Hace algunas semanas salió a la venta una reedición del libro que Alfonso Ropero publicó hace más de veinte años: Introducción a la filosofía. Una perspectiva cristiana. La obra ha sido renombrada, con mayor precisión, Historia de la Filosofía en relación con la Teología. De manera sintética y casi “a vuelo de pájaro”, Ropero nos lleva a través de las eras y los temas para hilvanar de forma pedagógica las preocupaciones centrales de la historia del pensamiento y del cristianismo.
El recorrido al
que estamos invitados en esta obra es un verdadero tour de force intelectual, en el que Alfonso Ropero nos guía a
través más de dos mil años de fructífero diálogo entre filosofía y teología. Su
esfuerzo, creo yo, condensa tres elementos que pueden desafiar la hegemonía
actual (a nivel social, pero también eclesial) del irracionalismo, el nihilismo
y el individualismo: la filosofía, el
pensamiento cristiano y la historia.
Vamos
con lo primero: la filosofía y por
qué es una aliada del evangelio. El diálogo cultural es un
elemento intrínseco de la misión cristiana; todo edificio teológico que no
incorpore (explícita o implícitamente) ese diálogo, niega el encuentro entre la
palabra divina y humana que está en el corazón del evangelio. Como toda
traducción y conversación verdadera y sincera, la relación entre la fe y la
cultura debe ser un camino de dos vías: no un monólogo agotado en sí mismo, no
una cacofonía egocéntrica, sino un intercambio que fructifique en ambas
direcciones.
Lo que sucede
entre filosofía y teología es un diálogo porque ambas disciplinas se necesitan,
se iluminan, se desafían a la verdad, se sacan del lugar de comodidad. Filosofía
y teología son siempre búsqueda, descubrimiento, promesa de hallazgo. Siguiendo
a Agustín (y a Hegel después), nosotros también seguimos diciendo que, «si la
filosofía es amor a la sabiduría, y la sabiduría es Dios, la filosofía es el
amor de Dios, el culto de Dios. […] Filosofar es amar a Dios por vía
intelectual».
Ambrosio de Milán,
el mentor de Agustín, le enseñó que ser cristiano no es hacer oídos sordos a la
realidad ni pasar por alto las genuinas búsquedas de verdad de nuestros
semejantes; si algo hay de verdad a nuestro alrededor, eso también es gracia de
Dios. Las máximas de Anselmo Intellego ut
credam y Credo ut intelligam –entiendo para creer y creo para entender– deben siempre
permanecer como una fructífera tensión. Ropero no llega a la filosofía como si
fuera un mero trampolín para convencer a otros de la verdad cristiana –como se
ve en más de una ocasión en una apologética de corte combativo–, sino más bien
como si fuera una piscina inagotable en la cual sumergirse para comprender.
Vamos
con lo segundo: el pensamiento cristiano,
su catolicidad y su universalidad. A pesar de las diferencias,
tensiones, incluso luchas declaradas que existen en sus anales, la historia del
pensamiento cristiano es, en palabras de Ropero, una serie de «variaciones de
un mismo tema». Cada autor y cada escuela «están en conexión con sus
antecedentes y sucesores; unos prolongan las líneas e intuiciones de los
problemas y cuestiones ya suscitados por otros». Dentro de ese edificio hay
múltiples habitaciones y sectores: desde la reverente conciencia de la
presencia divina de los místicos a la severa denuncia profética de Kierkegaard,
pasando por los alegóricos laberintos de Orígenes, la vaporosa especulación del
Pseudo Dionisio Areopagita, el sobrio ejercicio espiritual de los padres y las
madres del desierto o la franca sensatez de Barth. Esa riqueza de la tradición
intelectual cristiana es una de las expresiones más claras de su catolicidad –la tercera de las notas de la iglesia, según el Credo niceno-constantinopolitano–.
Esto significa que
bajo el techo del evangelio y sobre el cimiento de su piedra angular, hay
espacio suficiente para una pintoresca multiplicidad en la que no existen distinciones
de tiempo, lugar, cultura, etnia, sexo o estatus que funcionen, a priori, de manera excluyente. Contra
todo tipo de integrismos y fundamentalismos pasados y presentes, que pujan por
universalizar lo particular (que es una forma de divinización), esta obra nos
recuerda que navegamos el océano de la revelación en compañía con muchas otras
barcas.
