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Pascua Florida, celebración gozosa | Juan María Tellería


 

Como sucede cada año, la Cristiandad universal —salvo los patriarcados ortodoxos que siguen aún el calendario juliano— celebra estos días de 2023 en que nos encontramos la tradicionalmente llamada Semana Santa, que concluirá, D. m., con el Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua, también conocido en algunas tradiciones populares como Pascua Florida[1], y que es, sin duda alguna, la festividad más señalada de los calendarios litúrgicos. Si queremos decirlo de otro modo, el Domingo de Pascua es la fiesta más importante para los seguidores de Jesús de Nazaret, la efemérides cristiana por antonomasia, debido al evento que conmemora: la Resurrección del Señor, el milagro más extraordinario jamás acaecido en la historia de la humanidad y, según se dice, el más importante narrado en las Sagradas Escrituras. Nada de extraño tiene que, en opinión de algunos teólogos, esté considerado como el evento capital de la Historia de la Salvación, su punto culminante, el hito que marca un antes y un después en lo referente al propósito redentor de Dios para con nuestra gran familia.

Ningún cristiano genuino puede permanecer impasible ante el recuerdo de la Resurrección de Cristo, acontecimiento que no solo catapultó a los primeros discípulos, y especialmente a San Pedro Apóstol[2], a la temprana proclamación de las Buenas Nuevas para las naciones, conforme al testimonio del Nuevo Testamento[3], sino que, catalogado desde muy pronto como principal dogma de fe en la instrucción catequética de la Iglesia[4], ha inspirado además durante siglos diversas manifestaciones del arte occidental en todos sus ámbitos (pintura, escultura, incluso el cine en nuestros días[5]) con las limitaciones que el propio suceso implica en sí mismo y los desafíos que conlleva para los artistas[6]. Recordamos, en efecto, la impresión que nos causaron en la niñez ciertas pinturas tardomedievales de estilo un tanto naïf en las cuales un Jesús victorioso, envuelto en una túnica de intenso color rojo, salía de un sepulcro pulcramente labrado enarbolando un estandarte en forma de cruz y causando el pánico entre los soldados que custodiaban su tumba, todos ellos uniformados a la usanza prerrenacentista italiana. Todo ello sin pretender obviar ni olvidar la abundante literatura teológica antigua y moderna, incluso novelada, que este evento ha promovido[7], así como las apasionadas apologías que ha levantado desde hace siglos frente a sus detractores y de las cuales ha quedado constancia escrita[8].   

El hecho de la Resurrección de Cristo constituye en sí un gran misterio, de lo cual el propio Nuevo Testamento deja un claro testimonio. Los llamados Relatos pascuales contenidos en los cuatro Evangelios[9] no narran en ningún momento la Resurrección en sí misma. Refieren la constatación del sepulcro vacío descubierto por María Magdalena y las discípulas que la acompañaban en la madrugada del primer día de la semana, con la proclamación del gran evento por parte de unos ángeles y la aparición del propio Jesús en persona que las saluda y las comisiona para que anuncien a los apóstoles lo sucedido; en San Juan 20 se describe con detalle el por demás delicioso e inspirador diálogo entre Jesús resucitado y una apesadumbrada Magdalena, convertida a raíz de ello en el primer heraldo de la Resurrección de Cristo ante los otros discípulos; San Mateo 28, por su parte, deja constancia de un terremoto producido por la aparición de un ángel, la apertura del sepulcro y el terror de la guardia romana que lo custodiaba. Pero en todas estas historias queda bien establecido por los evangelistas que el Señor ya había resucitado cuando tuvieron lugar las escenas descritas; ya no estaba allí[10]. Como queda dicho, los Evangelios no recogen relato alguno de la Resurrección de Cristo en cuanto tal, no tenemos constancia escrita de cómo tuvo lugar, pues forma parte del misterio de Dios[11]. Aunque la natural curiosidad y la imaginación desbordada y un tanto infantil de las primeras generaciones cristianas intentó llenar ese vacío con descripciones de la Resurrección del Señor al estilo de la que leemos en el apócrifo Evangelio de San Pedro, versículos 35-42, que tanta influencia tendría en la religiosidad popular posterior y en las representaciones artísticas[12], lo cierto es que la sobriedad de los Evangelios Canónicos en relación con este asunto impone un prudente silencio, en lo cual encontramos una profunda reflexión teológica[13].



Que en las celebraciones de Semana Santa y especialmente en la Pascua Florida de este año de Gracia de 2023, al igual que en los anteriores y también en los que seguirán, la Iglesia universal proclame al mundo —urbi et orbi— que Cristo ha resucitado, supone todo un reto, la asunción de una enorme responsabilidad. Y no especialmente en relación con la pretensión de convencer a los incrédulos o a los ateos de que se trata de un acontecimiento histórico, desplegando todos los argumentos tradicionales habidos y por haber; de hecho, y hablando con total honestidad, no se lo puede catalogar como tal; no puede ser tildado de suceso histórico porque resulta imposible definirlo con esta categoría; un suceso histórico es un evento medible y computable con los métodos de trabajo e investigación propios desarrollados por las ciencias históricas, y la Resurrección del Señor escapa por completo a cualquier eventual constatación humana directa[14], forma parte de otra esfera, de otro ámbito de la existencia, se inscribe en la dimensión de los arcanos divinos.

