El dolor en todas sus formas y la muerte son tristes compañeros de camino en el periplo de la humanidad sobre el planeta Tierra, de tal manera que, lo queramos o no, nuestra existencia viene marcado por ellos. Sufrimos desde el momento en que abrimos los ojos a la luz, experimentamos padecimientos de todas clases y pérdidas muy señaladas a lo largo de nuestra vida que nos hacen cuestionar constantemente el sentido de nuestro paso por el mundo, y alcanzamos el punto final cuando alentamos por última vez.
Nada de extraño tiene, por tanto, que todas las corrientes filosóficas y los sistemas religiosos se hayan cuestionado estas realidades y se hayan preocupado por buscarles respuestas, soluciones.
El cristianismo también.
Las Sagradas Escrituras evidencian con creces ejemplos de sufrimientos profundos, de dolores desgarradores, de muertes cruentas. Aún diremos más: los Santos Evangelios relatan y describen la muerte por antonomasia, la muerte de las muertes, aquella que experimentó en sus propias carnes nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. De ahí que el mensaje de la Biblia esté lleno de esperanza, pero de una esperanza práctica, no teórica.
No encontramos en las páginas de las Sagradas Escrituras explicaciones detalladas del porqué de todas y cada una de las situaciones dolorosas o trágicas por las que transitamos los seres humanos. Su lenguaje, muchas veces figurado, no pretende responder a todos los graves y legítimos interrogantes que se suscitan en nuestra psique acerca de estos asuntos. Únicamente pretende mostrar que cuanto aquí padecemos es momentáneo, efímero, y en ningún sentido comparable con la gloria que nos espera. Asimismo, enseña también líneas de conducta que nos permitan enfrentar los desafíos que plantean los padecimientos y la propia muerte, sin olvidar la manera de enfocar el dolor ajeno.
Esta obra que ahora presentamos al amable lector es, como su título indica, un compendio de reflexiones esencialmente bíblicas y deliberadamente breves. Bíblicas, porque las Sagradas Escrituras nos han sido entregadas para que por ellas vivamos en esperanza, y breves, porque en ningún momento ha pretendido el autor desarrollar grandes exposiciones teológicas o exegéticas acerca de estas cuestiones, sino que más bien ha pensado en la necesidad que todos tenemos —¡él mismo el primero!— de escuchar palabras sencillas que nos consuelen cuando atravesamos los océanos procelosos del dolor.
Distribuido en dos partes bien señaladas, la primera dedicada a diferentes tipos de padecimientos, y la segunda al dolor de la muerte, propia o ajena, pretende tan solo ser un pequeño auxiliar, un sencillo manual devocional que contribuya a que todos aprendamos a convivir con realidades que en verdad nos dañan, pero que están sometidas a una realidad suprema hacia la cual nos encaminamos.
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