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A la espera de Dios | Adrián Aranda

…una de las formas más peli­grosas del pecado, o quizá la más peligrosa, consiste en llevar lo ili­mitado a un plano esencialmente finito [1].
                                                                Simone Weil

Una de las enfermedades espirituales que más afecta a la cristiandad es la falsificación de Dios, llamada en las Escrituras idolatría, pero poco comprendida en su significado originario y en sus diversos sentidos. Para Simone Weil, “llevar lo ilimitado a un plano esencialmente finito” es la forma de pecado más peligrosa. Weil habla aquí de la reducción de lo infinito a lo finito, de tomar la infinitud por finitud, de “reducir a Dios”. ¿Acaso no es eso la idolatría? En su forma más tradicional, se reduce un Ser supremo inmaterial, a pura materia y forma, con delimitaciones propias de los ídolos de barro de los que habla el Antiguo Testamento. 
Ahora bien, la reducción puede ser ideal o material. Por ejemplo, nuestras representaciones de Dios, esas imágenes que se dan en la conciencia y esquematizan nuestra comprensión de Dios, o en el peor de los casos la distorsionan, ¿no es idolatría en el sentido en el que lo estamos abordando aquí? 
La palabra “falsificación” viene del latin falsificare, que significa “hacer una copia y hacerla pasar por verdadera”. ¿Qué significa “hacerse pasar”? Hacerse pasar es “anteponerse” a lo verdadero, “colocarse por delante”, para de este modo invisibilizar lo verdadero. Por consiguiente, la falsificación y lo verdadero, pueden estar tan cerca, que resulte muy difícil discernir la diferencia
Uno de los principales problemas de Occidente, que arrastramos desde el pensamiento griego y aún no hemos podido superar, es que concebimos la veracidad de lo verdadero por su uniformidad, homogeneidad y coherencia interna, y a lo falso, así lo calificamos por sus contradicciones y fragmentaciones. Sin embargo, ¿qué es lo que hace a los Evangelios dignos de veracidad?... justamente sus contradicciones entre sí, su equivocidad debido a la perspectivas diferentes de sus autores, sus fragmentaciones, sus muchas falencias para quienes creen que el ser y la verdad se agotan en sí mismos. No obstante, es la falsedad la cual se agota en sí misma. La falsedad no puede abarcar más que las limitaciones impuestas por el relato fabricado. Pero la verdad, por el hecho mismo de ser verdad, se ve afectada por los efectos del espacio y el tiempo, por la condición humana y finita de quien la expresa. Todo fenómeno que no contenga grietas y fragmentaciones, difícilmente sea verdad.  
Quienes están sujetos al tiempo y al espacio somos nosotros, y por ende esta finitud humana limita a Dios. Ser conscientes de ello nos curará del miedo a lo “nuevo”, pues mucho de lo que rechazamos por creer que es nuevo y se supone que lo nuevo atenta contra el factum de que Dios no cambia, en realidad no es nada nuevo para Dios sino que Él esperó el kairos para que nuestra finitud pudiera inteligir aquello que ya estaba en Él. Después de todo este es el sentido originario de la palabra Revelación, correr el velo, para ver aquello que siempre ha estado allí y también del significado de la palabra griega ἀλήθεια (verdad), des-ocultar, quitar la cobertura que ocultaba algo que ya estaba allí. 
Es bajo este marco que podemos comprender, que debido a la necesidad del ser humano de situarse en la misma dimensión que lo divino, suele producir un ídolo que pueda visualizar claramente, con sus delimitaciones claras y establecidas, que le dé seguridad ante el vértigo de la existencia. Pero resulta que el problema es que el ídolo se agota, y además priva al idólatra de la experiencia real de lo divino. 
Desde el Pseudo Dionisios, pasando por Eriúgena, la mística, la teología negativa, Kant, Kieerkegard, y el actual "giro teológico de la fenomenología", un argumento se presenta una y otra vez en diferentes formas: Dios, no se puede abarcar en conceptos, por lo tanto es un Acontecimiento, y la cognición humana, por su condición finita, no lo puede captar en su totalidad, sino que un resto y excedente queda por fuera del alcance de la percepción humana. 
En una reciente entrevista el fenomenólogo Jean-Luc Marion, al ser consultado por la existencia de Dios, contesta: "cualquier concepto es inadecuado para Dios, y esto debe entenderse de una manera positiva, porque si Dios estuviera atrapado en un concepto, no sería Dios" [2].


Notas:
[1].   19 de enero de 1942, carta al Padre J.M. Perrin, publicado en A la espera de Dios. 

[2]. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=oDN6MuS4TqQ&t=26s


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Adrián Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.






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