El gran desafío al que se enfrenta hoy la Iglesia al proclamar la Resurrección es la plasmación de lo que ese hecho significa en la vida y el testimonio de cada creyente, su materialización real en la praxis cristiana, en un día a día cimentado y sostenido por la presencia del Señor Resucitado. Los propios relatos así llamados de la Resurrección tal como los leemos en los Evangelios vienen redactados de tal modo que implican un testimonio evangelizador para la propia Iglesia en primer lugar y para las naciones después[15]. Pero ese testimonio carecería por completo de valor y hasta de poder salvífico[16] si se limitara a una simple historia narrada, por hermosa que fuera, o a una declaración dogmática o doctrinal con finalidad catequética. Para resultar efectiva en el anuncio de las Buenas Nuevas ha de manifestar una triple expresión:

En primer lugar, esperanza. A nadie se le oculta que el bienestar generalizado de Occidente en medio del cual vivimos es hoy más que nunca una endeble cortina de humo frente a realidades trágicas por las cuales atraviesa nuestra gran familia humana. Desde el capitalismo alienante y devorador hasta la crisis ecológica generalizada, pasando por guerras absurdas, el desplome inevitable de instituciones hasta la fecha consideradas sagradas e intocables y una pérdida generalizada de interés por lo trascendente y mal sustituido por filosofías efímeras que ocultan mal un materialismo destructor, las sociedades y hasta los propios países se tambalean. Ni siquiera los grandes sistemas de control y retención de masas, como el fútbol u otros por el estilo, logran disuadir lo suficiente a las multitudes para que cierren los ojos a la realidad, a un futuro incierto que se cierne como una amenaza, y jueguen a vivir felices en un mundo maravilloso que no existe. La Resurrección de Cristo proclama esperanza porque significa que los avatares de este mundo, sean cuales fueren y parezcan todo lo poderosos que se quiera, no tienen la última palabra. Solo si la Iglesia proclama y vive en sí misma esa esperanza, su mensaje Pascual tendrá la fuerza necesaria para transmitirla y contribuir a que la humanidad encare el futuro de modo ciertamente realista, pero jamás negativo, nunca impregnado de pesimismo, sino confiando en el Único que puede guiarla a buen puerto.

En segundo lugar, y como consecuencia lógica, una clara y contundente reivindicación de justicia. La victoria de Cristo sobre la muerte, y en su caso concreto una muerte cruenta perpetrada por un oscuro contubernio judeo-romano que lo llegó a considerar un enemigo público, significa hoy una proclama sin paliativos a favor de los injustamente desheredados, desahuciados, minusvalorados y rechazados por unos sistemas inhumanos y deshumanizadores. La Resurrección del Señor significa que la muerte y la violencia en todas sus formas no tienen ni tendrán jamás la última palabra, que Dios exige el bien de todos en un mundo que genera lo suficiente para que cada ser humano pueda transitar por esta vida con dignidad. El mensaje pascual exige a la Iglesia una toma de postura a favor de aquellos que han sido indignamente postergados frente a quienes, cegados por un poder efímero que quizás crean sempiterno y una ambición desmedida y descontrolada, han perdido el sentido de la dignidad humana.


Y ello apunta, en tercer y último lugar, a la praxis de la caridad, esa caridad que el Nuevo Testamento designa con el término griego agapi[17], no siempre fácil de traducir ni de interpretar[18], pero que exige una diáfana respuesta de cuantos nos llamamos creyentes. Confundida desde hace mucho en la religiosidad popular con la típica “limosnita a las puertas de la iglesia”[19], la caridad cristiana se reivindica hoy, ahora, como el gran principio vital que ha de marcar la trayectoria de los cristianos y que en ocasiones recibe el nombre de servicio[20], vale decir, la manifestación de una existencia consagrada al bien de los demás, cada uno en el lugar y las circunstancias en que le haya tocado vivir, y cada cual con sus dones o talentos específicos, pero todos a una, movidos por un mismo propósito y en el poder del mismo Espíritu. La Resurrección de Cristo Jesús implica y conlleva todo el amor de Dios manifestado para con la humanidad, por lo cual convida a los discípulos del Señor a una entrega efectiva, equilibrada y bien estructurada a favor del prójimo. Como muy bien se ha dicho tantas veces, y en ocasiones con una claridad que ha podido resultar incluso ofensiva para algunos, las sociedades humanas está hartas de una institución eclesial que ha proyectado demasiadas veces a lo largo de su historia la nefasta impresión de vivir exclusivamente para sí misma y sus intereses, descuidando su objetivo principal, que es hacer patente la realidad y el mensaje de Jesús Resucitado para este mundo.

