todo, más seguros. «Beveridge es uno de nuestros héroes más desconocidos»6.
Otro movimiento social, que llega a nuestros días, igualmente influenciado por los fabianos, fue el Labour Party, o Partido Laborista, con un buen número de cristianos anglicanos, presbiterianos y metodistas en sus filas. El pionero y verdadero fundador del movimiento socialista cristiano fue el anglicano John Malcolm Ludlow (1821-1911). Horrorizado por la pobreza generalizada y la difícil situación económica de los pobres y la clase trabajadora en las décadas de 1830 y 1840 dio los pasos necesarios para remediar esos males. Ludlow compartió con el teólogo F.D. Maurice la necesidad de buscar la manera de cristianizar el socialismo. Ludlow se convirtió en el organizador y coordinador más eficiente del movimiento, como empresario, cofundador y editor del periódico Christian Socialist. Criticaron el sistema de competencia de laissez-faire sin control ni regulación en las relaciones laborales, aunque no acertaron a proponer ninguna doctrina económica coherente ni un programa de reformas. Creían que el Evangelio cristiano contiene la clave de la cuestión social, particularmente en su enseñanza de la fraternidad de los hombres. La principal misión de los socialcristianos era recuperar a los trabajadores para la Iglesia. El socialismo cristiano significaba para ellos una cooperación y asociación social entre clases bajo el liderazgo de la Iglesia7. Como era de esperar, Karl Marx descartó este tipo de socialismo, al que describió como «el agua bendita para dar a los rencores aristocráticos la consagración del fraile».


En cualquier caso, y a luz de los datos que sabemos históricamente verídicos del fabianismo y sus vástagos no creo que podamos detectar ningún movimiento peligroso a favor de la subversión de la sociedad o de la revolución violenta, más bien es todo lo contrario. Ni conspiración en las sombras, ni atentado contra la fe. Al revés, en la encrucijada de aquellos tiempos difíciles, un puñado de cristianos supo dar testimonio de su fe, de su amor al prójimo y de su sentido de una sociedad solidaria. Por tanto, resulta incomprensible saber o percibir dónde se encuentra la peligrosidad del fabianismo de la que nos advertía Alejandro R. Hay, hasta el punto de ponerlo como ejemplo de un peligro amenazante para la iglesia y la sociedad. De aquí podemos sacar varias lecciones. Primera, que en muchos casos, temas de esta índole no son cuestiones de política sí o política no. La política es una presencia y una elección inevitable del individuo en cuanto ciudadano de una comunidad social. No podemos eludirla, ni aunque nuestros labios digan lo contrario o nuestra mente nos diga que estamos en campo neutral. De hecho, siempre estamos haciendo política, emitiendo juicios políticos sobre el buen gobierno o mal gobierno de nuestros dirigentes. Pasa como con la filosofía o con la teología, nos guste o no, todos emitimos juicios teológicos y filosóficos, seamos conscientes o no de ellos, como el que hablaba en prosa sin saberlo. Y ahí está el problema, al no ser conscientes de la naturaleza de nuestros juicios, estamos desarmados ante las leyes y peligros del juicio, cayendo en la trampa de entregarnos tontamente a la mala teología, la mala filosofía o la mala política. Como cristianos, hombres y mujeres, tenemos la necesidad y responsabilidad de aprenderlo todo y retener lo bueno (1 Ts 5:21); de evitar los juicios sin fundamento (Jn 7:24); la crítica y censura sin estar bien informados de una cuestión, tema o personaje, sea del presente del pasado; próximo a nosotros o lejano. Nuestro juicio debe ser honesto, con conocimiento de causa, sabiendo que de todo juicio que hagamos precipitadamente tendremos que dar cuenta ante el tribunal de Dios (Mt 7:1-5). No siempre acertaremos, pero estamos obligados a ser honestos y prestar la máxima atención a los diversos aspectos de cada tema o cuestión en debate. Y más cuando está en juego la expresión de la fe y el testimonio de la iglesia en el mundo. 





 

Notas
 1. John MacArthur and Hay’s The New Testament Order for Church and Missionary. 14 Febrero 2019. https://www.ligonier.org/podcasts/open-book-with-stephen-nichols/john-macarthur-and-hays-the-new-testament-order-for-church-and-missionary
 2. Id
3. Iring Fetscher, Socialismo. De la lucha de clases al Estado providencia, p. 318. Plaza & Janés, Barcelona 1974.
 4. E. Montagut, “Fabianos”, Nueva Tribuna, 16 Abril 2014. https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/fabianos/20140415141538102681.html
 5. William Henry Beveridge, Seguro social y servicios afines. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid 1989.
6. Joaquín Estefanía, «Ochenta años del ‘Informe Beveridge’», https://elpais.com/ideas/2022-11-20/ochenta-anos-del-informe-beveridge.html; E. Montagut, “William Beveridge, el hombre que llevó la Seguridad Social a Gran Bretaña”, Nueva Tribuna, 22 julio 2023. https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/informe-beveridge-seguridad-social-gran-bretaña/20230722174611214764.html; Rafael López del Paso,  “William H. Beveridge y su influencia en los sistemas públicos de previsión social”, Extoikos, 2/2011, 96-97; José Luis Moreno Pérez, “Beveridge (1879-1963). La construcción de los modernos sistemas de seguridad social”, Laborum. Revista de Derecho de la Seguridad Social, 279-305.
7. Alfonso Ropero, John Ludlow y el socialismo critiano, http://www.nihilita.com/2009/11/john-ludlow-y-el-socialismo-cristiano.html. N. C. Masterman, John Malcolm Ludlow. The Builder of Christian Socialism (Cambridge at the University Press, 1963); A.D. Murray, ed., John Ludlow: The Autobiography of a Christian Socialist (Routledge, 1981); Edward R. Norman, The Victorian Christian Socialists (Cambridge University Press, 2002); Anthony A.J. Williams, The Christian Left: An Introduction to Radical and Socialist Christian Thought (Polity Press, Cambridge 2022).




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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo, Introducción a la filosofía, Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.





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