Y digamos algo
más: la tradición intelectual cristiana no solo muestra un fascinante mosaico
de catolicidad hacia su interior,
sino que además muestra hacia el exterior su universalidad mediante una increíble capacidad de diálogo
intercultural. Desconocer la universalidad de su esperanza –la vitalidad de sus
intuiciones fundamentales, la actualidad y pertinencia de sus afirmaciones para
la totalidad de la vida humana, la enriquecedora experiencia que significa el
diálogo con la cultura– es poner la lámpara del evangelio bajo una mesa y
evitar así que toda la pieza se llene de luz.
Y
vamos, finalmente, con lo último: la historia
como antídoto a la soberbia. En
el mar de opiniones estridentes, de falacias con buena prensa y del ruido
constante de la hiperconectividad, hay cierto solaz para nuestras mentes inquietas
en aquellas convicciones e intuiciones añejas. Mucho de lo que suena a urgente
y categórico hoy es a menudo solo un fragmento de un debate antiguo; más de uno
de nuestros monstruos encontraría su digno rival en el vademécum de la
historia; y sin dudas, algunas de las modas más resonadas de los ambientes
académicos, culturales o eclesiales no son más que versiones remasterizadas de
antiquísimos sistemas de pensamiento.
Establecer una
dialéctica histórica nos permite ir más allá de las anteojeras del presente. No
venimos de una cigüeña y ese frío baño de humildad es un antídoto contra la
soberbia de cualquier facción intelectual. La historia es la materia prima en
la que se fragua la experiencia humana en general, pero también el diálogo
entre la reflexión filosófica y la fe cristiana en particular, ya que tanto
filosofía como teología «viven de las rentas intelectuales del pasado en
diálogo abierto con la experiencia presente». Desde la filosofía de los
claustros hasta la que aparece en los mensajes de texto, desde la teología de
las grandes dogmáticas hasta la que se enseña en coritos y cadenas de oración,
toda esa vida ha madurado lentamente en el crisol del tiempo. Tomar conciencia
del detrás de escena filosófico e
histórico de aquellas ideas que forman el entramado de nuestra fe nos permite
entender las reglas del juego en el que transcurre nuestra experiencia
espiritual.
Alfonso Ropero
–situado en su espacio y tiempo (España en los años noventa), en su tradición
de fe (protestante/evangélica), en las herramientas de la historiografía
filosófica europea y los conflictos de su ambiente cultural– aceptó su
responsabilidad humana, cristiana e histórica con la filosofía y la verdad. Nos
tocará también a nosotros, en otros tiempos y contextos, en el marco de nuevos desafíos
y preguntas, extender las fronteras de ese compromiso. El rumor de nuestra
época quizás nos lleve a preguntarnos por otras geografías, otros nombres y
rostros, otras implicaciones y temas que están ausentes en esta obra; de igual
manera, le tocará buscar, a los que vengan después de nosotros, más allá de
nuestras pisadas.
Reconocer nuestra
gratitud con esta obra monumental no debe atrofiarnos ni llenarnos de complejos
ni encerrarnos en los intocables museos del pasado. Este libro quiere ser un entrenamiento
intensivo que nos arroje de vuelta a la vida, para que, a la luz de estos
buscadores, sudemos nuestras propias preguntas y dilemas, y conquistemos
nuestras propias respuestas y existencias. La fe cristiana no se agota en la
abstracción ni puede quedar fija en una serie de premisas, sino que debe ser
siempre ortodoxia para una ortopraxis: no solo la premisa de que
existe realmente un Camino, una Verdad y una Vida, sino que podemos y debemos transitarlos.
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Lucas Magnin nació en Argentina en 1985. Es Magíster en Teología, Licenciado en Letras Modernas y tiene una Laurea en Comunicación. Desde hace años, busca relacionar de manera honesta la fe, el arte, la cultura y la academia. Sus textos han sido editados en antologías y publicaciones especializadas. Su último libro es 95 tesis para la nueva generación. Manifiesto de espiritualidad y reforma a la sombra de Lutero (2022). Actualmente vive en el sur de España y es editor de Editorial CLIE. Está casado con Almendra e intenta seguir las pisadas de Jesús.
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