Pascua Florida, Pascua de Resurrección o cualquier otra designación que le queramos dar es, por lo tanto, una celebración auténtica. De entrada, por el suceso al que apunta, la gran victoria de Cristo Jesús (y de Dios) sobre la muerte; y también por sus consecuencias, que no son otras sino una proclama y una materialización reales de los principios inamovibles del Reino de Dios que el propio Jesús enseñó y ejemplificó hasta sus últimos momentos en el Calvario.

SOLI DEO GLORIA

 

Notas

[1] Para el significado de esta expresión, ver VELASCO, J. M. “¿Qué es la Pascua florida?” en https://es.catholic.net.

[2] CERVANTES, J. “Pedro, testigo del Resucitado” en https://www.laverdad.es del 14 de abril de 2013.

[3] Ver entre otros pasajes, por ejemplo, los discursos apostólicos de Hechos 2 y Hechos 17, pronunciados por los apóstoles San Pedro y San Pablo, respectivamente, o la magistral exposición paulina de 1 Corintios 15, sin olvidar las claras palabras del propio Cristo en Apocalipsis 1, 18, donde se autodefine como el que vivo y estuve muerto.

[4] Así consta en los credos históricos de la Iglesia universal y las confesiones de la Reforma, amén de los manuales de teología dogmática y sistemática de las principales denominaciones cristianas.

[5] En este último, por lo general, siempre siguiendo lo más ajustadamente posible el texto de alguno de los cuatro Evangelios. Ver MÉNDIZ, A. “La Resurrección de Cristo en el cine” en https://www.cinemanet.info > 2012 > April.

[6] LÓPEZ-FE Y FIGUEROA, C. M. “La Resurrección de Cristo en el arte. Misterio inexpresable” en https://www.revista-critica.es > 2022/08/28.

[7] Un título por demás interesante, para aquellos que puedan leer en francés, es la novela de SCHMITT, E-E. L’Evangile selon Pilate. Albin Michel, 2013. No tenemos constancia de que exista en nuestro idioma.

[8] Tenemos ante nuestros ojos el gran clásico de SHERLOCK, T. Proceso a la Resurrección de Cristo. CLIE, 1981.

[9] Grosso modo, San Mateo 21-28; San Marcos 11-16; San Lucas 19, 28 – 24, 53; San Juan 12, 12 – 21, 25. Incluimos en ellos los acontecimientos que van entre la entrada mesiánica del Señor en Jerusalén (Domingo de Ramos) y su Resurrección y ascensión. Stricto sensu muchos autores consideran únicamente relatos pascuales los referentes a la pasión, muerte y Resurrección de Cristo.

[10] San Mateo 28, 5-6; San Marcos 16, 6; San Lucas 24, 6-7.

[11] Un interesante estudio, ya clásico, sobre los relatos de la Resurrección en los Evangelios es el de LÉON-DUFOUR, X. Resurrección de Jesús y mensaje pascual. Ediciones Sígueme, 1974.

[12] Cf. supra.

[13] ALLMEN, VON, D. L’Évangile de Jésus-Christ. Éditions Clé, 1972; VOUGA, F. Une théologie du Nouveau Testament. Labor et Fides, 2001.

[14] Se la ha catalogado entre ciertos pensadores cristianos como evento metahistórico, y es sin duda la definición más acertada.

[15] Ver NOGUEZ ALCÁNTARA, A. Jesús resucitado según los relatos pascuales. Narraciones, interpretaciones y mensaje evangelizador. Editorial Verbo Divino, 2022.

[16] Romanos 1, 16.

[17] Mejor que agape en el texto griego conforme a lo que debió de ser su pronunciación original.

[18] Por desgracia, la traducción tradicional “amor” hoy puede resultar equívoca en nuestro idioma y en otros por la manera en que este vocablo se ha desvirtuado en nuestra cultura occidental, dando pie a que se lo entienda como una expresión de sentimientos cambiantes, a veces enfermizos y diametralmente opuestos a lo que Dios quiere.

[19] Muy particularmente en los países de tradición religiosa católica romana, aunque, a decir verdad, el mundo protestante no siempre se ha diferenciado en exceso de este tipo de conceptos.

[20] Resulta harto interesante en este sentido la lectura reposada y reflexiva de San Mateo 25, 14-46, la llamada Parábola de los talentos (versículos 14-29) y la magistral descripción —en ocasiones mal llamada también “parábola”, pues no lo es— del Jucio Final (versículos 30-46). El valor de estos pasajes es aún mayor teniendo en cuenta que el evangelista los incluye en el llamado Discurso escatológico de Jesús, una de las secciones más destacadas de este Evangelio.




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Juan María Tellería, PhD. Es Licenciado en Filología Clásica y en Filología Española. Diplomado en Teología por el Seminario Bautista de Alcobendas (Madrid), Licenciado en Sagrada Teología y Magíster en Teología dogmática por el CEIBI. Profesor y Decano Académico del Centro de Investigaciones Bíblicas (CEIBI). Es presbítero ordenado y Delegado Diocesano para la Educación Teológica en la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE).


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